Un terremoto azota a Los Ángeles
LA CAMA se movió hacia adelante, y nos despertó a sacudidas. El ruido era como el de miles de martillitos que estuvieran golpeando la parte de atrás de todas las paredes y el techo. Salté de la cama y me dirigí al cuarto de los niños. Mi esposa dijo: “¡Un terremoto!”
Las camas se habían separado de la pared. Unas cuantas cosas se habían caído. Pero nosotros no habíamos recibido daño. ¡A otros no les había ido tan bien!
Los primeros informes que llegaron por radio temprano en la mañana dijeron que el daño era leve. Los reporteros todavía no sabían que dos hospitales se habían desplomado, que veintenas de personas habían muerto y que millares de hogares habían recibido daño. Los teléfonos de la zona del desastre habían dejado de funcionar, y no hubo modo de avisar inmediatamente.
Entonces comenzaron a llegar informes de las comunidades de Sylmar y San Fernando, en la parte norte de la gran ciudad de Los Ángeles, California. Eran aterradores.
Tres edificios del Hospital de Veteranos de San Fernando (a unos cuarenta kilómetros al noroeste del centro de Los Ángeles) habían quedado en ruinas, y se habían perdido cuarenta y seis vidas. A unos dos kilómetros al oeste, el nuevo Hospital Olive View se había disgregado bajo la fuerza dislocante del terremoto. Para asombro de todos, solo tres personas murieron cuando el edificio se desplomó.
Más de la mitad del muro interior de la enorme Presa Van Norman, al pie de las colinas al norte del densamente poblado valle de San Fernando, se desprendió por la sacudida. Otra sacudida pudiera haber soltado 13.600.000.000 de litros de agua en forma de cascadas sobre los hogares allá abajo. Autos de la policía con altavoces ordenaron la evacuación de una zona de treinta y un kilómetros cuadrados, y mil policías patrullaron aquella zona para impedir el saqueo de las 22.000 casas vacías. Se necesitaron tres días y medio para hacer que el agua bajara a un nivel seguro que permitiera el regreso de las 80.000 personas que habían salido de aquel lugar.
El vaciar el agua, reparar la presa de 335 metros y volver a llenar los lagos podría requerir tres años.
Mientras tanto, una lucha de vida o muerte se efectuaba en el Hospital de Veteranos. Puesto que se había roto la comunicación telefónica, pasaron aproximadamente una hora y veinte minutos antes que las autoridades se enteraran de la catástrofe que había acontecido allí. El teniente jefe de bomberos Kenneth Long voló sobre aquel lugar en un helicóptero, vio los edificios derrumbados y los heridos acostados sobre frazadas en el terreno del hospital y por radio pidió brigadas de rescate.
Usando las manos mismas, taladros de mano, antorchas y grúas, las brigadas escrupulosamente dividieron los escombros en trozos pequeños y los levantaron, en busca de sobrevivientes debajo. Para el anochecer veintiséis personas habían sido rescatadas, y se habían contado dieciséis muertos.
Se instaló alumbrado de arco para que pudiera continuar la búsqueda. Al día siguiente, miércoles, continuó la horrenda tarea. Entonces el jueves por la tarde, dos días y medio después del terremoto, una mano hizo señas desde debajo de un montón de escombros. Frank Carbonara, de sesenta y ocho años, había pasado cincuenta y ocho horas debajo de un gran trozo de concreto, escuchando sin poder hacer nada mientras los rescatadores trabajaban más arriba de él.
¿Qué lesiones sufrió? ¡Solo una mano rota!
Grado del daño
La primera sacudida del terremoto se había producido a aproximadamente las seis de la mañana del martes 9 de febrero. Fue seguida de otra a las seis y un minuto, y luego de otras cuatro que estuvieron tan estrechamente juntas que la mayoría de la gente probablemente pensó que formaban un solo terremoto largo. La serie duró cinco minutos y once segundos. En los siguientes trece días doscientos movimientos sísmicos secundarios ondularon por la zona de Los Ángeles. Estos podrían continuar por meses.
El terremoto se produjo en el laberinto de fallas, o grietas de la tierra, que hay en la base de las montañas de San Gabriel. Los geólogos dicen que las montañas se elevaron 1,2 metros y se extendieron 0,9 ó 1,2 metros sobre el suelo del valle. Hubo varios miles de derrumbes en estas montañas, que se elevan como un muro detrás del densamente poblado valle de San Fernando.
Días después del terremoto, muchos moradores urbanos, acostumbrados a tener agua, teléfonos, sistema de desagüe y gas entubado para calefacción y cocinar, tuvieron pocas de estas cosas, o ninguna. Esperaban que se instalaran nuevas líneas de gas y llevaban botellas de agua desde camiones situados por toda la zona en los cruces de los caminos y los centros comerciales. Y la gente hablaba con sus amigos acerca de lo bueno que era ser invitado para una ducha de agua caliente en la casa de alguien de fuera de la zona.
Treinta y cinco escuelas informaron “daño estructural importante,” y partes de once escuelas habrían de ser derribadas por “razones de seguridad.”
Las líneas de gas rotas iniciaron centenares de incendios. La más antigua residencia de la ciudad, Avila Adobe, que había sobrevivido a terremotos por siglo y medio, recibió graves daños. Cien mil libros cayeron de los anaqueles de la biblioteca central.
Doce puentes se desplomaron sobre autopistas de vías múltiples (los famosos “freeways” de Los Ángeles, California). Un paso superior de concreto se desplomó sobre un camión de reparto, aplastando a sus dos ocupantes.
Se cree que uno de los epicentros de un terremoto “complementario” estuvo a 1.600 metros bajo tierra, bajo el intercambio de carreteras entre las autopistas Golden State y Foothill. Esto destruyó cinco de los diez puentes de intercambio y causó daño serio a los otros cinco.
El terremoto desbarató el extremo de Sylmar de la “interconexión,” la línea eléctrica de corriente directa más larga del mundo. Esta línea pone en derivación 800.000 voltios de energía eléctrica por 1.362 kilómetros entre California y Oregón, enviando electricidad al norte para calefacción durante el invierno, y al sur para el aire acondicionado del verano. Los cálculos indicaban que podrían necesitarse hasta dieciocho meses para restaurar este servicio, y que la destrucción podría significar “históricos problemas de energía eléctrica en ambos extremos de la interconexión.”
Aumenta la preocupación
California Meridional es una zona edificada, relativamente nueva. A este lugar ha venido gente de todas partes de los Estados Unidos, dejando familia y amigos “allá en el este,” como los californianos del sur llaman a las zonas de las cuales han venido.
Parientes de “allá en el este,” y los californianos que trataban de comunicarse con ellos, inundaron los teléfonos con tan monumental agolpamiento de comunicaciones que estos servicios estuvieron sobrecargados durante días. El día del terremoto se hicieron más de 5.200.000 llamadas telefónicas de larga distancia tan solo desde el sector central de la ciudad. Muchísimas otras personas trataron de llamar pero no pudieron hacerlo. Muchos residentes tuvieron que esperar dos o tres días antes de que pudieran obtener una línea telefónica para decir a sus parientes que Los Ángeles realmente no se había deslizado al mar, y que ellos estaban bien.
Hasta poco más de una década atrás la altura de los edificios se restringía a trece pisos en esta zona propensa a terremotos. Ahora hay edificios altos, hasta de cuarenta y tres pisos de altura, esparcidos en esta ciudad que se extiende. Estos nuevos edificios de apartamientos y oficinas de gran altura resistieron muy bien el terremoto; en general solo sufrieron daño leve. La torre de treinta y dos pisos del Occidental Center solo resultó con dos ventanas rotas, mientras que 169 edificios del sector del centro de la ciudad, o cerca, la mayoría de ellos estructuras de mampostería de dos o tres pisos, recibieron daños.
En la Presa de Pacoima, al norte de San Fernando, la fuerza del empuje del terremoto se registró en 50 por ciento de gravedad, que se dice que fue el más fuerte empuje horizontal de un terremoto que jamás se ha registrado en parte alguna del mundo. Esto equivaldría a un empuje de 5.000 toneladas contra un edificio de 10.000 toneladas.
En el nuevo complejo de edificios altos de Century City, justamente al oeste de Beverly Hills, la fuerza fue de 17 por ciento de gravedad, equivalente a un empuje de 1.700 toneladas contra un edificio de 10.000 toneladas. Los edificios de Century City solo sufrieron grietas leves en los tabiques o divisiones en el interior. El Dr. George Housner, jefe de investigación sísmica del Instituto de Tecnología de California, dijo: “La ingeniería que se ha utilizado en los edificios recientes realmente ha resultado ventajosa.”
Las comunidades de Sylmar y San Fernando, en la parte septentrional del valle de San Fernando, fueron las más duramente azotadas.
“¿A qué distancia dicen que ustedes estuvieron del centro del terremoto?” le pregunté a Russell Burke, cuya casa en Sylmar parecía como si una mano poderosa la hubiera empujado, derribándola. “En lo que a mí toca,” dijo él, “¡el centro fue aquí mismo!”
En los periódicos uno ve fotografías del daño causado por el terremoto y supone que afectó una casa o dos. Pero es impresionante manejar el auto por grietas en el pavimento, manzana tras manzana, dándose uno cuenta de que fueron causadas por el levantamiento de la tierra. Hubo techos que se pandearon. Hubo paredes que se desplomaron. Hubo chimeneas que fueron arrancadas de las casas y arrojadas a los patios, dejando hoyos donde antes habían formado parte de la pared.
Las personas cuyas casas fueron peligrosamente averiadas pasaron unas cuantas noches después durmiendo en sus patios, bajo tiendas o simplemente en colchones bajo las estrellas. Cocinaban en hogueras y en estufas de acampadores.
El terremoto azotó antes de la salida del Sol. “Todo lo que había en la casa estaba en el piso,” era una expresión común. La gente salía de sus casas a oscuras trepando por cómodas, estantes para libros, brazos de lámparas y espejos rotos. Grant Sad, en Sylmar, creía que su casa había sido golpeada por un avión. Dijo: “No hubo estruendo, impetuosidad, solo una gran explosión de sonido.”
Patricia Helzer dijo que el ruido fue tan grande que ahogó el sonido de todo lo que se rompió en la casa. “No oí que se rompiera un solo plato,” dijo, “pero solo me quedaron dos tazas y dos tazones.” Afuera, podía ver que la tierra todavía ondulaba. En su césped hay lomitas de quince a veinte centímetros de altura, y no estaban allí antes.
Ray Spendley, que vive en uno de los cañones más arriba de San Fernando, dice que podía ver que las colinas se mecían. Cuando cesó el estruendo, Roy Fizer dijo que comenzó a oír explosiones. “Un hombre gritó que estábamos siendo bombardeados.” Pero las explosiones procedían de conductos de gas rotos. “En frente de mi casa había dos hoyos de aproximadamente tres metros de diámetro,” dijo. “Fácilmente se podría echar un automóvil en ellos.”
Frank Nitti dijo: “Hubo una sacudida, y nuestra propiedad se pandeó. El solar es más angosto de lo que era antes.”
Atención personal
Los superintendentes de las congregaciones de los testigos de Jehová hicieron exámenes de casa en casa de cada familia de Testigos. Ralph Allen hasta se aseguró de que estuvieran bien todas las familias con quienes los miembros de su congregación conducían estudios bíblicos de casa... un hecho que sorprendió y alborozó a muchos de ellos.
Aproximadamente la mitad de los miembros de la congregación de Sepúlveda vivían en la zona que tuvo que ser evacuada más abajo de la Presa Van Norman. Para mediodía su superintendente había recibido noticias del 90 por ciento de la congregación... todos los que todavía no se habían ido a casas de parientes. La mañana después del terremoto, un grupo se reunió para su actividad regular de enseñanza bíblica de casa en casa. Esta congregación de 147 personas tuvo una asistencia de 190 a su Reunión de Servicio a mediados de semana, y 241 asistieron el domingo siguiente.
“Uno puede indicar a la gente,” dijo un testigo de Jehová, “que el aumento de ‘terremotos en un lugar tras otro’ es parte de la gran señal que Jesucristo dio en Mateo 24 para marcar el fin, que viene rápidamente, de este sistema actual. ¡Pero cuando tenemos los terremotos aquí y ahora parecen un asunto enteramente diferente!”
Cómo sobrevivir
Un terremoto azota súbitamente. Antes de que uno pueda huir, por lo general ya ha terminado. No se llene de pánico. Aléjese de todo lo que pudiera caerse. Si está en una casa diríjase a un vano de puerta interior (hay menos probabilidad de que se caiga un marco de puerta que de que se caiga el cielo raso de una habitación), o métase debajo de una mesa. Aléjese de las ventanas y las paredes exteriores. Si está afuera, aléjese de las ventanas, de la mampostería, de los muros o las chimeneas. En los edificios altos, métase debajo de un escritorio.
Cuando cese el terremoto, investigue para ver si hay personas lesionadas e incendios. Examine el gas, y cierre las válvulas principales si es necesario. Póngase zapatos... recuerde que puede haber vidrio roto en cualquier lugar.
Este no fue el “gran” terremoto que los peritos han estado pronosticando para California. La famosa Falla de San Andreas, donde por mucho tiempo ha estado en acción una constante acumulación de tensión, no estuvo envuelta en el temblor de febrero.
En lo que toca a terremotos, éste no fue un terremoto particularmente severo... simplemente sucedió en una zona desarrollada. No fue como el terremoto de 1970 que mató a 50.000 personas en el Perú, ni como el de Irán de 1968 que mató a 11.000. Pero fue grave para los que fueron atrapados en él, y fue una catástrofe para los que perdieron vidas y hogares.—Contribuido.