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  • Cómo me libré del vicio de las drogas
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  • Malcriado desde la niñez
  • Inmoralidad sexual y cárcel
  • Hundido en la afición a las drogas
  • Escapada difícil
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¡Despertad! 1974
g74 8/3 págs. 9-15

Cómo me libré del vicio de las drogas

UN TITULAR que iba de una parte a otra en la primera plana del Vindicator, de Youngstown, Ohio, del 6 de diciembre de 1968 decía: “LA POLICÍA DE LIBERTY PRENDE A UN JOVEN DE 18 AÑOS POR VENDER LSD.”

Yo soy ese joven. El tribunal me sentenció a diez meses en la cárcel del condado de Trumbull. Sin embargo, salí después de treinta días, y pronto estuve de vuelta en el negocio de “promover” drogas. Necesitaba el dinero para mantener mi propia afición a las drogas, la cual incluía drogas de toda clase, particularmente LSD.

Sin embargo, todavía no había descendido a las profundidades a las cuales la afición a la heroína frecuentemente lo hunde a uno. En total, estuve preso más de dos docenas de veces; tres veces me internaron en un hospital para enfermos mentales. Más de una vez me desnudaron, encerraron en una celda acolchada, y me abandonaron para sufrir las agonías a las que da lugar la supresión de la droga... ‘la cura abrupta,’ como la llaman. La última vez me llevaron de la celda y me internaron en un hospital en una condición crítica; hasta se me administró la extremaunción. Pero me recobré y me condenaron por cargos de robo, y por último me enviaron a la unidad de Mansfield de la Penitenciería Estatal de Ohio.

No obstante todo eso ahora es cosa del pasado. Me sobrepuse al abuso de las drogas. Ya han pasado más de tres años y medio desde la última vez que toqué las drogas, y estoy seguro de que nunca las volveré a tocar. Esto se debe a que he hallado una verdadera solución al abuso de las drogas.

Sin embargo, antes de relatarle acerca de esto, permítame describir brevemente mi vida anterior. Quizás provea pistas en cuanto a las circunstancias que frecuentemente conducen al abuso de las drogas. Entonces, si nota que se está desarrollando un modelo semejante en su familia, puede tomar medidas para corregir los asuntos antes que sea demasiado tarde.

Malcriado desde la niñez

Mis padres se divorciaron en 1951, cuando yo solo tenía ocho meses de edad. Siguió una batalla, y, muy extrañamente, mi padre obtuvo mi custodia legal. Se hizo un arreglo para ver a mi madre un día a la semana. Cuando mi madre volvió a casarse, la batalla continuó, cada bando tratando de impresionarme al máximo con cosas materiales. Como resultado, llegué a estar muy mimado.

Entonces mamá dejó de tratar de “comprar” mi cariño. Ella había comenzado a progresar en un estudio bíblico en el hogar con los testigos de Jehová. Pronto comenzaron a desaparecer el arrojar las cazuelas, pelear, fumar y otros malos hábitos. En mis visitas, ella y mi padrastro me llevaban a reuniones para el estudio de la Biblia. Al regresar a casa le decía a mi padre las cosas que aprendía. Pero a él no le gustaba. Sus parientes lo instaron: “No debes permitir que lo vea su madre. ¡Los testigos de Jehová tuercen la Biblia... están locos!”

Así es que se hizo un esfuerzo concertado para volverme en contra de mi madre. Me sedujeron con regalos costosos, y mi padre me permitía hacer todo lo que quería. Así es que, un día cuando mi madre vino a recogerme, le dije: “Mamá, no quiero volverte a ver otra vez.” Ella se dirigió a mi padre, y dijo: “Juan, tú lo instigaste a decir eso, ¿no es cierto?” Entonces tenía nueve años, y pasaron muchos años antes que volviera a ver a mi madre otra vez.

Papá se volvió a casar en agosto de 1960. Ciertamente yo estaba malcriado, y les hice la vida miserable a papá y a mi madrastra. Sin embargo nunca recibí una azotaina o una disciplina firme. Había comenzado a fumar a escondidas cuando tenía siete años de edad, y para cuando tenía diez u once, me emborrachaba. Además, aspiraba cola, y probaba la marihuana. Mi educación indisciplinada y mi temprano abuso de las drogas me torció el juicio.

Cuando tenía unos trece años, una joven me desairó, así es que arrojé gasolina en su camino de entrada, encendí un fósforo y quemé el garaje. Papá pagó 800 dólares en multas y gastos. También en ese tiempo me atraparon robando en una tienda. Pero las dificultades apenas comenzaban.

Inmoralidad sexual y cárcel

Mientras cursaba el segundo año en la escuela superior de Liberty me descubrieron en una situación embarazosa con una amiga en la sala de descanso de las jóvenes. Fui suspendido de la escuela por dos semanas. Ese verano quemé mi ropa “seria” (conservadora) en el traspatio en señal de protesta. Mi madrastra y mi papá se pusieron furiosos, y me arrinconaron en mi habitación. Agarré un fusil para arrojar gas lacrimógeno y le “disparé” a papá, entonces me escabullí por la ventana. Se llamó a la policía, y el oficial Fred Faustino me bajó del techo y me puso bajo arresto. Ese fue mi primer confinamiento en la cárcel.

Más tarde durante ese año el padre de mi amiga nos encontró en la cama después de clases. Todos fuimos a parar al departamento de policía de Liberty. Pero al mismísimo día siguiente volví a estar implicado con esta muchacha en su hogar. ¡Qué poca consideración tenía por la autoridad, o por lo que me decía cualquiera! Dos semanas después, cuando el tío de la muchacha trató de interferir, un amigo y yo planeamos matarlo, pero no tuvimos éxito.

Me había convertido en un rebelde de pelo largo, un verdadero camorrero. Sin embargo estaba buscando algo, algo de qué asirme, alguna clase de futuro. Quería ser alguien, atraer la atención. Empecé a pensar que el matrimonio era la solución. Nuestros padres discutieron esto pero decidieron que éramos demasiado jóvenes y que solo estábamos locamente apasionados.

Así es que hicimos planes para fugarnos, y lo hicimos en febrero de 1967, dirigiéndonos hacia el oeste con 420 dólares de dinero robado. Nuestro viaje terminó abruptamente al ser aprendidos en Los Ángeles y fuimos enviados de regreso por avión a Ohio. La policía que me esperaba me esposó y me llevó a la cárcel del condado de Trumbull donde pasé dos semanas.

Ahora ninguna escuela de los alrededores me aceptaba. Solo por medio de implorar fue que mi padre pudo hacer que me admitieran en la escuela superior católica John F. Kennedy en la cercana Warren, donde completé el penúltimo año. Mientras estuve allí, me impliqué más profundamente en el abuso de las drogas. Ese verano fui arrestado por entrar a la fuerza y robar en varios hogares.

Mi último año fue un desastre. Verificando los registros de la escuela recientemente con el rector Frank Lehnerd, ¡descubrimos que había estado ausente setenta y cinco días! En febrero de 1968 oculté a mi amiga en mi habitación por tres días, pensando que de este modo nuestros padres se verían obligados a dejarnos casar. Pero todo lo que conseguí fueron tres meses en un instituto correccional en Columbus, Ohio. Me pusieron en libertad a tiempo para mis exámenes finales, los aprobé, y me gradué de la escuela superior.

En mi primera oportunidad animé a mi amiga a abandonar el hogar otra vez y tomarse una botella de aspirinas para aparentar un intento de suicidio. Pensé que esto seguramente convencería a nuestros padres de que nos amábamos. Arrastrándose a su hogar, vomitando sangre, finalmente se volvió contra mí cuando su madre le dijo: “Él no te ama; eres solo su títere. Te quiere dos metros bajo tierra.” Nunca más volví a estar con esa muchacha, pero este asunto trágico me hundió en profundidades aun mayores de depravación, impelido por un envolvimiento más profundo con las drogas.

Hundido en la afición a las drogas

Todavía no era un verdadero aficionado, pero era un constante consumidor y promotor. Hasta fui a Nueva York para recoger drogas. Por fin, un esfuerzo concertado de la policía me prendió... le vendí drogas a un policía vestido de civil y fui atrapado con el dinero marcado en mi poder. Esa fue la ocasión en que los titulares de primera plana informaron mi arresto. Pero mi papá empleó un buen abogado, y para el 15 de enero de 1969 había salido de la cárcel.

Pronto estuve promoviendo las drogas otra vez, ganando mucho dinero. Pero lo necesitaba, porque había comenzado a inyectarme heroína... introduciéndola directamente en la vena con una jeringa. Por unos pocos meses gastaba de 40 a 50 dólares al día en drogas. Papá trató de ayudarme. Me consiguió empleos, pero solo los mantenía durante unas pocas semanas. Estaba tan aficionado que me inyectaba las drogas en el mismo trabajo.

Esto no era difícil de hacer. Llevaba las drogas al trabajo en un compartimiento de mi anillo. Entonces iba al cuarto de baño, y, usando una jeringa, me inyectaba las drogas en la vena. Pero para asegurarme de conseguir toda, tiraba del émbolo, llenando la jeringa con sangre, e inyectaba otra vez... ¡hacía esto hasta diez veces o más!

Entonces quedaba como desmayado. Me venía un “vértigo”... como si de repente me hubieran dejado caer de un edificio. Entonces quedaba flojo... hasta el cabello de la cabeza lo sentía flojo. Todo el propósito de ser un aficionado es el de conseguir tantos “vértigos” como se pueda.

En otras ocasiones me daba un “acelerón,” inyectándome una mezcla “aceleradora” (methedrine) y heroína... una “remontadora” y una “apaciguadora.” Entonces el cuerpo no sabe qué hacer —relajarse o activarse— está en tumulto.

Cuando uno toma LSD, hay un efecto enteramente diferente. Mientras estaba bajo sus efectos, solía pensar que podía hacer cualquier cosa, que podía ser Dios y controlar mi propio destino. Joe Schovoni, mi abogado, recientemente me dijo que una vez mientras yo estaba bajo la influencia de la LSD lo asusté verdaderamente cuando le dije que podía extraer un bebé de una mujer embarazada. Es terrible lo que las drogas hacen que uno piense y haga. En total, tomé mucho más de 200 tabletas de LSD.

Por más de un año viví sólo para las “emociones,” inyectando drogas, viviendo con muchachas, y tratando de eludir a la policía. Viví en un lugar inmundo tras otro, ‘yendo de nido de rata en nido de rata,’ como papá los describió apropiadamente. La policía hasta me acusó de robar el hogar de mi papá. Mis “compañeros” le robaron posesiones por valor de miles de dólares. En agosto de 1969 salimos rumbo al infame festival de Woodstock, donde vendí vitaminas múltiples pasándolas por LSD y gané mucho dinero. Subiendo a la tribuna cerca al escenario para obtener una buena vista de los que actuaban y de la multitud, recuerdo que pensé que todos parecían atraídos por una fuerza misteriosa.

Poco tiempo después de regresar a casa comencé a segar lo que había sembrado. Me fui “a pique,” y apenas sobreviví.

Escapada difícil

Era el 5 de septiembre de 1969. Realmente estaba “pescado,” necesitaba las drogas de un modo desesperado. Así es que entré a la fuerza en una farmacia en el pequeño pueblo de Vienna, fuera de Youngstown. Una vez adentro, recogí precipitadamente varios artículos... ¡pero entonces se oyeron las sirenas! Fui atrapado por la policía con las armas desenfundadas, sufrí un colapso mental y corrí hacia ellos gritando: “¡Mátenme! ¡Mátenme!”

Me acusaron de entrar para robar. La fianza se fijó en 5.000 dólares. Entonces me llevaron a la familiar cárcel del condado. ¡Había estado allí tan frecuentemente que hasta tenían mi nombre escrito en una de las celdas! Me desnudaron y me arrojaron en una pequeña celda acolchada, un lugar tan pequeño que no podía estirarme a lo largo. Allí comencé a padecer los sufrimientos a los que da lugar la supresión de la droga. Recientemente Harold Post, el carcelero, nos mostró la celda a un amigo y a mí, y dijo: “Pensé que sencillamente yacerías allí y morirías. No quería tener nada que ver contigo.”

No lo puedo culpar. ¡Yo estaba completamente corrupto! Me revolvía en mi propia orina y excremento como un animal, trepaba por las paredes y golpeaba el acolchado de vinilo. Según recuerda Post: “Él suplicaba, quiero decir realmente suplicaba, de rodillas suplicaba. Pero no aceptaba los remedios que se le ofrecían.”

El sheriff Richard Barnett estuvo allí en esa ocasión, y cuando lo visité a principios de este año recordó cuán crítica se volvió mi condición: “No aceptabas ningún remedio por vía oral —eras un salvaje— sencillamente escupías lo que se te daba. Así es que prescribieron supositorios por vía rectal, y yo tuve que administrártelos.” Sin embargo, al ver que no mejoraba, me llevaron al Hospital Woodside Receiving, un hospital para enfermos mentales en Youngstown.

A las cuatro de la mañana mi papá recibió la llamada de una enfermera. Ella dijo: “Su hijo está enfermo, necesita su ayuda . . . Se está muriendo.” Papá se comunicó inmediatamente con el Dr. Bert Firestone, y me hizo transferir al Hospital St. Elizabeth. Allí estuve por días en condición crítica. El Dr. Firestone le aseguró a mi padre que tratarían de sacarme del apuro, pero que no podía garantizar que viviría. Los registros del Hospital St. Elizabeth informan: “Este paciente fue admitido . . . debido a graves síntomas de supresión debido al uso de narcóticos.”

Papá depositó la fianza de $5.000, y en tres semanas fui dado de alta del hospital. Pero la experiencia no me hizo cambiar, aunque le prometí a papá vez tras vez que sí cambiaría. Todavía tenía cabello largo, y pronto volví a usar drogas de toda clase. El lector quizás se pregunte por qué uno continúa usando drogas, aun después de experiencias horribles como la agonía producida por la supresión de la heroína o experiencias malas con la LSD.

Bueno, cuando empezaba a sentirme mejor comenzaba a volver a pensar acerca de las muchachas, las “emociones,” y todas mis asociaciones... jipies, la gente del “amor libre,” motocicletas y vagar. Mi clase de música amplificada aguijoneaba aún más mis bajos deseos. Entonces razonaba en mi corazón: ‘Oh, realmente no hay nada malo en volverlo a hacer.’ Sin embargo, mis últimas experiencias con LSD fueron progresivamente empeorando. Finalmente, en desesperación, llamé a mi madre, cerrando así una brecha de muchos años. Mi padrastro, un anciano en la congregación de los testigos de Jehová, hizo un arreglo para que tuviera un estudio de la Biblia adonde vivía.

Pedregoso camino hacia la recuperación

Tuve mi primer estudio de la Biblia con un testigo de Jehová en marzo de 1970. Además, visité el Salón del Reino de Girard. Llevaba puesto pantalones de cuero negro de fondo acampanado y pequeños anteojos redondos, y mi cabello estaba largo. Quería probar que los testigos de Jehová eran exactamente igual al resto de la gente, igual de hipócritas. Pero quedé impresionado. Mostraron verdadero interés en mí, y todos dieron las mismas respuestas a mis preguntas. Sin embargo mi corazón no se conmovió realmente, porque esa noche volví a mis viejas guaridas jipies y me inyecté heroína otra vez.

No obstante, a medida que continué estudiando de vez en cuando, me daba cuenta de que lo que enseña la Biblia es la verdad. Sin embargo, no podía, o por lo menos, no quería deshacerme de las drogas y de mi modo de vivir inmoral. Entonces, durante el último fin de semana de abril, tuve una horripilante experiencia con LSD. “Vi” pudrirse a la muchacha que me acompañaba en el asiento a mi lado en el auto. Es indescriptible la fealdad y el terror de la experiencia. Pensé que era el fin... que seguramente me mataría. Pero recurrí a Jehová Dios, usando su nombre, suplicando que Él me ayudara.

Aunque eran las 3 de la mañana, llamé al Testigo con el que había estado estudiando, y él me aseguró que Jehová me ayudaría si esta vez estaba realmente decidido a cambiar. Prometí que nunca volvería a tomar drogas, y nunca lo he vuelto a hacer. No hay día que no me despierte y dé gracias a mi Hacedor por ayudarme a sobrevivir esas experiencias.

A la semana siguiente llegó mi juicio por el robo de la farmacia del anterior septiembre. Puesto que la opinión pública estaba en mi contra debido a mi registro de crímenes repetidos, el juez me envió a la Penitenciaría Estatal de Ohio por una ofensa que podía tener una sentencia de quince años. Comencé a cumplir condena unos pocos días después. Realmente esto fue una bendición para mí. ¿Por qué?

Porque me dio tiempo para meditar y estudiar. Analicé mi vida, y me di cuenta de cuán infructífera y destructiva había sido. Le supliqué a Jehová que me perdonara, y que quería hacer su voluntad con todo mi corazón. Me sumergí completamente en un estudio de la Biblia, con la ayuda de las publicaciones de los testigos de Jehová. Entonces, para fines de junio, por medio de los esfuerzos de mi padre, fui puesto en libertad. Aproximadamente dos semanas después, el 10 de julio de 1970, simbolicé por medio del bautismo en agua mi dedicación para servir a Jehová Dios.

Ayudando a otros

Ahora comencé a buscar a mis buenos amigos anteriores, no para tomar drogas con ellos, sino para explicarles por qué había cambiado, y cómo pude hacerlo. Sentía una responsabilidad porque había iniciado a muchos de ellos en las drogas, y habían sido mis clientes. He de haberme comunicado por lo menos con trescientos amigos anteriores, y pienso que algunos con el tiempo responderán a las verdades de la Biblia que hemos considerado.

Una de las primeras personas con las que estudié la Biblia fue uno de mis principales clientes de drogas. Le había enseñado cómo inyectarse heroína, sosteniendo su brazo y dándole sus primeras inyecciones en las venas. Su familia quedó tan impresionada por el cambio que hice que también participó del estudio. Sin embargo, continuó andando en mis viejas pisadas. Hasta ahora por lo menos seis de esos anteriores compinches han muerto de causas relacionadas con las drogas. Pero otro amigo anterior respondió a mis esfuerzos. Fue rara la manera en que nos volvimos a encontrar.

Estaba haciendo visitas de casa en casa en el ministerio y acababa de retirarme de una casa cuando un individuo de cabello largo vino corriendo por la entrada. Después de presentarme, casi inmediatamente preguntó: “¿Cómo dijo que era su nombre?” Cuando lo repetí, dijo: “¡No, no puede ser, no eres el de Murray Hill Drive!” Me parecía familiar, pero no lo pude recordar hasta que dijo su nombre. ¡Claro! Juntos habíamos planeado matar al tío de mi amiga. Pero él rehusó creer que era yo hasta que le mostré mi identificación en la billetera. Mi apariencia había cambiado completamente.

Con el tiempo comencé un estudio con él, y él creció en el aprecio de la Biblia, dejó las drogas, y se bautizó para principios de 1972. Ese verano contamos nuestra experiencia en la asamblea de distrito de los testigos de Jehová en el estadio Three Rivers en Pittsburgo. También hemos tenido la oportunidad de hablar a clases de estudiantes acerca del problema de las drogas y por qué las deben evitar. Los jóvenes que sabían de mi pasada implicación con las drogas pedían a los profesores que hicieran arreglos para estos discursos.

Por ejemplo, en noviembre de 1972 le hablamos a seis clases en la Escuela Vocacional Mixta del Condado de Mahoning. ¡En total estuvieron presentes más de 600 estudiantes! Estuvieron extremadamente atentos, y aceptaron más de cien libros y unas cien revistas dando explicación adicional de la fe y la esperanza que nos permitió superar el abuso de las drogas. El 5 de diciembre de 1972, recibí una carpeta con cinco docenas de cartas de estos estudiantes. Eran muy apreciativos, sin embargo la mayoría de ellos decía que no podían creer que nosotros habíamos estado tan profundamente implicados con las drogas. Nadie puede hacer un cambio tan grande, pensaban.

Documentando el cambio

Esa es una opinión común. Por ejemplo, el funcionario jefe de seguridad del Distrito Escolar de Seattle, Charles O’Toole, aseguró: “No hay regreso (cura) de las drogas.” También, el jefe de la División de Narcóticos en Youngstown, William A. Friednamer, me dijo que en todos sus años de tratar con las drogas nunca había visto a un aficionado a la heroína permanecer alejado de las drogas por más de tres o cuatro meses. “Pero aquí estás ahora,” continuó diciendo, casi con incredulidad.

Es comprensible, por lo tanto, que muchos quizás sean escépticos cuando lean mi historia acerca de sobreponerme a la afición a las drogas. Por esta razón, para principios de 1973 visité a docenas de personas que tuvieron tratos conmigo cuando yo era un aficionado a las drogas, entre éstas a oficiales de policía, agentes de vigilancia, carceleros, jueces, abogados, psicólogos, psiquíatras, médicos, y así por el estilo. Les dije por qué había ido a verlos y pedí sus comentarios.

La mayoría de ellos sencillamente no podían creer que yo era la misma persona. Por supuesto, todos conocían mi nombre... era notorio. Pero en ciertas ocasiones tuve que mostrar mi identificación para probar que yo era realmente la misma persona. Casi todos querían saber: ‘¿Cuánto tiempo hace que dejaste las drogas? ¿Cómo es posible? ¿Qué te hizo cambiar?’ Estaba agradecido por la oportunidad de explicarlo.

La verdadera solución

Denny Corodo fue uno de los oficiales policíacos que visité. Él estaba presente en mi arresto en el robo de la farmacia. Ahora es un capitán, y solo se dedica a dar conferencias en las escuelas superiores y otros grupos de comunidad acerca de las drogas y del problema de las drogas. “¡Verdaderamente has cambiado! ¡No lo puedo creer!” continuó diciendo mientras hablamos acerca del pasado. “A ti te ha sucedido algo, algo que te afectó mentalmente, alguna clase de comprensión.”

Le dije que eso era cierto, que había llegado a apreciar que tenía que rendirle cuentas a mi Creador. Y esta comprensión no solo llegó a la mente, dije; se grabó en mi corazón. El deseo de servir a Dios desalojó de mi corazón la inmoralidad, las drogas y todas las cosas semejantes, y me ha provisto con el motivo y la fuerza para hacer lo que es correcto.

Además, el 1 de marzo de 1973, tuve una cita con el Dr. Firestone, el médico del Hospital St. Elizabeth que me cuidó durante el tiempo en que suprimí la droga. Cuando entré, exclamó: “¡Sencillamente no puedo creer que éste eres tú!” Entonces preguntó si podría llamar a otros médicos del personal quienes estaban familiarizados con mi caso. Ellos, también, quedaron asombrados ante el cambio que había hecho. “¿Cómo lograste salir de este enredo?” querían saber.

Expliqué que llegué a comprender que yo no era el hacedor de mi propio destino. Demasiadas veces había acabado en caminos sin salida. Había corrido según mis propias normas; me había sentido como si yo fuera Dios y pudiera hacer mis propias reglas y cualquier cosa que quisiera... solo ir tras el placer. Pero entonces, les dije que por medio de un estudio de la Biblia llegué a tener un temor saludable de mi Creador. Además, pude ver que hay un grupo de personas que verdaderamente viven según las enseñanzas de la Biblia, y que éstos son los testigos de Jehová.

“¿Qué es tan especial acerca de los testigos de Jehová comparado con otras fes?” me preguntaron. Expliqué que por medio de estudiar la Biblia con los testigos de Jehová pude ver claramente el magnífico propósito de Dios para la humanidad. Por ejemplo, cuál es la condición de los muertos, la segura esperanza de la resurrección, y cómo esta Tierra será hecha un paraíso bajo el gobierno del reino de Dios. Es la fe y la convicción concerniente a estas cosas, dije, lo que me ha permitido sobreponerme al abuso de las drogas.

Le dije a los médicos que yo había examinado otras religiones, incluso el budismo, y que había sido educado como católico romano. Pero sencillamente no hay nada sólido en estas religiones... ninguna convicción, ninguna verdadera esperanza y fe en el Creador, Jehová Dios. Por esta razón no han podido proveer a los jóvenes el impulso necesario para dejar las drogas.

Por casi tres años he servido como ministro precursor de tiempo cabal de los testigos de Jehová. Y he hallado que no soy el único que ha hecho un cambio tan grande en su vida. He llegado a conocer a muchos verdaderos amigos quienes, después de estudiar la Biblia con los testigos de Jehová y llegar a apreciar a su Creador, se han liberado del hábito a las drogas. Si éstos pudieron hacerlo, usted también puede, si es un aficionado a las drogas. ¡Practicar la religión verdadera es claramente la solución al problema de las drogas!—Contribuido.

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