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¡Despertad! 1976
g76 8/4 págs. 9-11

El único remedio para los problemas de las ciudades

NO, EL remedio para las dificultades en que se hallan las ciudades grandes no es más dinero ni programas de dar. Esa clase de “ayuda” solo ha acelerado la ruina de las ciudades. No llega a los problemas fundamentales. Con demasiada frecuencia ha sucedido que los líderes municipales “consideran al barrio bajo como un distrito amurallado en el cual se puede arrojar un poco de dinero para mantenerlo quieto,” escribe Sol Linowitz, presidente del Ayuntamiento Federal de América. “Con ese punto de vista solo se invita el desastre.”

Entonces, ¿cuál es el remedio? Bueno, según los peritos, hay que hacer algunos cambios fundamentales. “Los bonos u obligaciones [municipales] podrán ayudarnos a evitar un aplastamiento financiero,” dice el Sr. Linowitz. “Pero no habremos tratado con los problemas centrales de nuestras ciudades hasta que hayamos aprendido a idear otra clase de ligazón... una que ligue a la gente . . . en confianza y respeto mutuos.”—Times de Nueva York, 25 de octubre de 1975.

Además, en una conferencia que se celebró recientemente en Houston, Texas, a la que asistieron centenares de científicos, eruditos y otras personas de importancia, se sugirió otro cambio básico. Según se informó, algunos peritos recomendaron con ahínco que, a fin de evitar un “futuro lóbrego, catastrófico . . . se le debe dar a la gente un incentivo para que salga de los tremendos centros urbanos y regrese a las zonas rurales y se ocupe en tareas más pequeñas y de labor más intensiva.”—U.S. News & World Report, 3 de noviembre de 1975, pág. 88.

Pero, ¿cuándo cree usted que los moradores de las ciudades ‘aprenderán a idear ligazones de confianza y respeto mutuos’? O, ¿puede usted imaginarse que la mayoría de los negocios, industrias y gente de las ciudades volviera de buena gana a un modo de vivir menos dedicado a la producción y menos orientado a las conveniencias? Aun si los líderes políticos trataran de introducir estas innovaciones, habría fuerzas ajenas a su control que pondrían obstáculos. ¿Habrá algún lugar en que pueda hallarse la clase de liderazgo perspicaz y el poder que serían necesarios para hacer estos cambios trascendentes?

Se necesita dirección superior

Bueno, considere la Fuente de los ciclos naturales de la Tierra tan complejos y maravillosamente equilibrados. Cuando los hombres no se entremeten, el funcionamiento de estos ciclos es perfecto. ¿No es el poder y la inteligencia detrás de estos sistemas obviamente exitosos precisamente la clase de dirección que tanto necesitan los hombres y sus ciudades? El que tiene ese poder e inteligencia también puede hacer que la condición humana tenga buen éxito, porque Él es “el Formador de la tierra y el Hacedor de ella, . . . que no la creó sencillamente para nada, que la formó aun para ser habitada.”—Isa. 45:18.

Es indiscutible que al diseñar la Tierra su Hacedor lo hizo con el propósito de que les sirviera a sus habitantes de hogar feliz y cómodo. Sin embargo, los habitantes han rechazado las normas del Creador y se han desviado de los patrones de vida que armonizan con los ciclos naturales de Su creación y han adoptado estilos de vida cada vez más artificiales. Pero, ¿cómo sería posible cambiar estos patrones de vida en las ciudades grandes ya que parecen estar tan firmemente “arraigados”?

Bueno, puesto que el modo de vivir en las ciudades grandes es parte de un sistema de cosas mundial que no funciona bien, el único remedio estriba en reemplazarlo con un sistema global que sí funcione bien y para el provecho de todos. El Creador del hombre tiene propuesto tal nuevo sistema de dirección con la clase de liderazgo perspicaz y el poder que se necesitan para asegurar su buen éxito. La Biblia lo llama el “reino de Dios,” y Dios lo lleva a cabo por medio de su Hijo Jesucristo.—Mar. 1:15.

Pero es obvio que este modo de dirigir los asuntos de la Tierra desde el cielo no tendrá buena acogida con los actuales cabezas de Estado hambrientos de poder ni con los orgullosos gobiernos municipales. Es por eso que la Biblia dice que el Reino, por el cual oramos, “no será pasado a ningún otro pueblo.” Más bien, “triturará y pondrá fin a todos estos reinos” antes de encargarse felizmente de los asuntos de la Tierra.—Dan. 2:44.

Un nuevo modo de vivir

Así el reino de Dios extirpará por completo todo vestigio del modo que este sistema decadente tiene de hacer las cosas. Tan diferente será la administración de la Tierra y habrá cambiado tanto la sociedad humana que la profecía bíblica la representa como una “nueva tierra,” sí, enteramente nueva. Dice que “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”—2 Ped. 3:7, 13; Rev. 21:1-5.

Podemos estar seguros de que una de las cosas que habrán pasado que antes causaban clamor y dolor serán las gigantescas metrópolis con hilera tras hilera de casas de apartamentos de concreto y piso sobre piso de gente apiñada y desprovista de la luz del Sol, el aire fresco y la soledad, y, además, rodeada de ruido e irritación. Aunque no sabemos a qué grado prevalecerá la vida de comunidad para esa “nueva tierra,” sí sabemos que nunca volverá a permitirse que sea una fuente de opresión. Se nos da alguna indicación de esto en los tratos de Dios con los hombres en el pasado.

Después que el diluvio del día de Noé limpió la Tierra, Dios volvió a declarar su propósito original para las criaturas humanas en la Tierra: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra.” Más tarde, ese propósito fue sometido a prueba cuando los hombres eligieron concentrarse en una ciudad grande. “Edifiquémonos una ciudad,” dijeron, y “hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos dispersados por toda la superficie de la tierra.” Dios manifestó su desacuerdo con ese modo de obrar cuando tomó medidas que realmente dispersaron “por toda la superficie de la tierra” a estos que aspiraban a edificar una ciudad grande.—Gén. 9:1; 11:4, 8.

Además, la inspirada ley que más tarde gobernó a la nación de Israel tenía estipulaciones que no estimulaban a la vida en las ciudades grandes. Cualquier persona que viviera en uno de los pequeños poblados sin murallas de Israel y vendiera su casa, tal vez debido a un apuro económico, siempre tenía el indisputable derecho de recobrarla por compra. Y si el vendedor no podía rescatar su casa, ésta revertía a la familia de todos modos en el año de Jubileo que ocurría cada cincuenta años. Por otra parte, los que vivían en las ciudades grandes amuralladas solo retenían por un año el derecho de rescatar sus casas, después de eso todo derecho a la propiedad le pertenecía al nuevo dueño. Se ve pues que la localidad más rural era ventajosa.—Lev. 25:29-34.

Considerando el punto de vista que Dios expresó en esos casos, parece indudable que un modo de vivir más agrícola predominará para la “nueva tierra” que pronto será realizada. La profecía bíblica describe la clase de existencia que Dios puede proveer con las siguientes palabras:

“Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. . . . La obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal.”—Isa. 65:17, 21, 22.

Además, hasta las actitudes de la gente reflejarán su nuevo ambiente y los justos procedimientos que lo regirán cuando Dios ‘haga nuevas todas las cosas.’ La confianza y respeto mutuos reinarán, “porque la tierra estará llena del conocer la gloria de Jehová como las aguas mismas cubren el mar.” Este es el único verdadero remedio para las grandes ciudades tan afligidas hoy.—Rev. 21:5; Hab. 2:14.

[Ilustraciones de la página 11]

El reino de Dios limpiará la Tierra de todo vestigio del sistema decadente y la transformará en un paraíso global

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