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¡Despertad! 1984
g84 8/8 págs. 6-9

Los ideales olímpicos en peligro

UNA de las reglas de los juegos olímpicos es que solo atletas aficionados pueden competir. Hasta hace poco, se descalificaba a cualquier atleta que hubiera ganado más de $50 debido a su habilidad atlética.

¡Si esta regla se aplicara a los atletas del día actual, los juegos olímpicos tendrían que ser cancelados! Esta definición anticuada de un aficionado es un remanente de los días en que los juegos atléticos eran el pasatiempo de las personas ricas e independientes.

De acuerdo con cierto informe reciente, Phil Mahre, ganador de una medalla de oro en los juegos olímpicos invernales, dijo que la condición de aficionado “sencillamente no existe en los altos niveles de los deportes”. Como muchos atletas arguyen, ¿quién hoy día puede dedicar la mayor parte de su tiempo a esforzarse por cumplir con las normas olímpicas sin recibir alguna clase de ayuda financiera? Por eso, atletas “aficionados” reciben dinero mediante conductos laberínticos que evitan el supuesto estigma del profesionalismo.

¿Deportividad, o nacionalismo?

Otro ideal olímpico es que la deportividad debería prevalecer sobre el nacionalismo. Se supone que los juegos representen a personas, no a naciones, compitiendo individualmente unas contra otras. Por eso, el Comité Olímpico no designa ninguna “liga” nacional. Pero la prensa y la televisión pronto compensan por tal deficiencia al publicar listas de medallas ganadas por ligas de naciones que los mismísimos medios publicitarios han formado. Como resultado, los juegos quedan impregnados de la política. La prensa los ha convertido en una competencia entre las llamadas naciones capitalistas y las naciones comunistas. Harold Connolly, ex atleta olímpico, dijo que para algunas personas los juegos se han convertido en un “campo de batalla ideológico del deporte”.

En su libro Sports in America, el escritor James Michener dice que “por todos los Estados Unidos se ha estado tratando de forjar una alianza entre los deportes y el nacionalismo. Nuestros líderes políticos han dado estímulo para que los deportes efectúen tres funciones impropias [...] 1) Han pedido que los deportes sirvan de propaganda para apoyar partidos políticos específicos. 2) Han empleado los deportes para apoyar metas militares. 3) Han hecho un flagrante mal uso de los deportes para crear un patriotismo superficial y confuso”. Además, comentó: “Estoy comenzando a sentirme sumamente intranquilo al ver que se pide que los deportes sirvan para promover la política, el militarismo y el patriotismo extravagante”.

¿Ha notado Michener esta misma tendencia en los juegos olímpicos? “En los juegos olímpicos de 1936, Adolfo Hitler llegó a ser la primera persona que explotó los deportes como arma del nacionalismo”, escribe Michener. También cita otros ejemplos de los juegos de 1968 y 1972, y añade: “Los críticos equilibrados comenzaron a advertir que si continuaba este nacionalismo desenfrenado, se tendría que poner paro a los juegos olímpicos”.

¿Son el nacionalismo y el patriotismo de los juegos olímpicos sencillamente una exageración de los medios publicitarios? ¿O se envuelven en realidad en estas cosas los que participan? Las recientes olimpiadas invernales celebradas en Sarajevo, Yugoslavia, tal vez ilustren este punto. Los estadounidenses Charles (Peter) y Maureen (Kitty) Carruthers (hermano y hermana), patinadores sobre hielo, ganaron la medalla de plata. ¿Cómo respondieron? The New York Times informó: “El momento en que se izó la bandera estadounidense —dijo Peter— fue un momento que nunca olvidaré”. “Solo vi izar la bandera —dijo Kitty—, ¡y se veía tan hermosa!”.

Cuando Scott Hamilton, de los Estados Unidos, ganó una medalla de oro en las olimpiadas invernales de Sarajevo, “después de su presentación, tomó una bandera estadounidense de un espectador que estaba en la fila del frente y la hizo ondear a medida que daba una vuelta adicional alrededor de la pista en señal de victoria” (The New York Times del 17 de febrero de 1984). Sí, tanto los atletas como los espectadores a menudo transforman los juegos olímpicos en un despliegue de nacionalismo, usando banderas como el símbolo predominante.

Pero es como lo expresa el escritor deportivo George Vecsey: “Originalmente se suponía que las olimpiadas estuvieran libres del nacionalismo, que dieran a las personas la oportunidad de probar sus destrezas contra los mejores atletas del mundo”. Todo esto ha cambiado. “El atractivo adicional de los juegos olímpicos es el nacionalismo”, añadió Vecsey.

Por supuesto, el patriotismo extremado no afecta a todos los atletas. Se informa que Phil Mahre, estadounidense que ganó una medalla de oro en la competencia del slalom, dijo que no había esquiado por su familia ni por su patria, “sino por mí mismo”. Añadió: “Nunca tuve la intención de ganar algo en el deporte. Estaba aquí para competir. Estaba aquí para ejecutar mi parte según mis habilidades. Participaba en el deporte porque me encantaba”.

Sin embargo, la presión de ganar a toda costa ha aumentado ahora a tal grado que otra influencia insidiosa ha penetrado en los juegos olímpicos... ¡las drogas!

¿Gloria olímpica mediante las drogas?

El criterio de “ganar a toda costa” ha traído ahora la plaga de las drogas a los juegos olímpicos. Por mucho tiempo se ha sabido que en muchos deportes los atletas usan drogas, tales como esteroides anabólicos para desarrollar los músculos, testosterona y otras sustancias para mejorar sus habilidades. Sin embargo, lo que hizo que la situación llegara al colmo fue lo que ocurrió en agosto de 1983, en los juegos panamericanos, cuando 13 atletas estadounidenses se retiraron voluntariamente de la competición. ¿Qué hizo que se retiraran? La descalificación súbita de otros 11 atletas debido a que habían usado drogas cuyo uso era prohibido. El corresponsal de The New York Times describió dichas descalificaciones como “las más arrolladoras de su clase en la historia deportiva internacional”.

El día siguiente el Comité Olímpico de los Estados Unidos, que era responsable por los atletas estadounidenses que participarían en los juegos olímpicos de 1984, ordenó que se hicieran pruebas al azar entre los atletas que calificaban para representar a los Estados Unidos. Cualquiera que, de acuerdo con los hallazgos, hubiera estado usando drogas de modo ilegal sería excluido de la olimpiada de Los Ángeles.

Debido a que el uso de las drogas se ha estado extendiendo en el deporte, se ha construido, a un costo de $1.500.000 (E.U.A.), un centro para hacer pruebas relacionadas con el uso de drogas, el cual está ubicado en el recinto de Los Ángeles de la Universidad de California. Se efectuaron pruebas para garantizar que ningún atleta olímpico tuviera la ventaja artificial de alguna droga cuyo uso estuviera prohibido.

Los juegos olímpicos... ¿“la fuerza social más importante del mundo”?

En 1964, Avery Brundage, quien entonces era presidente del Comité Olímpico Internacional, declaró: “El movimiento olímpico de hoy es tal vez la fuerza social más importante del mundo”. En aquel entonces, dicha opinión era controvertible, y todavía lo sigue siendo. Es tal como lo expresó el veterano periodista deportivo Leonard Koppett en su libro Sports Illusion, Sports Reality: “Los deportes reflejan las condiciones sociales; no las causan. [...] Es más, los deportes son como son debido a la manera como la sociedad los ha moldeado. [...] Cada vez que la sociedad cambia, los deportes cambian [...] los deportes no inician el cambio”.

Como todo lo demás en nuestro mundo moderno, los juegos olímpicos están sujetos a las presiones de los desenvolvimientos del siglo XX... sea en el campo de los grandes negocios, la competición, la violencia o el uso de drogas. Como resultado, muchas personas asociadas con los deportes han estado haciendo preguntas perturbadoras acerca del futuro del movimiento olímpico. ¿Será posible sostener los ideales olímpicos que Coubertin estableció al principio? ¿Pueden dichos juegos seguir siendo realmente para los aficionados en el verdadero sentido de la palabra? ¿Pondrá fin a la era de los falsos aficionados la presión que las grandes empresas ejercen en tantos atletas? ¿Será posible mantener a raya la creciente marea de la política y el nacionalismo? ¿Serán socavados el juego limpio y la deportividad por la filosofía de “ganar a toda costa”? ¿Se realizará el lema olímpico de Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte) mediante pura fuerza y habilidad, o mediante las drogas? Los años subsiguientes deberían suministrar algunas contestaciones.

Para los que practican el cristianismo hay otras preguntas también: ¿Encierran cierto sentimiento religioso los juegos olímpicos? ¿Hay algún conflicto entre éstos y los principios cristianos? ¿Cómo deberían los cristianos considerar la participación en los deportes? ¿Deberían los deportes ser el interés principal de la vida de uno? Le invitamos a leer lo que se considera en el artículo final de esta serie.

[Ilustración en las páginas 8, 9]

¿Serán derrotados los ideales olímpicos por los grandes negocios, las drogas, el nacionalismo y la violencia?

[Recuadro en la página 7]

“No es oro todo lo que reluce”

“Los atletas de las olimpiadas tal vez se esfuercen por años para ganar los codiciados premios, pero el valor de las medallas de oro, plata y bronce que finalmente llevan alrededor del cuello es más simbólico que real”, declaró el periódico The New York Times del 17 de febrero de 1984. Contrario a la creencia general, la medalla de oro no es de oro puro. Este hecho lo descubrió con bastante tristeza Charlie Jewtraw, el primero en ganar una medalla de oro en las primeras olimpiadas invernales de Chamonix, Francia, en 1924. Él es el único sobreviviente de entre los que ganaron una medalla de oro en Chamonix, y declaró recientemente: “En realidad me molestó enterarme de que la medalla no estaba hecha de oro puro. No era el valor lo que me importaba. Lo que me hizo reaccionar así fue el principio que estaba envuelto en el asunto”.

Las medallas de “oro” que se dieron como premios este año en las olimpiadas invernales de Sarajevo de hecho contenían 4,3 onzas de plata con una capa de 0,21 onza de oro puro. ¿Cuál es su valor comercial? Aproximadamente $120 (E.U.A.) cada una. Si cada medalla hubiera estado hecha de oro puro, su valor habría sido más de diez veces mayor.

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