BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g85 8/10 págs. 16-20
  • Del desconsuelo a la esperanza

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Del desconsuelo a la esperanza
  • ¡Despertad! 1985
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Huyen para salvar la vida
  • Cuando muere un ser amado
  • Una brillante luz de esperanza
  • “Está ahondando demasiado”
  • Del duelo a la esperanza
  • Anuario de los testigos de Jehová para 1989
    Anuario de los testigos de Jehová para 1989
  • Escojo entre dos padres
    ¡Despertad! 1998
  • Anuario de los testigos de Jehová para 1986
    Anuario de los testigos de Jehová para 1986
  • Anuario de los testigos de Jehová para 1976
    Anuario de los testigos de Jehová para 1976
Ver más
¡Despertad! 1985
g85 8/10 págs. 16-20

Del desconsuelo a la esperanza

“Esta junta de directores, en nombre de todos sus miembros y asociados, desea expresar su más sentido pésame por la muerte de su madre. Las cualidades que poseía, su intensa convicción y fe nos impelen a ofrecerle de todo corazón nuestros sentimientos de solidaridad.”

ESTAS bondadosas palabras formaban parte de una carta de condolencia que recibí después que murió mi madre. La carta la había enviado un grupo de caballeros católicos de la parroquia de San Juan el Evangelista, Casa Verde, São Paulo, Brasil. Sin embargo, mamá fue testigo de Jehová hasta que murió en mayo de 1966. Incluso esos caballeros católicos tuvieron que reconocer el celo incansable con el cual mi madre sirvió a su Creador.

Huyen para salvar la vida

Mamá era armenia. Aunque los armenios estuvieron bajo la dominación turca por muchos siglos, se mantuvieron separados, pues afirman ser cristianos. Pero los turcos son musulmanes.

En Stanoz, pueblo cerca de Ankara, Turquía, mamá y su familia habían vivido una vida apacible. Pero en 1915, de la noche a la mañana, las cosas cambiaron para el pueblo armenio. Un decreto repentino del gobierno turco mandó a los armenios que entregaran todo instrumento que se pudiera usar como arma, como cuchillos e instrumentos de labranza. Después los soldados turcos fueron enviados para sacar de sus hogares a todos los hombres fuertes y sanos. Se llevaron a muchos de los varones de la familia de mamá, incluso a su padre, los cuales nunca habrían de volver a casa. Se supo después que habían sido decapitados o apaleados hasta morir.

Así que mi abuela quedó sola a cargo de su madre anciana y sus cinco hijos, entre los cuales figuraba mi madre. Entonces llegó el día en que todos tuvieron que huir, pues les echaron gasolina a sus casas y se quemó todo el pueblo. La gente se dio a la fuga y dejó atrás casi todo. Mamá dijo que en medio de la confusión olvidaron soltar la vaca, y pudieron oír sus gemidos de agonía por largo tiempo. Por varios días, las nubes de humo negro oscurecieron el cielo.

Como refugiados, se mudaron de un país a otro hasta que llegaron a Francia. Con el tiempo mamá conoció a mi padre allí, y en 1925 se casaron. Durante los años subsiguientes tuvieron un hijo y cuatro hijas. Papá también era armenio, de Cesarea (Kayseri), Asia Menor. Su familia había sufrido experiencias aun más horribles, pues se les obligó a abandonar su hogar y vivir en el exilio o, como lo llamaban ellos, aksor (éxodo forzado). Así que la gente tuvo que dejar todo y dirigirse al desierto, donde muchos de ellos murieron de hambre o enfermedad, o fueron masacrados.

El número del 23 de agosto de 1982 de la revista Time declaró: “En 1915 el Ministro del Interior, Talaat Pasha, comunicó a los líderes locales la decisión de comenzar el genocidio. En uno de sus edictos declaró que el gobierno había decidido ‘destruir completamente a todos los armenios que viven en Turquía. Se tiene que poner fin a su existencia, sin importar cuán criminales sean las medidas que se tomen, y sin hacer caso de la edad, el sexo ni los escrúpulos de conciencia’”.

¡Qué maravilloso será cuando, bajo el Reino de Dios, no haya más odio ni guerras, y se restaure el Paraíso sobre toda la Tierra! Entonces los armenios, los turcos y la gente de todas las naciones vivirán juntos en paz para siempre.

Pero permítame explicarle cómo llegamos a saber de esta maravillosa esperanza mi familia y yo.

Cuando muere un ser amado

En 1938, cuando yo tenía solo ocho años de edad, nuestra familia se mudó a Brasil. Nuestra familia decidió vivir en la ciudad de São Paulo, centro comercial grande. En esta comenzamos a prosperar materialmente con la producción del torrão, un dulce hecho de cacahuetes o maníes, el cual tenía mucha demanda.

Teníamos planes de ampliar la fábrica. Entonces, súbitamente, mi hermano, que entonces tenía 20 años de edad, enfermó de endocarditis bacteriana. Los médicos le dijeron que viviría solo unos cuantos meses, pero dijeron que podían experimentar con la penicilina, que para aquel entonces era algo nuevo. No obstante, la fiebre persistió. Al poco tiempo desarrollaron la estreptomicina. Creíamos que esta sería la droga milagrosa. Desgraciadamente, parece que mi hermano era alérgico a ella; la temperatura le subió a 40 grados centígrados (104 °F) y le dolía muchísimo la cabeza.

Nos pusimos en comunicación con un médico de los Estados Unidos, y él nos habló de una nueva medicina que se podía usar en combinación con la penicilina. Nos la envió por correo aéreo. Cuando estábamos a punto de salir precipitadamente con ella para el hospital, recibimos una llamada telefónica en la que se nos dijo que mi hermano había muerto. Tenía 22 años de edad. Llorábamos día y noche, y no había quien nos consolara.

Una brillante luz de esperanza

En su profunda desesperación, mi madre empezó a leer la Biblia y las publicaciones de la Watch Tower que papá había obtenido en el transcurso de los años. Nos suplicó a nosotras, sus hijas, que las leyéramos también. Papá lo había hecho, y decía que habría una resurrección de los muertos. Aquello despertó nuestro interés. Mis tres hermanas comenzaron a leer aquellas publicaciones. En cuanto a mí, yo quería leer solamente la Biblia, puesto que no quería que influyera en mí ninguna religión.

Recordé una conversación que había tenido con mi hermano antes que muriera. Dijo que si había vida después de la muerte, él se pondría en contacto conmigo. Sin embargo, después de su muerte nunca me había dado ninguna señal de que estuviera vivo en alguna parte. Por eso, cuando leí en Eclesiastés 9:5 que ‘los muertos no están conscientes de nada en absoluto’, supe que mi hermano no estaba vivo en ninguna parte. Además, ¡qué consolador fue leer las siguientes palabras de Jesús: “Todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán”! (Juan 5:28, 29.) Pero cuando leí Revelación 20:5, me pregunté qué significaba. Este dice: “Los demás de los muertos no llegaron a vivir sino hasta que fueron terminados los mil años”.

“No significa que los muertos no saldrán de las tumbas antes que hayan terminado los mil años”, dijo mi hermana mayor.

“¿Dónde aprendiste eso?”, pregunté.

“En esos libros que no quisiste leer.”

“¿En cuál de ellos?”

Ella no pudo recordar. Así que empecé a leerlos uno por uno, ¡y teníamos más de una docena! A veces leía toda la noche para hallar la explicación de Revelación 20:5. ¡Cuánto me había perdido por no haber querido leer aquellos libros de la Watch Tower!

Estuvimos a punto de enviar una carta pidiendo el segundo tomo del libro Luz, que trata sobre Revelación, y otras publicaciones, cuando un Testigo vino a nuestra casa. Dijo que podíamos obtener esos libros en el Salón del Reino de los testigos de Jehová y nos invitó a la reunión. Decidimos asistir. Después de la reunión, los Testigos amorosamente se quedaron hablando con nosotros hasta la medianoche y contestando las preguntas que teníamos sobre la resurrección.

Nos explicaron que los muertos que se mencionan en Revelación 20:5 serán resucitados durante el Reinado Milenario de Cristo, pero no se les concederá vida eterna sino hasta que se hayan probado fieles en la prueba final al terminar los mil años. La promesa de la resurrección era ahora como una luz brillante de esperanza.

“Está ahondando demasiado”

Aquel mismo fin de semana, mientras todavía estábamos de duelo por la muerte de nuestro hermano, empezamos a predicar de casa en casa. Nuestra abuela había sobrevivido a la II Guerra Mundial y había venido de Francia a vivir con nosotros. Era protestante. Cuando le mostré la gran diferencia entre su religión y lo que dice la Biblia, ella dijo: “¿Por qué no hablas con el pastor de mi iglesia?”. El pastor aceptó hablar con nosotras e hizo una cita para que lo visitáramos en su casa.

“¿En qué sentido es Jesús nuestro Salvador?”, le pregunté primero.

“Nos salva de nuestros pecados, y vamos al cielo después de morir”, contestó él.

“¿Y qué hay de los que no se salvan?”

“Van al infierno.”

“¿Adónde fueron las personas fieles que vivieron antes que Jesús viniera a la Tierra, como Abrahán y David?”

“Al cielo.”

“¿Y adónde iban los infieles antes de la muerte de Jesús?”

“Al infierno.”

“Entonces, ¿en qué sentido es Jesús Salvador si antes de su muerte la gente buena iba al cielo y la gente mala iba al infierno, y después de su muerte sacrificatoria es lo mismo? ¿Y adónde fueron las personas que nunca oyeron de Jesús? ¿Pueden ir al cielo sin Cristo? De ser así, ¿por qué predicarles acerca de Cristo? ¿O fueron al infierno de fuego sin haber siquiera oído el nombre de Jesús? En tal caso, Jesús no vino a salvarlas a ellas también. ¿No es Jesús el Salvador del mundo?”

“Está ahondando demasiado —contestó el pastor—. Usted no necesita estudiar la Biblia tan a fondo. Yo mismo no la estudio mucho. Todo lo que tiene que hacer es ser honrada, llevar una vida buena y ser respetuosa. Entonces tendrá su recompensa, dondequiera que sea.”

“¿Quiere decir que la Biblia es solo un libro de buenos principios morales y buenos modales? —le pregunté—. ¡Aun la gente que no cree en Dios sabe que debería comportarse así!”

Yo solo tenía 18 años de edad entonces, y él era un pastor armenio anciano de pelo blanco. Mi abuela nunca volvió a la iglesia protestante después de eso. Se hizo Testigo, y nos bautizamos juntas el 22 de agosto de 1948, simbolizando así la dedicación de nuestra vida a Jehová.

Del duelo a la esperanza

Mamá, mis hermanas y yo, que solíamos llorar al recordar los tristes sucesos de nuestra familia, estábamos ahora hablando gozosamente a otras personas sobre el Nuevo Orden y la esperanza de la resurrección. Con una esperanza tan incomparable, ¿qué deberíamos hacer? ¿Volver a nuestro empleo seglar y encargarnos de nuestro negocio de dulces? ¿Debería hacerme pianista de concierto, conforme a mi meta? ¿O debería hacerme proclamadora de tiempo completo de las buenas nuevas del Reino de Dios?

No había lugar a duda. Un mes después de asistir por primera vez a una asamblea grande de los testigos de Jehová en 1948, me hice precursora regular (evangelizadora de tiempo completo), y poco después mis tres hermanas se hicieron también precursoras. ¡Qué modo de vida tan remunerador ha sido este!

En 1953 se me extendió un nuevo privilegio, cuando se me invitó a asistir a la clase 22 de la Escuela de Galaad, donde los testigos de Jehová se preparan para ser misioneros. Pero mamá no estaba muy bien de salud. Cierto día, cuando ella y yo estábamos a solas, le dije: “Mamá, si Jehová te pidiera hacer lo que le pidió a Abrahán que hiciera, ofrecer a su único hijo, Isaac, como sacrificio, ¿qué dirías?”.

Vaciló, y después de un rato contestó: “No podría decir que no a Jehová”.

“Supón que Él te pidiera algo mucho más fácil —pasé a decir—, es decir, que dejes que una de tus hijas sea misionera en cualquier parte del mundo. ¿La dejarías ir?”

Ella dijo que sí. Entonces le dije que me iba para recibir entrenamiento como misionera. Mi hermana mayor, Siranouche, se quedó a cargo de nuestros padres.

Después que terminé el curso en la Escuela de Galaad, me asignaron de nuevo a Brasil y serví casi dos años en Lages, Santa Catarina, donde solo había dos Testigos, y vi formarse una nueva congregación. Entonces, en 1956, se me ofreció un privilegio que he apreciado muchísimo: el de trabajar en la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Brasil, donde he estado sirviendo desde entonces. Mamá nunca me pidió que regresara a casa, aun cuando quedó viuda en 1962 y no tenía mucho con qué mantenerse. Se conformaba con poco, y me escribía cartas muy animadoras.

Después que yo había estado sirviendo por 20 años en la sucursal, una de mis hermanas, Vehanouch, que había asistido a la clase 33 de Galaad, también vino a trabajar en la sucursal. Ahora trabajamos juntas como traductoras y lectoras de prueba.

Mis otras dos hermanas también han seguido en el ministerio de tiempo completo. Gulemia, la menor, empezó a servir de precursora regular en 1949, a la edad de 14 años, y desde 1960 ha sido precursora especial (servicio en que se dedican 140 horas al mes a la obra de predicar). En 1966, después de la muerte de mi madre, mi hermana mayor, Siranouche, se hizo precursora especial y compañera de Gulemia. Actualmente sirven en un pueblecito llamado Caconde, en el corazón de las montañas, en el estado de São Paulo.

Ninguna otra obra pudiera habernos dado más gozo que la de proclamar el Reino de Dios. Agradecemos a Jehová y a Cristo el que nos hayan utilizado como si hubiésemos sido las ‘cuatro hijas de Felipe’. (Hechos 21:9.) Las cuatro hemos tenido el privilegio de ayudar a unas 400 personas a hallar este mismo gozo. Hemos visto aumentar la cantidad de Testigos aquí en Brasil de 1.300 a más de 170.000.

De interés muy especial para nosotras fue lo que vimos en el Estadio Olímpico de Munich, Alemania, en 1978, en la sección turca de la Asamblea Internacional “Fe Victoriosa”. Fue algo que nos conmovió profundamente... ¡armenios y turcos estaban sentados juntos en paz y verdadero amor, escuchando el consejo bíblico! Después que terminó la sesión del día, ¿quién cree usted que ofreció llevarnos en su automóvil a nuestro alojamiento? ¡Pues un Testigo turco! Sí, ¡Jehová obra milagros!

¡Cuántos más motivos de gozo podemos tener si seguimos fieles a nuestro amoroso Creador! ¡Entonces veremos el triunfo de su Reino y estaremos presentes para dar la bienvenida a nuestros seres amados en la resurrección!—Según lo relató Hosa Yazedjian.

[Comentario en la página 16]

Se llevaron a muchos de los varones de la familia de mamá, y nunca más se habría de volver a oír de ellos

[Comentario en la página 17]

‘Se tiene que poner fin a su existencia sin hacer caso de los escrúpulos de conciencia’

[Comentario en la página 17]

Puesto que no quería que influyera en mí ninguna religión, no quise leer la literatura de los testigos de Jehová

[Comentario en la página 20]

¡Armenios y turcos estaban sentados juntos en paz y amor, escuchando el consejo bíblico!

[Fotografías en la página 18]

Hosa Yazedjian en las oficinas centrales de la Watch Tower en Brasil, donde ella trabaja

    Publicaciones en español (1950-2023)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • Español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2023 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir