Llegué a apreciar la verdadera sabiduría
CUANDO era pequeño, un monje budista se fijó en mí y sugirió que mi nombre debería ser Panya, que en el idioma tai significa “intelecto” o “sabiduría”. Puesto que mis padres eran budistas devotos, estuvieron muy dispuestos a hacerle caso y cambiarme el nombre.
En Tailandia, el país donde nací hace sesenta años, el 90% de la gente profesa ser budista. El budismo se fundó hace unos dos mil quinientos años en la India, y posteriormente se propagó a muchos lugares de Asia. Ofrece una esperanza de algo mejor, libertad del sufrimiento, que supuestamente puede obtenerse por medio del esfuerzo personal.
Según el budismo, la situación actual en la vida de uno se considera el resultado de actos (karma) realizados en la vida actual y en existencias anteriores. Se cree que la causa de todo sufrimiento es el deseo, de manera que se intenta eliminarlo por completo. Llegar a ello podría exigir muchas existencias, o reencarnaciones, hasta que uno haya superado el ciclo de renacimientos y pasado a un estado llamado nirvana, que para muchos significa la no existencia.
Gautama Buda afirmaba haber encontrado la verdad a través de su “iluminación”, y los budistas creen que el seguir sus enseñanzas es la senda de la sabiduría.
Mi infancia en Tailandia
Nací en Bangkok, la capital de Tailandia. Durante los diez años que precedieron a la segunda guerra mundial, la vida en la ciudad era mucho más tranquila que en la ajetreada metrópoli en la que Bangkok se ha convertido hoy. Por aquel entonces, los típicos carros de dos ruedas tirados por un hombre (rickshas), los carros de caballos y los triciclos a pedales eran medios comunes de transporte, aunque también había tranvías y autobuses. En los canales, o klongs, el transporte se hacía en barcas.
Durante algunos años, mi familia vivió junto a un canal en una casa construida sobre pilotes. En aquella parte de la ciudad, la vida de la gente giraba en gran medida en torno al agua. El klong servía para bañarse y para lavar los platos y la ropa. Llegaban botes directamente hasta la puerta para vender toda clase de comida y mercancías. Hasta el correo nos llegaba en barca. En aquel clima caluroso y húmedo, a los niños nos gustaba nadar, bucear y jugar en el agua.
Cuando tenía seis años, empecé a asistir a la escuela. La educación elemental era obligatoria, de forma que la mayoría de los niños de la ciudad teníamos que ir a la escuela. Se enseñaba a los niños y niñas en clases separadas, de manera que había muy poco contacto con el sexo opuesto. El concertar citas era una costumbre prácticamente desconocida.
Me gustaba practicar deporte, especialmente fútbol y boxeo tailandés, un singular arte marcial que se originó hace cientos de años. A los contrincantes se les permite golpearse no solo con los puños (enfundados en unos guantes), sino también con los pies desnudos, las piernas, las rodillas y los codos. Cuando mi madre se enteró de mi entusiasmo por este peligroso deporte, me prohibió que continuara practicándolo. Así que desde entonces me dediqué al culturismo.
Cuando era joven, en el templo se celebraban ferias que suministraban entretenimiento del que disfrutábamos todos los tailandeses, tanto jóvenes como mayores. Estas ferias se relacionaban con festividades religiosas, y recaudaban fondos para el mantenimiento del templo. Allí se congregaban bulliciosas muchedumbres, y también acudían vendedores, que levantaban sus puestos para vender toda clase de comida y chucherías en los alrededores del templo.
El espectáculo teatral más popular de las ferias era el likay, una representación folclórica con música en vivo y diálogos improvisados. Los personajes se ataviaban con atuendos de vivos colores y aparecían completamente maquillados con polvos y carmín. Tenían al público riéndose continuamente hasta las primeras horas de la madrugada. En la actualidad, aquellas actuaciones en vivo frecuentemente se sustituyen con películas al aire libre.
Primeras influencias religiosas
Al comenzar cada día de clase, había una ceremonia de izar la bandera, y cantábamos el himno nacional. Después, la clase pronunciaba una oración en pali, el idioma religioso del budismo. Nuestro programa de estudios incluía los conceptos básicos de la ética y la moral budistas; pero por lo demás, no recibíamos mucha instrucción religiosa.
En casi todos los hogares budistas, hay un pequeño altar con una imagen de Buda, que se usa todos los días para orar y meditar. Ahí se encienden velas y se quema incienso. Las familias de origen chino generalmente tienen más altares para adorar a sus antepasados o para apaciguar a diversos espíritus y deidades.
Puesto que opinan que hay algo bueno en todas las religiones, los budistas en seguida adoptan e incorporan ideas y prácticas que les parecen buenas y que creen que pueden ayudarles de alguna manera. Como resultado, muchos tailandeses no solo adoran en el templo budista, sino que también acuden a uno o varios de los numerosos santuarios chinos y bramanes.
Aunque nuestra familia no era particularmente religiosa, la influencia de la religión estaba siempre presente en nuestra vida. Por ejemplo: poco después del alba, monjes con la cabeza totalmente rapada y vestidos con hábitos de color azafrán hacían visitas diarias para pedir limosna. Andaban descalzos por los caminos o remaban una barca por el klong, parando para que las amas de casa depositaran arroz u otros alimentos en sus tazones de limosna.
Desde muy temprana edad, se me enseñó a respetar a los monjes budistas por haber adoptado un modo de vida en imitación de Buda. Se les debía considerar poseedores de gran sabiduría, y se nos estimulaba a tener en alta estima su opinión y consejo.
Durante la segunda guerra mundial, Bangkok sufrió bombardeos aéreos. De manera que mi madre me llevó con unos parientes suyos que vivían en una de las provincias. Puesto que el templo local, o wat, se encontraba cerca, llegué a estar bien familiarizado con los monjes. Algunos de ellos hacían y distribuían amuletos budistas. En las paredes de la vieja capilla, había millares de pequeñísimas imágenes de Buda hechas de plomo fundido. Algunos de los muchachos ayudábamos a limpiarlas. Entonces, los monjes inscribían en ellas algunos antiguos caracteres en el idioma khmer y decían encantamientos para que las imágenes se convirtieran en potentes amuletos de buena suerte.
Me fascinaba pensar que con solo llevar una imagen de Buda alrededor del cuello uno podía protegerse de cualquier daño y asegurar su buena suerte. De forma que comencé a coleccionar amuletos. Estuve con los monjes en el wat por unos meses, y durante ese tiempo, me introdujeron en la meditación, la adivinación y otras prácticas espiritistas.
Aunque menos del uno por ciento de la población de Tailandia profesa el catolicismo o el protestantismo, había oído que los cristianos creían que una persona llamada Jesús era Dios, y que los católicos adoraban a la ‘Madre de Dios’. Pero aquellas creencias me parecían ilógicas. ¿Cómo podía alguien que murió en una cruz haber creado el mundo? No consideraba que eso pudiera ser verdadera sabiduría.
Un accidente cambia mi vida
Después de la guerra, concentré mis esfuerzos en obtener una buena educación académica y encontrar un trabajo bien remunerado. Finalmente me gradué de la Escuela de Comercio y comencé a trabajar para una compañía extranjera en Bangkok. Cierta mañana de 1959, mientras me dirigía al trabajo, no me pude agarrar bien a la barra del autobús; como consecuencia, me caí hacia atrás y me golpeé la cabeza contra el pavimento. Tanto los pasajeros como los peatones gritaron al conductor que parara, pero cuando él se apartó a un lado de la calzada, las enormes ruedas traseras del autobús pasaron por encima de la parte inferior de mi cuerpo. Me había roto la columna vertebral y varias costillas.
Siete meses después, cuando dejé el hospital, estaba paralizado de cintura para abajo. Pensar que no podía caminar hacía que me sintiera desesperado. Puesto que los médicos no me dieron ninguna esperanza de recuperación, quise intentarlo por otros medios. Mi madre me llevó al interior del país, donde visité muchos monasterios, “clínicas” y otros lugares donde la gente aseguraba que se realizaban curaciones. Como me relacioné con diferentes curanderos, sanadores y médium espiritistas, empecé a estudiar sus métodos. Adquirí libros sobre artes mágicas y adivinación, y comencé a practicar estas cosas.
Mi encuentro con la verdadera sabiduría
Tras una estancia de cuatro años en el interior del país, volví a Bangkok. Mi salud no había mejorado, pero había emprendido una nueva profesión. Gente de todas las edades venía y me pedía que predijera su futuro. También hacía ciertos tipos de amuletos de la buena suerte, algunos de los cuales vendí gracias a la ayuda de un monje.
Entonces, cierto día de 1968 me visitó un misionero canadiense de los testigos de Jehová. Cuando habló acerca de Jesucristo, supuse que los Testigos no eran más que otra de las muchas religiones “cristianas” hacia las que sentía aversión. No fue sino hasta seis años después que comencé a estudiar la Biblia seriamente con una pareja de Testigos.
Lo que especialmente cautivó mi interés fue la profecía bíblica. Cuando se me mostraron las profecías del libro bíblico de Daniel, en especial sus Da capítulos 7 y 8, así como la detallada descripción que dio Jesús de los acontecimientos y situaciones que vemos hoy, supe que ningún adivino podría haber predicho cosas como aquellas. (Mateo, capítulo 24.) Más tarde, cuando aprendí la razón de que las condiciones actuales sean diferentes del propósito original del Creador y que Él ha hecho provisión para deshacer el daño que han causado los que lo rechazan a Él y a su soberanía, fue como si se me hubiera quitado una venda de los ojos.
Todo lo que vi en el mensaje de la Biblia armonizaba; las piezas del “rompecabezas” encajaban a la perfección. La sabiduría humana que tanto había valorado me enseñó a considerar a Dios como de poca importancia en nuestra vida. Pero en vista de la evidencia incuestionable, era obvio que no podía dejar a Dios fuera del cuadro. Por medio de la Biblia, llegué a apreciar que “el temor de Jehová [el Dios Todopoderoso] es el comienzo de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es lo que el entendimiento es”. (Proverbios 9:10.)
Las bendiciones de la verdadera sabiduría
Cuando me convencí de que Jehová era el Dios verdadero y de que la Biblia era su Palabra, mi perspectiva de las cosas cambió drásticamente. Seguí el ejemplo de los primeros cristianos y me deshice de todos mis libros sobre artes mágicas, así como de centenares de imágenes religiosas y amuletos que había acumulado a través de los años. (Hechos 19:18, 19.)
El temor de Dios y el conocimiento exacto acerca de Él produjeron en mí otro efecto beneficioso: llegué a amar a Jehová como persona. El aprecio por su bondad y por el amor que ha mostrado a la humanidad hizo que dedicara mi vida a Él y me bautizara en 1975. Mi relación personal con Jehová también me motivó a practicar lo que sabía que era correcto. Estaba deseoso de hablar a otros acerca de las buenas nuevas que había aprendido.
Cuando ayudo a otros a entender la diferencia entre la sabiduría humana y la divina, mi experiencia pasada me sirve de gran utilidad. He tenido el privilegio de ayudar a varias personas a seguir el proceder de la sabiduría verdadera y a declararse a favor de Jehová. Una de ellas ha sido mi madre, que se bautizó como testigo de Jehová a la edad de noventa y cuatro años.
Ciertamente, la verdadera sabiduría ha cambiado mi vida. Ya no ando a tientas en la oscuridad para saber cuál es la causa del sufrimiento ni sigo buscando el verdadero significado de la vida. Ahora tengo la respuesta a las preguntas que antes me desconcertaban. Mi vida, pese a que estoy impedido, tiene propósito. Tengo la esperanza y el deseo de vivir para siempre. ¿No es verdadera sabiduría seguir un proceder que trae felicidad y da significado a la vida ahora, y que además ofrece un futuro tan extraordinario? ¡Qué contento estoy de haber llegado a apreciar esta clase de sabiduría!—Según lo relató Panya Chayakul.a
[Nota a pie de página]
a Justo antes de que este número de ¡Despertad! entrara en prensas, recibimos el siguiente mensaje de Tailandia: “El hermano Panya Chayakul falleció recientemente debido a una infección postoperatoria tras serle amputada una pierna. Fiel hasta el final, rechazó una transfusión de sangre”.
[Fotografía de Panya Chayakul en la página 24]
[Fotografía en la página 25]
Los budistas creen que apoyar a los monjes les aporta méritos
[Fotografía en la página 26]
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