El Holocausto: ¿víctimas, o mártires?
¿POR qué distinguir entre víctimas y mártires? Porque todos los que sufrieron como resultado del Holocausto fueron víctimas, pero solo unos pocos fueron mártires en el sentido estricto de la palabra. ¿Qué diferencia hay?
Se considera una víctima a la “persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita”. Normalmente las víctimas no tienen alternativa.
Se llama mártir a la “persona que padece martirio en defensa de su religión” y, por extensión, a la “que muere o padece mucho en defensa de sus opiniones”. (Diccionario enciclopédico Espasa 1.) Por consiguiente, la diferencia radica en que una persona es una víctima involuntariamente, mientras que el mártir sufre en defensa de algo, y podría evitar ese sufrimiento.
Tres tipos de víctimas
En una conferencia sobre las víctimas no judías de los nazis, el doctor Gordon Zahn, de la universidad de Massachusetts, dividió a las víctimas de los nazis en tres categorías: 1) los que sufrieron por lo que eran: judíos, eslavos, gitanos; 2) los que sufrieron por lo que hicieron: homosexuales, activistas políticos y otros opositores al régimen; 3) los que sufrieron por lo que rehusaron hacer: objetores de conciencia, testigos de Jehová y otros.
Millones de judíos sufrieron y murieron simplemente porque eran de raza judía. Para los partidarios de Hitler, poco importaba que fueran ortodoxos o ateos, todos fueron condenados a la “solución final”, o exterminio, como se llamaba el método que utilizaba Hitler para librar a Europa de los judíos. De igual manera, los eslavos —para la cruzada de Hitler, principalmente los polacos, rusos y ucranios— fueron condenados tan solo por ser eslavos, ‘una raza inferior’ en comparación con la estirpe “suprema” aria.
Sin embargo, el caso de los testigos de Jehová europeos era distinto. Provenían de muchas nacionalidades, pero se les consideró erróneamente una amenaza pacifista al régimen nacionalsocialista alemán debido a que adoptaban la posición cristiana de neutralidad y rehusaban incorporarse al esfuerzo bélico de cualquier nación. Hitler los llamó una ‘cría que debe ser exterminada’. ¿Cuán extendida estaba esta “cría”? Y ¿fue exterminada?
Una “minúscula secta” representa una amenaza para los nazis
En la conferencia antes mencionada, la doctora Christine King presentó algunos hechos sobre los Testigos de la Alemania nazi. Dijo: “A primera vista, sorprende que esta minúscula secta —20.000 en una población de 65 millones, de los que 20 millones eran católicos romanos y 40 millones eran protestantes— captara la atención de las autoridades. Pero cuando se tiene en cuenta sus fuertes conexiones americanas, sus aspiraciones internacionales y lo que se interpretaba como tendencias comunistas y sionistas, inmediatamente llega a ser obvio que no podían ser tolerados”. Por supuesto, los testigos de Jehová no eran ni comunistas ni sionistas, sino que se mantenían neutrales en cuestiones políticas y raciales. Sin embargo, los nazis no lo entendieron.
La campaña nazi contra los Testigos comenzó en 1933, cuando Hitler subió al poder. En 1934, después de recibir telegramas de protesta de Testigos de todo el mundo, Hitler, en un estallido de cólera, gritó: “¡Esta cría será exterminada de Alemania!”. La persecución de los Testigos aumentó.
En su libro Anatomy of the SS State, Helmut Krausnick y Martin Broszat dicen: “Otra categoría de presos en prisión preventiva que después de 1935 constituyó un grupo sustancial de reclusos en los campos de concentración, salió de entre las filas de los Internationale Vereinigung der Ernsten Bibelforscher [testigos de Jehová]. En 1933, el Tercer Reich disolvió la organización y la ley prohibió que los testigos de Jehová hiciesen cualquier forma de proselitismo o propaganda, pues a la organización se la consideraba principalmente un instrumento de actividad pacifista”.
“En febrero de 1936 se cursó la orden de que todos los anteriores dirigentes de los Internationale Bibelforschervereinigung (I.B.V.) [testigos de Jehová] deberían ser puestos en prisión preventiva ‘por un período de hasta dos meses’. A mediados de mayo de 1937 se adoptaron otras medidas. La Gestapo ordenó lo siguiente: Toda persona que de alguna forma apoye los fines de los ilegales I.B.V. o la unidad de sus seguidores será puesta en prisión preventiva y llevada inmediatamente a los tribunales para que se dicte una orden judicial de detención.” En la mayoría de los casos, esta “prisión preventiva” terminó en el traslado a un campo de concentración.
Además, los autores también comentan que “en 1937-1938 la inmensa mayoría de los reclusos de Dachau eran presos políticos, mientras que en Sachsenhausen, incluso en aquellos días, había una cantidad igualmente grande de elementos llamados antisociales: homosexuales, testigos de Jehová y delincuentes habituales”.
La segunda guerra mundial y la neutralidad
Cuando en 1939 estalló la guerra entre Alemania y los aliados —Gran Bretaña y Francia—, la situación empeoró para los Testigos. ¿Qué sucedió?
August Dickmann, joven de veintitrés años de Dinslaken, fue uno de los aproximadamente seiscientos Testigos que se hallaban presos en Sachsenhausen en 1939.a Cuando estalló la guerra en el mes de septiembre, Baranowsky, comandante del campo, vio una oportunidad para quebrantar la voluntad de los Testigos. August rehusó incorporarse al ejército, y Baranowsky solicitó el permiso de Himmler para ejecutar al joven delante de todos los demás reclusos, pues estaba convencido de que muchos Testigos renunciarían a su fe si presenciaban una ejecución. Tres hombres de las SS fusilaron a Dickmann, que estaba colocado de espaldas, y un oficial de las SS lo remató con un disparo de revólver en la cabeza.
Un testigo ocular, Gustav Auschner, informó más tarde: “Fusilaron a Dickmann y nos dijeron que nos harían lo mismo a todos si no firmábamos la declaración de renuncia a nuestra fe. Nos llevarían a la cantera de arena en grupos de treinta o cuarenta y nos fusilarían a todos. Al día siguiente, las SS nos trajeron a cada uno un papel para que lo firmáramos si no queríamos ser fusilados. Deberían haber visto sus caras cuando salieron sin una sola firma. Habían esperado atemorizarnos con la ejecución pública, pero el temor de desagradar a Jehová era superior al temor que pudiésemos tener a sus balas. Ya no fusilaron en público a nadie más”.
El 6 de septiembre de 1939 se produjo una situación similar en el campo de Buchenwald. Un oficial nazi llamado Rödl dijo a los Testigos: “Si alguno de ustedes rehúsa luchar contra Francia e Inglaterra, ¡todos morirán!”. Fue un momento de prueba. Dos compañías de las SS estaban esperando con todas sus armas en la caseta. Sin embargo, “ni un solo testigo de Jehová respondió al llamamiento del oficial de luchar por Alemania. Hubo un breve silencio, y entonces se oyó una orden repentina: ‘¡Manos arriba! ¡Vacíen sus bolsillos!’”, informa Eugen Kogon en The Theory and Practice of Hell (La teoría y la práctica del infierno). ¿Los fusilaron? No, los hombres de las SS los agredieron y les robaron, y luego recibieron la horrible asignación de trabajar en las canteras. Además, se les negó todo tipo de tratamiento hospitalario.
La doctora King, de la que ya citamos anteriormente, explicó: “Para sorpresa de los nazis, los Testigos no podían ser eliminados. Cuanto más se les oprimía, más se afianzaban en su posición, y su resistencia se endurecía como el diamante. Hitler los condujo a una batalla a vida o muerte, y mantuvieron su fe. Los Testigos, identificados con un triángulo púrpura en la manga, formaron fuertes redes en los campos; su experiencia es una fuente de investigación valiosa para todos los que estudian la supervivencia bajo tensión extrema, pues, efectivamente, sobrevivieron”.
Anna Pawelczyńska, superviviente de Auschwitz, escribió lo siguiente en su libro Values and Violence in Auschwitz: “En comparación con la enorme comunidad de Auschwitz, los testigos de Jehová no constituían más que un grupito minúsculo que no llamaba la atención [...]. No obstante, el color [púrpura] de su distintivo triangular sobresalía tanto en el campo, que el hecho de que fuesen pocos no refleja su verdadera fuerza. Este grupito de prisioneros constituía una sólida fuerza ideológica, y ganó su batalla contra el nazismo. El grupo alemán de esta secta había sido una pequeña isla de resistencia infatigable en el seno de una nación aterrorizada, y fue con ese mismo espíritu impávido que funcionaron en el campo de Auschwitz”. Después añade: “Todos sabían que ningún testigo de Jehová llevaría a cabo un mandato que fuese en contra de sus creencias y convicciones religiosas”.
Un sobresaliente ejemplo a este respecto lo suministra la familia Kusserow, de Bad Lippspringe (Alemania). Franz e Hilda tenían once hijos: seis varones y cinco mujeres. Bajo el régimen nazi, doce de los trece miembros de esta familia fueron sentenciados a un total de sesenta y cinco años en prisiones y campos de concentración. En 1940, a la edad de veinticinco años, Wilhelm fue fusilado por ser objetor de conciencia. Dos años más tarde, su hermano Wolfgang, quien para entonces solo tenía veinte años, fue decapitado en la penitenciaría de Brandeburgo por la misma razón. En 1946, a los veintiocho años, el hermano Karl-Heinz murió de tuberculosis después de regresar, ya enfermo, de Dachau. Los padres y las hijas cumplieron diferentes períodos de reclusión en prisiones y campos de concentración. (Si se desea leer un relato detallado sobre esta sobresaliente familia de mártires, véase La Atalaya del 1 de septiembre de 1985, páginas 10-15.)
Eugen Kogon comenta lo siguiente en su libro The Theory and Practice of Hell: “No se puede evitar tener la impresión de que, desde un punto de vista psicológico, las SS nunca pudieron hacer frente al desafío que representaban los testigos de Jehová”.
Si este minúsculo grupito de Testigos cristianos, basándose en sus creencias bíblicas, pudo resistir a Hitler, es obligado preguntarse: ¿por qué fracasaron en este respecto los millones de protestantes y católicos? ¿Dónde estaba la inequívoca dirección religiosa y la guía basada en los principios bíblicos que hubiese evitado que unos sesenta millones de alemanes apoyasen el nazismo? (Véase el recuadro de la página 13.)
¿Qué los sostuvo?
En su libro The Drowned and the Saved (Los ahogados y los salvados), Primo Levi declara: “En la rutina penosa de la vida cotidiana [en los campos de concentración], los creyentes [religiosos y políticos] vivían mejor [...], todos tenían en común la fuerza salvadora de su fe”.
Añade: “Su universo era más vasto que el nuestro, más extendido en el espacio y el tiempo y, sobre todo, más comprensible: tenían un [...] mañana milenario [...], un lugar en el cielo, donde la justicia y la compasión ya habían ganado, o en la Tierra, donde ganarían en un futuro, quizás remoto, pero seguro”.
La inconmovible fe de los testigos de Jehová en un futuro milenio se resume mejor en las siguientes cartas de Testigos alemanes sentenciados a muerte:
“Mis queridos hermano, cuñada, padres y todos los demás hermanos:
”Debo escribirles las dolorosas noticias de que cuando reciban esta carta ya no estaré vivo. Por favor, no se apesadumbren demasiado. Recuerden que para el Dios Todopoderoso es una tarea sencilla resucitarme de entre los muertos. [...] Sepan que intenté servirle en mi debilidad, y estoy completamente convencido de que ha estado conmigo hasta el fin. Me pongo en Sus manos. [...] Y ahora, mis queridos padres, quiero darles las gracias por todas las cosas buenas que han hecho por mí. [...] Que Jehová los recompense por todo lo que han hecho.
”(Firmado) Ludwig Cyranek”
Ludwig Cyranek fue ejecutado en Dresde por ser testigo de Jehová.
Después de ser sentenciado a morir en la guillotina, Johannes Harms tuvo siete oportunidades de retractarse de ser Testigo. Poco antes de su ejecución, acaecida en 1940, envió la siguiente carta a su padre, Martin, quien también estaba en prisión por ser Testigo.
“Mi querido padre:
”Todavía faltan tres semanas para el día 3 de diciembre, cuando hará dos años que nos vimos por última vez. Aún puedo ver tu amada sonrisa cuando trabajabas en el sótano de la prisión y yo caminaba fuera, en el patio.
”Me he sentido orgulloso de ti durante todo este tiempo, y también me ha asombrado tu manera de llevar la carga con fidelidad al Señor. Ahora yo también he recibido la oportunidad de probar mi fidelidad al Señor hasta la muerte, sí, fidelidad no solo hasta la muerte, sino incluso en la muerte.
”Mi sentencia de muerte ya ha sido anunciada y estoy encadenado día y noche —las señales (en el papel) son de las esposas—, pero todavía no he vencido plenamente. [...] Aún tengo una oportunidad de salvar mi vida terrestre, pero solo si con ello pierdo la vida verdadera.
”Querido padre, cuando estés de nuevo en casa, no dejes de cuidar de manera especial a mi querida Lieschen [su esposa], pues para ella será particularmente penoso saber que su amado no regresará. Sé que lo harás, y te doy las gracias de antemano. Mi querido padre, en espíritu te suplico que permanezcas fiel, como yo he tratado de permanecer fiel, y así nos veremos de nuevo. Pensaré en ti hasta el último momento.
”Tu hijo Johannes.”
Estos son solo dos de los cientos de mártires, testigos de Jehová, que murieron porque se atrevieron a ser objetores de conciencia en un régimen perverso. La historia completa de este martirio colectivo llenaría libros enteros.b
[Notas a pie de página]
a Si se desea leer un relato detallado del martirio de August Dickmann, véase el Anuario de los Testigos de Jehová para 1974, publicado por la Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., páginas 165-169.
b Si se desea leer un informe más detallado sobre la vida de los testigos de Jehová en los campos de concentración, véase el Anuario de los testigos de Jehová para 1974, páginas 107-212 y el Anuario de los testigos de Jehová para 1989, páginas 111-134.
[Fotografía en la página 15]
La familia Kusserow: (de derecha a izquierda) Wilhelm (el segundo) fue fusilado; Wolfgang (el séptimo) fue decapitado; Karl-Heinz (el octavo) murió de tuberculosis después de salir de Dachau
[Fotografía en la página 16]
Martin Poetzinger (murió en 1988) y su esposa Gertrud pasaron unos nueve años cada uno en campos de concentración nazis
[Recuadro en la página 13]
De “The New York Times”, 14 de mayo de 1985
Los testigos de Jehová fueron víctimas de Hitler
Al editor:
Mi esposa y yo, ambos alemanes, pasamos entre los dos un total de diecisiete años en campos de concentración nazis. Yo estuve en Dachau y Mauthausen, y Gertrud, mi esposa, en Ravensbrück. Estuvimos entre los miles de alemanes no judíos que sufrieron por hacer lo que los criminales nazis no hicieron: éramos objetores de conciencia a la idolatría y el militarismo obligatorios de Hitler. Aunque miles de nosotros sobrevivimos a los campos, muchos perdieron la vida.
Las cartas recientemente publicadas en las que se hacía mención de los alemanes comunes que sufrieron bajo el régimen nazi de Hitler (la de Sabina Lietzmann, publicada el 25 de abril, y la de Anna E. Reisgies, publicada el 30 de abril) me han impulsado a mencionar a un grupo minoritario al que por lo general se pasa por alto, pero que fue ferozmente perseguido por la Gestapo. Se les conocía como Ernste Bibelforscher (Estudiantes sinceros de la Biblia) o Jehovas Zeugen (testigos de Jehová).
Tan pronto como Hitler subió al poder, en el año 1933, comenzó a perseguir sistemáticamente a los testigos de Jehová debido a su posición de neutralidad en la política y en la guerra. Como resultado, miles de Testigos alemanes, muchos de los cuales eran amigos míos, no solo se convirtieron en víctimas del Holocausto, sino también en mártires. ¿A qué se debe esta sutil diferencia? A que podíamos haber salido de los campos de concentración en cualquier momento si hubiésemos estado dispuestos a firmar la renuncia a nuestras creencias religiosas.
Dos breves ejemplos mostrarán la clase de espíritu que ardía en el pecho de algunos alemanes que resistieron a la política de Hitler. Wilhelm Kusserow, joven de veinticinco años de edad procedente de Bad Lippspringe, fue fusilado el 27 de abril de 1940 porque rehusó servir en los ejércitos hitlerianos.
Dos años más tarde, Wolfgang, hermano de Wilhelm, fue decapitado en la prisión de Brandeburgo por la misma razón. Para entonces, Hitler consideraba que el fusilamiento era una muerte demasiado digna para los objetores de conciencia. Wolfgang tenía veinte años de edad.
Podría mencionar a cientos de hombres y mujeres alemanes que sufrieron una suerte similar debido a que, en el nombre de Dios, se atrevieron a mantenerse firmes contra la tiranía. La razón por la que no hubo millones de alemanes con principios que hiciesen lo mismo, en lugar de solo unos miles, quizás sea una pregunta que otros deban responder.
Martin Poetzinger
Brooklyn, 1 de mayo de 1985