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  • “Hombres comunes y con poca educación”
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Demos “un testimonio completo sobre el Reino de Dios”
bt cap. 4 págs. 28-35

CAPÍTULO 4

“Hombres comunes y con poca educación”

Los apóstoles actúan con decisión, y Jehová los bendice

Basado en Hechos 3:1-5:11

 1, 2. ¿Qué milagro hicieron Pedro y Juan cerca de una puerta del templo?

EL SOL de media tarde brilla sobre un mar de gente. Tanto los fieles del judaísmo como los discípulos de Cristo llegan al recinto del templo. Ya casi es “la hora de la oración” (Hech. 2:46; 3:1).a Entre la multitud, Pedro y Juan se abren paso hacia la Puerta Hermosa, una entrada del templo. El ruido de las voces y el ir y venir de la gente es intenso, pero no consigue apagar la voz de un mendigo de mediana edad, lisiado de nacimiento, que está allí pidiendo limosna (Hech. 3:2; 4:22).

2 Al acercarse los dos apóstoles, aquel hombre empieza a suplicarles que le den dinero. Y, cuando se detienen a su lado, piensa que le van a dar algo. Sin embargo, Pedro le dice: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo. ¡En el nombre de Jesucristo el Nazareno, camina!”. Los presentes se quedan con la boca abierta cuando toma al hombre de la mano y hace que, por primera vez en su vida, sea capaz de mantenerse en pie (Hech. 3:6, 7). ¿Se imagina a este hombre, mirando asombrado sus piernas ya sanas y dando sus primeros pasos? ¡Cómo no va a saltar de alegría y alabar a Dios con todas sus fuerzas!

 3. ¿Qué valioso regalo les ofreció Pedro al pueblo y al hombre recién sanado?

3 La gente, llena de euforia, corre hacia Pedro y Juan, quienes ya han llegado al Pórtico de Salomón. Allí, en el mismo lugar donde Jesús estuvo un día enseñando, Pedro explica cómo fue posible aquella curación (Juan 10:23). Al pueblo y al hombre recién sanado les ofrece un regalo mucho más valioso que todo el oro y la plata del mundo y que cualquier curación física. Se trata de la oportunidad de arrepentirse, ver borrados los pecados y convertirse en seguidores de Jesucristo, a quien Jehová nombró “Agente Principal de la vida” (Hech. 3:15).

 4. a) ¿Qué provocaría el milagro que hicieron Pedro y Juan? b) ¿Qué veremos a continuación?

4 ¡Qué día tan memorable! Una persona lisiada se ha sanado y puede caminar, y a miles de personas se les da la oportunidad de curarse espiritualmente y andar de una manera digna de Dios (Col. 1:9, 10). No obstante, estos sucesos provocarán que las autoridades intenten detener la obra que Jesús les encargó a sus discípulos (Hech. 1:8). En este capítulo examinaremos el testimonio que Pedro y Juan dieron sobre el Reino, y veremos qué aprendemos de los métodos y actitudes de estos dos hombres que las autoridades consideraban “comunes y con poca educación” (Hech. 4:13).b También veremos cómo podemos imitar lo que hicieron ellos y los demás discípulos al enfrentarse a oposición.

No fue “con nuestro propio poder” (Hechos 3:11-26)

 5. ¿Qué nos enseña la forma en que Pedro le habló a la multitud?

5 Los dos apóstoles hablaron ante la multitud aunque sabían que allí podían estar algunos de los que pidieron a gritos la ejecución de Jesús (Mar. 15:8-15; Hech. 3:13-15). ¡Qué valiente fue Pedro al decirles que aquel hombre se había curado en el nombre de Jesús! Además, les explicó de forma clara y sin rodeos que eran cómplices de la muerte de Cristo. Pero no les habló con odio. Más bien, les dijo: “Sé que actuaron así por ignorancia” (Hech. 3:17). Es más, los llamó hermanos y se centró en darles las buenas noticias del Reino. Si se arrepentían y demostraban fe en Cristo, Jehová les concedería “tiempos de alivio” (Hech. 3:19). Nosotros también somos valientes y directos al anunciar el futuro juicio de Dios. Pero no lo hacemos de forma áspera y dura, como si fuéramos los jueces de la gente. Por el contrario, los tratamos como posibles hermanos y, al igual que Pedro, nos centramos en darles las buenas noticias del Reino.

 6. ¿Cómo demostraron Pedro y Juan que eran humildes?

6 Los apóstoles eran humildes, así que no querían ningún reconocimiento por el milagro. Por eso, Pedro preguntó: “¿Por qué nos miran como si hubiéramos hecho caminar a este hombre con nuestro propio poder o por nuestra devoción a Dios?” (Hech. 3:12). Él y los demás apóstoles sabían que todo lo que habían logrado en su ministerio era gracias al poder de Dios, no al suyo. Así que humildemente les dieron todo el mérito a Jehová y a Jesús.

 7, 8. a) ¿Qué oportunidad les damos a las personas? b) ¿Cómo se está cumpliendo la promesa de “la restauración de todas las cosas”?

7 Hoy también tenemos que ser humildes al predicar. Es cierto que el espíritu ya no nos da poder para curar de forma milagrosa a las personas. Pero sí hay algo que podemos hacer por ellas: ayudarlas a tener fe en Dios y en Cristo y, como Pedro, darles la oportunidad de recibir el perdón de los pecados y disfrutar del alivio que da Jehová. Todos los años, cientos de miles aceptan esta invitación y se bautizan como discípulos de Cristo.

8 Vivimos en la época que mencionó Pedro: “los tiempos de la restauración de todas las cosas”. Esa restauración empezó en 1914, cuando Dios estableció su Reino en los cielos, tal como había anunciado “por boca de sus santos profetas de la antigüedad” (Hech. 3:21; Sal. 110:1-3; Dan. 4:16, 17). Y, poco después, Jesús comenzó a encargarse de que se restaurara la adoración pura en la Tierra. Desde entonces, millones de cristianos han aceptado ser siervos del Reino y ahora forman parte de un paraíso espiritual. Se han quitado la vieja personalidad que se va corrompiendo y se han puesto “la nueva personalidad que fue creada según la voluntad de Dios” (Efes. 4:22-24). Así como el hombre lisiado se curó gracias al poder de Dios, las personas consiguen cambiar gracias a la ayuda del espíritu santo, no a los esfuerzos de un ser humano. Nuestro papel, como el de Pedro, es usar la Palabra de Dios con habilidad y valentía. Todo lo que logremos en la obra de hacer discípulos será gracias al poder de Jehová, no al nuestro.

“No podemos dejar de hablar” (Hechos 4:1-22)

 9-11. a) ¿Cómo reaccionaron las autoridades judías al enterarse de lo que estaban predicando Pedro y Juan? b) ¿A qué estaban decididos los apóstoles?

9 Con el discurso de Pedro y los saltos y los gritos del mendigo, se formó un gran alboroto. Por eso, el capitán del templo —que se encargaba de la seguridad— y los sacerdotes principales salieron corriendo a ver qué ocurría. Al parecer, aquellos hombres eran saduceos, una secta que tenía mucho dinero y poder político, y que apoyaba a Roma. A diferencia de los fariseos —quienes obedecían las leyes al pie de la letra—, los saduceos rechazaban la ley oral y despreciaban la enseñanza de la resurrección.c ¡Cuánto les tuvo que molestar encontrarse allí a Pedro y a Juan enseñando abiertamente que Jesús había resucitado!

10 Llenos de odio, aquellos hombres metieron a Pedro y a Juan en la cárcel, y al día siguiente los llevaron ante los jueces del tribunal supremo judío. Para estos líderes arrogantes, no eran más que un par de “hombres comunes y con poca educación”. Como no habían estudiado en ninguna escuela religiosa reconocida, no tenían derecho a enseñar en el templo. Con todo, los jueces se quedaron asombrados de la franqueza y seguridad con la que hablaban. ¿Por qué eran tan convincentes? Entre otras razones, porque “habían estado con Jesús” (Hech. 4:13). Él les había enseñado con verdadera autoridad, no como los escribas (Mat. 7:28, 29).

11 El tribunal les ordenó a los apóstoles que dejaran de predicar. Y, en aquella sociedad, sus órdenes tenían mucho peso. De hecho, unas semanas atrás, cuando este mismo tribunal dictó una sentencia contra Jesús, declaró: “¡Merece morir!” (Mat. 26:59-66). Aun así, Pedro y Juan no se dejaron intimidar. Delante de todos esos hombres ricos, cultos e influyentes, respondieron sin miedo pero con respeto: “Si es correcto a los ojos de Dios obedecerlos a ustedes en vez de a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero nosotros no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído” (Hech. 4:19, 20).

EL SUMO SACERDOTE Y LOS SACERDOTES PRINCIPALES

El sumo sacerdote era el representante del pueblo ante Dios. En el siglo primero también era el presidente del Sanedrín. Él era líder de los judíos junto con los sacerdotes principales. Entre estos había ex sumos sacerdotes —como Anás— y otros hombres de las pocas familias —tal vez cuatro o cinco— de las que se elegían los sumos sacerdotes. Emil Schürer señala que “el mero hecho de pertenecer a una de aquellas familias privilegiadas conferiría [...] una particular distinción” (Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús 175 a. C. - 135 d. C.).

Las Escrituras indican que el cargo de sumo sacerdote era para toda la vida (Núm. 35:25). Sin embargo, durante el periodo que abarca el libro de Hechos, eran los gobernadores romanos y los reyes nombrados por Roma quienes ponían y quitaban a su antojo al sumo sacerdote. De todos modos, parece que seguían seleccionándolo de la línea sacerdotal de Aarón.

12. ¿Qué le ayudará a hablar con más convicción y valentía?

12 Y usted, ¿consigue ser tan valiente como ellos? Por ejemplo, cuando tiene que darle testimonio a una persona rica, culta o poderosa, ¿cómo se siente? Y, si un familiar o un compañero de clase o de trabajo se burla de usted por ser Testigo, ¿se siente intimidado? No se preocupe, puede superar sus temores. Cuando Jesús estuvo en la Tierra, les enseñó a los apóstoles a defender sus creencias con seguridad y respeto (Mat. 10:11-18). Además, después de resucitar, les prometió a sus discípulos que estaría con ellos “todos los días hasta la conclusión del sistema” (Mat. 28:20). Hoy, bajo la dirección de Jesús, “el esclavo fiel y prudente” nos enseña a defender nuestras creencias (Mat. 24:45-47; 1 Ped. 3:15). ¿Cómo lo hace? Por ejemplo, nos prepara mediante la reunión Vida y Ministerio Cristianos y mediante información bíblica como los artículos de la sección “Preguntas sobre la Biblia”, de jw.org. ¿Está aprovechando estos recursos? Si lo hace, conseguirá hablar con más convicción y valentía. Y, al igual que los apóstoles, no dejará que nada ni nadie le impida hablar de las maravillosas verdades espirituales que ha visto y oído.

Una hermana predicándole a una compañera de trabajo durante un descanso.

No deje que nada ni nadie le impida hablar de las maravillosas verdades espirituales que ha aprendido.

“Le oraron juntos a Dios” (Hechos 4:23-31)

13, 14. Si afronta oposición, ¿qué debe hacer, y por qué?

13 Tan pronto como Pedro y Juan fueron liberados, se reunieron con el resto de la congregación. Entonces todos “le oraron juntos a Dios” y le pidieron que les diera valor para seguir predicando (Hech. 4:24). Pedro sabía por experiencia propia que, si uno quiere hacer la voluntad de Jehová, no puede confiar en sus propias fuerzas. Semanas antes había pecado de exceso de confianza al decirle a Jesús: “Aunque todos los demás fallen por tu causa, ¡yo nunca fallaré!”. Pero, tal como el propio Jesús profetizó, el miedo se apoderó de Pedro y lo llevó a negar a su amigo y maestro. ¡Menos mal que aprendió la lección! (Mat. 26:33, 34, 69-75).

14 Así que, para seguir dando testimonio de Jesús, no basta con proponérselo. Si tratan de hacer que usted deje de predicar o de servir a Jehová, siga el ejemplo de Pedro y Juan. Pídale a Jehová que le dé fuerzas, busque el apoyo de la congregación y cuénteles a los ancianos y a otros hermanos maduros los problemas por los que esté pasando. No olvide que las oraciones de nuestros hermanos tienen un efecto muy poderoso (Efes. 6:18; Sant. 5:16).

15. ¿Por qué no debe castigarse si en el pasado dejó de predicar por un tiempo?

15 Si alguna vez cedió a la presión de los demás y dejó de predicar por un tiempo, no se castigue. Recuerde que hasta los apóstoles dejaron la predicación tras la muerte de Jesús, pero no tardaron en retomarla (Mat. 26:56; 28:10, 16-20). En vez de permitir que los errores del pasado lo agobien, trate de aprender de ellos y use su experiencia para ayudar a los demás.

16, 17. ¿Qué nos enseña la oración que hicieron los discípulos de Cristo en Jerusalén?

16 ¿Qué debemos pedirle a Dios si las autoridades nos persiguen? Pues bien, notemos que los apóstoles no le pidieron que los librara de los ataques de sus enemigos, porque sabían muy bien que Jesús había dicho: “Si ellos me han perseguido a mí, también los perseguirán a ustedes” (Juan 15:20). Más bien, le rogaron a Jehová: “Ten en cuenta sus amenazas” (Hech. 4:29). Aquellos fieles discípulos tenían muy claro el cuadro general y entendían que la persecución que sufrían estaba profetizada. Eran conscientes de que, dijeran lo que dijeran los gobernantes, la voluntad de Dios se haría en la Tierra, tal como Jesús les enseñó a pedir (Mat. 6:9, 10).

17 Como querían obedecer a Jehová, los discípulos le pidieron: “Haz que tus esclavos sigan hablando de tu palabra con gran valor”. Y Jehová les respondió su oración de inmediato. El relato cuenta: “El lugar donde estaban reunidos tembló, y todos sin excepción quedaron llenos de espíritu santo y se pusieron a proclamar la palabra de Dios con valor” (Hech. 4:29-31). En efecto, nada puede impedir que se cumpla la voluntad de Jehová (Is. 55:11). Da igual que el obstáculo parezca insuperable o que el enemigo parezca invencible: si le pedimos ayuda a Jehová, él nos dará las fuerzas necesarias para seguir predicando con valor.

“No les has mentido a los hombres; le has mentido a Dios” (Hechos 4:32-5:11)

18. ¿En qué sentidos se ayudaban los hermanos de la congregación de Jerusalén?

18 En poco tiempo, ya había más de 5.000 personas en la joven congregación de Jerusalén.d Aunque tenían orígenes muy distintos, “tenían un solo corazón y alma”, es decir, tenían la misma forma de pensar y el mismo propósito (Hech. 4:32; 1 Cor. 1:10). Además de pedirle a Jehová que los ayudara, también se ayudaban entre ellos en sentido espiritual y, cuando era necesario, en sentido material (1 Juan 3:16-18). Eso fue lo que hizo el discípulo José, a quien los apóstoles llamaban Bernabé. En cierta ocasión, vendió un terreno y donó todo el dinero para que se ayudara a los hermanos que habían venido a Jerusalén de muy lejos. De este modo, los nuevos discípulos podrían quedarse más tiempo para aprender más y fortalecer su fe.

19. ¿Por qué ejecutó Jehová a Ananías y Safira?

19 Ananías y Safira eran un matrimonio que también vendió una propiedad para hacer una donación. Sin embargo, aquella pareja trató de hacerles creer a los apóstoles que les estaba entregando todo lo que recibió, cuando en realidad “se quedó con parte del dinero y no se lo dijo a nadie” (Hech. 5:2). Así que Jehová los ejecutó a los dos. Y no porque la cantidad fuera insuficiente, sino porque tenían malos motivos y porque eran unos mentirosos. No les habían “mentido a los hombres”; le habían “mentido a Dios” (Hech. 5:4). Ananías y Safira eran como los hipócritas a los que Jesús condenó: estaban más interesados en las alabanzas de la gente que en la aprobación de Dios (Mat. 6:1-3).

20. ¿Qué aprendemos sobre lo que le damos a Jehová?

20 Hoy, millones de Testigos apoyamos la predicación mundial con la misma generosidad que aquellos discípulos de Jerusalén. Damos de nuestro tiempo y dinero de forma totalmente voluntaria, pues Jehová no quiere que nadie le sirva “de mala gana ni a la fuerza” (2 Cor. 9:7). Tampoco le importa cuánto damos, sino por qué lo hacemos (Mar. 12:41-44). Por eso, no seamos como Ananías y Safira; no sirvamos a Dios por interés o para recibir reconocimiento. Más bien, seamos como Pedro, Juan y Bernabé, y hagamos todo por auténtico amor a Dios y al prójimo (Mat. 22:37-40).

PEDRO, UN PESCADOR QUE SE CONVIERTE EN UN APÓSTOL MUY DINÁMICO

Este apóstol recibe en la Biblia cinco nombres: Symeón (tomado del hebreo), Simón (equivalente griego), Cefas (en arameo), Pedro (equivalente griego de Cefas) y el nombre compuesto Simón Pedro (Mat. 10:2; 16:16; Juan 1:42; Hech. 15:14).

El apóstol Pedro con una canasta llena de pescado.

Estaba casado y en su casa también vivían su hermano y su suegra (Mar. 1:29-31). Era de Betsaida, una ciudad al norte del mar de Galilea, y después se mudó a la cercana Capernaúm (Luc. 4:31, 38; Juan 1:44). Se dedicaba a la pesca. De hecho, fue en la barca de Pedro donde Jesús se sentó para dar un discurso ante la multitud reunida a orillas del mar de Galilea. Justo después, Jesús le dijo que echara las redes al mar, y Pedro sacó un montón de peces de forma milagrosa. Al ver que se había asustado, Jesús le dijo: “Ya no tengas miedo. A partir de ahora estarás pescando hombres” (Luc. 5:1-11). Trabajaba con su hermano Andrés y con Santiago y Juan, pero todos ellos dejaron el negocio para aceptar la invitación de Jesús de ser sus seguidores (Mat. 4:18-22; Mar. 1:16-18). Un año más tarde, Jesús lo eligió como uno de sus 12 “apóstoles”, que significa “enviados” (Mar. 3:13-16).

Jesús les pidió a Pedro, Santiago y Juan que lo acompañaran en ciertas ocasiones especiales. Por ejemplo, vieron la transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo y la angustia que sintió Jesús en el jardín de Getsemaní (Mat. 17:1, 2; 26:36-46; Mar. 5:22-24, 35-42; Luc. 22:39-46). Y fueron ellos —junto con Andrés— quienes le preguntaron por la señal de su presencia (Mar. 13:1-4).

Pedro era directo, dinámico y un tanto impulsivo. Por lo que se ve, acostumbraba expresar su opinión antes que los demás apóstoles. De hecho, los Evangelios recogen más palabras de él que de los otros 11 juntos. Muchas veces, los demás estaban callados, pero él estaba haciendo preguntas (Mat. 15:15; 18:21; 19:27-29; Luc. 12:41; Juan 13:36-38). Y fue el único que se negó a que Jesús le lavara los pies. Pero luego, cuando él lo corrigió, le pidió que le lavara también las manos y la cabeza (Juan 13:5-10).

Un día, se dejó llevar por los sentimientos e intentó convencer a Jesús de que no tenía que sufrir ni ser ejecutado, pero este le dijo con firmeza que estaba equivocado (Mat. 16:21-23). Por otro lado, la noche antes de que Jesús muriera, Pedro le prometió que él nunca lo abandonaría aunque los demás lo hicieran. De hecho, cuando lo arrestaron, tuvo el valor de defenderlo con la espada y de seguirlo hasta el patio del sumo sacerdote. Aun así, poco después lo negó tres veces; pero luego lloró amargamente al darse cuenta de lo que había hecho (Mat. 26:31-35, 51, 52, 69-75).

Justo antes de que Jesús se apareciera ya resucitado en Galilea, Pedro dijo que iba a pescar, y otros apóstoles fueron con él. Cuando Pedro reconoció a lo lejos a Jesús, que estaba en la playa, se lanzó de la barca y llegó nadando a la orilla. Jesús les estaba preparando pescado para desayunar. Mientras ellos comían, le preguntó a Pedro si lo amaba más que “a estos”, refiriéndose a los pescados. De este modo lo animó a que lo siguiera todo el tiempo, en vez de dedicar sus energías a la pesca o a cualquier otro oficio (Juan 21:1-22).

Jesús “le dio poder a Pedro para ser apóstol entre los circuncisos” (Gál. 2:8, 9). Así que estuvo predicándoles las buenas noticias a los muchos judíos de la ciudad de Babilonia (en el actual Irak) alrededor de los años 62 a 64 (1 Ped. 5:13). Allí escribió su primera carta y quizás también la segunda. Sin duda, Pedro fue muy dinámico y compasivo al cumplir su comisión.

JUAN, EL DISCÍPULO AMADO DE JESÚS

El apóstol Juan era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Santiago. Al parecer, su madre se llamaba Salomé y probablemente era hermana de María, la madre de Jesús (Mat. 10:2; 27:55, 56; Mar. 15:40; Luc. 5:9, 10). Así que es posible que Juan y Jesús fueran primos. Por lo visto, la familia de Juan era adinerada, ya que el negocio de pesca de Zebedeo era lo bastante grande como para tener que contratar trabajadores (Mar. 1:20). Es muy posible que Juan tuviera casa propia (Juan 19:26, 27). Salomé acompañó a Jesús en su ministerio y, cuando él iba a Galilea, atendía sus necesidades. Cuando él murió, ella compró especias para preparar el cuerpo para el entierro (Mar. 16:1; Juan 19:40).

El apóstol Juan sujetando un rollo.

Probablemente él era el otro discípulo de Juan el Bautista que estaba con Andrés cuando, al ver a Jesús, Juan el Bautista exclamó: “¡Miren, el Cordero de Dios!” (Juan 1:35, 36, 40). Después de eso, parece que Juan acompañó a Jesús a Caná y fue testigo de su primer milagro (Juan 2:1-11). También es posible que estuviera con él en Jerusalén, Samaria y Galilea, pues en su Evangelio describe con lujo de detalle lo que pasó. Y sin duda era un hombre de fe, ya que cuando Jesús lo invitó a ser su seguidor hizo lo mismo que Santiago, Pedro y Andrés: de inmediato abandonó sus redes, su barca y su medio de vida, y lo siguió (Mat. 4:18-22).

Aunque los Evangelios no mencionan a Juan tantas veces como a Pedro, él también tenía una personalidad muy activa. Por eso Jesús les puso a él y a Santiago el apodo de “Boanerges, que significa ‘hijos del trueno’” (Mar. 3:17). Al principio, estos dos hermanos estaban tan preocupados por tener una posición importante que enviaron a su madre a pedirle a Jesús que les diera los mejores puestos en su Reino. Es cierto que eso fue egoísta de su parte. Sin embargo, demostró que el Reino era algo real para ellos y llevó a Jesús a enseñarles a todos los apóstoles que tenían que ser humildes (Mat. 20:20-28).

Juan demostró que tenía mucho carácter cuando trató de impedir que un hombre que no iba con los discípulos expulsara demonios en el nombre de Jesús. Y, cuando los habitantes de una aldea de Samaria no quisieron recibir a Jesús y sus discípulos, Juan se ofreció para mandar que bajara fuego del cielo y acabara con la gente. En los dos casos, Jesús lo reprendió. Pero es obvio que con el tiempo Juan se volvió más razonable y compasivo (Luc. 9:49-56). A pesar de sus defectos, era “el discípulo al que Jesús amaba”. De hecho, cuando Jesús estaba a punto de morir, le encargó que cuidara de su madre, María (Juan 19:26, 27; 21:7, 20, 24).

Tal como Jesús había profetizado, Juan vivió más años que los demás apóstoles (Juan 21:20-22). Hacia el final de su vida —en tiempos del emperador romano Domiciano—, fue desterrado a la isla de Patmos “por hablar acerca de Dios y por dar testimonio acerca de Jesús”. Allí recibió alrededor del año 96 las visiones que escribió en el libro de Apocalipsis (Apoc. 1:1, 2, 9). Según se cree, cuando salió libre se fue a Éfeso y allí escribió su Evangelio y sus tres cartas. Al parecer, murió en esa ciudad alrededor del año 100, tras siete décadas de fiel servicio a Jehová.

a Las oraciones del templo coincidían con los sacrificios de la mañana y del anochecer. Este último se ofrecía a “la hora novena”, es decir, alrededor de las tres de la tarde.

b Vea los recuadros “Pedro, un pescador que se convierte en un apóstol muy dinámico” y “Juan, el discípulo amado de Jesús”.

c Vea el recuadro “El sumo sacerdote y los sacerdotes principales”.

d Puede que para el año 33 solo hubiera unos 6.000 fariseos en Jerusalén y todavía menos saduceos. Quizás esa fue otra razón por la que esos dos grupos se sentían cada vez más amenazados por las enseñanzas de Jesús.

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