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EGIPTO, EGIPCIO

La Biblia hace referencia a Egipto y sus habitantes más de setecientas veces. Desde tiempos remotos, la circuncisión fue una práctica común entre los egipcios, y las Escrituras los incluyen entre otros pueblos circuncisos. (Jer. 9:25, 26.) El nombre en español para este país procede del griego Ái·gy·ptos a través del latín Aegyptus. Algunos doctos han apuntado que la forma griega, a su vez, se derivaba de un nombre egipcio para la ciudad de Menfis (Hi-ku-Ptah), una antigua capital de Egipto.

En las Escrituras Hebreas, a Egipto generalmente se le designa con el nombre Mizraim (Mits·rá·yim) (compárese con Génesis 50:11), lo cual probablemente señala la prominencia o preponderancia de los descendientes de ese hijo de Cam en dicha región. (Gén. 10:6.) Los árabes actualmente todavía llaman a Egipto Misr. En algunos salmos se denomina “la tierra de Cam”. (Sal. 105:23, 27; 106:21, 22.)

Los egipcios comúnmente se referían a su país como Kemyt, que significa “Negro”. Aunque Plutarco (escritor griego del siglo I E.C.) explicó que este nombre contrastaba el terreno negro del valle del Nilo con el desierto arenoso circundante, es posible que Kemyt corresponda con el nombre hebreo Cam (Jam), que según se supone significa “Moreno” o “Quemado por el Sol”. Si esta última explicación es correcta, el nombre Kemyt podría haber estado originalmente relacionado con la tez oscura de la mayoría de los camitas. Otro nombre egipcio que se usaba frecuentemente era tawy, las “dos tierras”, es decir, el Alto y Bajo Egipto.

LÍMITES Y GEOGRAFÍA

Tanto en tiempos antiguos como modernos, Egipto ha debido su existencia al río Nilo, con su fértil valle que se extiende como una cinta verde larga y estrecha a través de las regiones desérticas y resecas del África nororiental. El Bajo Egipto comprendía la vasta región del delta donde las aguas del Nilo se abren en abanico antes de vaciarse en el mar Mediterráneo; en un tiempo, por medio de por lo menos cinco brazos separados, y hoy, solamente por dos. Desde el punto donde divergen las aguas del Nilo (en la región de El Cairo moderno) hasta la costa marítima, hay aproximadamente 160 Km. La antigua Heliópolis (la bíblica On) se halla a poca distancia al norte de El Cairo, mientras que a pocos kilómetros al sur de El Cairo está Menfis (generalmente llamada Nof en la Biblia). (Gén. 46:20; Jer. 46:19; Ose. 9:6.) Hacia el sur de Menfis empieza la región del Alto Egipto, que se extiende a lo largo de todo el valle hasta la primera catarata del Nilo, en Asuán (la antigua Siene), a una distancia de aproximadamente 965 Km. Muchos doctos, sin embargo, consideran que es más lógico referirse a la parte septentrional de esta sección como Medio Egipto. Por toda esta región, (del Medio y Alto Egipto) el valle llano del Nilo raras veces supera los 19 Km. de anchura, y está bordeado por ambos lados de acantilados calizos y areniscos, los cuales forman el límite del desierto.

Más allá de la primera catarata estaba Etiopía (o Nubia), por lo que se dice que Egipto llegaba “desde Migdol [lugar que por lo visto estaba al NO. de Egipto] a Siene y al límite de Etiopía”. (Eze. 29:10.) Aunque la palabra hebrea Mits·rá-yim se usa comúnmente para referirse a la entera tierra de Egipto, muchos doctos creen que en algunos casos representa al Bajo Egipto, y quizás al Medio Egipto, siendo el Alto Egipto designado como “Patrós”. La referencia a ‘Egipto [Mits·rá-yim], Patrós y Cus’ en Isaías 11:11 es comparable a una lista geográfica similar que aparece en una inscripción del rey asirio Esar-hadón, el cual enumera dentro de su imperio las regiones de “Musur, Paturisi y Cus”.

Lindando con el mar Mediterráneo al norte y la primera catarata del Nilo y Nubia-Etiopía al sur, Egipto estaba rodeado por el desierto de Libia (parte del Sahara) al oeste y el desierto del mar Rojo al este. Por lo tanto, en su mayor parte, estaba bastante aislado de la influencia exterior y protegido de invasiones. Sin embargo, el istmo del Sinaí, situado al NO., formaba un puente con el continente asiático (1 Sam. 15:7; 27:8) por el que llegaban las caravanas de mercaderes (Gén. 37:25), también inmigrantes y, con el tiempo, ejércitos invasores. El “valle torrencial de Egipto”, generalmente identificado con Wadi el-‘Arish, situado en la península del Sinaí, al parecer marcaba el extremo nororiental del dominio de Egipto. (2 Rey. 24:7.) Más allá estaba Canaán. (Gén. 15:18; Jos. 15:4.) En el desierto que quedaba al oeste del Nilo había por lo menos cinco oasis que llegaron a formar parte del reino egipcio. El gran oasis Faiyum, a aproximadamente 72 Km. al SO. de la antigua Menfis, recibía agua del Nilo por medio de un canal.

Economía dependiente del Nilo

Aunque actualmente las regiones desérticas que bordean el valle del Nilo tienen poca o hasta ninguna vegetación para sustentar la vida animal, hay evidencia de que en tiempos antiguos en los uadis o valles torrenciales había muchos bueyes salvajes, antílopes y otros animales que los egipcios cazaban. Sin embargo, en aquel entonces la lluvia era escasa y actualmente aún lo es más (la precipitación anual en El Cairo es de 50 mm.). Por lo tanto la vida en Egipto dependía de las aguas del Nilo.

Las fuentes del Nilo se originan en las montañas de Etiopía y tierras cercanas. En esa zona la precipitación durante la estación de lluvias era suficiente para hacer crecer el caudal del río, haciendo que sus riberas se inundasen en Egipto cada año durante los meses de julio a septiembre. (Compárese con Amós 8:8; 9:5.) Esto no solamente proveía agua para los canales de riego y cuencas sino que también depositaba cieno valioso para enriquecer el suelo. Tan fértil era el valle del Nilo, y también su delta, que la región bien regada de Sodoma y Gomorra que contempló Lot fue asemejada al “jardín de Jehová, como la tierra de Egipto”. (Gén. 13:10.) Las inundaciones del Nilo eran variables; cuando eran bajas la producción era pobre y como resultado había hambre. (Gén. 41:29-31.) La ausencia total de inundaciones provocadas por el Nilo representaba un desastre de primer orden que podía convertir al país en un yermo desolado. (Isa. 19:5-7; Eze. 29:10-12.)

Productos

Egipto gozaba de riqueza agrícola, y sus cosechas principales eran la cebada, el trigo, la espelta (variedad de trigo) y el lino (que se exportaba a muchos países ya manufacturado). (Éxo. 9:31, 32; Pro. 7:16.) Había también viñas, datileras, higueras, granados y huertos que producían una gran variedad de frutos, entre los cuales se contaban los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y los ajos. (Gén. 40:9-11; Núm. 11:5; 20:5.) Según algunos doctos, la alusión a ‘hacer el riego de la tierra con el pie, como una huerta de legumbres’ (Deu. 11:10), hace referencia al uso de la noria y la bomba egipcia que se accionaban con los pies, de las cuales se han encontrado representaciones en los monumentos antiguos. Pero puede que simplemente se aluda a todo el trabajo hecho con los pies o al andar implicados en proporcionar agua a un huerto en una tierra cálida y sin lluvia.

Cuando azotaba el hambre en las tierras vecinas, las gentes a menudo se desplazaban hacia el fructífero Egipto, como hizo Abrahán al principio del segundo milenio antes de la era común. (Gén. 12:10.) Con el tiempo Egipto se convirtió en el “granero” para la mayor parte de la zona mediterránea. El barco que partió de Alejandría, Egipto, y en el cual embarcó el apóstol Pablo en Mira en el siglo I E.C. era un barco que transportaba cereales en ruta a Italia. (Hech. 27:5, 6, 38.)

Otra exportación importante de Egipto era el papiro, planta parecida a los juncos, que crecía en las numerosas marismas del delta (Éxo. 2:3; compárese con Job 8:11) y que se usaba para fabricar material para escribir. Sin embargo, debido a la escasez de bosques, Egipto se veía obligado a importar madera de Fenicia, especialmente cedros de las ciudades portuarias como Tiro, donde se valoraban mucho los artículos de lino de colores variados de Egipto. (Eze. 27:7.) Los templos y monumentos egipcios se construían de granito y algunas piedras más blandas, como la roca caliza, la cual abundaba en las colinas que flanqueaban el valle del Nilo. Las casas corrientes e incluso los palacios se construían de ladrillos de barro (el material común para la construcción de todos los edificios en Mesopotamia). Las minas egipcias de las montañas situadas a lo largo del mar Rojo (así como en la península del Sinaí) producían oro y cobre, y con este último metal se hacían artículos de bronce que luego también se exportaban. (Gén. 13:1, 2; Sal. 68:31.)

La ganadería desempeñaba un papel importante en la economía egipcia; mientras Abrahán estaba allí, adquirió ovejas, ganado y bestias de carga, como asnos y camellos. (Gén. 12:16; Éxo. 9:3.) Se hace mención a los caballos durante el período de la administración de José en Egipto (1737-1657 a. E.C.) y generalmente se cree que procedían de Asia. (Gén. 47:17; 50:9.) Puede que al principio los obtuviesen mediante transacciones comerciales o que los capturasen durante las incursiones egipcias en las tierras situadas al NE. Para el tiempo de Salomón, los caballos egipcios eran tan apreciados y su cantidad era tal, que se convirtieron en un artículo importante (junto con los carros egipcios) en el mercado mundial. (1 Rey. 10:28, 29.)

Abundaban las aves de rapiña y las que se alimentan de carroña, como los buitres, milanos, águilas y halcones, así como varias aves acuáticas, entre ellas el ibis y la grulla. En el Nilo había una abundancia de peces (Isa. 19:8), y los hipopótamos y los cocodrilos eran comunes. (Compárese con el lenguaje simbólico de Ezequiel 29:2-5.) Las regiones desérticas estaban habitadas por chacales, lobos, hienas y leones, así como por varias clases de serpientes y otros reptiles.

ESCRITURA

La escritura jeroglífica, consistente en signos pictográficos, continuó usándose hasta el principio de la era común, particularmente en textos religiosos. En una fecha temprana los escribas desarrollaron una escritura menos incómoda, que usaba formas cursivas y más simplificadas; escribían con tinta sobre cuero y papiro. Este sistema se denominó hierático, y fue seguido, particularmente desde lo que se conoce como “vigésimo sexta dinastía” (siglos VII y VI a. E.C.) en adelante, por un sistema todavía más cursivo llamado demótico. El desciframiento de los textos egipcios no se llevó a cabo sino hasta después del descubrimiento de la Piedra Rosetta en el año 1799. Esta inscripción, actualmente en el Museo Británico, contiene un decreto en honor a Tolomeo V (Epífanes) que data del año 196 a. E.C. La escritura está en jeroglífico egipcio, demótico y griego, y este último texto hizo posible el desciframiento del egipcio.

RELIGIÓN

Egipto era un país sumamente religioso, mayormente politeísta. Cada población y ciudad tenía su propia deidad local, que ostentaba el título de “Señor de la ciudad”. Una lista que se halló en la tumba de Tutmosis III contiene los nombres de aproximadamente 740 dioses. (Éxo. 12:12.) Frecuentemente al dios se le representaba casado con una diosa que le daba un hijo, “formando así una tríada divina o trinidad en la cual el padre, por otra parte, no era siempre el principal, contentándose en ocasiones con el papel de príncipe consorte, mientras que la deidad principal de la localidad era la diosa”. (Larousse Encyclopedia of Mythology, 1960, pág. 10.) Cada uno de los dioses principales moraba en su templo, el cual no estaba abierto al público, y era adorado por los sacerdotes, que lo despertaban cada mañana con un himno, lo bañaban, lo vestían, lo “alimentaban” y le rendían otros servicios. (Contrástese con Salmos 121:3, 4; Isaías 40:28.) Parece ser que al cumplir ese servicio se consideraba a los sacerdotes representantes del faraón, el cual, según se creía, también era un dios viviente, el hijo del dios Ra. Estos hechos ciertamente subrayan el valor que mostraron Moisés y Aarón al personarse delante del faraón para presentarle el decreto del Dios verdadero, y añaden significado a la respuesta desdeñosa del faraón: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz?”. (Éxo. 5:2.)

La falta de unidad de creencia es evidente, puesto que las diferencias regionales continuaron a través de la historia egipcia y resultaron en un sin fin de leyendas y mitos, a menudo contradictorios. Por ejemplo, al Dios Ra se le conocía por 75 nombres y formas diferentes. De los centenares de deidades, tan solo unas pocas, hablando relativamente, parece que recibían adoración a nivel verdaderamente nacional. Entre las más populares estaba la trinidad o tríada de Osiris, Isis (su esposa) y Horus (su hijo). También estaban los dioses “cósmicos”, encabezados por Ra, el dios-sol, y también los dioses de la Luna, del firmamento, del aire, de la Tierra, del río Nilo, etc. En Tebas (la bíblica No) el dios Amón era el más prominente y con el tiempo se le concedió el título de “rey de los dioses” bajo el nombre de Amón-Ra. (Jer. 46:25.) Durante las fiestas (Jer. 46:17) se paseaba a los dioses por las calles de la ciudad. Cuando, por ejemplo, la imagen del ídolo de Ra era llevada por sus sacerdotes en procesión religiosa, el pueblo procuraba estar allí presente, esperando obtener méritos por ello. Considerando que su mera presencia era un cumplimiento de su obligación religiosa, los egipcios pensaban que Ra estaba obligado a su vez a continuar concediéndoles prosperidad. Solamente acudían a él para recibir bendiciones materiales y prosperidad, nunca para pedir algo espiritual. Hay numerosas correspondencias entre los dioses principales de Egipto y de Babilonia, dioses que, según la evidencia, se originaron en Babilonia, y Egipto los recibió o perpetuó.

Esta adoración politeísta no tuvo ningún efecto beneficioso o mejorador en los egipcios. Tal como observa la Encyclopædia Britannica (ed. 1959, vol. 8, pág. 53): “La imaginación clásica y moderna atribuye [a la religión egipcia] verdades profundas encerradas en sus misterios impresionantes. Tenían misterios, por supuesto, como los ashanti o los ibo [tribus africanas]. Sin embargo, es un error creer que estos misterios encerrasen una verdad y que hubiese una ‘fe’ oculta tras ellos”. En realidad, la evidencia disponible muestra que los elementos básicos de la adoración egipcia eran la magia y la superstición primitiva. (Gén. 41:8.) La magia religiosa se usaba para evitar la enfermedad; el espiritismo estaba extendido, con muchos “encantadores”, “médium espiritistas” y “pronosticadores profesionales de sucesos”. (Isa. 19:3.) Se llevaban amuletos, cuentas y ‘encantamientos de la buena suerte’, se escribían sortilegios mágicos en trozos de papiro y entonces se ataban alrededor del cuello. (Compárese con Deuteronomio 18:10, 11.) Cuando Moisés y Aarón efectuaron hechos milagrosos por poder divino, los sacerdotes practicantes de magia y hechiceros de la corte del faraón copiaron esos hechos por medio de artes mágicas hasta que se vieron obligados a reconocer su fracaso. (Éxo. 7:11, 22; 8:7, 18, 19.)

Adoración de animales

Esta adoración supersticiosa condujo a los egipcios a practicar una idolatría sumamente degradante, que abarcaba la adoración de animales. (Compárese con Romanos 1:22, 23.) A muchos de los dioses más prominentes normalmente se les representaba con un cuerpo humano y la cabeza de un animal o pájaro. Por ejemplo: el dios Horus estaba representado con una cabeza de halcón; Thot, con la cabeza de un ibis o la de un mono. En algunos casos se consideraba que el dios estaba realmente encarnado en el cuerpo del animal, como en el caso de los bueyes Apis. Al buey Apis, considerado como una encarnación del dios Osiris, se le mantenía en un templo, y al morir se efectuaba un elaborado funeral y entierro. La creencia de que animales tales como gatos, babuinos, cocodrilos, chacales y varias aves eran sagrados por virtud de su relación con ciertos dioses resultó en que los egipcios momificasen literalmente centenares de miles de tales criaturas, enterrándolos en cementerios especiales.

El hecho de que se venerasen tantos diferentes animales en una u otra parte de Egipto fue sin duda lo que dio fuerza y persuasión a la insistencia de Moisés de que a Israel se le permitiese ir al desierto a hacer sus sacrificios, diciendo al faraón: “Suponiendo que sacrificáramos una cosa detestable a los egipcios delante de sus ojos; ¿no nos apedrearían?”. (Éxo. 8:26, 27.) En efecto, la mayoría de los sacrificios que Israel ofreció posteriormente habrían sido muy ofensivos para los egipcios.

La nación de Israel no escapó completamente de la influencia contaminadora de tal adoración falsa durante los dos siglos que residieron en Egipto (Jos. 24:14), y esto fue sin duda la raíz de las actitudes incorrectas que desplegaron al comienzo del éxodo. Aunque Jehová les dijo a los israelitas que tirasen los “ídolos estercolizos de Egipto”, ellos no lo hicieron. (Eze. 20:7, 8; 23:3, 4, 8.) El fabricar en el desierto un becerro de oro para adorarlo posiblemente refleja la adoración egipcia de animales que había corrompido a algunos israelitas. (Éxo. 32:1-8; Hech. 7:39-41.) Antes de que Israel entrase en la Tierra Prometida, Jehová de nuevo dio advertencia explícita en contra de relacionar las formas de animales o de cualquiera de los cuerpos “cósmicos” con la adoración que Israel le rendía. (Deu. 4:15-20.) Sin embargo, la adoración de animales resurgió de nuevo siglos más tarde, cuando Jeroboán, al regresar de Egipto y empezar a gobernar en el reino norteño de Israel, hizo dos becerros de oro. (1 Rey. 12:2, 28, 29.) Es digno de mención que los registros inspirados de las Escrituras hechos por Moisés están completamente libres de cualquier corrupción procedente de tal idolatría y superstición egipcia.

Falta de cualidades morales y espirituales

Algunos doctos opinan que el concepto de pecado expresado en ciertos textos religiosos egipcios se debe a la influencia semítica. Sin embargo, su confesión del pecado siempre era en sentido negativo, como comenta la Encyclopædia Britannica (ed. 1959, vol. 8, pág. 56): “Cuando [el egipcio] confesaba, no decía ‘soy culpable’; decía ‘no soy culpable’. Su confesión era negativa, y el onus probandi [la carga de la prueba] descansaba en sus jueces, los cuales, según los papiros funerarios, siempre daban el veredicto a su favor, o por lo menos se esperaba y se confiaba que lo hicieran”. (Contrástese con Salmos 51:1-5.) La religión del antiguo Egipto principalmente se basaba en ceremonias y sortilegios destinados a conseguir ciertos resultados deseados por medio de la providencia de uno o más de sus numerosos dioses.

Aunque se ha afirmado que existía una forma de monoteísmo durante los reinados de los faraones Amenofis III y Amenofis IV (Akhenatón), cuando la adoración del dios-sol Atón llegó a ser casi exclusiva, en realidad no fue un verdadero monoteísmo. El faraón mismo continuó siendo adorado como un dios; e incluso en este período no había calidad ética en los textos religiosos egipcios, ya que los himnos al dios-sol Atón meramente lo alababan por su calor dador de vida pero carecían de cualquier expresión de alabanza o aprecio por cualquier cualidad espiritual o moral. Por lo tanto, cualquier alegación de que el monoteísmo de los escritos de Moisés se derivó de la influencia egipcia carece de todo fundamento.

Creencias con respecto a los muertos

En la religión egipcia recibía mucha importancia el cuidado de los muertos y la preocupación por asegurar su bienestar y felicidad después del “cambio” o muerte. La creencia en la reencarnación o transmigración del alma fue una doctrina de las más extendidas. Se creía que el cuerpo humano también tenía que ser conservado a fin de que el alma pudiese regresar y usarlo de vez en cuando. Por ello los egipcios embalsamaban a sus muertos. La tumba en la cual se colocaba al difunto momificado se consideraba el “hogar” del difunto. Las pirámides eran residencias colosales para los difuntos reales. Las necesidades y lujos de la vida, como joyas, ropa, muebles y suministros de alimento, eran almacenadas en las tumbas para uso futuro del difunto, junto con sortilegios escritos y encantamientos (por ejemplo, el “Libro de los Muertos”) para suministrarle protección de los espíritus inicuos. Sin embargo, estos encantamientos no sirvieron para protegerlos de los ladrones humanos de tumbas, que con el tiempo saquearon prácticamente toda tumba importante.

Aunque los cuerpos de Jacob y José fueron embalsamados, en el caso de Jacob se debió mayormente al propósito de conservarlo hasta que pudiese ser trasladado a una tumba en la Tierra Prometida, como expresión de fe de sus descendientes. El embalsamamiento del cuerpo de José puede que lo hayan efectuado los egipcios como expresión de respeto y honra. (Gén. 47:29-31; 50:2-14, 24-26.)

HISTORIA

La historia egipcia procedente de fuentes seglares es muy imprecisa, especialmente en sus períodos iniciales. El profesor J. A. Wilson dice acerca de la cronología para el período antes del año 663 a. E.C.: “Cuanto más se remonta uno al pasado, mayor se hace el margen de discrepancia. Para fechas anteriores al año 2000 a. E.C. puede haber discrepancias muy grandes”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, vol. 2, pág. 43.) Aunque reconocen las muchas debilidades e inexactitudes obvias de la cronología de Manetón (sacerdote egipcio del siglo III a. E.C.), los historiadores modernos generalmente presentan la historia egipcia dentro del marco de las treinta dinastías de Manetón, que se extienden hasta la conquista de Egipto por Alejandro Magno en el año 332 a. E.C. Tal como muchos eruditos han apuntado, si todos los reyes que enumera Manetón son legítimos, los reinados de una gran cantidad de ellos deben haber sido contemporáneos en vez de consecutivos, y es probable que eso haya ocurrido en algunas ocasiones en el caso de dinastías enteras. Por ello, los cálculos seglares de la fecha del comienzo del reino egipcio (bajo el más o menos mítico rey Menes) han sido reducidos literalmente en miles de años.

Visita de Abrahán

Algún tiempo después del Diluvio (2370-2369 a. E.C.), y con el subsiguiente esparcimiento de los pueblos de Babel, los camitas ocuparon Egipto. Para el tiempo en que el hambre obligó a Abrahán (Abrán) a abandonar Canaán y bajar a Egipto (entre los años 1943 a. E.C. y 1932 a. E.C.), había un reino gobernado por un faraón (cuyo nombre no se da en la Biblia). (Gén. 12:4, 14, 15; 16:16.)

Parece que Egipto recibía bien a los extranjeros, y no hay registro de que se haya mostrado ninguna animosidad hacia Abrahán, hombre que moraba en tiendas. Sin embargo, el temor de Abrahán de ser asesinado, a causa de su bella esposa, debió estar bien fundado, e indica el bajo grado de moralidad que existía en Egipto. (Gén. 12:11-13.) Las plagas que le vinieron al faraón por haber llevado a Sara a su casa tuvieron su efecto y resultaron en que se le ordenase a Abrahán abandonar el país con su esposa y con aún más posesiones. (Gén. 12:15-20; 13:1, 2.) Quizás Abrahán obtuvo a Agar, la sierva de Sara, durante su estancia en Egipto. (Gén. 16:1.) Agar le dio un hijo a Abrahán: Ismael (1932 a. E.C.), quien al llegar a adulto se casó con una mujer del país natal de su madre: Egipto. (Gén. 16:3, 4, 15, 16; 21:21.) Así pues, los ismaelitas fueron en su comienzo predominantemente egipcios, y las regiones donde a veces establecían sus campamentos estaban cerca de la frontera de Egipto. (Gén. 25:13-18.)

El hambre azotó por segunda vez y Egipto se convirtió en el lugar donde acudir por provisiones, pero en esa ocasión (algún tiempo después de 1843 a. E.C., el año de la muerte de Abrahán) Jehová le dijo a Isaac que no planease mudarse a aquel país. (Gén. 26:1, 2.)

José en Egipto

Aproximadamente dos siglos después de la estancia de Abrahán en Egipto, el hijo joven de Jacob, José, fue vendido a una caravana madianita-ismaelita y vendido de nuevo en Egipto a un oficial de la corte del faraón (1750 a. E.C.). (Gén. 37:25-28, 36.) Tal como José explicó más tarde a sus hermanos, Dios permitió esto a fin de preparar el camino para la futura entrada de toda la familia de Jacob durante un hambre posterior, la cual debió ser de mayores proporciones que las anteriores, ya que incluso Egipto fue azotado por ella. (Gén. 45:5-8.)

La aversión que tenían los egipcios de comer con los hebreos, como en el caso de la comida que José proveyó para sus hermanos, puede que haya sido debido al orgullo y prejuicio religioso o racial, o a su desprecio por los pastores. (Gén. 43:31, 32; 46:31-34.) Es muy posible que este último sentimiento se debiera simplemente a un sistema egipcio de castas, en el cual los pastores ocuparían uno de los últimos lugares; o quizás la importancia de la agricultura en Egipto y la escasez de tierra disponible para el cultivo propiciaran un fuerte rechazo contra aquellos que buscaban pasto para los rebaños.

“El período de los hicsos”

Muchos comentaristas sitúan la entrada de José en Egipto, así como la de su padre y su familia, en lo que se conoce normalmente como el “período de los hicsos”. Este período es muy incierto. Tal como comenta Merrill Unger (Archaeology and the Old Testament, ed. 1964, pág. 134): “Desgraciadamente [este período] es muy oscuro en Egipto, y la conquista de los hicsos no se entiende con claridad”.

The Encyclopedia Americana (ed. 1956, vol. 14, pág. 595) dice: “El único relato detallado de [los ‘hicsos’] por parte de cualquier escritor antiguo es un pasaje poco confiable de una obra perdida de Manetón, citada por Josefa en su réplica a Apión”. De Josefa viene el nombre “hicsos”. (Contra Apión, Libro I, secs. 14-16, 25-31.) Es interesante el hecho de que Josefa, que afirma citar literalmente a Manetón, relacione a los “hicsos” directamente con los israelitas. Josefa acepta esta relación pero arguye vehementemente en contra de muchos de los detalles del relato. Prefiere verter “hicsos” como “pastores cautivos” en vez de “reyes pastores”. Manetón, según dice Josefa, presenta a los “hicsos” conquistando Egipto sin pelear una batalla, destruyendo ciudades y “los templos de los dioses”, y causando estragos y una gran matanza. Se les representa estableciéndose en la región del delta. Finalmente se dice que los egipcios se alzaron con 480.000 hombres, peleando una guerra larga y terrible, sitiando a los hicsos en su ciudad capital, Avaris, y entonces, extrañamente, llegaron a un acuerdo que les permitió abandonar el país junto con sus familias y posesiones sin sufrir daño, y después ‘fueron a Judea y edificaron Jerusalén’.

Los historiadores modernos no dan crédito a las citas de Josefa con respecto a estas obvias referencias a los israelitas; sin embargo se aferran a la idea de que los “hicsos’ conquistaron Egipto, principalmente debido a que pueden hallar poca o ninguna información de fuentes egipcias antiguas para llenar los registros del período que supuestamente cubre las “dinastías decimotercera hasta la decimoséptima”. El profesor John Bright dice que “son prácticamente nulas las inscripciones nativas”. (La historia de Israel, pág. 66.)

La confusión, no solamente en la historia egipcia antigua, sino también entre sus intérpretes modernos, además de la incertidumbre en cuanto al orden de las dinastías, dificulta mucho el sacar conclusiones concretas acerca de la validez del “período de los hicsos”. Puesto que el que José fuera elevado al poder y los beneficios que eso supuso para Israel fueron por providencia divina, no hay necesidad de buscar ninguna otra razón como la de “reyes pastores” amigables. (Gén. 45:7- 9.) Pero es posible que el relato de Manetón, el fundamento de la teoría de los “hicsos”, simplemente represente una tradición falseada surgida de los esfuerzos egipcios anteriores por justificar lo que aconteció en su país durante la residencia de los israelitas en Egipto. La ascensión de José a la posición de gobernante (Gén. 41:39-46; 45:26); el cambio profundo que trajo su administración, que resultó en que los egipcios vendieran sus tierras e incluso se vendieran ellos mismos al faraón (Gén. 47:13-20); el impuesto del 20% que ellos posteriormente pagaron de sus productos (Gén. 47:21-26); los doscientos quince años de residencia israelita en Gosén y el hecho de llegar a exceder, en número y fuerza, a la población nativa, según la declaración del faraón (Éxo. 1:7-10, 12, 20); las diez plagas y la devastación que estas produjeron no solamente en la economía egipcia sino incluso en sus creencias religiosas y en el prestigio de su sacerdocio (Éxo. 10:7; 11:1-3; 12:12, 13); el éxodo de Israel después de la muerte de todos los primogénitos de Egipto y la posterior destrucción de lo mejor de las fuerzas militares de Egipto en el mar Rojo (Éxo. 12:2-38; 14:1-28); todas estas cosas produjeron un tremendo efecto en el país, por lo que ciertamente se requeriría algún intento de explicación por parte del estamento oficial egipcio.

No debe olvidarse nunca que el registro de la historia de Egipto, así como el de muchos países del Oriente Medio, estaba inseparablemente conectado con el sacerdocio, bajo cuya tutela se instruía a los escribas. Habría sido muy extraño que no se hubiera inventado alguna explicación propagandística para justificar el fracaso total de los dioses egipcios en evitar el desastre que Jehová Dios trajo sobre Egipto y sus habitantes. La historia, incluso la historia reciente, registra muchas ocasiones en que tal propaganda desvirtuó de manera tan crasa los hechos que a los oprimidos se les presentó como los opresores, y a las víctimas inocentes, como los agresores peligrosos y crueles. El relato de Manetón (de aproximadamente mil años después del éxodo), si Josefa lo transmitió con alguna exactitud, posiblemente represente las tradiciones distorsionadas transmitidas por las generaciones egipcias posteriores para justificar los elementos básicos del relato verdadero de la estancia de Israel en Egipto: el registrado en la Biblia. (Véase ÉXODO.)

Esclavitud de Israel

Puesto que la Biblia no menciona el nombre del faraón que empezó a oprimir a los israelitas (Éxo. 1:8-22) ni tampoco al siguiente faraón, ante el cual se presentaron Moisés y Aarón y en cuyo reinado tuvo lugar el éxodo (Éxo. 2:23; 5:1), y puesto que estos acontecimientos fueron o deliberadamente omitidos de los registros egipcios o bien los registros fueron destruidos, no es posible fijar estos acontecimientos en una “dinastía” específica ni tampoco en el reinado de ningún faraón en particular. Basándose en la referencia a la construcción de las ciudades de Pitom y Raamsés por parte de los trabajadores israelitas (Éxo. 1:11), algunos han opinado que Ramsés II (Ramesés II) (de la “decimonovena dinastía”) fue el faraón que los oprimió. Se cree que estas ciudades fueron edificadas durante el reinado de Ramsés II. En Archaeology and the Old Testament (pág. 149), Merrill Unger comenta: “Pero a la luz de la práctica notoria de Ramsés II de atribuirse el mérito de los logros llevados a cabo por sus antecesores, lo más seguro es que estos lugares meramente fueron reedificados o ensanchados por él”. En realidad, el nombre “Ramesés” parece que ya se aplicaba a un distrito entero para el tiempo de José. (Gén. 47:11.)

Por medio de Moisés, Dios liberó a la nación de Israel de la “casa de esclavos” y del “horno de hierro”, tal como continuaron llamando a Egipto los escritores bíblicos. (Éxo. 13:3; Deu. 4:20; Jer. 11:4; Miq. 6:4.) Cuarenta años más tarde Israel inició la conquista de Canaán. Algunos han relacionado este acontecimiento bíblico con la situación descrita en lo que se conoce como las tablillas de el-Amarna, halladas junto al Nilo, en el lugar que lleva ese nombre, a aproximadamente 320 Km. al S. de El Cairo. Unas trescientas de esas tablillas cuneiformes son cartas de varios gobernantes cananeos y sirios (entre los que se cuentan los de Hebrón, Jerusalén y Lakís); muchas, dirigidas al faraón que entonces gobernaba (generalmente Akhenatón), contienen quejas acerca de las incursiones y depredaciones de los “habiru” (apiru). Aunque algunos eruditos han tratado de identificar a los “habiru” con los hebreos o israelitas, el contenido mismo de las cartas no da base para ello. Estas representan a los habiru como meros invasores, a veces aliados con algunos gobernantes cananeos en rivalidades interciudadanas e interregionales. La descripción no encaja con la invasión arrolladora de Canaán por parte de los israelitas, con sus grandes batallas y victorias. Entre las ciudades que amenazaron los habiru estaba Biblos, en el Líbano septentrional, lejos del radio de acción de los ataques israelitas.

La estancia de Israel en Egipto quedó indeleblemente grabada en la memoria de la nación, y la liberación milagrosa de ese país se rememoraba regularmente como una prueba sobresaliente de la divinidad de Jehová. (Éxo. 19:4; Lev. 22:32, 33; Deu. 4:32-36; 2 Rey. 17:36; Heb. 11:23-29.) De ahí la expresión: “Yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto”. (Ose. 13:4; compárese con Levítico 11:45.) Ninguna circunstancia o acontecimiento eclipsó este hecho, hasta que su liberación de Babilonia les dio más prueba del poder liberador de Jehová. (Jer. 16:14, 15.) Su experiencia en Egipto fue escrita en la Ley que se les dio (Éxo. 20:2, 3; Deu. 5:12-15), fue la base de la fiesta de la Pascua (Éxo. 12:1-27; Deu. 16:1-3), los guió en sus tratos con los residentes forasteros (Éxo. 22:21; Lev. 19:33, 34), con los pobres que se vendían a sí mismos en esclavitud (Lev. 25: 39-43, 55; Deu. 15:12-15), y también suministró una base legal para la selección y santificación de la tribu de Leví para servir en el santuario. (Núm. 3:11-13.) Debido a que los israelitas habían sido residentes forasteros en Egipto, los egipcios podían ser aceptados en la congregación de Israel bajo ciertos requisitos. (Deu. 23:7, 8.) Los reinos de Canaán y los habitantes de las naciones vecinas sentían admiración y temor debido a los informes que oyeron del poder que Dios demostró contra Egipto, lo cual preparó el camino para la conquista que llevó a cabo Israel (Éxo. 18:1, 10, 11; Deu. 7:17-20; Jos. 2:10, 11; 9:9), conquista que fue recordada durante siglos. (1 Sam. 4:7, 8.) A través de su historia, la entera nación de Israel recordó estos acontecimientos en sus canciones. (Sal. 78:43-51; Sal., 105 y 106; 136:10-15.)

Después de la conquista de Canaán por Israel

No fue sino hasta el reinado del faraón Merneptah, hijo de Ramsés II (en la última parte de la “decimonovena dinastía”), que en Egipto se menciona a Israel; esta es en realidad la única mención directa que puede hallarse en los registros egipcios antiguos. En una estela de victorias, Merneptah alardea de las derrotas que ha infligido a varias ciudades de Canaán y entonces afirma: “Israel ha sido arrasada, su descendencia ya no es”. Aunque solo era un alarde infundado, parece ser evidencia de que en ese entonces la nación de Israel estaba establecida en Canaán. En ese caso, y si la traducción del texto es exacta, es probable que la conquista de Canaán por Israel (1473 a. E.C.) tuviera lugar entre el reinado de Akhenatón (al cual fueron dirigidas buena parte de las Cartas de el-Amarna) y el de Merneptah (cuyas gobernaciones, según los egiptólogos, tuvieron lugar en la “decimoctava y decimonovena dinastías” respectivamente).

No se informa que Israel tuviese contacto con Egipto durante el período de los jueces o durante los reinados de Saúl y David, aparte de la mención de un combate entre uno de los guerreros de David y un egipcio “de tamaño extraordinario”. (2 Sam. 23:21.) Durante el reinado de Salomón (1037-997 a. E.C.), las relaciones entre las dos naciones fueron tales que Salomón pudo hacer una alianza matrimonial con el faraón, casándose con su hija. (1 Rey. 3:1.) No se especifica cuándo este faraón no identificado conquistó Guézer, ciudad que luego dio como dote o regalo de boda de despedida a su hija. (1 Rey. 9:16.) Salomón también mantuvo relaciones comerciales con Egipto, traficando caballos y carros de construcción egipcia. (2 Cró. 1:16, 17.)

Egipto, sin embargo, era un refugio para algunos enemigos de los reyes de Jerusalén. Hadad el edomita escapó a Egipto después que David devastara Edom. Aunque era semita, Hadad fue honrado por el faraón con un hogar, alimento y tierra, se casó dentro de la realeza, y su hijo, Guenubat, fue tratado como hijo del faraón. (1 Rey. 11:14-22.) Más tarde, Jeroboán, que llegó a ser rey del reino norteño de Israel después de la muerte de Salomón, también se refugió durante un tiempo en Egipto en el reinado de Sisaq. (1 Rey. 11:40.)

Sisaq (conocido como Sesonc I en los registros egipcios) había fundado una dinastía libia de faraones (“la dinastía vigésimo segunda”), con su capital en Bubastis, en la región oriental del Delta. En el quinto año del reinado del hijo de Salomón, Rehoboam (993-992 a. E.C.), Sisaq invadió Judá con una fuerza poderosa de carros, caballería e infantería, que incluía a libios y etíopes, capturando muchas ciudades y amenazando a Jerusalén. Debido a la misericordia de Jehová, Jerusalén fue perdonada, pero Sisaq se llevó su gran riqueza. (1 Rey. 14:25, 26; 2 Cró. 12:2-9.) Un relieve hallado en un muro de un templo en Karnak describe la campaña de Sisaq y enumera numerosas ciudades palestinas capturadas.

Zérah el etíope, que condujo sus tropas formadas por un millón de hombres etíopes y libios contra el rey Asá de Judá (967-966 a. E.C.), probablemente iniciara su marcha desde Egipto. Sus fuerzas, reunidas en el valle de Safata, al SO. de Jerusalén, fueron totalmente derrotadas. (2 Cró. 14:9-13; 16:8.)

Judá e Israel disfrutaron de un período sin opresión egipcia durante los siguientes dos siglos. Parece que Egipto experimentó considerables problemas internos durante este período, en el cual ciertas “dinastías” gobernaron simultáneamente. Mientras tanto, Asiria apareció como la potencia mundial dominante. Hosea, el último rey del reino de diez tribus de Israel (c. 758-740 a. E.C.), llegó a ser un vasallo de Asiria y entonces trató de romper el yugo asirio por medio de conspirar con el rey So de Egipto. El intento fracasó y el reino norteño israelita pronto cayó ante Asiria. (2 Rey. 17:4.)

Parece que Egipto estuvo bastante dominado por los nubioetíopes para este tiempo, pues la “vigésimo quinta dinastía” se considera etíope. Rabsaqué, el vociferante oficial del rey asirio Senaquerib, dijo a los habitantes de la ciudad de Jerusalén que confiar en Egipto por ayuda era confiar en una “caña quebrantada”. (2 Rey. 18:19-21, 24.) Al rey Tirhaqá de Etiopía, que entró en Canaán en este tiempo (732 a. E.C.) y que temporalmente desvió la atención de los asirios y sus fuerzas, se le relaciona generalmente con el gobernante etíope de Egipto: el faraón Taharqa. (2 Rey. 19:8-10.) La profecía que previamente había pronunciado Isaías (7:18, 19) parece confirmar esto, diciendo que Jehová “silbará a las moscas que están a la extremidad de los canales del Nilo de Egipto y a las abejas que están en la tierra de Asiria”, resultando por lo tanto en un choque entre las dos potencias en la tierra de Judá y sometiendo a ese país a una doble presión. Tal como observó el docto Franz Delitzsch: “Los emblemas también corresponden a la naturaleza de los dos países: la mosca, al Egipto [pantanoso] con sus enjambres de insectos [...], y la abeja, a la Asiria más montañosa y boscosa”. (Biblical Commentary on the Prophecies of Isaiah, vol. I, pág. 223.)

En su declaración formal contra Egipto, Isaías aparentemente predice la inestable situación que existía en Egipto durante la última parte del siglo VIII y la primera parte del siglo VII a. E.C. (Isa., cap. 19.) Describe que en Egipto habría guerra civil y desintegración, que guerrearía “ciudad contra ciudad, reino contra reino”. (Vss. 2, 13, 14.) Los historiadores modernos tienen evidencia de que hubo dinastías contemporáneas que gobernaron en diferentes secciones del país en ese tiempo. La alabada “sabiduría” de Egipto con sus ‘dioses que nada valen y encantadores’ no los protegieron de ser entregados “en mano de un amo duro”. (Vss. 3, 4.)

Invasión asiria

El rey asirio Esar-hadón (contemporáneo del rey judaíta Manasés [716-661 a. E.C.]) invadió Egipto, conquistó Menfis, en el Bajo Egipto, y envió a muchos al exilio. Al parecer el faraón que gobernaba en ese tiempo todavía era Taharqa (Tirhaqá).

Asurbanipal, último rey de Asiria, reanudó el asalto y saqueó la ciudad de Tebas (la bíblica No-amón), en el Alto Egipto, donde estaban ubicadas las mayores riquezas de los templos de Egipto. De nuevo, la Biblia señala la participación de etíopes, libios y otros elementos africanos. (Nah. 3:8-10.)

Más tarde las guarniciones asirias fueron retiradas de Egipto y el país empezó a recobrar algo de su anterior prosperidad y poder. Cuando Asiria cayó ante los medos y los babilonios, Egipto había obtenido suficiente fuerza (con el apoyo de tropas mercenarias) para subir contra el nuevo rey de Asiria, Nabopolasar de Babilonia. El faraón Nekó II (Nekoh) condujo a las fuerzas egipcias pero, en el camino, se enfrentó con el ejército judaíta del rey Josías en Meguidó y se vio obligado a entrar en una batalla que no deseaba, derrotando a Judá y causando la muerte de Josías. (2 Rey. 23:29; 2 Cró. 35:20-24.) Tres meses más tarde (en 628 a. E.C.), Nekó quitó al hijo y sucesor de Josías, Jehoacaz, del trono de Judá y lo reemplazó por su hermano Eliaquim (de sobrenombre Jehoiaquim), llevándose cautivo a Egipto a Jehoacaz. (2 Rey. 23:31-35; 2 Cró. 36:1-4; compárese con Ezequiel 19:1-4.) Judá se convirtió en tributaria de Egipto. Fue durante este período que el profeta Uriya efectuó su vana huida a Egipto. (Jer. 26:21-23.)

Derrotado por Nabucodonosor

Pero el intento de Egipto de restablecer el control egipcio en Siria y Palestina duró poco; Egipto fue sentenciado a beber la copa amarga de la derrota, según la profecía de Jehová pronunciada anteriormente por Jeremías (25:17-19). La caída de Egipto empezó con su derrota decisiva en Carquemis, junto al río Éufrates, ante los babilonios, bajo el mando del príncipe heredero Nabucodonosor, en la primera parte del año 625 a. E.C. Este acontecimiento es descrito en Jeremías 46:2-10 así como en las Crónicas de Babilonia.

Nabucodonosor, ahora rey de Babilonia, conquistó Siria y Palestina, y Judá se convirtió en un estado vasallo de Babilonia. (2 Rey. 24: 1.) Egipto hizo un último intento de permanecer como potencia en Asia. El faraón que gobernaba (posiblemente Hofrá) fue a Canaán en respuesta a la solicitud del rey Sedequías de recibir apoyo militar en su sublevación contra Babilonia en el año 609-607 a. E.C. Esto solo causó un levantamiento temporal del sitio babilonio, ya que las tropas egipcias fueron obligadas a retroceder y Jerusalén no escapó de la destrucción. (Jer. 37:5-7; Eze. 17:15-18.)

A pesar de las vigorosas advertencias de Jeremías (Jer. 42: 7-22), el resto de la población de Judá huyó a Egipto en busca de protección, uniéndose a los judíos que ya estaban en ese país. (Jer. 24:1, 8-10.) Los lugares que específicamente se mencionan como aquellos donde residieron son: Tahpanhés, aparentemente una ciudad fortificada en la región del delta (Jer. 43:7-9), Migdol (Núm. 33:7, 8) y Nof, al parecer otro nombre de Menfis, primitiva capital del Bajo Egipto. (Jer. 44:1; Eze. 30:13.) Así pues, el “lenguaje de Canaán” (al parecer hebreo) fue hablado entonces en Egipto por estos refugiados. (Isa. 19:18.) Insensatamente reanudaron en ese país las mismas prácticas idolátricas que habían ocasionado el juicio de Jehová sobre Judá. (Jer. 44:2-25.) Pero el cumplimiento de las profecías de Jehová alcanzó a los refugiados israelitas cuando Nabucodonosor marchó contra Egipto y conquistó el país. (Jer. 43:8-13; 46:13-26.)

Solamente s e h a hallado un texto babilonio, fechado en el año treinta y siete de Nabucodonosor (588-587 a. E.C.), que mencione una campaña contra Egipto, aunque no se puede asegurar si se refiere a la conquista original o meramente a una acción militar subsiguiente. Josefo, historiador judío del siglo I E.C., sitúa la conquista de Egipto después del año veintitrés de Nabucodonosor (602-601 a. E.C.). (Antigüedades Judías, Libro X, cap. IX, sec. 7.) No es seguro si el faraón Hofrá, mencionado en Jeremías 44:30, estaba en el trono egipcio en el tiempo de la conquista o si había sido asesinado anteriormente por enemigos suyos del mismo país, como afirma Heródoto. (Libro II, sec. 169.) De todas formas, Nabucodonosor recibió la riqueza de Egipto como pago por el servicio militar que había rendido en la ejecución del juicio de Jehová contra Tiro, el opositor del pueblo de Dios. (Eze. 29:18-20; 30:10-12.)

En Ezequiel 29:1-16 se predice que la desolación de Egipto duraría cuarenta años. Puede que esto haya sucedido después de la conquista de Egipto por Nabucodonosor. Mientras que algunos comentaristas se refieren al reinado de Amasis II ( Amosis II), sucesor de Hofrá, como sumamente próspero durante más de cuarenta años, lo hacen principalmente tomando el testimonio de Heródoto, quien visitó Egipto más de cien años después. Pero como comenta la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 62) acerca de la historia de Heródoto sobre este período (el “período saíta”): “[...] sus declaraciones demuestran no ser completamente confiables cuando se comprueban con la escasa evidencia nativa”. El comentario bíblico de F. C. Cook, después de hacer notar que Heródoto ni siquiera menciona el ataque de Nabucodonosor contra Egipto, dice: “Es notorio que Heródoto, aunque registró fielmente todo lo que oyó y vio en Egipto, dependía de los sacerdotes egipcios para su información acerca de la historia del pasado, cuyos relatos adoptó con credulidad ciega [...]. El entero relato [de Heródoto] sobre Apries [Hofrá] y Amasis está tan lleno de inconsecuencia y leyenda que podemos rehusar aceptarlo como historia auténtica. No extraña en absoluto que los sacerdotes tratasen de disimular la deshonra nacional de haber sido sujetados a un yugo extranjero”. Por lo tanto, aunque la historia seglar no da ninguna evidencia clara del cumplimiento de la profecía, podemos confiar en la exactitud del registro bíblico.

Bajo dominación persa

Egipto posteriormente apoyó a Babilonia contra la ascendente potencia de Medo-Persia. Pero para el año 525 a. E.C., el país fue subyugado por Cambises II, hijo de Ciro el Grande, llegando a estar por lo tanto bajo la dominación imperial persa. (Isa. 43:3.) Aunque muchos judíos abandonaron Egipto para regresar a su país natal (Isa. 11:11-16; Ose. 11:11; Zac. 10:10, 11), otros permanecieron en aquel país. Debido a ello, hubo una colonia judía en Elefantina (la Yeb egipcia), isla del Nilo cerca de Asuán, a unos 690 Km. al S. de El Cairo. Un valioso hallazgo de papiros revela las condiciones existentes en ese lugar durante el siglo v a. E.C., cuando Esdras y Nehemías estaban cumpliendo su comisión en Jerusalén. Estos documentos escritos en arameo contienen el nombre de Sanbalat de Samaria (Neh. 4:1, 2) y del sacerdote Johanán. (Neh. 12:22.) Es de interés una orden oficial emitida durante el reinado de Darío II (c. 423-404 a. E.C.) que mandaba que “la fiesta de las tortas no fermentadas” (Éxo. 12:17; 13:3, 6, 7) se celebrase en la colonia. Asimismo, es notable el uso frecuente del nombre Yahu, una forma del nombre Jehová (o Yavé; compárese con Isaías 19:18), aunque también hay considerable evidencia de la infiltración de la adoración pagana.

Bajo gobernación griega y romana

Egipto continuó bajo la gobernación persa hasta que Alejandro Magno lo conquistó en el año 332 a. E.C., supuestamente ‘libertando’ a Egipto del yugo persa pero terminando para siempre la gobernación de faraones nativos. El poderoso Egipto ciertamente llegó a ser un “reino de condición humilde”. (Eze. 29:14, 15.)

Durante el reinado de Alejandro se fundó la ciudad de Alejandría, y después de su muerte el país fue gobernado por los tolomeos. En el año 312 a. E.C. Tolomeo I capturó Jerusalén, y Judá se convirtió en una provincia del Egipto tolemaico hasta el año 198 a. E.C. En ese año, tras una larga lucha con el imperio seléucida de Siria, Egipto perdió finalmente el control de Palestina cuando el rey sirio Antíoco III derrotó al ejército de Tolomeo V. Más tarde, Egipto llegó a estar gradualmente bajo la influencia de Roma. En el año 31 a. E.C., en la batalla decisiva de Accio, Cleopatra abandonó la flota de Antonio, su amante romano, y este fue derrotado por Octavio, el sobrino nieto de Julio César. Octavio procedió a conquistar Egipto en el año 30 a. E.C., y este país se convirtió en una provincia romana. Fue a esta provincia romana adonde José y María huyeron con el niñito Jesús para escapar del decreto asesino de Herodes, regresando después de la muerte de este a fin de que se cumpliesen las palabras de Oseas: “De Egipto llamé a mi hijo”. (Mat. 2:13-15; Ose. 11:1; compárese con Éxodo 4:22, 23.)

El “egipcio” sedicioso con el cual el comandante militar de Jerusalén confundió a Pablo posiblemente sea el mismo que menciona Josefo. (La Guerra de los Judíos, Libro II, cap. XIII, secs. 3-5.) Se dice que su insurrección tuvo lugar durante el reinado de Nerón y cuando Félix era procurador en Judea, circunstancias que encajan con el relato de Hechos 21:37-39; 23:23, 24.

La segunda destrucción de Jerusalén, llevada a cabo por los romanos en el año 70 E.C., cumplió de nuevo las palabras de Deuteronomio 28:68, puesto que muchos judíos sobrevivientes fueron enviados a Egipto como esclavos. (La Guerra de los Judíos, Libro VI, cap. IX, sec. 2.)

[Mapa de la página 487]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ANTIGUO EGIPTO

MAR MEDITERRÁNEO

DELTA

BAJO EGIPTO

MEDIO EGIPTO

ALTO EGIPTO

DESIERTO DE LIBIA

DESIERTO DEL MAR ROJO

PENÍNSULA DEL SINAÍ

MAR ROJO

Midgol (?)

Tahpanés

Zoán

Heliópolis (On)

El Cairo

Menfis (Nof)

Oasis Faiyum

Río Nilo

Tebas (No)

Asuán (Siene)

Valle torrencial de Egipto

Golfo de Suez

[Ilustración de la página 488]

Tríada egipcia de dioses: Isis, Osiris y Horus

[Ilustración de la página 488]

El buey Apis, adorado por los egipcios, representado con un disco entre los cuernos

[Ilustración de la página 489]

La pirámide de Keops: más de 2.400.000 m.3 de piedra

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