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Ayuda para entender la Biblia
ad págs. 78-82

AMOR

Afecto profundo o apego hacia una persona; cariño. También se describe con ese término el afecto benevolente que Dios siente para con sus criaturas o el afecto reverente que estas le deben a Dios. Otra acepción de la palabra amor es la atracción afectiva y apasionada hacia una persona del sexo opuesto, que constituye el incentivo emocional para la unión conyugal. Un concepto estrechamente relacionado con el amor es la “devoción”.

Las Escrituras utilizan “amor” en todos los sentidos que se acaban de mencionar y además le añaden un significado adicional: el del amor basado en principios, como por ejemplo, el amor por la justicia o incluso el amor a los enemigos, por quienes normalmente no se siente afecto. Esta faceta o expresión del amor consiste en una devoción altruista a la justicia y un interés sincero por el bienestar duradero de otros, acompañado de una manifestación activa de tal interés.

Las palabras hebreas ’a·háv y ’a·hév (“amar”), junto con ’a·haváh (“amor”), son las que se utilizan principalmente para denotar el amor en los sentidos supracitados, y es el contexto lo que determina el sentido específico de amor que representan.

Las Escrituras Griegas Cristianas emplean principalmente formas de las palabras a·gá·pe, fi·lí·a y dos palabras derivadas de stor·gué. A·gá·pe aparece con más frecuencia que los otros términos, y é·ros, el amor sexual, no se emplea.

El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, (tomo 1, pág. 87), refiriéndose al sustantivo a·gá·pe y la forma verbal a·ga·pá·o, dice: “El amor sólo puede ser conocido en base de las acciones que provoca. El amor de Dios se ve en la dádiva de Su Hijo, 1 Jn 4:9, 10. Pero es evidente que no se trata de un amor basado en la complacencia, ni afecto, esto es, no fue causado por ninguna excelencia en sus objetos, Ro 5:8. Se trató de un ejercicio de la voluntad divina en una elección deliberada, hecha sin otra causa que aquella que proviene de la naturaleza del mismo Dios, cp. Dt 7:7, 8 [...]”.

Con respecto al verbo fi·lé·o, Vine comenta: “Se debe distinguir de agapaõ en que phileõ denota más bien un afecto entrañable [...]. Además, amar (phileõ) la vida, en base de un deseo indebido de preservarla, con olvido del verdadero propósito de vivir, se encuentra con la reprobación del Señor, Jn 12:25. Al contrario, amar la vida (agapaõ) tal como se usa en 1 P 3:10, significa considerar el verdadero motivo de vivir. Aquí, la palabra phileõ sería totalmente inapropiada”. (Pág. 88.)

El “Greek Dictionary of the New Testament”, de James Strong, bajo el término fi·lé·o hace la siguiente observación: “Ser un amigo de (tener cariño a [un individuo o un objeto]), es decir, sentir afecto por (en el sentido de apego personal, como un asunto de sentimiento o emoción; mientras que [a·ga·pá·o] es más amplio, y abarca especialmente la decisión de amar después de un juicio y asentimiento deliberado sobre la base de los principios, el deber y el decoro [...])”.

Por lo tanto, a·gá·pe conlleva el significado de amor basado o gobernado por principios. Tanto puede ser que incluya afecto y cariño, como que no, aunque en muchos pasajes se hace evidente que sí lo incluye. En Juan 3:35 Jesús dijo: “El Padre ama [a·ga·pái] al Hijo”. En Juan 5:20, él dijo: “El Padre le tiene cariño [fi·léi] al Hijo”. Ciertamente el amor que Dios siente por Jesucristo está lleno de afecto. Jesús también explicó: “El que me ama [a·ga·pón] será amado [a·ga·pe·thé·se·tai] por mi Padre, y yo lo amaré [a·ga·pé·so]”. (Juan 14:21.) Este amor del Padre y del Hijo está acompañado por un tierno afecto hacia esas personas que les muestran amor. Los adoradores de Jehová deben amar a Jehová y a Jesucristo, y amarse unos a otros, de la misma manera. (Juan 21:15-17.)

Por lo tanto, aunque a·gá·pe se distingue por su respeto a los principios, no es insensible; de otro modo no se distinguiría de la justicia fría. Pero no está gobernado por emoción o sentimentalismo; nunca pasa por alto los principios. Los cristianos correctamente muestran a·gá·pe para con otras personas hacia quienes quizás no sientan ningún afecto o simpatía, pero lo hacen por su bienestar. (Gál. 6:10.) Sin embargo, aunque no les tienen afecto, sí sienten compasión e interés sincero por tales seres humanos, aunque dentro de los límites y a la manera que permiten y mandan los principios justos.

Sin embargo, aunque a·gá·pe se refiere al amor gobernado por principios, los principios pueden ser buenos o malos. Cabe la posibilidad de expresar una clase incorrecta de a·gá·pe, guiado por principios malos. Por ejemplo Jesús dijo: “Si ustedes aman [a·ga·pá·te] a los que los aman, ¿de qué mérito les es? Porque hasta los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien a los que les hacen bien, ¿de qué mérito, realmente, les es a ustedes? Hasta los pecadores hacen lo mismo. También, si prestan sin interés a aquellos de quienes esperan recibir, ¿de qué mérito les es? Hasta los pecadores prestan sin interés a los pecadores para que se les devuelva otro tanto”. (Luc. 6:32-34.) El principio por el cual estas personas actúan es: ‘Trátame bien y te trataré bien’.

Jesús mandó: “Continúen amando [a·ga·pá·te] a sus enemigos”. (Mat. 5:44.) El apóstol Pablo indica que fue Dios mismo quien estableció este principio, pues declara: “Dios recomienda su propio amor [a·gá·pen] a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros [...]. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida”. (Rom. 5:8-10.) Un ejemplo sobresaliente de ese amor se ve en los tratos de Dios con Saulo de Tarso, quien llegó a ser el apóstol Pablo. (Hech. 9:1-16; 1 Tim. 1:15.) Por lo tanto, el amar a nuestros enemigos debería regirse por el principio establecido por Dios, y ese amor debería ejercerse en obediencia a sus mandamientos, tanto si entraña cierto cariño o afecto, como si no.

DIOS

El apóstol Juan escribe: “Dios es amor”. (1 Juan 4:8.) Él es la mismísima personificación del amor y esta es su cualidad dominante. Sin embargo, lo opuesto, el que ‘el amor [la cualidad abstracta] sea Dios’, no es cierto. En la Biblia, Dios se manifiesta como una Persona y habla en sentido figurado de sus “ojos”, sus “manos”, su “corazón”, su “alma”, etc. Él también tiene otros atributos, como la justicia, el poder y la sabiduría. (Deu. 32:4; Job 36:22; Rev. 7:12.) Por otra parte, Dios tiene la capacidad de odiar, una cualidad completamente opuesta al amor. Su amor por la justicia exige que odie la iniquidad. (Deu. 12:31; Pro. 6:16.) El amor incluye el sentir y expresar afecto personal, cosa que solo una persona puede hacer, o solo puede mostrarse a una persona. Por supuesto, Jesucristo, el Hijo de Dios, no es una cualidad abstracta, y él mencionó que había estado con su Padre, trabajando con Él, agradándole y escuchándole, y que los ángeles contemplan el rostro de su Padre, todo lo cual sería imposible si Dios simplemente fuese una cualidad abstracta. (Mat. 10:32; 18:10; Juan 5:17; 6:46; 8:28, 29, 40; 17:5.)

La evidencia de su amor

Hay abundante evidencia de que Jehová, el Creador y Dios del universo, es amor. Esta se puede ver en la misma creación física. ¡Con qué cuidado tan extraordinario ha sido hecha para la salud, el placer y el bienestar del hombre! El ser humano no solo está hecho para existir, sino para disfrutar de comer, para deleitarse en contemplar el color y la belleza de la creación, para gozar de la compañía de los animales y en especial de la de sus semejantes, para derivar placer de comunicarse con ellos y de los otros incontables deleites de la vida. (Sal. 139:14, 17, 18.) Pero Dios aún ha desplegado más su amor al hacer al hombre a su imagen y semejanza (Gén. 1:26, 27), con espiritualidad y capacidad de amar, así como al revelarse a la humanidad por medio de su Palabra y su espíritu santo. (1 Cor. 2:12, 13.)

El amor de Jehová para con la humanidad es el de un Padre para con sus hijos. (Mat. 5:45.) Él no escatima nada que sea para su bien, sin importar lo que le cueste; su amor trasciende a todo lo que nosotros podamos sentir o expresar. (Efe. 2:4-7; Isa. 55:8; Rom. 11:33.) Su mayor manifestación de amor, lo más elevado que un padre puede hacer, fue lo que Él hizo por la humanidad: dar la vida de su fiel Hijo unigénito. (Juan 3:16.) El apóstol Juan escribe: “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero”. (1 Juan 4:19.) Por consiguiente, Él es la Fuente del amor. El apóstol Pablo también dice: “Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Rom. 5:7, 8; 1 Juan 4:10; véase también Romanos 8:38, 39.)

La soberanía de Dios basada en el amor

Jehová se gloría en el hecho de que tanto su soberanía como el apoyo que le dan sus criaturas se basa principalmente en el amor. Él sólo desea como súbditos a aquellos que aman su soberanía y la prefieren a cualquier otra, por sus excelentes cualidades y porque es justa. (1 Cor. 2:9.) Dichas personas escogen servir bajo Su soberanía más bien que intentar la independencia, ya que al conocerle, reconocen que Jehová es muy superior a ellas en amor, justicia y sabiduría. (Sal. 84:10, 11.) En cambio, el Diablo fracasó en este respecto, ya que con egotismo buscó su propia independencia, como hicieron Adán y Eva. De hecho, el Diablo desafió la manera de gobernar de Dios, diciendo en realidad que no era ni amorosa ni justa (Gén. 3:1-5), y que las criaturas no le servían por amor sino por egoísmo. (Job 1:8-12; 2:3-5.)

JESUCRISTO

Siendo el que por tiempos incalculables ha estado más estrechamente asociado con su Padre, la Fuente del amor, y el que le conoce más íntima y completamente, Jesucristo pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Juan 14:9; Mat. 11:27.) Por lo tanto, el amor de Jesús es completo, perfecto. (Efe. 3:19; Col. 2:9.) Él dijo a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (Juan 15:13), y anteriormente les había dicho: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros”. (Juan 13:34.) Este mandamiento era nuevo, ya que la Ley, bajo la cual estaban Jesús y sus discípulos en aquel tiempo, mandaba: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Lev. 19:18; Mat. 22:39.) Exigía amor al prójimo pero no un amor que se autosacrificase hasta el punto de entregar la vida a favor del prójimo. Tanto la vida como la muerte de Jesús fueron un ejemplo del amor que exigía este nuevo mandamiento. El seguidor de Cristo no solo tiene que hacer el bien cuando se presenta la oportunidad. Tiene más bien que tomar la iniciativa y, siguiendo las instrucciones de Cristo, ayudar espiritualmente y de otras maneras a los demás. Tiene que trabajar activamente para el bien de otros. La predicación y la enseñanza de las buenas nuevas a otros, algunos de los cuales pueden ser enemigos, es una de las mayores expresiones de amor, pues puede resultar en vida eterna para ellos. El cristiano debe ‘impartir, no solo las buenas nuevas de Dios, sino también su propia alma’ al ayudar a los que aceptan las buenas nuevas y trabajar con ellos. (1 Tes. 2:8.) Y además debería estar listo para entregar su alma (o vida) a favor de ellos. (1 Juan 3:16.)

CÓMO SE ADQUIERE EL AMOR

El amor es un fruto del espíritu de Dios. (Gál. 5:22.) Dios utilizó su espíritu al crear al primer hombre y la primera mujer y les dio una medida de este atributo suyo, el amor, además de la capacidad de desplegarlo, ensancharlo y enriquecerlo. El amor no es una cualidad que uno tiene sin saber por qué, como puede suceder con ciertas habilidades físicas o mentales: la belleza física, el talento para la música u otras cualidades similares que se heredan. Una persona no puede tener amor piadoso sin conocimiento, meditación, aprecio y servicio a Dios. Solo por medio de esto se puede llegar a ser imitador de Dios, la Fuente del amor. (Sal. 77:11; Efe. 5:1, 2; Rom. 12:2.) Adán fracasó porque no cultivó amor a Dios; no progresó hacia la perfección del amor pues no estaba unido a Dios con ese vínculo perfecto de unión. No obstante, aun en estado de imperfección y pecado, Adán transmitió a su prole, producida “a su imagen”, la facultad y capacidad de amar (Gén. 5:3), y en general la humanidad expresa ese amor, aunque con frecuencia es un amor mal dirigido, deteriorado y torcido.

El amor puede estar mal dirigido

Por estas razones, es evidente que el amor verdadero y bien dirigido solo puede provenir de buscar y seguir el espíritu de Dios y el conocimiento que proviene de su Palabra. Por ejemplo, un padre puede sentir afecto para con su hijo. Pero quizás permita que debido al sentimentalismo ese amor se deteriore o se desencamine. Puede que le dé al niño todo, que no le niegue nada. Incluso es posible que no ejerza su autoridad paternal en lo que respecta a la disciplina y, cuando es necesario, el castigo. (Pro. 22:15.) Tal supuesto “amor” puede que en realidad sea orgullo de familia, pero eso es egoísmo. La Biblia dice que una persona de esa clase no ejerce amor sino odio, porque no está siguiendo el proceder que salvará la vida de su hijo. (Pro. 13:24; 23:13, 14; compárese con Hebreos 12:7-11.)

El conocimiento de Dios y sus propósitos dan la dirección correcta al amor

Debemos amar primero a Dios, por encima de todos los demás. De otra manera el amor estará mal dirigido, y hasta nos puede conducir a adorar a una criatura o a una cosa. El conocer los propósitos de Dios es esencial, porque entonces uno sabe lo que es mejor para su propio bienestar y para el de otros y también sabrá cómo expresar amor de la manera apropiada. En la Biblia se dice que el amor a Dios debe ejercerse con ‘todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas’. (Mat. 22:36-38; Mar. 12:29, 30.) El amor es principalmente una cualidad del corazón (1 Ped. 1:22), pero si la mente no está equipada con conocimiento de lo que es el amor verdadero y de cómo actúa, el amor del corazón puede expresarse en una dirección equivocada. (Jer. 10:23; 17:9.) La mente debe conocer a Dios, sus cualidades, sus propósitos y cómo expresa Él el amor. (1 Juan 4:7.) En armonía con esto, y ya que el amor es la cualidad más importante, la dedicación a Dios significa dedicarse a la persona de Jehová mismo (en quien el amor es la cualidad dominante), y no a una obra o una causa. Luego, el alma, cada fibra del organismo, debe llevar a la práctica el amor que está motivado por el corazón y dirigido por la mente, y en ese esfuerzo hay que poner todo empeño.

El amor es expansivo

El amor verdadero que es un fruto del espíritu de Dios es expansivo. (2 Cor. 6:11-13.) No es mezquino ni está limitado o circunscrito. Para ser completo se debe compartir. Uno debe amar primero a Dios (Deu. 6:5) y a su Hijo (Efe. 6:24), luego a toda la asociación de hermanos cristianos por todo el mundo. (1 Ped. 2:17; 1 Juan 2:10; 4:20, 21.) Debe amar a su esposa, y ella a su esposo. (Pro. 5:18, 19; Ecl. 9:9; Efe. 5:25, 28, 33.) El amor se tiene que extender a los hijos. (Tito 2:4.) Hay que amar a toda la humanidad, incluso a los propios enemigos de uno, y se deben manifestar obras cristianas para con todos. (Mat. 5:44; Luc. 6:32-36.) Al comentar sobre los frutos del espíritu, de los que el amor es el primero, la Biblia dice: “Contra tales cosas no hay ley”. (Gál. 5:22, 23.) Esto significa que no hay ninguna ley que lo pueda limitar. Puede desplegarse en cualquier momento o lugar y a cualquier grado con aquellos a quienes se les debe. De hecho, lo único que los cristianos tendrían que deberse unos a otros es el amor. (Rom. 13:8.) Este amor entre unos y otros es una marca identificadora de los verdaderos cristianos. (Juan 13:35.)

CÓMO ACTÚA EL AMOR DE DIOS

El amor, como el que Dios mismo personifica, es tan maravilloso que es difícil de definir. Es más fácil decir cómo actúa. Al escribir al respecto, el apóstol Pablo destaca en primer lugar lo esencial que es para un creyente cristiano, y luego detalla cómo actúa altruistamente: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. No se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todas las cosas las soporta, todas las cree, todas las espera, todas las aguanta”. (1 Cor. 13:4-7.)

“TIEMPO DE AMAR”

El tiempo durante el que hay que manifestar amor a otros, solo se restringe en el caso de aquellos a quienes Jehová señala como indignos de Él, o de los que están resueltos a seguir en un proceder de maldad. El amor ha de hacerse extensivo a todas las personas, mientras estas no demuestren odiar a Dios. Tanto Jehová Dios como Jesucristo aman la justicia y odian el desafuero. (Sal. 45:7; Heb. 1:9.) Los que odian intensamente al Dios verdadero no son personas a quienes se deba mostrar amor. De hecho, no se conseguiría nada aunque se les siguiera mostrando amor, pues los que odian a Dios no responderán a su bondad amorosa. (Sal. 139:21, 22; Isa. 26:10.) Por lo tanto, Dios apropiadamente les odia y tiene un tiempo para tomar acción contra ellos. (Sal. 21:8, 9; Ecl. 3:1, 8.)

COSAS QUE NO SE DEBEN AMAR

El apóstol Juan escribe: “No estén amando ni al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo —el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno— no se origina del Padre, sino que se origina del mundo”. (1 Juan 2:15, 16.) Después dice, “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1 Juan 5:19.) Por consiguiente, todos los que aman a Dios odian todo mal proceder. (Sal. 101:3; 119:104, 128; Pro. 8:13; 13:5.)

Si bien la Biblia muestra que los esposos y las esposas se deberían amar entre sí y que este amor incluye las relaciones conyugales (Pro. 5:18, 19; 1 Cor. 7:3-5), también indica que el amor sexual para con otra persona que no sea el propio cónyuge es una práctica carnal y mundana, desaprobada por Dios. (Pro. 7:18, 19, 21-23.) Otra “cosa” del mundo es el materialismo, el “amor al dinero” (fi·lar·gu·rí·a, literalmente, “tener cariño a la plata” [Kingdom Interlinear Translation]), el cual es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales. (1 Tim. 6:10; Heb. 13:5.)

Jesucristo denunció con severidad a los líderes religiosos hipócritas judíos, a quienes les gustaba orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de los caminos anchos para ser vistos por los hombres, y también les gustaban los lugares más prominentes en las cenas y los asientos delanteros en las sinagogas. Entonces dijo que ya habían recibido su galardón completo, el que amaban y deseaban, es decir, el honor y la gloria de los hombres; por lo tanto, no merecían ninguna recompensa por parte de Dios. (Mat. 6:5; 23:2, 5-7; Luc. 11:43.) El registro dice: “Hasta de los gobernantes muchos realmente pusieron fe en él [Jesús], pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga; porque amaban la gloria de los hombres más que la misma gloria de Dios”. (Juan 12:42, 43; 5:44.)

Al hablar a sus discípulos en cuanto a su muerte, Cristo subrayó que los que desearan ser sus ministros tendrían que seguirle. Él dijo: “El que tiene afecto [fi·lón] a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna”. (Juan 12:23-25.) Si uno prefería proteger su vida actual y no estaba dispuesto a sacrificarla como seguidor de Cristo, perdería la vida eterna, pero si consideraba la vida en este mundo como algo secundario, y amaba a Jehová y a Cristo así como la justicia de ellos por encima de todo lo demás, recibiría la vida eterna.

Dios odia a los mentirosos porque no aman la verdad. La visión del apóstol Juan dice al respecto: “Afuera [de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén] están los perros y los que practican espiritismo y los fornicadores y los asesinos y los idólatras y todo aquel a quien le gusta [fi·lón] la mentira y se ocupa en ella”. (Rev. 22:15; 2 Tes. 2:10-12.)

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