Los cielos físicos declaran la gloria de Dios
LLENO de profunda reverencia después de contemplar la inmensidad y majestad celestiales del espacio centelleante, el rey David de la antigüedad fué impelido a exclamar: “¡Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre . . . ! Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú estableciste, ¿qué viene a ser el mísero hombre, para que tengas de él memoria . . . ?” (Sal. 8:1, 3, 4) David estaba impresionado profundamente por la infinita grandeza del Creador y por su propia pequeñez.
Los astrónomos de hoy en día están bien equipados con telescopios enormes, capaces de penetrar en el espacio astral hasta gran profundidad. Por eso, si el astrónomo David pudo llegar a sus sabias conclusiones hace más de 3,000 años sin usar siquiera un par de gemelos de teatro, ¡qué reprensible es esta edad bien informada por su negación imprudente de reconocer a Jehová Dios como el Creador omnisapiente de los cielos físicos! Verdaderamente no tienen excusa, porque sus “cualidades invisibles [de Jehová] se observan claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se entienden por las cosas hechas, hasta su poder eterno y su Divinidad, de modo que son [los de este mundo “sesudo”] inexcusables”.—Rom. 1:20, NM.
Pero debido a que los tal llamados científicos de hoy en día y los “sabios” están tan miopes y concentrados en sí mismos que no pueden apreciar que Jehová Dios es la gran Primera Causa y el Creador del universo, no es razón para que los demás de la humanidad tengan que seguir su curso ciego y tropezar insensatamente en la misma trampa de ignorancia voluntariosa. Que los hechos científicos bien conocidos y las cifras hablen por sí mismos, y a medida que muestren y hablen de la omnipotencia de Dios, consideremos su testimonio con una mente abierta, razonable y lógica. Considere esta tierra y nuestro sistema solar, y más allá de esto, las maravillas del universo, su gloria, belleza, unidad y extensión ilimitada. Considerando todo esto, una persona de mente razonable tendrá que admitir que hay un Creador, y que Su sabiduría, conocimiento, poder y eternidad son muy superiores a cualquiera y a toda cosa en el espacio cósmico.
Primero considere este globo sobre el cual vivimos, el hogar del hombre entre las estrellas y los planetas. Para enumerar todas las condiciones maravillosas que hacen la vida posible aquí tomaría muchos volúmenes. Por esto, un epítome de algunas de estas cosas maravillosas debe bastar. Citamos una publicación reciente de la Sociedad Wátchtower, La Evolución contra el Nuevo Mundo (en inglés), páginas 35, 36:
“La tierra es el único planeta en el que la vida como la conocemos podría existir. Si la tierra girara sobre su eje mucho más rápida o mucho más lenta haciendo que los días y las noches se redujeran o se agrandaran, todo vestigio de vida moriría ya sea congelándose por la noche o quemándose durante el día. El sol es el horno de la tierra, y nuestro globo está a la distancia correcta para ser calentado propiamente para que exista la vida.
Pero si la tierra viajara mucho más rápida o mucho más lenta en su órbita alrededor del sol estaría demasiado lejos o muy cerca del sol para la vida. La temperatura superficial del sol de 12,000 grados Fahrenheit es la correcta para calentar la tierra. Si el término medio anual de la temperatura sobre la tierra ascendiera o descendiera cincuenta grados, todo lo viviente se asaría o se congelaría. De todas las estrellas y soles en el universo con sus variaciones extensas en tamaño e irradiación, es nuestro sol el apropiado para los habitantes de la tierra. Si nuestra luna estuviera mucho más cerca, las mareas que produce inundarían las tierras bajas, corroerían las montañas, y con los continentes allanados el agua cubriría toda la tierra a una profundidad de milla y media. Si la tierra no estuviera inclinada veintitrés grados sobre su eje no tendríamos estaciones, los polos yacerían en crepúsculo eterno, el vapor de los océanos se movería al norte y al sur y amontonaría enormes continentes de nieve y hielo en las regiones polares, dejando un desierto en medio, y con el tiempo los océanos desaparecerían y la lluvia cesaría, y el peso acumulado del hielo en los polos haría que el ecuador se pandeara, con resultados terribles. La mezcla de gases en la atmósfera es propia, y si fuera muy diferente, mucho más ligera o pesada, la vida cesaría. La posibilidad matemática de que todas éstas y otras condiciones esenciales hayan sucedido por casualidad, es algo astronómico, una en billones.”
EL TAMAÑO E IMPORTANCIA DE LA TIERRA
Manifiestamente, este globo maravilloso, con tales condiciones variadas en equilibrio perfecto, no sucedió por mera casualidad o por medio del funcionamiento de fuerza ciega o evolución espontánea. Más bien, fué designado y preparado por un Creador de inteligencia infinita con el propósito evidente de sustentar a las criaturas humanas. “Porque así dice Jehová, Creador de los cielos (él solo es Dios), el que formó la tierra y la hizo, el cual la estableció; (no en vano la creó, sino que para ser habitada la formó): ¡Yo soy Jehová, y no hay otro Dios!” (Isa. 45:18; 42:5; Sal. 115:16) También la hizo para permanecer por toda la eternidad.—Ecl. 1:4.
“Jehová con la sabiduría fundó la tierra” para morada del hombre, porque si Él hubiera escogido cualquiera de los otros nueve planetas de nuestro sistema solar, la vida humana hubiera sido imposible. (Pro. 3:19) En Mercurio, el planeta más cercano al sol, la temperatura está cientos de grados sobre cero en un lado y al mismo tiempo cientos de grados bajo cero en el lado opuesto. Venus, el segundo más cercano al sol, está cubierto de nubes perpetuas tan densas que la luz del sol nunca lo alcanza. Después viene la tierra, en el preciso lugar. En Marte, el cuarto planeta desde el sol, la temperatura media es cerca de cero, y más allá de Marte, en los otros planetas, la vida es imposible. ¿Qué hay de nuestra luna? Sin atmósfera y con un cambio de temperatura del día a la noche de más de 400 grados, no existe la más leve posibilidad de que el hombre pudiera vivir en la luna. Así que todos demos gracias y alabanza a Jehová, quien, para nuestra vida y bienestar y por su sabiduría infinita, “suspende la tierra de la nada” precisamente a la distancia correcta del sol.—Job 26:7.
Jóvenes soldados que viajan alrededor del mundo desde sus casas se han impresionado con el gran tamaño de la tierra—25,000 millas alrededor del ecuador. Para el pequeño hombre la tierra parece muy grande, pero comparada con el sol y con otros cuerpos celestes este globo es sólo un grano de arena. Si el sol fuera hueco y se pusiera la tierra en el centro, nuestra luna, que dista unas 238,000 millas de nosotros, continuaría en su órbita con 190,000 millas de sobra. La pequeña tierra tiene menos de 8,000 millas de diámetro; ¡el sol majestuoso tiene 864,000 millas!
“Vió Dios que era bueno” tener al sol como eje central alrededor del cual nuestra tierra gira, porque es la estación de fuerza motriz de la tierra y la fuente de su luz, calor y energía. (Gén. 1:14-19) ¡Y qué terrífica bola de fuego es! Del calor total irradiado por el sol, sólo una parte de mil millones de partes llega a este globo, y sin embargo esta cantidad pequeña es tan grande que es difícil que la comprendamos. Los cálculos dicen que sería necesario quemar mil millones de toneladas de hulla cada segundo para producir la cantidad de calor recibida.
Hombres de ciencia e inventores se jactan de las velocidades supersónicas que han alcanzado, y las distancias que algún día esperan viajar en “naves cohetes del espacio”; pero, considerando las distancias cósmicas y velocidades planetarias, los mayores éxitos de la ciencia son sumamente pequeños. El sol, por ejemplo, está a 93,000,000 de millas de distancia media. ¿Pero qué distancia es ésa? pequeño hombre. Pues, si usted fuera a viajar en un tren aerodinámico sin parar a 93 millas por hora, día y noche, ¡le tomaría más de 114 años hacer el viaje de ida al sol! Para alcanzar el mismo destino desde Pluto, el planeta más lejos en nuestro sistema solar, tomaría más de 4,200 años.
Al mismo tiempo nuestro globo gira diariamente sobre su eje a una velocidad superficial en el ecuador de más de mil millas por hora, se lanza alrededor del sol a una velocidad de 66,600 millas por hora, sin variar 1/1000 de segundo en este viaje anual de cerca de 584,000,000 de millas. Pero eso no es todo. Todo el sistema solar—nuestro sol, luna, tierra y los demás planetas—mientras mantiene esta medida del tiempo perfecta entre sí, está en conjunto corriendo a través del espacio en la dirección general de la estrella Vega a 43,000 millas por hora, una velocidad 21 veces más que la de una bala de cañón. Ningún invento electrónico hecho por el hombre para medir el tiempo podría regular estos movimientos con tal exactitud y precisión.
FUERA Y MÁS ALLÁ DE NUESTRO SISTEMA SOLAR
Cuando David, el hombre temeroso de Dios contempló la belleza y grandeza del cielo nocturno, estaba mirando mucho más allá de este sistema solar pequeño en el cual giramos. Para él, fué como si estuviera dentro de una tienda de campaña contemplando una enorme cortina circundante entretejida de joyas brillantes, diamantes y piedras preciosas. David sabía que el mismo Jehová Dios que hizo la tierra también había formado las estrellas. Todo era la obra incomparable de Sus manos. El profeta Isaías, después de mirar la misma bóveda celeste estelar, apreció por qué Jehová comparó esta esfera mundana a un estrado inferior.—Gén. 1:16; 2 Rey. 19:15; Sal. 102:25; 104:1, 2; Isa. 42:5; 44:24; 66:1, 2; Hech. 7:48-50.
Pero lo que esos hombres de la antigüedad vieron a la vez fueron a lo más sólo cerca de 2,000 estrellas, una fracción muy pequeña de la gloria celestial que compone nuestra galaxia, comúnmente llamada la Vía Láctea. El telescopio ha traído a la vista tantas estrellas que el hombre ni siquiera puede contarlas. En un área no mayor que la ocupada por la Osa Mayor, hay 50,000,000 de estrellas, y cálculos basados en fotografías dicen que hay por lo menos 50,000,000,000 de estrellas en la Vía Láctea. Se prueba entonces que la Palabra de Dios es verídica: el hombre no puede contar las estrellas así como no puede contar los granos de arena a la orilla del mar.—Jer. 33:22, Mo.
¿Entonces cuán grande es la Vía Láctea en la que están “atestados” tantos miles de millones de estrellas? El hombre puede medirla regularmente bien, pero después de hacerlo así su cerebro es demasiado pequeño para comprender realmente qué gran espacio ocupa. ¿Duda usted esto? ¿Quiere usted tratar de imaginarse cuán grande es nuestra galaxia donde todos los demás han fracasado? Entonces aquí están las cifras.
Recuerde qué distancia hay de aquí al sol y cuánto tiempo le tomaría a usted llegar allí en un tren veloz—114 años. Bien, la estrella más cercana está 300,000 veces más lejos que el sol. Si después de llegar a ella usted regresará a la tierra su excursión de viaje redondo habría consumido 69,000,000 de años. Ningún humano puede imaginarse qué tan largo tiempo es ése, ¿así que cómo comprendería uno qué distancia hay a través del diámetro ecuatorial de la Vía Láctea cuando es igual a 4,000 de tales viajes redondos? Porque, para un rayo de luz, viajando a la tremenda velocidad de 186,000 millas por segundo, ¡tomaría 33,000 años para cruzar de un lado al otro de la Vía Láctea!
La imaginación del hombre tambalea al pensar que el sol es 108 veces más grande en diámetro que la tierra, y sin embargo hay una hueste sin cuento de otras estrellas muchas veces más grandes que el sol. Aldebarán es 40 veces más grande que el sol y 90 veces más brillante. Pero esto no es nada. Antares, la estrella más grande conocida al hombre, es 14,000 veces más grande que nuestro sol. Piense en eso, ¡una bola de fuego fundida de 360,000,000 de millas de diámetro, y 90,000,000 de veces tan brillante como nuestro sol! Sólo la gran distancia la hace parecer pequeña.
SIN EMBARGO MAYOR QUE TODO ESTO ES JEHOVÁ
Como en toda la creación de Dios, hay variedad infinita entre las estrellas. Cada una tiene su propia belleza astral. “Porque se diferencia estrella de estrella en gloria.” (1 Cor. 15:41) Algunas son blancas, algunas amarillas, algunas azules y otras rojas. Cada una viaja a su propia velocidad particular. La estrella que se mueve más rápidamente es Arturo, con una velocidad de 75 millas por segundo (cerca de 270,000 millas por hora). Razón suficiente para que Dios la usara para ilustrar qué pequeño e impotente es el hombre. “¿Guiarás el Arcturo?” preguntó el Todopoderoso a Job. (Job 38:32, Va) Algunas estrellas son más frías que nuestro sol, otras son lo doble, lo triple y aun cinco veces más calientes. Algunas son más brillantes; otras son sumamente tenues. La cola de un cometa es casi un vacío, pesando sólo 1/4000000000000000000000, tanto como un volumen parecido de aire, mientras que una estrella enana es tan increíblemente pesada que ¡una pulgada cúbica de ella pesa hasta mil toneladas! ¡Maravillas en verdad! mostrando la gloria y majestad de su Creador.
Empequeñeciendo al hombre y exaltando a Jehová todavía más, los telescopios gigantes revelan que esta galaxia a la que pertenece nuestra tierra es sólo una isla en el mar del espacio. Fuera y más allá de nuestra Vía Láctea hay más de 100,000,000,000 de otras Vías Lácteas llamadas nebulosas, cada una conteniendo miles de millones de soles, estrellas y planetas. El telescopio de 200 pulgadas de Palomar puede penetrar a 1,100,000,000 de años luz (un año luz es igual a seis billones de millas), y todavía no se ve el fin de las estrellas. Esto quiere decir que estas estrellas están tan retiradas que la luz que salió de ellas hace 1,100,000,000 de años apenas está llegando ahora a nuestro globo. Así que en vista de tales hechos astronómicos, tales distancias, ¡cuánto mayor que el tiempo y el espacio y todo lo que los llena debe ser Jehová! ¡Qué poderes de comunicación debe poseer! Momento tras momento él sabe lo que pasa en el rincón más distante del infinito. No, ni aun “los cielos y los cielos de los cielos” pueden abarcar a Jehová.—1 Rey. 8:27; 2 Cró. 2:6; 6:18.
De nuevo la pregunta: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Va) De nuevo la única respuesta verdadera: comparado con el Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, ¡el hombre es en verdad demasiado pequeño! “¡Porque, las naciones le son como una gota de agua en el cubo, nada más que polvo en la balanza! Delante de él todas las naciones son como nada; para él le son vacías y nonadas. ¿Entonces a quién quiere usted comparar con Dios?” Jehová es el que “se sienta sobre la tierra redonda, tan alto que sus habitantes se parecen a langostas; él extiende los cielos como cortina, y los alarga como una tienda. Levante altos los ojos, mire hacia arriba; ¿quién hizo estas estrellas? el que las pone en orden, llamándolas a cada una por nombre”. El hombre diminuto ni siquiera puede numerar las estrellas, mucho menos puede nombrarlas o llamarlas por nombre.—Isa. 40:15, 17, 18, 22, 26, Mo.
Si toda esta creación inanimada alaba a Jehová por lo que es, entonces “¡Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de él todos los habitadores del mundo!”—Sal. 33:8; 148:1-6.