Cuando el cristianismo obró secretamente
DURANTE el año 64 (d. de J.C.) una llama se alzó hacia los cielos de Roma. Extendiéndose, el fuego hambriento se convirtió en llamas feroces que se tragaron mucho de la capital pagana de la antigüedad y la quemaron totalmente. El emperador depravado, Nerón, que presuntamente prendió el fuego, trató de desviar la sospecha culpando a los cristianos impopulares de la ciudad por la atrocidad. La llama que consumió la ciudad descargó una cadena abrasadora de persecuciones contra los cristianos. Autoridades numeran estas persecuciones en diez, continuando a intervalos desde Nerón hasta Diocleciano en el cuarto siglo. La fricción empezó al tiempo que Nerón llenó sus jardines y circo en el Vaticano con escenas de horror: los mártires siendo empalados, atados en pieles de animales y arrojados a perros salvajes, o cubiertos de material incendiario y encendidos para alumbrar las diversiones nocturnas del emperador.
Aunque reinados poco frecuentes de gobernantes indiferentes o indulgentes permitían descanso de la oposición feroz, los cristianos de esos días vinieron a vivir en una condición de precaución perpetua, aunque incansables como grupo en el desempeño vigoroso de su adoración. La mayor parte del tiempo era imposible para ellos reunirse en adoración y estudio congregacionales salvo con la reserva más estricta. Por consiguiente menos de cien años después que el apóstol Pablo cayó víctima a la persecución neroniana, el cristianismo se había desarrollado en un movimiento secreto bien organizado. Los sitios escogidos para sus reuniones fueron los laberintos subterráneos entrelazados de Roma conocidos como las catacumbas. Aunque hay catacumbas existentes en otras ciudades y sitios, las de Roma son las más famosas por su asociación con el cristianismo primitivo. Ellas nos proporcionan una notable descripción clara de la historia, creencias y rasgos de la adoración cristiana durante los primeros tres o cuatro siglos de nuestra era común.
La opinión difiere en cuanto al tiempo y propósito de la construcción original de las catacumbas. Aunque casi todos atribuyen la construcción de ellas a los cristianos, otros creen que los pasajes se hallaban allí aun antes de que Roma fuera fundada. Algunos opinan que eran canteras abandonadas convertidas por los cristianos para su propósito. Aparentemente, por supuesto, ese propósito era el entierro de los muertos, que se hacía mediante el colocar los cadáveres en nichos tallados en las paredes de piedras y sellándolos con una losa de mármol que tenía el nombre del ocupante de la cripta.
Las criptas de las catacumbas se hallan generalmente en tres, cuatro o cinco capas de profundidad. Cuando era necesario hacer más criptas en algún pasadizo, el piso se rebajaba más excavando para permitir el espacio adicional que se necesitaba en la pared. Esto resultó ser mejor que tratar de excavar los nichos nuevos en el área de arriba por medio de levantar el cielo, una tarea incomodísima. Los pasadizos mismos serpentean como tentáculos libres debajo de la ciudad y vecindad. Pasadizos de intersección ocurren a intervalos irregulares para extenderse en direcciones opuestas. Los cuartos se hallan adaptables para el propósito de reunirse en grupos, añadiendo su testimonio ahora callado a la reserva en un tiempo requerida por los que se juntaban para obtener fortaleza renovada para adelantar la adoración verdadera mientras que sus atormentadores paganos rabiaban por encima de ellos. Sólo los imprudentes entrarían a estos laberintos sin guía, como los estudiantes y su maestro que en 1837 descendieron al laberinto y nunca salieron.
INMOVIBLES A PESAR DE LA VIOLENCIA
Aunque los restos de los cristianos primitivos llenando las catacumbas han dormido largo tiempo en silencio, muchos de ellos dejaron la vida por cualquier medio menos uno pacífico, siendo sus cuerpos rasgados, quemados o triturados a medida que arrostraron la muerte de mártir. A medida que ola tras ola de persecución arrolló por las filas de los cristianos, el número de martirios aumentó continuamente. Aunque es imposible nombrar todas las criptas de los mártires, las inscripciones que específicamente los revelan proporcionan algún sentido del vasto número que debe haber: un joven oficial militar aquí que abrazó la fe y con ella la muerte por parte de su gobierno, un hombre y su familia entera que fueron vilmente asesinados, una joven hervida en aceite. Roma se enrojeció de sangre inocente a medida que algunos agresores, enloquecidos por su incapacidad para destrozar el espíritu junto con el cuerpo, tontamente trataron de sofocar la esperanza de resurrección del cristiano quemando los cuerpos de los matados y esparciendo las cenizas en el río. Además, viendo el celo aumentado adquirido por los que visitaban a los condenados determinados en sus celdas de muerte, la persecución dirigida por Valeriano a mediados del siglo tercero contra los ancianos de la iglesia cristiana trató de frustrar esto mediante el hacer marchar a los condenados directamente del tribunal al lugar de ejecución. Este fué el destino del prominente sobrestante Cipriano, cuyos hermanos le siguieron a lo largo del camino exhortándole a la inmutabilidad.
Análogamente, para impedir la fortaleza obtenida al reunirse en las catacumbas, este emperador prohibió la entrada a los cementerios subterráneos. Sin embargo, la coacción resultó ser vana, ya que las entradas eran demasiadas y tortuosas, y pocos fueron los miembros de la guardia lo suficiente intrépidos para apartarse lejos dentro de los pasadizos en su perseguimiento. Las persecuciones rabiaron hasta su colmo y fracasaron.
Para el averiguador ansioso de este día y época familiarizado con las presentes numerosas religiones y alianzas religiosas, sociedades de “unión de fes” y cosas parecidas del mundo, la lección más satisfactoria de las catacumbas viene en su respuesta sobre las creencias y costumbres cristianas primitivas. Los paganos adoraban ostentosamente en templos adornados con ídolos magníficos y acompañados de todos los arrequives de incienso y velas. Pero los cristianos no lo hacían así. Por eso los paganos preguntaban: “¿Por qué no tienen ellos altares, templos y sacrificios?” El historiador Gibbon señala este desdén completo para la idolatría por los cristianos y de la agudeza de algunos de sus escritores que expresaron el ridículo de los paganos por postrarse ante las obras de sus propias manos. El contraste notable entre el cristiano y el pagano entonces puede verse de los epitafios de cada uno. Mientras que los paganos ensalzaban su vida de indulgencia y sonaban una nota de “comer, beber y darse en matrimonio”, los cristianos generalmente esculpían el nombre y unas cuantas palabras denotando el sueño reposado en el que los muertos habían caído y frecuentemente hacían referencia a su esperanza en la resurrección. Una inscripción dice: “Tú, buen merecedor, habiendo dejado tus parientes, descansa en paz—en sueño. Te levantarás; un descanso temporario se te concede.”
Esto hace patente que esos cristianos tan cerca de la iglesia apostólica sustentaban creencias notablemente diferentes no sólo de los paganos entonces sino de muchos cristianos profesos ahora. Por seguro si ellos ridiculizaban la idolatría de los romanos de los primeros tres siglos, no aprobarían el reconocimiento dado a las imágenes por la iglesia con centro de operaciones en la misma ciudad hoy día, simplemente porque profesa ser cristiana. Si ellos creían en una resurrección y que hasta ese tiempo dormirían, no se puede creer que ellos ajustarían su fe a la enseñanza de un “purgatorio”, infierno ardiente o, de hecho, a un estado consciente en forma alguna después de la muerte. Pero éste sólo es el comienzo del gran abismo que separa a esos primitivos seguidores del Mesías de los centenares de sectas y cultos de la cristiandad moderna.
LAS PIEDRAS ACUSAN A LA CRISTIANDAD
Uno examinaría la historia de las catacumbas en vano para hallar algún registro de hiperdulía durante los tres primeros siglos. En ninguna de las pinturas primitivas se le da a la virgen una posición de prominencia, ni se encuentra alguna oración dirigida a ella o por medio de ella. Tampoco fueron los cristianos de las catacumbas coleccionadores fanáticos de reliquias. Aunque sus mártires naturalmente eran altamente respetados, no hubo esfuerzo para adorarlos ni para asegurar sus restos para uso como reliquias mediante las cuales explotaran a los crédulos. Para disgusto del arte católico romano, Guillermo Kip indica que Dios nunca fué representado en forma humana. Esfuerzos católicos romanos para hacer esto son rechazados por esa autoridad, aun cuando se representaron “por el genio de Miguel Ángel”. También con respecto a la delegación de jefatura de la iglesia a Pedro, las paredes de las catacumbas se hallan en blanco. Note lo que la Enciclopedia de McClíntock and Strong tiene que decir: “Ninguna doctrina romanista específica halla algún apoyo en inscripciones antes del siglo 4. Empezamos a descubrir señales de adoración de santos en el siglo 5. La primera idea de transmisión de poder de Cristo a Pedro data de la última parte del 5 al comienzo del 6, y aun entonces la figura de Pedro no aparece armada de las llaves, como en el simbolismo posterior.”
Lo susodicho conviene con el hecho de que el emperador Constantino inspiró la adopción formal de una forma apóstata de cristianismo fusionada con paganismo romano en seguida del Concilio de Nicea de 325 d. de J.C. De ese tiempo data el sinnúmero de innovaciones paganas que desde entonces ha manchado a la Roma papal. Sin duda la obra de iniquidad de la que el apóstol Pablo amonestó había empezado a influir a los cristianos de los tres primeros siglos; pero, aunque posiblemente corrompidos con algunas doctrinas falsas, su firme negativa a ceder a sabiendas bajo la opresión pesada del paganismo ha ayudado a distinguir entre algunas de las creencias básicas enseñadas por Jesús y los apóstoles y las doctrinas del paganismo fusionado que más tarde emanaron de Roma.—2 Tes. 2:7.
Aunque pinturas son frecuentes no se da énfasis a la crucifixión o a Jesús en angustia de ninguna clase entre las de los tres primeros siglos. Aun la cruz pagana, reconocida por la cristiandad como el verdadero símbolo del cristianismo, es rara en las catacumbas y luego, como Sheldon nos dice, generalmente aparece en alguna forma disfrazada. Él asume que esto se debió al ridículo y reproche que el símbolo supuestamente trajo sobre los cristianos por sus adversarios. Sin embargo, a la luz de su actitud que de otra manera era muy denodada e intransigente ante sus opresores, no es probable que una poca de humillación añadida les impediría exhibir su supuesto símbolo sagrado. Mucho más probable es que en esos tiempos los cristianos de plano rechazaron la aceptación universal de la cruz. Avergonzada bajo el fuego de repudiación de las catacumbas, la Enciclopedia Católica admite: “Escritores católicos a veces han hallado un contenido dogmático más rico en las pinturas de las catacumbas de lo que un examen estricto puede probar.”
Interesante es el hecho de que, aunque obligados a reunirse secretamente, esos cristianos primitivos de ningún modo mantuvieron su luz escondida allí. Como Cristo lo había mandado, la pusieron en alto en “candeleros” mediante una obra de testimonio público. Aunque esto atrajo la malignidad enfurecida de muchos, introdujo esperanza incalculable a otros que procedieron a asociarse con la comunidad cristiana. Carlos Máitland, en The Church in the Catacombs, señala con especialidad esta naturaleza proselitista de los cristianos como el factor más agravante de su persecución, debido a la cual otros cargos fueron forjados por las autoridades. Su inocencia puede verse en el hecho de que por simplemente celebrar secretamente la Cena del Señor sufrieron una prohibición oficial. Según lo relatado por las inscripciones antiguas esos cristianos absolutamente rechazaron la estructura jerárquica que la Roma papal copió de la Roma pagana. Autoridades hallan en vez de la voz de obispos y doctores la esperanza sencilla de personas como María y Marta en el sepulcro de Lázaro. Las ilustraciones dan énfasis a esto en vez de a la prominencia de jerarcas o a la dependencia de la gente en los tales para instrucción. Los sitios de entierro común para todos igualmente refleja la enseñanza de Jesús: “Todos ustedes son hermanos.”
EL CRISTIANISMO OBRANDO ABIERTAMENTE
Simplemente porque no se halla nada favorable al comparar la iglesia primitiva con la cristiandad moderna, ¿debemos cínicamente concluir que en este tiempo ninguna verdad existe? Difícilmente es eso, cuando uno considera que sin la ayuda de la religión, política, riqueza y posición mundanas, realmente sin la cristiandad, un mensaje gozoso del nacimiento del reino de Dios, la esperanza de las naciones, ha sido publicado por todo el mundo de un modo intensificado por los últimos treinta años o más. Mundialmente los portadores de estas buenas nuevas son conocidos por su singular posición de separarse del mundo, su persistencia agresiva para empujar su obra, la oposición con la que ellos tienen que luchar alrededor del globo. Ellos también son conocidos como los testigos del que representan, testigos de Jehová. La semejanza notable entre algunos de los principios básicos de su obra y enseñanza y los de la iglesia de los tres primeros siglos atrae la atención de los investigadores. Y cargos suscitados para frustrar su obra han sido igual de absurdos en un esfuerzo frenético para ocultar la verdadera razón. Pues, de hecho, ¡una asamblea de testigos de Jehová hasta fué interrumpida y desorganizada en el Canadá durante la prohibición de tiempo de guerra allí en una ocasión cuando se habían juntado para ningún otro propósito más siniestro que el de celebrar la Cena del Señor!
Los hechos cuando se ensartan simplemente muestran que la verdad nunca ha sido bien recibida por este viejo mundo de iniquidad. Fué verdad en el tiempo de Cristo, es verdad ahora. Así como él lo predijo, “Si me han perseguido a mí, a vosotros también os perseguirán.” (Juan 15:20) Por largos siglos hombres de buena voluntad han tenido que esperar mientras el cristianismo fué impulsado a obrar secretamente, después absorbido en el paganismo, y desde entonces falsificado para el mundo por siglos. Pero ahora un programa de educación bíblica abarca el mundo y con entendimiento más claro que nunca antes, para la esperanza de la gente en todas partes. La verdad resplandece más brillantemente que en ninguna parte de la historia del hombre de casi 6,000 años de duración. Aunque con el tiempo negada por todo gobierno terrestre, aunque todavía prohibida repetidamente, la verdad ha roto toda traba, está aumentando, y todavía llenará la tierra.—Hab. 2:14.