Oveja perdida halla al Pastor propio
EN La Atalaya del 1 de febrero de 1952, se hizo una referencia breve a un monje anciano que había abrazado la verdad. Se han recibido más detalles respecto al suceso, por lo tanto se los presentamos a nuestros lectores tal como fueron relatados por un testigo de Jehová.
“Aquí en el desierto cerca del mar Muerto y a 25 kilómetros de Jerusalén, Belén y Jericó, en una montaña encumbrada está situado el Santo Sabbás, monasterio griego muy antiguo. Monjes y sacerdotes son los únicos que viven en él y quienquiera que entra no puede salir hasta que muera. Sabbás, el fundador de este monasterio, una vez llamó a todos los monjes y sacerdotes y les dijo: ‘Cuídense de las manzanas y de las mujeres; porque fué la manzana la que engañó a Eva, y la mujer Eva la que engañó a Adán.’ Por esta razón ninguna mujer puede entrar en el monasterio. Todos los años celebran la fiesta del Santo Sabbás, y en esa ocasión muchos vienen de Jerusalén, Belén y Jericó para ver el monasterio.
“Un día temprano por la mañana noté que la gente estaba partiendo de la ciudad en muchedumbres y dirigiéndose a las montañas. Detuve a varios conocidos y les pregunté adónde iba toda esta gente, y dijeron: ‘Vamos al Santo Sabbás a rezar. Venga con nosotros al Santo Sabbás para que vea la clase de profetas santos que viven allí. Profetizan mucho acerca del fin del mundo. Viven en cuevas y andan vestidos en mantos andrajosos, no como ustedes testigos de Jehová, que visten elegantemente. Ellos viven de hierba silvestre y rezan día y noche.’ Les pregunté: ‘¿Pudiera yo hablarles de la Palabra de Dios?’ Contestaron, ‘Seguro que sí.’ De modo que los acompañé y por todo el camino les hablé del reino de Dios.
“Los muros cercando al monasterio eran muy altos y parecían tan viejos como los que cercan la misma ciudad de Jerusalén. Sonó una campana y la gente entró en la iglesia a rezar. Noté a un sacerdote anciano rezando en ruso. Dijo: ‘¡Santa Madre de Dios, sálvame, que soy pecador!’ Luego se dirigió a una cruz de madera y dijo: ‘¡Santa madera, sálvame, que soy pecador!’ Seguí tras él y, después que él había acabado de rezar, le dije: ‘¿Puedo hablarle por un momento?’ Quedó felizmente sorprendido al encontrarse con alguien que hablaba ruso, así que me invitó a su cueva donde había vivido y rezado por veintiséis años. Su cueva era muy vieja y su cama constaba de unas tablas desnudas, y había muchos retratos griegos sagrados adornando las paredes. Me enteré de que tenía ochenta y un años de edad.
“Empecé a darle el testimonio: ‘Lo oí rezando a la madre de Dios. Escuche, amigo mío. ¿Qué le parece? ¿Cómo sería posible que María fuera la madre de Dios, siendo que Dios la creó a ella?’ ‘No, no pudiera ser así,’ contestó él. Entonces le mostré en la Biblia que María no había dado a luz a Dios, sino a Jesucristo, que era la primera creación celestial de Dios. Le enseñé los textos que prohiben el hacer y adorar imágenes, y que nos mandan adorar y servir a Dios. Le aconsejé: ‘Estudie la Palabra de Dios; aprenda la verdad y la verdad lo hará libre.’
“Después de eso se puso a llorar como un niño y dijo: ‘¿Qué debo hacer?’ Le dije que no había salvación en la cueva; que Jesús fué de casa en casa y le enseñó a la gente la Palabra de Dios en sus hogares. Le dije que pidiera una Biblia y que la estudiara. Con eso lo dejé y volví a Belén a pie.
“Un día, como un año después, volvía de mis actividades ministeriales en Jericó, y al apearme del autobús en Belén alguien me agarró del hombro y dijo: ‘¡Jorge, hace dos días que lo ando buscando en Jerusalén! ¿Recuerda cuando usted fué a Sabbás en el desierto? ¡Soy el mismo hombre, el hermitaño!’ Lo reconocí inmediatamente y le pregunté, ‘¿Qué es lo que usted quiere?’ Contestó: ‘Quisiera escucharlo para aprender más acerca de esta nueva doctrina. Desde que usted me dejó en el desierto no lo he podido olvidar. Usted conoce las Escrituras muy bien, y Dios está con usted. Enséñeme las Escrituras.’ Aunque estaba muy cansado y tenía mucha hambre, nos sentamos al lado del camino en Belén y le hablé por dos horas y media, y él estaba llorando durante todo ese tiempo. Entonces me preguntó: ‘¿Pudiera yo ir a su tienda de campaña mañana y aprender más?’ Le dije: ‘Por favor venga,’ y le di mi domicilio.
“Apenas estaba amaneciendo, eran las seis, cuando se presentó en mi tienda de campaña. Le pregunté cómo se había escapado del monasterio. Entonces me contó que porque él había pedido una Biblia, había rehusado rezarle a María, besar las imágenes, etc., lo habían encerrado en la prisión del monasterio, dándole sólo pan y agua, y ni siquiera suficiente de eso. Así que decidió escaparse del monasterio por la noche. Halló un pedazo de soga y lo usó para pasar por encima del muro. Pero, cuando estaba a medio muro la soga se quebró y él cayó hasta el suelo, quebrándose la nariz e hiriéndose la cabeza. Llevaba con él una bolsa llena de libros santos que había recibido en tiempo pasado del monasterio por su buen comportamiento. Pasamos todo el día hablando y seguimos hasta las cuatro de la mañana del día siguiente.
“Le conseguí una Biblia en ruso y la está estudiando diligentemente, desde la mañana hasta la noche. Luego me mostró sus libros y preguntó: ‘¿Qué dice? hermano Jorge. ¿Son buenos estos libros, o no?’ Examinándolos dije: ‘No, amigo mío, estos libros son mundanos.’ Entonces preguntó: ‘¿Qué debo hacer con ellos?’ Sugerí que los devolviera al monasterio. De modo que se los llevó a los patriarcas griegos en el monasterio y poniéndolos encima del escritorio, dijo: ‘Tómenlos, sus enseñanzas falsas. He estado rezando en el desierto por veintiséis años, y no hay salvación en ellos. Pero ahora he hallado un Libro de salvación que viene de Jehová Dios, la Biblia. La estudio con gran gozo.’ Cuando salía ellos insistieron: ‘Llévese sus libros y vaya adonde se le antoje.’ Así que tomó los libros y fué a un cementerio. Hallando una sepultura recién hecha, cavó un hoyo con las manos y echó los libros. Luego los cubrió, puso una piedra grande encima y dijo: ‘Que los muertos lean estos libros.’
“Se había quedado con un salterio y un devocionario cubierto de plata; pero cuando se enteró de que éstos tampoco eran la Palabra de Dios, dijo: ‘Queme estos libros. Me han hecho desperdiciar mi juventud. Por veintiséis años estuve muerto, pero ahora me he levantado de entre los muertos, como Lázaro.’ Le dije que la cruz grande de madera que llevaba colgada del cuello era madera maldita. Inmediatamente se la quitó y dijo: ‘Quémela también. He estado rezándole a esta madera maldita por veintiséis años.’ Y cuando aprendió que su túnica de monje también era pagana, dijo: ‘Luego que encuentre otra ropa, tiraré esta túnica, me cortaré corto el cabello, me afeitaré la barba y quemaré todo lo que tengo que sea pagano en frente de todos los hermanos. Todo lo que quiero es aprender el camino que conduce a la vida en la tierra.’
“Ahora está con algunos de los hermanos en Beit Jala, donde le estamos preparando un lugar en que vivir, y desde entonces ha sido bautizado. Todos los clérigos ortodoxos en Beit Jala, Belén y Jerusalén están agitados debido a este suceso.”