Contestando la pregunta, ¿Es usted salvo?
ERA un frío sábado por la tarde, a fines del otoño. A lo largo de las aceras de la sección comercial de Brooklyn, Nueva York, se veía testigos cristianos ofreciendo las revistas La Atalaya y ¡Despertad! a los transeúntes. Un extraño de semblante sincero se aproximó a uno de ellos y preguntó, “Hermano, ¿es usted salvo?” El testigo intentó explicar pero fué interrumpido con “¿Es usted salvo, sí o no?”
Tales personas generalmente manifiestan interés intenso en el destino de su prójimo porque se les ha hecho creer las ilusiones religiosas de que el alma es inmortal y que el tormento eterno es el destino de todos los que no son salvos, mientras que la Biblia claramente declara que el alma que peca muere, y que el salario que el pecado paga es la muerte. La muerte es la ausencia de la vida. (Eze. 18:4; Rom. 6:23) Sin embargo, no es el temor a tormento eterno, sino el amor a Dios y amor a la justicia y a la vida lo que debe preocuparnos en cuanto a si somos salvos o no y hacer que preguntemos, “¿Qué debo yo hacer para ser salvo?”
Por las Escrituras nos enteramos de que sólo Jehová Dios tiene la respuesta a nuestra pregunta. Y él tiene la respuesta no sólo porque posee la información verdadera y digna de confianza sobre el tema, sino también porque posee los medios mediante los cuales podemos ser salvos. Teniendo presciencia del deseo de las personas sinceras de salvarse de las presentes condiciones malas y entrar al justo nuevo mundo, se propuso proveer esa salvación aun antes de que les naciera hijo alguno a Adán y Eva. Esto se ve claramente en la promesa profética que Dios hizo inmediatamente después que nuestros primeros padres se rebelaron. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; ésta te quebrará la cabeza, y tú le quebrarás el calcañar.”—Gén. 3:15.
Aunque Jehová Dios así se propuso proveer salvación debido a su amor y misericordia, lo hizo principalmente para mostrar que él posee el derecho a la soberanía sobre todo el universo y que sus propósitos jamás pueden ser derrotados. (Sal. 106:8; Isa. 55:11) Incidentalmente, esa transgresión de nuestros primeros padres, que ocasionó el que se enunciara esa profecía, no fué tan insignificante como pudiera parecer; porque plantó el gobierno de Satanás sobre la humanidad y resultó en condenación y muerte para su prole. Sí, todo el dolor, el mal y la iniquidad que la tierra ha visto desde entonces pueden atribuirse a ella.—Sal. 51:5; Rom. 5:12.
Ahora, por todas las señales predichas en la Palabra de Jehová Dios podemos ver que por fin ha llegado el tiempo para que Dios cumpla completamente esa promesa edénica. Al librar la tierra de la organización de Satanás no se dejará ningún vacío, porque Dios ha hecho los arreglos para que un gobierno perfecto bajo Cristo Jesús ocupe su lugar. Por lo tanto, una salvación gloriosa aguarda a los que ahora buscan la misericordia y el favor del Todopoderoso Dios. Y puesto que esto es así, la pregunta de qué debemos hacer para ser salvos tiene aun más significado.
“¿Qué debo yo hacer para ser salvo?” primero se les preguntó a Pablo y Silas, dos misioneros cristianos, por cierto carcelero en el primer siglo de nuestra era cristiana. Estos misioneros habían sido encarcelados porque hicieron que un demonio saliera de una muchacha esclava que los había estado siguiendo y gritando a la gente: “Estos hombres son esclavos del Altísimo Dios.” A medianoche Pablo y Silas estaban cantando alabanzas a Dios cuando de repente un gran terremoto sacudió la cárcel y libró a todos los presos de sus cadenas. En aquellos días cuando un carcelero perdía sus presos era ejecutado, y por eso este carcelero, temiendo que todos sus presos hubieran huído, iba a suicidarse, cuando Pablo le gritó, “¡No se hiera, porque todos estamos aquí!” Apresurándose a la celda interior donde Pablo y Silas estaban, el carcelero, agradecidamente preguntó qué tendría que hacer para ser salvo.—Hech. 16:16-30, NW.
Pablo y Silas le dijeron al carcelero, “Crea en el Señor Jesús y será salvo.” ¿Por qué es necesario creer en el Señor Jesús para ser salvo? Porque él es la Simiente, el instrumento escogido por Dios para vindicar Su soberanía y traer salvación a la humanidad. Es el Principal Agente de la vida. Es por eso que se nos dice que “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual hayamos de ser salvos”. Su nombre es el único mediante el cual podemos llegar a Dios. Ni el nombre de María ni el de Mahoma es necesario para la salvación.—Juan 14:6; Hech. 3:15; 4:12, NW.
Los misioneros que se envían de la cristiandad a tierras “paganas” les dicen a sus conversos que crean en el Señor Jesús y serán salvos, como si ésa fuera la suma de los requisitos de Dios. No obstante, no podemos tomar un texto y excluir los demás. En el caso del carcelero, note qué más sucedió: “Y ellos le hablaron la palabra de Jehová a él junto con todos los que estaban en su casa. . . . y todos, él y los suyos, fueron bautizados sin demora. Y él los trajo a su casa y puso la mesa delante de ellos, y se regocijó mucho con todos los de su casa ahora que había creído a Dios.”—Hech. 16:31-34, NW.
Para que nosotros entremos al camino de la salvación debemos, primero que todo, arrepentirnos de nuestros pecados pasados, y ser convertidos o cambiar del curso de este mundo; debemos hacerlo así porque hemos oído la Palabra de Dios y porque creemos su Palabra concerniente al camino de la salvación por medio de Jesucristo. Entonces, sobre la base de esa creencia, debemos dedicarnos a Jehová Dios por medio de Cristo Jesús y bautizarnos en agua para confesar nuestra creencia y nuestra dedicación a Dios.—Hech. 3:19, NW.
Una vez dados estos pasos ¿somos salvos completamente y más allá de toda posibilidad de perdernos? ¡Lejos de ello! Estos pasos sólo nos han traído al camino de la salvación. Entre otras cosas, debemos invocar el nombre de Jehová, y eso significa más que sólo invocarle para liberación en tiempos de dificultad. Significa confesarlo con los labios, porque “con la boca se hace declaración pública para salvación”. De hecho, hemos sido traídos al camino de la salvación para que produzcamos mucho fruto por medio de declarar las excelencias de Dios. Y también debemos confesar a Cristo Jesús delante de los hombres, o él no nos confesará delante de su Padre en el cielo.—Mat. 10:32; Juan 15:8; Rom. 10:10; 1 Ped. 2:9, NW.
¿QUIÉN ACASO PUEDE SER SALVO?
Como prueba de que el salvarse no es tan sencillo como se dice, considere el relato de Jesús y el rico gobernante joven que le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. A éste le causó pesar saber que aun el guardar todos los mandamientos no era suficiente, porque Jesús le dijo: “Todavía hay una cosa que falta en cuanto a usted: Venda todas las cosas que tiene y distribuya a la gente pobre, y usted tendrá tesoro en los cielos; y venga y sea mi seguidor.” Al oír esto el joven rico “se desconsoló bastante, porque era muy rico. Jesús le miró y dijo: ‘¡Qué cosa tan difícil será para los que tienen dinero abrirse paso para entrar al reino de Dios! Es más fácil, de hecho, que un camello pase por el ojo de una aguja de coser que entrar un hombre rico en el reino de Dios.’” Al oír esto algunos preguntaron, “¿Quién acaso puede ser salvo?” Jesús respondió, “Lo que es imposible para los hombres para Dios es posible.”—Luc. 18:18-30, NW.
En este asunto note el ejemplo que Jesús nos puso. De su estudio de las Escrituras Jesús claramente percibió el camino que Dios había trazado para él. Cuando les dijo a sus apóstoles acerca de esto, Pedro trató de disuadirlo diciendo: “Ten consideración de ti, Señor; tú absolutamente no tendrás este destino.” Pero Jesús lo reprendió, “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo, porque tú piensas, no los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.” (Mat. 16:22, 23, NW) Y cuando fué empalado, ni siquiera el vituperio “Si tú eres hijo de Dios, ¡baja del madero de tormento!” hizo que Jesús retrocediera. El suyo no fué un curso fácil: “En los días de su carne Cristo ofreció súplicas y también peticiones al que podía salvarlo de la muerte, con fuertes clamores y lágrimas, y fué oído favorablemente por causa de su temor piadoso. Aunque era Hijo, aprendió la obediencia de las cosas que padeció.”—Mat. 27:40; Heb. 5:7, 8, NW.
Lo mismo es verdad respecto a sus seguidores. Habiendo dado todos los pasos preliminares de arrepentimiento, conversión, dedicación y bautismo, mediante lo cual nos negamos a nosotros mismos, debemos tomar nuestro madero y pacientemente sufrir reproche y seguir a Cristo. Tenemos que continuar siguiéndolo, soportando como él lo hizo, no tratando de preservar nuestra vida o salvar nuestra alma terrestre. “Porque cualquiera que desee salvar su alma la perderá; pero cualquiera que pierda su alma por mi causa la hallará.”—Mat. 16:24-26, NW.
Satanás ha hecho que algunos piensen que una vez que crean en el Señor Jesús, se bauticen y emprendan el camino a la salvación son salvos por todo el tiempo sin ninguna posibilidad de perder la vida eterna por infidelidad. Sin embargo, no el que se ciñe sus armas puede jactarse, “pero el que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo.”—1 Rey. 20:11, AT; Mat. 24:13; 2 Tim. 4:7, 8, NW.
EJEMPLOS AMONESTADORES
Si mediante el dar los primeros pasos somos salvos ¿por qué habría hecho Jehová Dios que se registraran en su Palabra tantos ejemplos amonestadores? Note el de la esposa de Lot. Dios había amonestado a Lot que huyera y ni siquiera mirara atrás, y envió a sus ángeles para escoltarlos a él y a su familia fuera de Sodoma y Gomorra destinadas a la destrucción. Lot, su esposa y sus dos hijas siguieron a los ángeles fuera de aquellas ciudades destinadas a la destrucción. Sí, la esposa de Lot empezó a caminar en el camino para salvarse de la ira de Jehová, pero hubiera sido igual que se quedara atrás porque miró hacia atrás y pereció. No sólo no se nos permite regresar, sino que aun el mirar hacia atrás será fatal. “Ningún hombre que ha puesto la mano en el arado y mira a las cosas atrás es muy apto para el reino de Dios.”—Gén. 19:12-26; Luc. 9:62; 17:32; Rom. 15:4, NW.
Otro ejemplo amonestador que da énfasis a que no todos los que empiezan en el camino de la salvación llegarán a su destino es el de la nación de Israel. Como “seiscientos mil hombres a pie, además de los dependientes”, junto con una grande muchedumbre de no israelitas salieron de Egipto, y hasta pasaron a salvo a través del mar Rojo. (Éxo. 12:37, AT) Pablo dice: “Ahora no quiero que sean ignorantes, hermanos, de que nuestros antepasados todos estaban bajo la nube y todos pasaron por el mar y todos fueron bautizados en Moisés por medio de la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. . . . Empero, sobre la mayor parte de ellos Dios no expresó su aprobación, porque fueron abatidos en el desierto.” Entre uno y dos millones de adultos salieron de Egipto; y no obstante de todo ese número sólo Josué y Caleb y Eleazar y probablemente algunos otros levitas entraron a la tierra de Canaán.—1 Cor. 10:1-5, NW.
El apóstol Pablo tomó esta amonestación para sí mismo y llamó la atención de sus hermanos a ella, por temor de que por falta de dominio propio fueran a caer en las mismas tentaciones en que los israelitas cayeron y así arruinaran su oportunidad de salvación eterna. “Por lo tanto, el modo en que estoy corriendo no es incierto; el modo en que estoy dirigiendo mis golpes es como para no golpear al aire; sino que trato mi cuerpo severamente y lo guío como a un esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no sea desaprobado de algún modo.” (1 Cor. 9:24-27, NW) Sí, aunque Pablo fué el apóstol de los gentiles; fué uno de los doce apóstoles del Cordero; tuvo el privilegio de escribir catorce de los libros o cartas de las Escrituras cristianas griegas; y realizó grandes milagros; todavía había peligro de que no realizara la salvación eventual y completa debido a la posibilidad de faltar en ejercer dominio propio.—Hech. 19:11; Rom. 11:13; Apo. 21:14.
La misma amonestación continúa siendo cierta para nosotros hoy día. Habiendo ejercido fe y habiéndonos dedicado al servicio de Jehová Dios, hemos salido de Egipto, por decirlo así, y estamos en viaje al nuevo mundo. Pero corporalmente estamos todavía en este viejo mundo aunque no somos parte de él. De modo que la tentación para desear cosas perjudiciales siempre está con nosotros. ¿Qué cosas perjudiciales? La idolatría o avaricia, exceso en la comida, bebida y otros placeres, fornicación, murmuración y quejas. Fué por estas cosas que todos aquellos israelitas perecieron en el desierto. “Ahora estas cosas siguieron aconteciéndoles como ejemplos y se escribieron como una amonestación para nosotros a quienes los fines consumados de los sistemas de cosas han llegado [el día de Pablo y el nuestro]. En consecuencia, que el que cree que tiene una posición firme se cuide para que no caiga.”—1 Cor. 10:11, 12, NW.
Sin embargo, que ninguno llegue a estar temeroso o desanimado o vaya a renunciar porque el salvarse no es un asunto fácil sino uno que requiere todo nuestro esfuerzo. Recuerde que Jesús dijo, “Lo que es imposible para los hombres para Dios es posible.” (Luc. 18:27, NW) Después de todo, “Ninguna tentación les ha sobrevenido a ustedes que no sea común al hombre. Pero Dios es fiel y él no permitirá que sean tentados más allá de lo que puedan soportar, sino que junto con la tentación él también abrirá el camino de salida para que puedan aguantarla.” (1 Cor. 10:13, NW) De modo que sí podemos obtener la salvación.
Así tenemos la respuesta a nuestra pregunta, “¿Qué debo yo hacer para ser salvo?” Si amamos a Dios, la justicia y la vida, no sólo adquiriremos conocimiento de Jehová Dios y Cristo Jesús, ejerceremos fe en ellos dedicándonos a Dios y simbolizaremos esa dedicación mediante el bautismo, sino que continuaremos haciendo declaración pública del nombre de Jehová y resistiremos las tentaciones y aguantaremos la persecución hasta que este viejo mundo termine. Hasta el fin de nuestra prueba no podemos presuponer que somos salvos; y por tal motivo, cuando alguien pregunta, “Hermano, ¿es usted salvo?” no damos una respuesta categóricamente afirmativa, sino que limitamos nuestra respuesta: “Hasta ahora, ¡sí!”