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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/10 págs. 589-592

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató Fred A. Anderson

NACÍ casi al principio del siglo en una granja en el este de Wáshington. Mis padres me llamaron Fred A. Anderson. Desde la niñez causaban profunda impresión en mí la belleza y tranquilidad incomparables de las montañas y bosques circunvecinos a la vieja alquería.

Puesto que yo era el menor de una familia de once hijos, casi se me dejaba enteramente a mis propios pensamientos y recursos. Principalmente pasaba el tiempo en los bosques y montañas. Estos hicieron una profunda impresión en mí. Yo quería saber quién pudiera ser el Hacedor de estas obras imponentes. Cuando se lo preguntaba a mis hermanos, ellos solían decir: “Oh, eres demasiado joven para saberlo. Es sencillamente la naturaleza.” ¡Naturaleza, sí! Pero, ¿quién hizo la naturaleza?, preguntaba yo.

Mis padres eran inmigrantes procedentes de Europa, gente trabajadora, sincera y honorable. Pero las dificultades de la vida de colonos les dejaban muy poco tiempo que dedicar a dar instrucción religiosa a los hijos. Puesto que eran de mente liberal, no nos obligaban a asistir a “iglesia” alguna en particular.

Después que la comunidad comenzó a crecer, algunos de los vecinos organizaron una escuela dominical. Aunque asistía más o menos irregularmente, allí fué donde desarrollé gran interés en la Biblia. Llegué a conocer la Biblia como una revelación del gran Creador.

Al fin yo estaba saciando mi hambre de conocimiento acerca de Aquel que había hecho las maravillosas cosas de la naturaleza. El primerísimo versículo de la Biblia contestó mi pregunta: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” Este conocimiento hizo que algo me pasara. Marcó un gran cambio en mi manera de vivir. Comencé un estudio reverencial de la Biblia. Aunque no entendía muchas cosas, llegué a saber que Jehová es un Dios bondadoso, justo y amoroso.

Mis padres murieron durante mi temprana niñez. Llegué a ser un joven de mente muy seria. Durante los últimos dos años que fuí a la escuela secundaria comencé a asistir a estudios y reuniones de los testigos de Jehová con una tía mía. Ella ya había dedicado su vida al servicio de Jehová. Me ayudó a entender la Biblia y yo me llené de alegría con la verdad.

Junto con la I Guerra Mundial vino mi primera prueba. Los Estados Unidos estaban reclutando a millones de jóvenes. Toda mi vida había odiado la guerra. ¿Violaría ahora mi conciencia e iría, o permanecería fiel a ella y sufriría las consecuencias? Yo estaba resuelto a no matar aunque eso quisiera decir ir a la prisión.

Qué alivio cuando, seis semanas antes del tiempo en que habría de ser llamado mi nombre, terminó la guerra. Yo estuve tan agradecido a Jehová porque no tuve que enfrentarme a la prueba de ir a la guerra o a la prisión que allí mismo decidí dedicar mi vida a él y servirle de todo corazón durante el resto de mis días. De modo que hice del servicio sincero a Jehová mi propósito en la vida. En la primavera de 1918 simbolicé mi dedicación por medio de inmersión en agua. Inmediatamente después de eso me lancé al servicio, haciendo todo cuanto se me presentaba. Esto me trajo gran gozo y muchas bendiciones. Yo estaba sumamente agradecido a Jehová.

El primer servicio que hice fué el de repartir tratados de puerta en puerta. Entonces salió una llamada para voluntarios que ofrecieran Luz y Verdad (ahora ¡Despertad!) por subscripción. Esto también fué un gran gozo para mí. Durante los ocho años subsiguientes tuve el privilegio de participar en la obra de radiodifusión. Por todo el país congregaciones locales presentaban programas semanales de discursos, dramas bíblicos, música, etc. Tuve parte en algunos de éstos. Todo este tiempo seguí estudiando la verdad y también participando en las actividades de congregación. Cuando hice mi dedicación me daba cuenta de que quería decir devoción exclusiva a Jehová. De modo que, siguiendo tras mi propósito en la vida, buscaba la dirección de Jehová y aceptaba toda asignación que se me presentaba.

En 1920 me casé con una amable hermana de la congregación local. Poco después de eso sufrí un accidente y una enfermedad prolongada, pero por medio de tratamiento y cuidado especiales he recobrado mi salud casi completamente.

Mi esposa y yo decidimos establecer un negocio, pero el mundo de los negocios nos dejó muy infelices. Fué entonces que convenimos en que deberíamos estar en el servicio de tiempo cabal, sirviendo a Jehová como precursores. Mi esposa se hizo precursora en 1926, y dos años más tarde, después de liquidar todas nuestras conexiones comerciales, me uní a ella en las filas de los precursores. ¡Qué gozo y felicidad nos trajo eso! Al fin habíamos hallado el lugar que nos pertenecía en la vida, el emplear todo nuestro tiempo en buscar y alimentar las ovejas del Señor. Ahora ensanché mi devoción a Jehová por medio de seguir de todo corazón tras mi propósito en la vida como precursor.

Nuestra primera asignación juntos fué en la Dakota del Norte. ¡Cuánta hambre espiritual parecía tener la gente! Colocamos literalmente centenares de libros encuadernados y folletos y obtuvimos muchas subscripciones. En el verano seguimos en la obra de precursores en el Norte, pero en el invierno trabajamos tres condados en el este de Tejas. Qué emocionante experiencia nueva fué para nosotros, porque ninguno de los dos habíamos estado antes en el Sur. Pedimos que se despacharan veintisiete cajas de libros, folletos y Biblias a nuestra asignación del Sur. Nos parecía que eso era una tremenda cantidad de literatura, pero en dos semanas todo se nos había agotado. Parecía que cada hogar quería quedarse con ayudas para estudiar la Biblia.

¡Qué fascinante derrotero en la vida es la obra del precursorado! Mientras viajábamos del norte al sur y, más tarde, del sur al norte, nos encontrábamos con personas que habían tomado literatura de nosotros en visitas anteriores. ¡Imagínese el gozo que sentíamos cuando estas personas, por medio de sus propios esfuerzos, conseguían un conocimiento acertado de la verdad! Pronto estaban predicando y comenzaban a crecer congregaciones en territorios donde habíamos trabajado.

Durante los años del derrumbe de la bolsa de valores (1929-1930) el precursorado se hizo sumamente difícil. No era fácil colocar literatura y apenas podíamos mantener reparado y andando el viejo automóvil. Pero perseveramos en el precursorado, por difícil que fuera, y Jehová nos ayudó a salir del aprieto. Movió el corazón de personas de buena voluntad a ayudarnos materialmente. Poco a poco hicimos frente a los obstáculos, siguiendo tras nuestro propósito en la vida—el servicio de tiempo cabal a Jehová.

A través de los años una cosa estaba segura, nunca carecíamos de alimento espiritual. Siempre teníamos La Atalaya y las otras publicaciones substanciosas de la Sociedad. Las asambleas eran algo que esperábamos con gozo y siempre había la interminable corriente de inapreciables experiencias de la vida de precursor. Nunca había un momento de aburrimiento; siempre había bastante que hacer ayudando a otros a encontrar el camino a la vida eterna.

En 1939 experimenté otra emoción. La Sociedad me invitó a ser siervo de zona en California y Nevada. Esto era una experiencia completamente nueva para nosotros; una vida llena y rica, repleta de sorpresas y gozos. Seguí como siervo de zona durante dos años y medio, hasta que se descontinuó ese ramo del servicio.

Los primeros años de la década de mil novecientos cuarenta fueron años de oposición, violencia de turbas y mucha agitación. Se nos dió la asignación de precursores especiales y se nos envió a Las Vegas, Nevada. Ese de veras era un “lugar fogoso.” A otros testigos los habían atropellado chusmas allí, los habían golpeado y echado del pueblo. No podíamos menos que preguntarnos qué nos sucedería. ¿Llegaríamos a ser víctimas de rufianes y fanáticos religiosos como les había sucedido a los que nos habían precedido? Esto lo sabríamos pronto.

Al entrar en Las Vegas, cautelosamente reconocimos el territorio. Para evitar sospechas estacionamos nuestra casa de remolque entre otras en un parque para casas de remolque. Decidimos trabajar las afueras del pueblo primero, entonces avanzar hacia el centro. Solíamos trabajar un día en una parte del pueblo y el próximo día en otra para no atraernos más atención que la inevitable. Durante seis semanas predicamos de esta manera sin ningún diseño o modelo en particular, y en ese tiempo colocamos unos doscientos libros.

Entonces un domingo por la tarde, mientras hacíamos una revisita, una turba se reunió alrededor de nuestro automóvil. Echaron fuera nuestra literatura bíblica y nuestros fonógrafos y discos y les prendieron fuego. Estos bandoleros armados nos dieron órdenes de entrar en el automóvil para llevarnos al parque municipal para embrearnos y emplumarnos. Sin embargo, en camino al parque los eludimos doblando en una encrucijada en la dirección opuesta. De noche regresamos a nuestra casa remolque y nos fuimos a Arizona. No nos quedaba otra alternativa, porque la policía, los jueces y otros habían jurado venganza contra los testigos de Jehová.

Después de esta experiencia se nos envió a California, donde tuvimos el gozo de organizar una nueva congregación de testigos. Alrededor de un año más tarde recibimos una carta de la Sociedad. El mensaje de ella nos conmovió profundamente. La Sociedad deseaba saber si queríamos ensanchar nuestro derrotero en la vida ahora e incluir en éste la obra misional en un campo extranjero. ¿Nos gustaría? ¡Por supuesto que nos gustaría! ¡Esta era una invitación para asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Wátchtower! Imagínese lo que quería decir eso: ir a la escuela después de haber estado fuera unos veinticinco años!

Tomando todo esto como una indicación de parte de Jehová, gozosamente y con oración comenzamos a ajustar nuestra vida y a entrenarnos para el campo misional. El entrenamiento en Galaad nos ayudó inmensamente a hacer esto. Durante cinco meses y medio trabajamos y transpiramos y nos esforzamos para meter todo lo que nos era posible en nuestros cráneos, pero ¡esos meses pasaron como un relámpago! Y antes que nos diéramos cuenta de ello, era el día de graduación. Pensábamos que nuestro gozo estaba completo en Galaad—que sería imposible estar más felices o más cerca de Dios. Pero teníamos mucho que aprender, y esto lo hicimos en nuestra asignación en el extranjero.

Mi esposa y yo fuimos asignados a trabajar en un país de habla española. Sin embargo, con fe en Jehová partimos, confiando en él. ¡Imagínese usted: de eso hace ya más de catorce años y todavía seguimos fuertes! ¿Qué mejor prueba pudiéramos tener de que Jehová se interesa en sus pequeñitos y los cuida?

Ahora a menudo hablamos de nuestros recuerdos acerca de la primera reunión a que asistimos aquí en este país de habla española. Había solamente un salón y todas las personas interesadas se reunían allí para el estudio de La Atalaya. Muchos de los que asistían eran muy pobres y venían descalzos. Algunos no sabían leer ni escribir. En ese tiempo había sólo 150 publicadores; ahora hay veintitrés unidades, con 1,500 publicadores activos. Algunos que en un tiempo no sabían leer ni escribir son ahora excelentes oradores que contribuyen al éxito de diversas asambleas. Otros son siervos en diferentes congregaciones.

Desde 1955 he tenido el privilegio de ser siervo de circuito en la ciudad principal del país, sirviendo en uno de sus dos circuitos. Aquí es un placer servir a nuestros hermanos que están ansiosos de aprender las instrucciones teocráticas y aplicarlas. Como resultado de la buena obra de ellos, se está dando a conocer la verdad a través de todo este país.

A cuántas de estas personas humildes hemos ayudado a entrar en la gloriosa luz de la verdad de Jehová no sabemos. Pero sí sabemos cuán grande ha sido el gozo nuestro al participar de la bondad de Jehová. Mirando atrás a través de los años, hemos tenido una vida rica sin arrepentimientos. Y los dos hemos estado sumamente felices de haber hecho del servicio de tiempo cabal nuestro propósito en la vida, entonces de haberlo ensanchado para incluir la obra misional y ahora de estar todavía en ésta. Pues, eso es todo—una vida feliz, una vida plena—y ahora en 1958, mi sexagésimo año de vida, el bendito privilegio de haber visto a tantísimos en la ciudad de Nueva York en la asamblea internacional, y volver otra vez a mi asignación en el extranjero.

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