Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Leslie R. Franks
NUEVA ZELANDIA fué el escenario de los primeros años de mi vida hogareña. Allí por primera vez tuve conocimiento de la verdad. En 1926, a la edad de dieciséis, mi trabajo me hizo partir del hogar. El interés en la verdad decayó. Catorce años más tarde (1940) volví a comenzar a leer la literatura de la Sociedad que mis padres me habían enviado. Ahora, también, mi compañero de trabajo resultó ser testigo de Jehová. Un día en la conversación él mencionó que sabía que mis padres también eran testigos de Jehová, y ¿me interesaría en asistir a un estudio de La Atalaya? Lo hice con placer el siguiente fin de semana. Luego en una reunión de servicio durante la visita del siervo de zona el estudio del Informador reveló cuánta falta hacían precursores, especialmente de entre quienes no tuvieran otras obligaciones. Cuando me di cuenta de que esta invitación se dirigía a mí, frente a muchos problemas que se me pusieron en el camino, me decidí a adelantar para seguir tras mi propósito en la vida. A mi patrón le presenté mi renuncia.
De modo que en septiembre de 1940 yo estaba libre para emprender de tiempo cabal la obra del Reino. Inmediatamente fuí enviado por la Sociedad como siervo de congregación a una congregación en la Isla Sur. Tenía yo poco conocimiento y experiencia, y personalmente me sentía del todo incapaz de llevar a cabo esta asignación. No obstante, la oración a Jehová y el apoyarme en él para que él me dirigiera me ayudó en esos meses a cumplir mis obligaciones. Un mes más tarde el siervo de zona escribió pidiendo la ayuda de la congregación para dar publicidad al discurso grabado en discos intitulado “Gobierno y paz” y tocarlo con equipo sonoro en un pueblo que distaba aproximadamente ciento setenta kilómetros hacia el norte. Allí surgió mucha oposición. Durante el discurso se puso en acción una turba. Mi compañero, que servía de acomodador conmigo, retrocedió con una herida de bala en el muslo. Más tarde fué necesario amputarle la pierna.
Para el fin de ese mes adeptos de las religiones falsas usaron este incidente para obligar la imposición de una proscripción contra la obra de la Sociedad en Nueva Zelandia. El segundo día de la proscripción tuve el privilegio de llevar a dos personas de buena voluntad en el servicio por la primera vez, pero el día siguiente fuí arrestado, junto con otro hermano, por tener en nuestra posesión la literatura de la Sociedad. En diciembre se nos sentenció a dos meses de encarcelación. Pronto se nos ofreció libertad inmediata si renunciábamos a Jehová mediante el rehusar llevar a cabo nuestra obra dedicada. Ahora éramos seis, y todos rehusamos transigir. Después de cumplir la sentencia todos nos dimos cuenta cabal de que teníamos trabajo que hacer, de que la cosa principal era no mirar hacia atrás sino seguir esforzándonos hacia las cosas futuras.
En diciembre de 1941 me aprehendieron por rehusar por conciencia a participar en el servicio militar, y se me detuvo mientras duró la guerra. A principios de 1946 se me ofreció la libertad con tal que yo aceptara trabajo seglar. Habiendo entrado como ministro de tiempo cabal, yo creía que debería volver a la misma ocupación al ser soltado, y les informé a las autoridades al respecto. Entonces se me dijo: “Se pudrirá en la cárcel hasta su Armagedón.” Sin embargo, en abril del mismo año las autoridades me obligaron a salir y presentarme para trabajo seglar. Dos tribunales rehusaron concederme exención pero, a pesar de ello, volví al ministerio de tiempo cabal y se lo hice saber al ministro de justicia. La bendición de Jehová se vió sobre mi proceder porque recibí respuesta del ministro de justicia concediéndome el derecho a “volver a su ocupación anterior como ministro de religión,” la ocupación que ellos se habían negado a reconocer cuatro años y medio antes.
Durante esos años de detención supe que había empezado a funcionar la Escuela Bíblica de Galaad de la Wátchtower. Yo a menudo expresaba la esperanza de que algún día tuviera la oportunidad de asistir y gozar del privilegio de ir a otros países para predicar la Palabra. Pero en ese tiempo la realización de semejante esperanza parecía estar muy lejos, si no ser imposible. Después de doce meses de servicio feliz, qué satisfecho quedé al saber (durante la visita del hermano Knorr en marzo de 1947) que por haber continuado en la obra ministerial de tiempo cabal después de salir de la cárcel ¡el tiempo que había servido de precursor se consideraba intacto! Aunque ya habían transcurrido siete años desde que me había dedicado, había pasado más de cuatro años y medio de ese tiempo en la cárcel debido a mis creencias; sin embargo, tenía los dos años de ministerio de tiempo cabal que se necesitaban para llenar los requisitos para entrenamiento en Galaad, de modo que pude llenar mi solicitud inmediatamente. Más tarde en el mismo año se me envió a New Plymouth como precursor especial y fué allí, durante la visita del siervo de circuito, que los dos tuvimos el gozo de recibir notificación de proceder a Nueva York a tiempo para matricularnos en la clase undécima de Galaad de febrero de 1948.
Antes de salir para los Estados Unidos se me concedió la oportunidad de visitar a mis padres y a algunos miembros de mi familia, quienes, diez años antes, habían salido de Nueva Zelandia y emprendido el servicio de tiempo cabal en la casa Betel de la sucursal de Australia. Allí tuve la sorpresa de saber que mis dos hermanas también habían sido invitadas a asistir a la misma clase de Galaad. En diciembre de 1947 nos embarcamos en el Marine Phoenix en Sydney para San Francisco, junto con dieciséis otros hermanos de Australia y Nueva Zelandia. Durante el viaje de tres semanas a través del Pacífico entramos en puertos de Fiji y Samoa y esto me proveyó un vistazo de cómo podría ser mi asignación futura. En San Francisco unos cuantos días de descanso nos pusieron en condición para la última etapa de nuestro viaje a Nueva York. Llegamos allá, directamente de los trópicos, en la temporada más fría que se había experimentado en muchos años.
Muchos ya han escrito acerca de los hermosos alrededores y los gozos de Galaad, y del conocimiento que se recibe allí que profundiza y fortalece la fe para años futuros de servicio. El entrenamiento en Galaad había de ser una fuente, como lo he probado yo, de la cual podría sacar provecho en años futuros para vencer en medio de penalidades y pruebas. El tiempo que estuvimos en esa maravillosa escuela fué con mucho demasiado corto. Pronto mis hermanas y yo, junto con tres otros, recibimos nuestras asignaciones a Singapur. Hasta que se pudieran arreglar los pasajes se me asignó a hacer trabajo en preparación para una asamblea de distrito en Chicago. Mi asamblea más grande antes de ésta había sido una de seiscientos concurrentes en Nueva Zelandia. De modo que me acuerdo de la gran emoción que me dió el ser uno de dieciséis mil hermanos presentes en Chicago. Después de eso seguí a Oregón como siervo de circuito.
Para enero fuí reunido con mis compañeros en Galveston, Tejas, donde íbamos a embarcarnos para Singapur. Este viaje de dos meses nos llevó a lugares que para nosotros habían sido anteriormente sólo nombres en mapas: El Japón, las Filipinas, Macasar e Indonesia. Solamente en las Filipinas habían comenzado a trabajar graduados de Galaad en ese entonces. Hallamos muy primitivas las condiciones, con marcas de combate dejadas por los años de guerra; pero el viaje nos dió la oportunidad de palpar el Oriente. Por extraño que parezca, habíamos de contemplar nuestra asignación una semana antes de verdaderamente desembarcar, porque nuestro barco pasó navegando por Singapur, a unos cuantos centenares de metros de la playa, procediendo primero a otro puerto ubicado a ochocientos kilómetros al norte antes de atracar por fin al muelle en Singapur en marzo de 1949.
Singapur, descubrí, era por comparación una de las ciudades más modernas de Oriente, pero experimentaba un calor con alta humedad relativa casi continuo y sin variación, lo cual afecta a uno considerablemente a través de los años. ¡Qué raras eran las escenas que presenciamos en aquellos días, en ocasiones de fiestas religiosas de gentes malayas, chinas e indostánicas! ¡Qué pintoresca la variedad de razas, color y religión! Tuve que cambiar muchas ideas que tenía acerca de la gente. Anteriormente yo creía que los chinos eran una raza estólida y sin sonrisa, pero los hallé listos para reírse de la cosa más leve—a veces en momentos lo mas inoportunos, como cuando había sido muerta una persona en un accidente de automóvil: Clamaban “Sudah mati” (“Él está muerto”), y se entregaban a estruendos de risa.
¡Mis primeras luchas con la lengua malaya deben haberles ocasionado mucha diversión a otros también, porque a menudo usaba kelapa (coco) en vez de kepala (cabeza) y rumput (pasto) en vez de rambut (pelo)!
Dos graduados de Galaad nos habían precedido a Singapur y se había formado una pequeña congregación; de modo que pudimos comenzar inmediatamente con trabajo organizado. Hallé bastante agradable la presentación del testimonio, puesto que en la mayoría de los lugares se nos invitaba a entrar en las casas y podíamos sentarnos para dar nuestro testimonio. La gente, por la mayor parte, es agradable y cortés; pero durante los primeros pocos años la dificultad que se debió a los muchos idiomas era una experiencia muy cansadora, y además había el analfabetismo de la gente acompañado de superstición extremada. El idioma que uno había aprendido todavía no bastaba para enseñar a toda la gente de diferentes dialectos e idiomas. Sin embargo, generalmente servía para resolver el problema el hecho de que estaban dispuestos a aprender el idioma inglés los que tenían interés genuino en la verdad, y tengo recuerdos felices de los que progresaron a la madurez de esta manera.
A través de los años he conducido hasta veintidós estudios bíblicos de hogar por mes, pero debido a gran número de motivos los estudiantes en su mayoría no maduraban. Junto con otros misioneros a menudo pensaba yo en lo que pudiera hacerse para estimular a éstos y me preguntaba por qué no progresaban. Pero a medida que continuamos sembrando y regando y esperando que Jehová diera el aumento vimos con el tiempo el aumento en la congregación. ¡Qué consuelo es dar una mirada retrospectiva a los años y darme cuenta de que aquí en Singapur tenemos una congregación saludable compuesta de muchas nacionalidades, desempeñando fielmente su parte en la obra de predicar!
Mi obra me ha llevado más allá de Singapur, donde está la oficina central de sucursal para Borneo así como para Malaya—región que se extiende ochocientos kilómetros hacia el norte y novecientos sesenta y cinco kilómetros hacia el este. Al final de 1953 llegué a ser siervo de circuito de tiempo parcial para las tres congregaciones y los publicadores aislados que están esparcidos a través de esta vasta región. Algunos de éstos nunca habían visto a otros de la sociedad del nuevo mundo. Sentado en algún hotel chino de noche a menudo he pensado en la obra fiel que estos hermanos aislados están haciendo y el privilegio que ha sido el poder ofrecerles compañerismo y consuelo espiritual mientras seguimos efectuando esta obra misional.
Habiendo pasado seis cortos años, cuando regresé a mi asignación edificado y refrescado espiritualmente por los gozos de las asambleas de 1955 en Londres, París y Nuremberg, oré que yo fuera enriquecido adicionalmente por medio de obras rectas, siguiendo tras mi propósito en la vida de permanecer aquí y completar la predicación de las buenas nuevas del Reino en este extremo de la tierra mientras el Armagedón se acerca aceleradamente.
Hace unos meses se me dió una nueva asignación como misionero en Kuala Lumpur, Malaya. Hay mucho trabajo que hacer en este campo y es un verdadero gozo el de poder ayudar a los de buena voluntad a crecer en entendimiento y madurez cristianos. También tengo el placer de visitar las otras congregaciones y publicadores aislados de vez en cuando como siervo de circuito. Este es un campo en el cual la necesidad es grande, y es grandioso estar participando en el esparcimiento de la verdad.