Escogí como carrera el servicio de tiempo completo
SEGÚN LO RELATÓ MAX LARSON
MI MADRE, una huérfana, se embarcó en Dinamarca y viajó a los Estados Unidos en 1910. Tenía solo 18 años, no hablaba inglés ni conocía a nadie en el país.
Llegó a la ciudad de Nueva York, y de allí viajó en tren hasta Dakota del Sur (E.U.A.), a más de 2.400 kilómetros (1.500 millas) de distancia. En ese estado había una población danesa, y allí conoció al que sería mi padre. Se casaron el 20 de septiembre de 1911.
A principios de 1913 mi padre viajó a Montana en un carromato, solo, para establecerse en terreno que se le hizo disponible. Allí construyó una casa de troncos que solo tenía una habitación. Cuando la terminó, en el verano, mi madre y mi hermano Norman (de apenas unos meses de nacido) viajaron por tren a Montana para unirse a papá.
Dos años después mi madre esperaba su segundo bebé. Como he dicho en broma, yo “ayudé” a mi madre a ponerle el tejado a una añadidura a nuestra casa, porque eso estaba haciendo ella el día antes de que yo naciera. El día siguiente, el 29 de abril de 1915, cuando papá vino del campo a almorzar, ella le dijo: “Creo que voy a dar a luz”. Nací por la tarde. Sin embargo, ¡aquella misma noche mamá ya estaba de pie y tenía preparada la cena cuando papá regresó del trabajo!
Mi hermana Jean nació tres años después, en la misma casa. Al año siguiente nos mudamos al este de Montana, y allí papá alquiló una granja. En 1921 nació mi otra hermana, Laverna, y los cuatro hermanos nos criamos en las llanuras de Montana.
Años de formación
Mis padres eran luteranos, y cada domingo todos íbamos a la iglesia. Pero una vecina, una de los Estudiantes Internacionales de la Biblia —como se llamaba a los testigos de Jehová en aquellos días—, comenzó a visitar a mamá y a estudiar la Biblia con ella. Después de dos años mi madre aceptó las verdades bíblicas que aprendía y se bautizó en 1925 en un abrevadero. Ni papá ni nosotros los hijos aceptamos la nueva fe de mamá, pero nos alegró no tener que volver a la Iglesia Luterana. Mamá siempre nos decía: “No quieren servir a Jehová; pero nunca violen sus leyes”. Ese consejo nos ayudó a evitar muchas dificultades.
Nuestra familia de seis cultivaba 320 hectáreas (800 acres) de terreno con la ayuda de 14 caballos y un tractor. No teníamos electricidad ni cañerías en casa, así que teníamos que acarrear el agua de un pozo que estaba a 4 kilómetros (2 1/2 millas) de distancia. Decidimos mudarnos al estado de Washington debido a la sequía que hubo al principiar la década de los treinta, pues por cuatro años no pudimos cosechar. En preparación para la mudanza tuvimos que trasladar herramientas de labranza y artículos del hogar desde Montana hasta Washington. Yo tuve que viajar en el vagón donde iban nuestros caballos y asegurarme de que recibieran alimento y agua durante el viaje. Seis días después llegué a la costa oeste de Washington.
Allí ayudé a papá a establecer y atender una granja de vacas. Después de casi un año, a la edad de 20 años, decidí trabajar por cuenta propia en el transporte de troncos por camión en las montañas, y también pasé seis meses en Alaska como maquinista en una embarcación. En 1938 mi hermana Jean y yo trabajábamos en Seattle (en el estado de Washington) y vivíamos en una casa flotante en el lago Union. Mamá, quien vivía a unos 80 kilómetros (50 millas) de distancia, asistió a una asamblea anual de los testigos de Jehová en Seattle durante el verano de aquel año. Puesto que la asamblea se celebraría cerca de nuestra casa flotante, la invitamos a alojarse con nosotros. Ella aceptó, y nosotros concordamos en ir a la asamblea.
Escojo mi carrera
El sábado por la noche Joseph F. Rutherford, entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, habló sobre el tema “Amadores de la justicia”. El discurso trató sobre el ministerio de tiempo completo, o sea, el servicio de precursor. Después Bill Griffith, que estaba a mi lado, dijo: “Max, ¡ahí está! ¡Tenemos que ser precursores!”.
“Es verdad —contesté—. Vamos.”
“Estás bromeando, ¿verdad?”, preguntó Bill.
“No —contesté—. Ese discurso me ha convencido de lo que debo hacer.”
“Pero ni siquiera eres publicador. Ni estás bautizado.”
“Lo sé, pero acaban de anunciar que habrá un bautismo mañana. Me bautizaré mañana.”
Así que, llenos de entusiasmo, fuimos al departamento de servicio del campo y conseguimos las solicitudes para servir como precursores. Allí conocimos al hermano Van Amburgh, secretario y tesorero de la Sociedad. Cuando le contamos nuestros planes, nos llevó aparte y nos habló como lo haría un padre. Dijo: “No lo hagan como un experimento ni como una aventura. Están haciendo lo correcto, pero háganlo su carrera de toda la vida”. Aquel consejo siempre me ha ayudado mucho. Entregamos nuestras solicitudes y el día siguiente, el 5 de junio de 1938, me bauticé.
Primera asignación de precursor
El día siguiente, lunes, avisé a mi patrón que renunciaba a mi empleo para ser ministro. Aquella primera semana estudié cuidadosamente el libro más reciente de la Sociedad, titulado Enemigos, y asistí a todas las reuniones. La segunda semana estudié el otro libro, Riquezas. Y la tercera semana recibí mi asignación de precursor: Raymond, Washington.
Allí Bill y yo encontramos a un grupo de 27 personas que se reunía en casa de uno de los Testigos. Se nos había dicho que condujéramos todas las reuniones, ayudáramos a los publicadores y les enseñáramos a conducir estudios bíblicos, lo cual era una obra nueva en aquellos días.
En la primera reunión de servicio, el jueves, pedí al siervo de compañía —así se llamaba al superintendente presidente— que me acompañara la noche siguiente para tratar de comenzar un estudio bíblico. Me dijo que estaba ocupado. Así que Bill y yo salimos solos. De regreso, nos detuvimos en una intersección para permitir que pasara un desfile de la Legión Americana. Nos asombró ver a la cabeza del desfile al siervo de compañía.
Aquel primer domingo comencé mi primer estudio bíblico con cierto señor. Después conduje por primera vez el Estudio de La Atalaya de la congregación. El artículo que consideramos fue del número del 1 de junio de 1938 de La Atalaya en inglés, que introdujo la administración teocrática en las congregaciones. De las 27 personas que se asociaban, solo 3 aceptaron el nuevo arreglo teocrático.
Una familia de precursores
Poco tiempo después que empecé a servir como precursor, mis hermanas y mi hermano, Norman, también empezaron a servir de tiempo completo. Norman y su esposa vendieron su granja, compraron una casa remolque de 3,7 metros (12 pies) de largo y con su hijita, Joan, de tres años, empezaron su obra de predicar. A propósito, mientras servían en Raymond en 1941, Norman me dijo en una carta que los 24 que se habían opuesto al arreglo teocrático se habían apartado y se habían hecho parte de un grupo de apóstatas. Sin embargo, ¡aquel señor con quien conduje mi primer estudio bíblico ya servía como siervo de compañía!
La hija de Norman, Joan, y el esposo de esta, Maurice O’Callaghan, han visitado congregaciones en la obra de circuito por 24 años. En 1949 mi hermana menor, Laverna, asistió a la clase número 12 de la escuela misional de Galaad y fue asignada a Italia. Debido al éxito inmediato de la obra misional en Italia, Laverna fue deportada a Suiza, donde reside con su esposo hasta el día de hoy.
Deseo ensanchar mi servicio
Después de ser precursor regular por dos meses, fui nombrado precursor especial. Fue entonces cuando Bill y yo conseguimos otro compañero, Warren Henschel, el hermano mayor de Milton Henschel. Actualmente Milton es miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová.
Cierta noche, durante el primer mes de mi servicio de precursor especial, visité a Albert Hoffman, el superintendente regional o viajante. Él y su esposa, Zola, se alojaban en una casa remolque frente al Salón del Reino. En aquellos años de la depresión económica, muchas veces trocábamos literatura por alimento. Aquel día yo había trocado literatura por una cesta grande de peras, de modo que visité al hermano Hoffman y le pregunté si quería algunas. Él se alegró mucho, y me invitó a entrar.
Eran como las nueve cuando empezó a hablarme de la Casa Bíblica (ahora llamada Betel), la sede mundial de los testigos de Jehová en Brooklyn, Nueva York. Por fin su esposa dijo: “¿Saben qué hora es? Son las cuatro y media”. ¡Habíamos hablado toda la noche! Antes de acostarme en el ático del Salón del Reino, escribí una carta en la que pedí una solicitud para servir en Betel, e inmediatamente la envié.
Todos los días oraba a Jehová sobre aquel asunto, y tres meses después me alegré de recibir la invitación para servir en el Betel de Brooklyn. Al prepararme para el viaje, di mi automóvil a mi hermana Jean, que ya era precursora especial también. Por seis días y seis noches viajé en autobús a través de dos ventiscas en Montana y las Dakotas, y por fin llegué a la ciudad de Nueva York el 14 de enero de 1939.
Mi servicio en Betel
Grant Suiter, el siervo de Betel, me matriculó y entonces me envió a hablar con Nathan Knorr, el siervo de la fábrica. Mi primera asignación fue atar cajas de libros en el Departamento de Envíos. La segunda semana me asignaron a la sala de las rotativas. El hermano Knorr me dijo: “Si aprendes a manejar esta prensa dentro de seis meses, podrás ser el operador, porque el hermano que la maneja ahora será asignado a una prensa nueva”. Aprendí a hacerlo, y aquel trabajo fue un gozo para mí.
Después que hube trabajado en la sala de prensas por año y medio, el hermano Knorr vino a verme allí un día y me dijo: “Max, ¿quisieras trabajar en la oficina?”.
“Hermano Knorr, eso sería lo último que yo escogería. Pero si se me asigna le daré toda mi atención.”
“Ven a mi oficina el lunes por la mañana”, contestó.
Desde entonces he servido allí. Primero fui auxiliar del hermano Knorr; después, a la muerte del hermano Rutherford, el 8 de enero de 1942, el hermano Knorr llegó a ser presidente, y yo fui nombrado superintendente de la fábrica. Tenía 26 años de edad, y solo tres años de experiencia en Betel. Así que sentí el peso de la responsabilidad.
Sin embargo, recibí ayuda amorosa de los superintendentes ungidos de los diversos departamentos de la fábrica. Su humildad y deseo de ayudar profundizó muchísimo el amor y aprecio que les tenía. La fuente principal de ayuda y adiestramiento para mí fue el hermano Knorr. Por más de 35 años, hasta su muerte en 1977, tuve el privilegio de trabajar con él en asuntos de publicación y construcción de la Sociedad. Él era un administrador notable, y me ayudó mucho a cumplir mi asignación.
Ante funcionarios
Durante la segunda guerra mundial hubo gran escasez de la materia prima que necesitábamos para imprimir. Por eso, varias veces al año tuve que viajar a Washington, D.C., para reunirme con juntas relacionadas con la producción durante el tiempo de la guerra y con comités del Senado. Solicité papel y otros materiales, y Jehová ciertamente bendijo aquellos esfuerzos.
En cierta ocasión, al presentar nuestra solicitud, mostré varias páginas de periódicos populares que anunciaban productos no esenciales. Les mostré un anuncio de un abrigo de piel que ocupaba una página entera del periódico principal de Nueva York y dije: “La cantidad de papel que se usó para este anuncio en una tirada de domingo equivale a la cantidad total de tonelaje adicional que les solicitamos para todo el año”.
“Ha presentado bien su punto”, contestó un senador. Jehová bendijo aquellos viajes, y nunca tuvimos que detener las prensas por falta de papel ni otros materiales durante los años de la guerra. Por supuesto, entonces no necesitábamos la enorme cantidad de papel que necesitamos hoy.
Agrandada la fábrica
Doce años antes de ingresar yo en Betel, la Sociedad había construido su primera fábrica de ocho pisos —un edificio que abarcaba la mitad de una manzana— en el 117 de la calle Adams. En 1949, por la necesidad existente, se construyó una fábrica de nueve pisos y un edificio de oficinas en la otra mitad de aquella manzana. La manzana quedó completamente ocupada por una fábrica grande de unos 15.000 metros cuadrados (160.000 pies cuadrados) de superficie útil.
En aquel tiempo se me asignó supervisar la construcción que se efectuaba para la Sociedad aquí en la central. En aquellos días solo teníamos un edificio en Brooklyn para las oficinas y los departamentos fabriles, y un edificio residencial. Pero ahora, 40 años después, ¡tenemos en Brooklyn más de 10 edificios para los departamentos fabriles y las oficinas, y unos 20 edificios residenciales!
Al comenzar la década de los cincuenta tratamos de conseguir la propiedad al lado norte de nuestro edificio del 117 de la calle Adams, pero el dueño rechazó la oferta que le hicimos. De hecho, no estuvo dispuesto a negociar con la Sociedad, pues creía que al fin se le pagaría el alto precio que pedía. Por eso, dirigimos la atención a la manzana al este de nuestra fábrica de la calle Adams, precisamente al otro lado de la calle Pearl. En esta había ocho porciones separadas de terreno. Tuvimos que tratar con cada dueño por separado, pero Jehová nos permitió obtener las ocho propiedades dentro de un año ¡a un costo promedio de solo $97 (E.U.A.) por cada metro cuadrado ($9 por cada pie cuadrado)!
En aquella manzana, en 1955 y 1956, la Sociedad construyó la fábrica de 13 pisos del 77 de la calle Sands. Esta fue nuestra segunda fábrica, y aumentó a más del doble el espacio útil, a unos 33.000 metros cuadrados (350.000 pies cuadrados). Sin embargo, el rápido aumento de la organización indicaba que pronto necesitaríamos más espacio. Por eso, en 1958 compramos la fábrica de la esquina de las calles Prospect y Pearl y empezamos a usarla como almacén.
Ahora el único lugar que quedaba por el cual podríamos unirnos mediante puentes sobre la calle con los otros edificios era la propiedad al norte, que habíamos tratado de comprar anteriormente. Sabíamos que con toda probabilidad el dueño fijaría un precio exagerado si la Sociedad Watchtower trataba de comprarla. Por eso, le pedimos a alguien que negociaba en bienes raíces que tratara de obtenerla. Él consiguió un precio mucho menor del que habíamos ofrecido nosotros. Huelga decir que el dueño se enfureció cuando se enteró de que el título se transfirió más tarde a la Sociedad Watchtower.
En 1966 y 1967 construimos en aquella propiedad una fábrica de diez pisos con 21.000 metros cuadrados (226.000 pies cuadrados) de superficie útil. Ahora los edificios de la fábrica abarcaban cuatro manzanas, y estaban conectados por puentes. Después, en 1983 y 1986, compramos dos edificios al sur de la fábrica, y construimos un puente de 49 metros (161 pies) de largo que conecta estos edificios con los otros cuatro. Estos seis edificios unidos contienen un espacio útil de 95.000 metros cuadrados (1.022.000 pies cuadrados), o sea, casi 9 hectáreas (23 acres). En 1983 también compramos el enorme edificio de 93.000 metros cuadrados (1.000.000 de pies cuadrados) de la calle Furman, cerca de los muelles, a pocas manzanas de distancia, donde ahora está nuestro Departamento de Envíos.
Conseguimos un complejo de oficinas
Otra experiencia interesante en mis tratos para la obtención de bienes raíces tuvo que ver con el complejo farmacéutico Squibb, diez edificios que estaban conectados entre sí. Después de comprarlos, la Sociedad derribó cuatro de ellos y construyó un edificio nuevo que se unió a otro existente para formar el que lleva el número 25 de Columbia Heights, que ahora contiene la sede mundial de la Sociedad Watch Tower. Note cómo se obtuvo esta propiedad.
Para 1969 procurábamos obtener más espacio. Pero ninguno de los propietarios a quienes llamé quería vender, por la buena situación económica en los negocios.
En aquellos días viajé a Carolina del Norte, a la fábrica de papel de donde obtenemos nuestro papel biblia. Le mencioné a uno de los que trabajaban allí que necesitábamos más propiedad en Brooklyn. Por casualidad, su hermano era amigo de uno de los dueños del complejo de edificios Squibb. Él se encargó de las comunicaciones necesarias y entonces me dijo que al regresar a Brooklyn me comunicara con aquel señor.
Cuando hablé con este, me confirmó que Squibb pensaba vender las propiedades que tenía en Brooklyn e irse de la ciudad. Dijo que cuando estuvieran listos nos llamaría para las negociaciones. Varios meses después recibimos la llamada; estaban listos para vender, y dijo que fuéramos a su oficina el día siguiente.
El hermano Knorr y yo nos reunimos para determinar cuánto pagaríamos. El día siguiente nos dijeron en la reunión que pedían un precio que no podían alterar. Dijeron: “Queremos tres millones de dólares en efectivo”. Tratamos de ocultar nuestro asombro, pues aquello era mucho menos de lo que habíamos decidido ofrecer. De modo que inmediatamente aceptamos el trato. Poco antes habíamos terminado de construir la nueva fábrica que había costado cuatro millones de dólares, pero cuando el pueblo del Señor se enteró de que necesitábamos más fondos, los suministró inmediatamente.
Más edificios residenciales
Durante los años cincuenta obtuvimos propiedad frente al 124 de Columbia Heights, y en 1959 y 1960 construimos allí otro gran edificio residencial. Pero desde 1965 se ha hecho más difícil construir nuevas residencias. Ese año el gobierno designó zona histórica el área donde está Betel. Como resultado, se han impuesto muchísimas restricciones a la construcción y renovación de edificios. No obstante, con la ayuda de Jehová siempre hemos obtenido lo necesario.
Por ejemplo, en 1967 pedimos permiso para erigir un edificio residencial de seis pisos en el local del 119 de Columbia Heights. Originalmente queríamos construir un edificio de 12 pisos, pero por la designación del lugar como zona histórica decidimos hacerlo de seis pisos. No obstante, las autoridades locales quisieron que elimináramos por lo menos un piso más.
En junio hablé con el presidente del distrito municipal de Brooklyn; él dijo que si echábamos los cimientos del edificio antes de que la junta presupuestaria urbana —la principal junta gubernamental de la ciudad— se reuniera en septiembre, él apoyaría nuestra propuesta de un edificio de seis pisos. Nuestro departamento de construcción puso manos a la obra y logró echar los cimientos para septiembre.
El presidente del distrito municipal de Brooklyn me llamó el día antes de la audiencia pública de nuestro caso. Pidió que llegáramos al ayuntamiento dos horas antes de la reunión de la junta presupuestaria y habláramos con él en privado. Por eso, muy temprano la mañana siguiente el hermano Knorr, el hermano Suiter (nuestro secretario y tesorero) y yo fuimos al ayuntamiento. Pero mientras pensábamos en la mejor manera de presentar nuestro caso surgió un detalle técnico que envolvía a la comisión de planificación de la ciudad. Fue necesario hacer una llamada telefónica para aclarar el asunto. Inmediatamente el comisionado de planificación de la ciudad dijo que vendría para encargarse personalmente de la situación. Dijo: “Puesto que habrá mucha objeción a lo que ustedes quieren, yo me ofreceré para representar a la Sociedad Watchtower ante la junta”.
Naturalmente, esto nos alegró. Pues bien, el procedimiento que sigue la junta presupuestaria es leer la lista de los casos para el día, y si es necesario escuchar alguna objeción, entonces deja el caso pendiente hasta la tarde. Si no hay objeciones, la junta inmediatamente toma una decisión sobre el caso. El nuestro se consideró temprano por la mañana, y el comisionado de planificación se puso de pie y dijo al alcalde: “Quisiera hablar en favor de la Sociedad Watchtower”.
“Usted sabe que el procedimiento no permite que consideremos el asunto cuando se lee la lista —respondió el alcalde, con referencia a la costumbre normal de dejar las consideraciones para la tarde—. Pero sé que usted está muy ocupado, comisionado, así que haré una excepción y le concederé su petición.” El comisionado presentó nuestro caso, y la junta presupuestaria aprobó unánimemente nuestra petición. Cuando salíamos de la sala, el abogado de nuestros opositores venía corriendo por el pasillo y gritando: “¡Tengo una hora de argumentos contra este caso!”. ¡Pero era demasiado tarde! Seguimos caminando y dimos gracias a Jehová por la victoria.
Tengo que admitir que el representar a la Sociedad en estos asuntos de negocio a través de los años ha sido un privilegio muy remunerador. Me ha alegrado mucho ver el gran aumento en la obra de predicar por toda la Tierra, lo que ha hecho necesario comprar todos estos edificios. Algo que me ha ayudado a atender estos asuntos fue el que se me nombrara vicepresidente de la Sociedad Watchtower Bible and Tract de Nueva York, Inc., el 1 de enero de 1977.
Feliz en el servicio de Betel
Desde que llegué a Betel en 1939, ¡la familia ha aumentado de unos 185 a más de 2.800 miembros regulares en Brooklyn, y a más de 900 en las Haciendas Watchtower! Muchos me han preguntado: “¿Qué le ha ayudado a permanecer en Betel 50 años?”. Mi respuesta siempre ha sido: “El servicio de Betel es lo que siempre ha dominado en mi pensamiento”.
Además, la solicitud que llené y firmé preguntaba: “¿Concuerda usted en permanecer en Betel hasta que el Señor quiera?”. Hasta ahora, esa ha sido Su voluntad, y todavía estoy aquí disfrutando de servir a Jehová. Desde que me dediqué he estado resuelto a hacer del servicio de tiempo completo mi carrera de toda la vida.
Durante mis primeros años en Betel los arreglos no permitían que uno se casara, así que, como muchos otros, yo estaba contento con permanecer soltero y servir en Betel. Sin embargo, cuando la norma de la familia de Betel cambió, y uno podía casarse, me casé con Helen Lapshanski el 7 de abril de 1956. Ella había venido a Betel en 1951. Hemos atesorado muchísimo el poder ayudarnos el uno al otro como cónyuges.
A principios de nuestro matrimonio Helen contrajo esclerosis múltiple, y en los últimos años esa enfermedad se ha agravado en ella. Pero con la ayuda de un andador y un cochecito de batería ella se transporta adonde quiere. Sigue manifestando un admirable espíritu de gozo y trabaja todos los días en la oficina del Hogar Betel.
Mi hermana Jean y yo vivimos en estrecha relación mientras nos criábamos. Por eso, ella siempre estaba resuelta a seguirme, y en 1943 fue invitada a servir en Betel. En 1952 se casó con Russell Mock, y ella y su esposo sirven lado a lado con nosotros como miembros de la familia de Betel.
Creo firmemente que Betel es el mejor lugar donde vivir en la Tierra mientras esperamos el venidero Paraíso terrestre. Jamás me ha pesado haber hecho del servicio de tiempo completo mi carrera de toda la vida. ¡Qué gozo ha sido ver el tremendo aumento que ha alcanzado la organización terrestre de Jehová, y haber tenido parte en ello! Con la ayuda de Él, estoy resuelto a seguir viviendo en Betel y a entregarme de toda alma al adelanto de los intereses del Reino.
[Comentario en la página 30]
“Creo firmemente que Betel es el mejor lugar donde vivir en la Tierra mientras esperamos el venidero Paraíso terrestre”
[Fotografía de Max Larson en la página 23]
[Fotografía en la página 27]
La fábrica después de agrandarse en 1949
[Fotografía en la página 30]
Nuestro día de bodas
[Fotografías en las páginas 24, 25]
Arriba: La propiedad del 360 de la calle Furman, obtenida en 1983
Abajo: La propiedad de Columbia Heights que compramos de la compañía Farmacéutica Squibb en 1969
Izquierda: La fuente principal de ayuda y adiestramiento para mí fue el hermano Knorr
Abajo: Para 1986 la fábrica consistía en seis edificios conectados por puentes