La educación de los hijos en un mundo permisivo
¿HA VISTO alguna vez a un niño pedir con insistencia un juguete que la madre no desea comprarle? ¿O empeñarse en correr y jugar a pesar de que su padre le ha dicho que se esté quieto? Sabemos que en esas situaciones los padres solo quieren lo mejor para su hijo. Sin embargo, ante los continuos lloriqueos, con demasiada frecuencia acaban por ceder y su no se transforma en un sí.
Muchas personas parecen pensar que para criar bien a los hijos hay que darles casi todo lo que piden. En Estados Unidos, por ejemplo, se encuestó a 750 jóvenes de edades comprendidas entre los 12 y los 17 años. Cuando se les preguntó qué hacen cuando sus padres les niegan algo, casi el 60% contestaron que lo siguen pidiendo. Un 55% habían descubierto que esta táctica por lo general funcionaba. Sus padres tal vez crean que esa permisividad es una muestra de amor, pero ¿lo es realmente?
Analicemos este sabio proverbio de tiempos antiguos: “Si uno viene mimando a su siervo desde la juventud, este hasta llegará a ser un ingrato en el período posterior de su vida” (Proverbios 29:21). Claro que un niño no es un siervo, pero ¿verdad que concordamos en que dicho principio es aplicable a la crianza de los hijos? Mimar a un niño y darle todo lo que quiere puede hacer que con el tiempo se convierta en un adulto “ingrato”, es decir, caprichoso, testarudo y desagradecido.
La Biblia aconseja algo muy distinto: “Educa al muchacho en el buen camino” (Proverbios 22:6, La Biblia de Nuestro Pueblo). Los padres sensatos desean obedecer esta directriz, y por eso establecen para sus hijos normas claras, consecuentes y razonables, y se las hacen cumplir. No confunden el amor con la permisividad, ni tampoco recompensan a los niños por lloriquear, protestar o recurrir a rabietas. Más bien, hacen caso de la sabia exhortación de Jesús: “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No” (Mateo 5:37). ¿Qué implica entonces la educación de los hijos? Veamos un ejemplo muy elocuente.
“Como flechas en la mano”
Con respecto a la relación entre padres e hijos, las Escrituras presentan un ejemplo que resalta el hecho de que los hijos necesitan la guía de sus padres. Salmo 127:4, 5 dice: “Como flechas en la mano de un hombre poderoso, así son los hijos de la juventud. Feliz es el hombre físicamente capacitado que ha llenado su aljaba de ellos”. A los hijos se les compara con flechas, y al padre, con un guerrero poderoso. Tal como un arquero sabe que las flechas no dan en el blanco por casualidad, los padres amorosos comprenden que la educación de los hijos no puede dejarse al azar. Quieren que sus hijos alcancen determinado “blanco”: que se conviertan en adultos responsables y felices. Desean que tomen buenas decisiones, sean sabios, se eviten problemas innecesarios y alcancen metas que merezcan la pena. Pero no basta con que los padres quieran eso.
¿Qué hace falta para que una flecha dé en el blanco? Hay que prepararla con cuidado, protegerla bien y dispararla con fuerza hacia el blanco. De la misma manera, para que los niños lleguen con éxito a la edad adulta, hay que prepararlos, protegerlos y darles dirección. Analicemos uno por uno estos tres aspectos de la educación de los hijos.
Preparar la flecha con cuidado
Las flechas que utilizaban los arqueros de tiempos bíblicos se preparaban con mucho cuidado. La varilla, hecha quizás de una madera liviana, debía tallarse a mano y quedar lo más recta posible. La punta tenía que estar bien afilada. Al otro extremo de la varilla se ataban plumas para estabilizar el vuelo de la flecha y mantener su rumbo.
Los padres quieren que sus hijos sean como aquellas flechas: rectos, sin que haya nada torcido en ellos. Por lo tanto, si son sabios, no dejarán pasar las faltas graves de sus hijos, sino que con amor los ayudarán a luchar contra ellas y a superarlas. Por bueno que sea un hijo, la tarea siempre será enorme, pues “la tontedad está atada al corazón del muchacho” (Proverbios 22:15). Por ello, la Biblia exhorta a los padres a que disciplinen a sus hijos (Efesios 6:4). De hecho, la disciplina desempeña un papel esencial en formar y fortalecer la mentalidad y el carácter del niño.
No extraña, pues, que Proverbios 13:24 asegure: “El que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina”. En este contexto, la vara de la disciplina representa un método de corrección, sin importar qué forma adopte. Al administrar disciplina con bondad, los padres intentan corregir defectos que, si se arraigan, causarán al hijo muchos problemas en la vida adulta. En realidad, como indica el proverbio, retener tal disciplina equivale a ‘odiar’ al hijo, pero administrarla es un acto de amor.
Los padres que aman a sus hijos también los ayudan a comprender el porqué de las normas. Disciplinarlos no solo implica dar órdenes e imponer castigos, sino —lo que es más importante— asegurarse de que entiendan bien las cosas. La Biblia señala: “El hijo entendido está observando la ley” (Proverbios 28:7).
Las plumas que el arquero ata a sus flechas contribuyen a que estas vuelen en una trayectoria recta una vez que salen del arco. De modo similar, las enseñanzas bíblicas del Creador de la familia pueden acompañar a los hijos y ayudarlos durante toda su vida, incluso después que abandonan el hogar (Efesios 3:14, 15). Ahora bien, ¿cómo pueden los padres asegurarse de que tales enseñanzas queden firmemente “atadas” a sus hijos?
Observemos lo que Dios aconsejó a los padres israelitas en tiempos de Moisés: “Estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo” (Deuteronomio 6:6, 7). Así que los padres deben hacer dos cosas. En primer lugar, tienen que aprender de la Palabra de Dios y ponerla en práctica ellos mismos, llegando así a amar las leyes divinas (Salmo 119:97). Entonces podrán cumplir la segunda parte del texto: ‘inculcar’ dichas leyes en sus hijos. Esto significa grabar en su corazón el valor que estas tienen mediante la enseñanza y las repeticiones frecuentes.
Es obvio que no hay nada de anticuado en enseñar los principios bíblicos o disciplinar con amor para corregir faltas graves. En realidad, hacerlo es muy importante para preparar esas valiosísimas “flechas” a fin de que sigan una trayectoria recta y estable hacia la vida adulta.
Proteger la flecha
Sigamos con el ejemplo de Salmo 127:4, 5. Recordemos que el arquero había “llenado su aljaba” de flechas. Una vez preparadas, había que protegerlas, para lo cual el arquero las llevaba en una aljaba, donde no podían dañarse ni romperse fácilmente. Resulta interesante que la Biblia hable proféticamente del Mesías como de una flecha pulida que su Padre “ocultó en su propia aljaba” (Isaías 49:2). Jehová Dios, el Padre más amoroso que pudiéramos imaginar, protegió de todo mal al Mesías —su amado Hijo Jesús— hasta que llegó el momento para que se le diera muerte según se había predicho. Incluso entonces Dios evitó que la muerte causara a su Hijo un daño irreparable, llevándolo de vuelta al cielo para vivir eternamente.
De forma parecida, los buenos padres se preocupan por proteger a sus hijos de los peligros de este mundo degenerado. Quizás les prohíban ciertas actividades que los expondrían sin necesidad a malas influencias. Por ello, los padres sabios se toman en serio, por ejemplo, el siguiente principio: “Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles” (1 Corintios 15:33). Proteger a los hijos de la compañía de quienes no respetan las normas morales de la Biblia probablemente evitará que cometan errores que podrían pagar muy caros, incluso con la vida.
Los hijos no siempre agradecen la protección de sus padres. De hecho, es posible que a veces hasta se resientan por ella, pues proteger a los hijos significa a menudo negarles alguna cosa. Una respetada escritora de libros sobre la crianza de los hijos hace el siguiente comentario: “Aunque no siempre lo demuestran, y quizás no nos den las gracias de momento, los niños en realidad quieren que los padres les proporcionemos una estructura segura y predecible en la vida. Podemos lograrlo si actuamos con autoridad y establecemos límites a su conducta”.
Sin lugar a dudas, proteger a nuestros hijos de cualquier cosa que pudiera llevarles a perder su paz, su inocencia o su condición pura ante Dios es una forma esencial de demostrar que los amamos. Con el tiempo, probablemente comprendan los motivos por los que actuamos y agradezcan que los hayamos protegido con amor.
Dirigir la flecha
Notemos que Salmo 127:4, 5 compara al padre con “un hombre poderoso”. ¿Significa eso que solo el hombre puede ejercer de forma eficaz el papel de educador? No, ni mucho menos. El principio que subyace tras este ejemplo es aplicable a padres y madres por igual, así como a cualquiera que cría solo a sus hijos (Proverbios 1:8). La expresión “hombre poderoso” sugiere que hace falta mucha fuerza para disparar una flecha con un arco. En tiempos bíblicos, los arcos se recubrían a veces de cobre, y se decía que los soldados ‘pisaban el arco’, dando la idea de que probablemente lo sujetaban con el pie para poder tensarlo (Jeremías 50:14, 29). Sin duda, se necesitaba mucha energía y esfuerzo para tirar hacia atrás del arco tenso y disparar las flechas hacia el blanco.
Pues bien, educar a los hijos también exige un esfuerzo considerable. Obviamente, ellos no pueden criarse por sí mismos, igual que una flecha no puede lanzarse ella sola hacia el blanco. Por desgracia, hoy día muchos padres no parecen dispuestos a realizar el esfuerzo que se requiere. Siguen el camino fácil y dejan que sean la televisión, la escuela y los amigos los que instruyan a sus hijos en cuestiones de moralidad, sexo, etc. Permiten que sus hijos tengan todo lo que quieran. Y cuando piensan en todo el trabajo que implicará negarles algo, simplemente se lo conceden, y suelen justificarse diciendo que no quieren herir los sentimientos de sus hijos. Sin embargo, lo que en realidad causará a sus hijos un daño real y duradero es la permisividad.
Educar a los hijos no es una tarea fácil, y realizarla con empeño y siguiendo la guía de la Palabra de Dios requiere mucho esfuerzo. Pero las recompensas son de un valor incalculable. La revista Parents observó: “Los estudios [...] han demostrado que los niños criados por padres amorosos y que hacen valer su autoridad —los que apoyan a sus hijos pero les ponen límites definidos— sobresalen académicamente, desarrollan mejores habilidades sociales, se sienten satisfechos consigo mismos y son, por regla general, más felices que los niños cuyos padres son demasiado blandos o excesivamente severos”.
Existe una recompensa aún mayor. Antes analizamos la primera parte de Proverbios 22:6 (La Biblia de Nuestro Pueblo): “Educa al muchacho en el buen camino”. Este versículo concluye con las alentadoras palabras: “Cuando envejezca no se apartará de él”. ¿Ofrece este proverbio inspirado una garantía de éxito? No necesariamente, pues los hijos tienen libre albedrío, y cuando crezcan tomarán sus propias decisiones. Pero el versículo sí ofrece a los padres una garantía amorosa. ¿Cuál es esta?
Si educamos a nuestros hijos de acuerdo con las normas bíblicas, estaremos creando las circunstancias más favorables para obtener un resultado maravilloso: verlos convertidos en adultos felices, realizados y responsables (Proverbios 23:24). Así que dediquemos todo el esfuerzo posible a preparar, proteger y dirigir esas valiosísimas “flechas”. Nunca lo lamentaremos.
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¿Es una muestra de amor dar a los hijos todo lo que piden?
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Los padres amorosos explican el porqué de las normas familiares
[Ilustración de la página 15]
Los buenos padres protegen a sus hijos de los peligros de este mundo degenerado
[Ilustración de la página 16]
Educar a los hijos no es una tarea fácil, pero las recompensas son de un valor incalculable