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Esperanza: ¿ejerce verdadera influencia en la vida?¡Despertad! 2004 | 22 de abril
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Esperanza: ¿ejerce verdadera influencia en la vida?
DANIEL solo tenía 10 años y ya llevaba uno luchando contra el cáncer. Los médicos y sus seres queridos habían perdido las esperanzas, pero él no. Creía que llegaría a adulto, se dedicaría a la investigación y ayudaría a encontrar la cura del cáncer. Aguardaba con especial optimismo la visita de un médico especializado en el tipo de cáncer que él padecía. Pero cuando llegó el día, el doctor tuvo que cancelar la visita debido a las inclemencias del tiempo. Daniel se desmoralizó y, por primera vez, se mostró apático. Unos días después falleció.
Este caso lo relató un profesional médico que estudiaba los efectos de la esperanza y la desesperanza en la salud. Puede que usted también haya oído de casos similares. Por ejemplo, una persona anciana que está a punto de morir y que ansía la llegada de algo muy esperado y apreciado: tal vez la visita de un ser querido o sencillamente algún aniversario. Tan pronto pasa el anhelado momento, la persona fallece. ¿Qué la mantuvo con vida? ¿Es posible que la esperanza sea una fuerza tan poderosa como algunos creen?
Un número creciente de investigadores médicos afirman que el optimismo, la esperanza y otras emociones positivas ejercen una poderosa influencia en la vida y la salud del ser humano. Pero no todos comparten ese criterio. Algunos descartan tales afirmaciones tachándolas de ser teorías populares carentes de rigor científico. Prefieren pensar que las causas de las dolencias físicas son estrictamente fisiológicas.
Esta actitud escéptica ante la importancia de la esperanza no es nueva. Hace más de dos mil años, cuando se le pidió al filósofo griego Aristóteles que definiera la esperanza, él respondió: “Es un sueño de un hombre despierto”. Y más recientemente, el estadista norteamericano Benjamin Franklin dijo en tono agrio: “El que vive esperando morirá ayunando”.
¿Cuál es la verdad, entonces, acerca de la esperanza? ¿Se trata siempre de vanas ilusiones, de una manera de buscar consuelo en sueños vacíos? ¿O existe acaso razón válida para verla como algo más, algo que todos necesitamos para nuestra salud y felicidad, que tiene un fundamento verdadero y beneficios tangibles?
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¿Por qué necesitamos esperanza?¡Despertad! 2004 | 22 de abril
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¿Por qué necesitamos esperanza?
¿QUÉ hubiera pasado si Daniel, el niño enfermo de cáncer mencionado al principio del artículo anterior, no hubiera perdido la esperanza? ¿Habría superado el cáncer? ¿Estaría vivo hoy? Ni siquiera los defensores más apasionados de la esperanza se atreverían a responder afirmativamente. Y ese detalle es importante: la esperanza no debe sobrestimarse. No es un curalotodo, una panacea.
En una entrevista realizada por la cadena CBS News, el doctor Nathan Cherney advirtió del peligro de exagerar el poder de la esperanza al tratar con enfermos graves. Dijo: “Hemos tenido casos de maridos que reprochan a su mujer por no haber meditado bastante o no haber sido lo suficientemente optimista. Ese modo de pensar crea una falsa ilusión de control, y cuando el enfermo no mejora, es como si se le dijera que no ha controlado su tumor lo bastante bien, y eso no es justo”.
A decir verdad, quienes luchan con una enfermedad terminal están librando una intensa y agotadora batalla. Lo último que querrían hacer sus seres queridos es añadirles un sentimiento de culpabilidad. ¿Deberíamos concluir, entonces, que la esperanza no sirve para nada?
Ni mucho menos. El mismo doctor Cherney, por ejemplo, es especialista en cuidados paliativos, es decir, tratamientos que, en vez de centrarse en combatir la enfermedad o tratar de prolongar la vida, van encaminados a que la existencia del paciente sea más cómoda y agradable mientras dure su lucha. Los profesionales de ese campo médico creen firmemente en el valor de aquellos tratamientos que mejoran el estado de ánimo, incluso en el caso de los enfermos de gravedad. Hay considerable testimonio de que la esperanza puede hacer eso, e incluso más.
El valor de la esperanza
“La esperanza es una poderosa terapia”, afirma el doctor y periodista médico W. Gifford-Jones, quien examinó diversos estudios realizados para determinar el valor del apoyo emocional que se les brinda a los enfermos terminales. Se dice que este tipo de apoyo ayuda a los pacientes a mantener la esperanza y el optimismo. Un estudio efectuado en 1989 mostró que los pacientes que recibieron tal apoyo sobrevivieron más tiempo, aunque una investigación más reciente fue menos contundente. De todas formas, los estudios han confirmado que los pacientes que reciben apoyo emocional sufren menos depresión y dolor que los demás.
Examinemos otra investigación sobre los efectos del optimismo y el pesimismo en la cardiopatía isquémica. Se evaluó meticulosamente a más de mil trescientos hombres para ver si tenían una actitud optimista o pesimista tocante a la vida. Diez años después se evaluaron de nuevo, y se descubrió que más del doce por ciento de ellos habían padecido algún tipo de cardiopatía isquémica. De estos, casi el doble eran pesimistas. Laura Kubzansky, profesora adjunta de Salud y Conducta Social de la Facultad de Salud Pública de Harvard, comenta: “Casi todo el testimonio en apoyo de que ‘el modo de pensar positivo’ es bueno para la salud ha sido anecdótico. Este estudio proporciona algunas de las primeras pruebas realmente médicas tocante a la veracidad de tal criterio en el ámbito de las cardiopatías”.
Algunas investigaciones han demostrado que quienes piensan que tienen mala salud tardan más en recuperarse de una operación que los que consideran que su estado es óptimo. Incluso se ha visto una relación entre el optimismo y la longevidad. Un estudio examinó cómo les afectan a los ancianos los criterios positivos y negativos sobre el envejecimiento. Cuando se expuso a personas mayores a mensajes breves que asociaban la vejez con una mayor sabiduría y experiencia, caminaban con mayor energía. De hecho, la mejoría era comparable a la obtenida tras doce semanas de ejercicios de fortalecimiento.
¿A qué se debe que emociones como la esperanza, el optimismo y una actitud positiva parezcan beneficiar la salud? Puede que la medicina y la ciencia todavía no comprendan lo bastante bien la mente y el organismo humano para ofrecer respuestas definitivas. Pero los especialistas que investigan el tema pueden hacer conjeturas con cierta base. Por ejemplo, un profesor de Neurología indica: “Es agradable estar feliz y esperanzado. Es un estado placentero que produce muy poca tensión y beneficia mucho al organismo. Es otra cosa en la que uno puede poner de su parte para mantenerse saludable”.
Esta idea quizás parezca innovadora para algunos médicos, psicólogos y científicos, pero no para los estudiantes de la Biblia. Hace casi tres mil años, el sabio rey Salomón escribió lo siguiente por inspiración divina: “Un corazón que está gozoso hace bien como sanador, pero un espíritu que está herido seca los huesos” (Proverbios 17:22). ¡Qué declaración tan equilibrada la de este versículo! No dice que un corazón gozoso curará toda dolencia, sino solo que “hace bien como sanador”.
De hecho, cabría preguntar: si la esperanza fuera un medicamento, ¿qué médico no lo recetaría? Además, la esperanza aporta beneficios que van mucho más allá del ámbito de la salud.
Los efectos del optimismo y el pesimismo en nuestra vida
Los investigadores han descubierto que las personas optimistas obtienen muchos beneficios de su actitud positiva. Suelen rendir más en sus estudios, en el trabajo y hasta en los deportes. Por ejemplo, se realizó una investigación con un equipo femenino de atletismo. Los entrenadores aportaron evaluaciones completas de las aptitudes estrictamente atléticas de las mujeres; al mismo tiempo, ellas mismas fueron entrevistadas y se evaluó su nivel de esperanza. Al final, el grado de esperanza de las atletas contribuyó más a predecir su rendimiento que todos los datos recopilados por sus entrenadores. ¿Por qué influye tanto la esperanza?
Se ha aprendido mucho al estudiar lo opuesto del optimismo: el pesimismo. Durante la década de 1960 se descubrió algo inesperado tocante a la conducta animal, lo cual impulsó a los investigadores a acuñar la expresión resignación aprendida. Estos observaron que los seres humanos también podían padecer un síndrome similar. Por ejemplo, se expuso a una serie de individuos a un ruido desagradable y se les dijo que podían detenerlo aprendiendo a pulsar unos botones en cierta secuencia. Todos lograron hacerlo.
Se repitió la prueba con otros individuos, pero al pulsar los botones, no desapareció el ruido. Como era de esperar, muchos participantes de la segunda prueba se resignaron. En pruebas posteriores vacilaron en tomar cualquier tipo de acción, pues estaban convencidos de que nada de lo que hicieran cambiaría la situación. Pero incluso en ese segundo grupo, los optimistas no cedieron a ese sentimiento de resignación.
El doctor Martin Seligman, que ayudó a preparar algunos de aquellos primeros experimentos, se vio impulsado a dedicarse al estudio del optimismo y el pesimismo. Ahondó en el modo de pensar de las personas propensas a la resignación y concluyó que tal actitud negativa les dificulta muchas de las actividades de la vida e incluso les impide realizarlas. Seligman resume el pensar pesimista y sus efectos con estas palabras: “Veinticinco años de estudio me han convencido de que si habitualmente creemos —como hace el pesimista— que las desgracias ocurren por nuestra culpa, que son de carácter permanente y que afectarán todo lo que hagamos, acabaremos sufriendo más desgracias que quienes no piensan así”.
De nuevo, tales conclusiones pueden parecerles nuevas a algunas personas, pero a los estudiantes de la Biblia les resultan familiares. Un proverbio dice: “¿Te has mostrado desanimado en el día de la angustia? Tu poder será escaso” (Proverbios 24:10). En efecto, la Biblia muestra claramente que el desánimo —y el consiguiente modo de pensar negativo— nos restará poder para actuar. ¿Qué podemos hacer, entonces, para combatir el pesimismo y cultivar más optimismo y esperanza?
[Ilustración de las páginas 4 y 5]
La esperanza puede hacer mucho bien
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Se puede combatir el pesimismo¡Despertad! 2004 | 22 de abril
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Se puede combatir el pesimismo
¿CÓMO ve usted los reveses de la vida? Muchos expertos creen que la respuesta a esa pregunta dice mucho de si somos optimistas o pesimistas. Todos tenemos dificultades en la vida, unos más que otros. No obstante, ¿por qué algunas personas parecen superar los reveses con ánimo, listas para seguir adelante, mientras que otras renuncian a su empeño ante el mínimo obstáculo?
Por ejemplo, imagínese que está buscando empleo. Va a una entrevista, y no le conceden el puesto de trabajo. ¿Cómo se siente? Puede tomarlo como algo personal y verlo como un problema permanente, y pensar: “Nadie contrataría a alguien como yo. Jamás conseguiré empleo”. O, peor aún, pudiera permitir que este único revés influyera en todo aspecto de su vida y lo llevara a pensar: “Soy un completo fracaso. No sirvo para nada”. Ambas reacciones denotan un patente pesimismo.
Cómo combatirlo
¿Cómo evitar que nos embargue el pesimismo? Lo primero, y muy importante, es aprender a reconocer esos pensamientos negativos. Lo siguiente es luchar contra ellos. Busque otras explicaciones razonables. Por ejemplo, ¿será cierto que no lo aceptaron porque nadie contrataría a alguien como usted, o puede que simplemente se debiera a que la empresa buscaba a una persona con otro tipo de preparación?
Piense en hechos concretos e identifique los pensamientos pesimistas que pudieran calificarse de reacciones exageradas. ¿Significa el que nos hayan rechazado en una ocasión que somos un completo fracaso, o podemos pensar en otros ámbitos de nuestra vida —como las actividades espirituales, las relaciones familiares o las amistades— en los que nos desenvolvemos bastante bien? Evite el catastrofismo, pronosticando finales desastrosos para cualquier situación. Al fin y al cabo, ¿podemos tener la certeza de que jamás encontraremos empleo? También existen otras vías para rechazar los pensamientos negativos.
Actitud positiva tocante a las metas
En los últimos años, los investigadores han optado por definir la esperanza de una manera interesante, si bien algo restringida: dicen que consiste en creer que podremos alcanzar nuestras metas. Como se mostrará en el siguiente artículo, la esperanza es mucho más que eso, pero esta definición nos ayuda de varias maneras. Por ejemplo, si nos centramos en este aspecto de la esperanza, podremos desarrollar una actitud más positiva tocante a las metas.
Para creer que podremos alcanzar nuestras metas futuras, necesitamos tener la costumbre de ponernos metas y alcanzarlas. Si nos damos cuenta de que no tenemos esa costumbre, valdría la pena pensar seriamente en la clase de objetivos que nos fijamos. En primer lugar: ¿tenemos algún objetivo? Es muy fácil quedar atrapados en la rutina y el ajetreo de la vida sin detenernos a pensar en lo que realmente queremos de la vida, en lo que tiene más importancia para nosotros. Tocante a este principio práctico de establecer prioridades específicas, la Biblia ya aconsejó hace mucho tiempo que ‘nos aseguráramos de las cosas más importantes’ (Filipenses 1:10).
Una vez establecidas nuestras prioridades, resulta más fácil escoger algunos objetivos clave en diversos campos, sea en nuestras actividades espirituales, familiares o seglares. Pero es esencial que al principio no nos pongamos demasiadas metas y que escojamos aquellas que podamos alcanzar fácilmente. De lo contrario, podríamos desanimarnos y darnos por vencidos. Por consiguiente, suele ser mejor dividir las metas complejas y a largo plazo en otras más sencillas y a corto plazo.
Según un antiguo dicho, querer es poder. Y es bastante acertado. Tras escoger nuestros principales objetivos, necesitamos la fuerza de voluntad —el deseo y la determinación— para luchar a fin de alcanzarlos. Podemos fortalecer dicha determinación meditando en el valor de nuestras metas y en los beneficios que obtendremos al alcanzarlas. Y aunque lógicamente surgirán obstáculos, debemos verlos como retos en lugar de como impedimentos.
Ahora bien, también hemos de pensar en maneras prácticas de lograr nuestras metas. El autor C. R. Snyder, quien ha efectuado un extenso estudio sobre el valor de la esperanza, propone que se piense en diversas maneras de alcanzar un objetivo dado. De ese modo, si una manera no produce los resultados deseados, podremos recurrir a otra y a otra hasta alcanzar nuestro objetivo.
Snyder también recomienda que sepamos determinar cuándo cambiar una meta por otra. Si no logramos alcanzar nuestro objetivo por ningún medio, el que le demos vueltas al asunto solo nos desanimará. En cambio, si lo reemplazamos por otro más realista, tendremos algo más en lo que cifrar nuestra esperanza.
En la Biblia encontramos un instructivo ejemplo al respecto. El rey David anhelaba construir un templo para su Dios, Jehová, pero Él le dijo que sería su hijo Salomón quien tendría ese privilegio. Ante aquella decepcionante situación, David no se molestó ni trató de persistir en su deseo, sino que cambió sus objetivos. Centró sus energías en recoger los fondos y los materiales que su hijo necesitaría para construir el templo (1 Reyes 8:17-19; 1 Crónicas 29:3-7).
Ahora bien, aun si conseguimos aumentar la esperanza combatiendo el pesimismo y cultivando una actitud positiva tocante a las metas, puede que todavía estemos muy faltos de esperanza. ¿Por qué? Debido a que mucha de la desesperanza que nos afecta procede de factores sobre los que no tenemos ningún control. Cuando pensamos en los angustiosos problemas que afligen a la humanidad —la pobreza, las guerras, las injusticias, la constante amenaza de la enfermedad y la muerte—, ¿cómo podemos mantener el optimismo?
[Ilustración de la página 7]
Si no le dan el puesto de trabajo que desea, ¿concluye que jamás conseguirá empleo?
[Ilustración de la página 8]
El rey David fue flexible con sus metas
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¿Dónde hallar verdadera esperanza?¡Despertad! 2004 | 22 de abril
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¿Dónde hallar verdadera esperanza?
IMAGÍNESE que el reloj se le para y parece estar estropeado. Al buscar un relojero para que se lo arregle, encuentra muchos anuncios prometedores, pero algunos son contradictorios. Entonces descubre que un vecino suyo es el ingenioso hombre que años atrás diseñó ese modelo particular de reloj, y que además está dispuesto a reparárselo sin costo alguno. Es fácil deducir a qué relojero recurrirá, ¿verdad?
Ahora comparemos ese reloj con su esperanza. Si se da cuenta de que la está perdiendo —como les sucede a muchos en estos tiempos difíciles—, ¿adónde acudirá por ayuda? Una infinidad de personas afirman poder solucionar el problema, pero sus incontables sugerencias resultan confusas y contradictorias. ¿Por qué no acudir entonces a Aquel que diseñó al hombre con la capacidad para tener esperanza? La Biblia dice que “no está muy lejos de cada uno de nosotros” y que está muy dispuesto a ayudarnos (Hechos 17:27; 1 Pedro 5:7).
Una definición más abarcadora de la esperanza
El concepto bíblico de la esperanza es más amplio y profundo que el que utilizan por lo general los médicos, científicos y psicólogos de hoy día. Los términos de las lenguas originales en las que se escribió la Biblia y que se traducen por “esperanza” transmiten la idea de ansiar y de esperar el bien. La esperanza consta básicamente de dos elementos: el deseo de algo bueno y el fundamento para creer que ese algo bueno vendrá. La esperanza que ofrece la Biblia no consiste solo en vanas ilusiones. Está basada sólidamente en hechos y pruebas.
En este aspecto es similar a la fe, la cual debe basarse en pruebas, no consistir en simple credulidad (Hebreos 11:1). Pero las Escrituras distinguen la fe de la esperanza (1 Corintios 13:13).
Para ilustrarlo: cuando le pedimos un favor a un amigo de confianza, tenemos la esperanza de que nos ayude. Dicha esperanza no carece de base, pues tenemos fe en ese amigo, lo conocemos bien y hemos presenciado sus actos de bondad y generosidad en el pasado. Nuestra fe y nuestra esperanza están muy relacionadas, son incluso interdependientes, pero no son exactamente lo mismo. ¿Cómo cultivar esa clase de esperanza en Dios?
La base de la esperanza
Jehová Dios es la fuente de la esperanza verdadera. De hecho, en tiempos bíblicos lo llamaban “la esperanza de Israel” (Jeremías 14:8). Toda esperanza confiable que su pueblo tenía procedía de él, por lo que podía decirse que él era su esperanza. Esta no consistía solo en desear algo. Dios les dio una base sólida para tener esperanza. Al tratar con ellos a lo largo de los siglos, se labró una reputación de cumplir siempre sus promesas. Josué, caudillo de Israel, dijo al pueblo: “Ustedes bien saben [...] que ni una sola palabra de todas las buenas palabras que Jehová su Dios les ha hablado ha fallado” (Josué 23:14).
Miles de años después, Jehová sigue teniendo la misma reputación. La Biblia está repleta de sobresalientes promesas de Dios así como del registro histórico exacto de su cumplimiento. Sus promesas proféticas son tan confiables que a veces están redactadas como si ya se hubieran cumplido al momento de pronunciarse.
Esa es la razón por la que podemos llamar a la Biblia el libro de la esperanza. A medida que estudiemos el proceder de Dios con la humanidad, aumentarán las razones para cifrar nuestra esperanza en él. El apóstol Pablo escribió: “Todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
¿Qué esperanza nos ofrece Dios?
¿Cuándo sentimos la mayor necesidad de tener esperanza? ¿No es al enfrentarnos a la muerte? Sin embargo, en el caso de muchas personas, precisamente cuando la muerte se lleva a un ser querido es cuando les resulta más difícil tener esperanza. Al fin y al cabo, ¿qué pudiera ser más desesperanzador que la muerte? Nos persigue inevitablemente a todos sin excepción. Solo podemos eludirla por un tiempo, y es imposible alterar sus efectos. Con razón la Biblia la llama “el último enemigo” (1 Corintios 15:26).
Entonces, ¿cómo hallar esperanza ante la muerte? Pues bien, el versículo bíblico que la llama el último enemigo también dice que será “reducida a nada”. Jehová Dios es más poderoso que la muerte, y lo ha demostrado en muchas ocasiones. ¿Cómo? Resucitando a personas. La Biblia narra nueve casos en los que Dios utilizó su poder para devolver la vida a los difuntos.
En una ocasión especial, Jehová otorgó a su Hijo, Jesús, el poder de resucitar a Lázaro, un querido amigo suyo que llevaba cuatro días muerto. Jesús no lo hizo a escondidas, sino abiertamente, delante de una multitud (Juan 11:38-48, 53; 12:9, 10).
Tal vez usted se pregunte por qué se resucitó a aquellas personas, si al fin y al cabo envejecieron y finalmente volvieron a morir. Eso es cierto, pero gracias a los confiables relatos de aquellas resurrecciones podemos tener más que un simple deseo de que nuestros seres queridos vuelvan a vivir: tenemos razones para creer que resucitarán. En otras palabras, abrigamos una esperanza verdadera.
Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). Es a él a quien Jehová dará el poder de resucitar a personas a escala mundial. También aseguró: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz [la de Cristo] y saldrán” (Juan 5:28, 29). En efecto, todos los que descansan en la sepultura tienen la perspectiva de ser resucitados para vivir en una Tierra paradisíaca.
El profeta Isaías describió la resurrección con estas conmovedoras palabras: “Tus muertos sí volverán a vivir, sus cadáveres resucitarán. Los que duermen en la tierra se despertarán y darán gritos de alegría. Porque tú envías tu luz como rocío y los muertos volverán a nacer de la tierra” (Isaías 26:19, Versión Popular).
¿No resulta consoladora esa promesa? Los difuntos se encuentran en la situación más segura que uno pueda imaginarse, protegidos como una criatura en la matriz de su madre. De hecho, quienes descansan en la sepultura están perfectamente resguardados en la ilimitada memoria del Dios todopoderoso (Lucas 20:37, 38). Y pronto serán resucitados para vivir en un mundo feliz y acogedor, tal como un recién nacido es recibido por una familia que lo espera con cariño. De modo que, hasta cuando afrontamos la muerte, hay esperanza.
Lo que la esperanza puede hacer para nosotros
Pablo nos enseña mucho acerca del valor de la esperanza. La mencionó como una parte fundamental de la armadura espiritual: el yelmo (1 Tesalonicenses 5:8). ¿Qué quiso decir con ello? Pues bien, en tiempos bíblicos, los soldados que entraban en batalla llevaban puesto un yelmo de metal, generalmente sobre un gorro de fieltro o de cuero. Gracias al yelmo, la mayor parte de los golpes que recibían en la cabeza no resultaban mortales. Por tanto, tal como un yelmo protege la cabeza, la esperanza protege la mente, la facultad de pensar. Si tenemos una esperanza sólida en armonía con los propósitos de Dios, ni el pánico ni la desesperación nos quitarán la paz mental cuando afrontemos dificultades. ¿Quién no necesita esa clase de yelmo?
Pablo utilizó otra ilustración gráfica sobre la esperanza que está vinculada a la voluntad de Dios. Escribió: “Esta esperanza la tenemos como ancla del alma, tanto segura como firme” (Hebreos 6:19). Como superviviente de más de un naufragio, Pablo conocía bien el valor de un ancla. Cuando amenazaba una tempestad, la tripulación echaba el ancla del barco. Si esta se agarraba firmemente al fondo, el barco tendría la posibilidad de aguantar la tormenta sin sufrir muchos daños, en lugar de ser arrastrado hacia la costa y estrellarse contra las rocas.
De igual manera, si las promesas de Dios son para nosotros una esperanza “tanto segura como firme”, dicha esperanza puede ayudarnos a capear el temporal de los tiempos en que vivimos. Jehová promete que pronto vendrá el día en que la humanidad ya no sufrirá por causa de las guerras, la criminalidad, las penas y ni siquiera la muerte (véase el recuadro de la pág. 10). Aferrarnos a esa esperanza puede ayudarnos a evitar el desastre, pues nos da el incentivo que necesitamos para regirnos por las normas de Dios en lugar de ceder al espíritu caótico e inmoral que tanto prevalece en el mundo de hoy.
La esperanza que Jehová ofrece también está al alcance de usted, lector. Él desea que usted viva la vida como él se proponía. Desea que “hombres de toda clase se salven”. ¿Cómo obtener la salvación? En primer lugar, toda persona debe llegar “a un conocimiento exacto de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Los editores de esta revista lo animamos a adquirir ese conocimiento dador de vida relacionado con la verdad de la Palabra de Dios. La esperanza que Dios le aportará de ese modo es muy superior a cualquier esperanza que pueda ofrecerle este mundo.
Con dicha esperanza, no tenemos por qué ceder a la resignación, pues Dios puede darnos las fuerzas necesarias para alcanzar cualquier meta que esté en armonía con su voluntad (2 Corintios 4:7; Filipenses 4:13). ¿No es esa la clase de esperanza que necesitamos? De modo que si le hace falta esperanza y la ha estado buscando, cobre ánimo. Está a su alcance. Puede hallarla.
[Ilustración y recuadro de la página 10]
Razones para tener esperanza
Los siguientes pasajes de la Biblia pueden ayudarnos a cultivar la esperanza:
◼ Dios promete un futuro feliz.
Su Palabra dice que la Tierra entera llegará a ser un paraíso habitado por una inmensa familia unida y feliz (Salmo 37:11, 29; Isaías 25:8; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
◼ Dios no puede mentir.
Él detesta todo tipo de mentira. Jehová es infinitamente santo y puro; de ahí que le resulte imposible mentir (Proverbios 6:16-19; Isaías 6:2, 3; Tito 1:2; Hebreos 6:18).
◼ Dios tiene poder infinito.
Solo Jehová es todopoderoso. No hay nada en todo el universo que pueda impedir que cumpla sus promesas (Éxodo 15:11; Isaías 40:25, 26).
◼ Dios desea que vivamos para siempre.
(Juan 3:16; 1 Timoteo 2:3, 4.)
◼ Dios nos mira con esperanza.
Él opta por fijarse en nuestras buenas cualidades y acciones, no en nuestros defectos y errores (Salmo 103:12-14; 130:3; Hebreos 6:10). Él tiene la esperanza de que obremos bien, y se alegra cuando lo hacemos (Proverbios 27:11).
◼ Dios promete que nos ayudará a alcanzar buenos objetivos.
Sus siervos no tenemos por qué sentirnos indefensos. Dios nos ayuda concediéndonos con generosidad su espíritu santo, la fuerza más poderosa que existe (Filipenses 4:13).
◼ Dios se merece que cifremos nuestra esperanza en él.
Él es totalmente fidedigno y confiable, jamás nos decepcionará (Salmo 25:3).
[Ilustración de la página 12]
Tal como un yelmo protege la cabeza, la esperanza protege la mente
[Ilustración de la página 12]
Al igual que un ancla, la esperanza bien fundada puede aportar estabilidad
[Reconocimiento]
Por gentileza de René Seindal/Su concessione del Museo Archeologico Regionale A. Salinas di Palermo
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