-
Jesús demuestra su devoción por la adoración verdaderaJesús: el camino, la verdad y la vida
-
-
Pero, poco tiempo después, Jesús y sus discípulos se dirigen a Jerusalén, como todos los judíos fieles, para celebrar la Pascua del año 30.
Estando en el templo de Jerusalén, los discípulos de Jesús ven una faceta de él que desconocían y que les causa una gran impresión.
La Ley de Dios dice que los israelitas deben ofrecer sacrificios de animales en el templo, en Jerusalén. Por otro lado, los que llegan de afuera necesitan conseguir alimentos para los días que pasen en la ciudad. La Ley permite que los que vienen de lejos compren al llegar vacas, ovejas, cabras y cualquier cosa que necesiten durante su estancia (Deuteronomio 14:24-26). Así que los comerciantes de Jerusalén se aprovechan de la situación vendiendo pájaros y otros animales en un patio grande dentro del templo. Además, algunos de ellos estafan a la gente poniendo precios muy elevados.
Al ver lo que sucede, Jesús se enoja muchísimo. De modo que desparrama las monedas de los que cambian el dinero, vuelca sus mesas y los echa del templo. Luego les dice: “¡Quiten todo esto de aquí! ¡Dejen de convertir la casa de mi Padre en un mercado!” (Juan 2:16).
Cuando los discípulos de Jesús ven lo que ha pasado, se acuerdan de esta profecía sobre el Hijo de Dios: “La devoción que siento por tu casa arderá en mi interior”. Pero unos judíos le preguntan a Jesús: “¿Qué señal puedes mostrarnos de que tienes autoridad para hacer esto?”. Él les responde: “Derriben este templo y en tres días lo levantaré” (Juan 2:17-19; Salmo 69:9).
Como los judíos dan por sentado que Jesús se refiere al templo de Jerusalén, le dicen: “Tomó 46 años construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” (Juan 2:20). Pero, en realidad, con la palabra templo, Jesús se está refiriendo a su cuerpo. Tres años más tarde, cuando es resucitado, sus discípulos recuerdan estas palabras.
-
-
Nicodemo va a ver a Jesús de nocheJesús: el camino, la verdad y la vida
-
-
Mientras Jesús está en Jerusalén para celebrar la Pascua del año 30, hace milagros asombrosos. Así que muchas personas empiezan a creer en él. Nicodemo, un fariseo y miembro del tribunal supremo judío o Sanedrín, está impresionado. Como quiere saber más acerca de Jesús, lo visita de noche, probablemente por temor a que otros líderes judíos lo vean y se manche su reputación.
Nicodemo le dice: “Rabí, sabemos que eres un maestro enviado por Dios, porque ningún hombre puede hacer los milagros que tú haces si Dios no está con él”. Entonces, Jesús le explica que para entrar en el Reino de Dios hay que nacer de nuevo (Juan 3:2, 3).
“¿Cómo puede alguien nacer cuando es viejo? —pregunta Nicodemo—. No puede meterse en la matriz de su madre y nacer por segunda vez, ¿verdad?” (Juan 3:4).
No. Está claro que eso no es lo que significa nacer de nuevo. Jesús le explica lo que quiere decir: “Si uno no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3:5). Jesús nació “del agua y del espíritu” cuando fue bautizado y descendió espíritu santo sobre él. Entonces, se oyó una voz que dijo desde el cielo: “Este es mi Hijo amado; él tiene mi aprobación” (Mateo 3:16, 17). Con esas palabras, Dios anunció que Jesús, en ese momento, se había convertido en un hijo espiritual con la perspectiva de entrar en el Reino de los cielos. Más tarde, en el Pentecostés del año 33, Dios derramó espíritu santo sobre un grupo de cristianos bautizados. De ese modo, estos nacerán de nuevo, es decir, llegarán a ser hijos ungidos de Dios (Hechos 2:1-4).
A Nicodemo le cuesta entender lo que Jesús le está enseñando sobre el Reino. Por eso, Jesús le da más detalles sobre la función especial que tiene en la Tierra como Hijo de Dios. Le dice: “Así como Moisés alzó la serpiente en el desierto, así tiene que ser alzado el Hijo del Hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15).
Siglos atrás, cuando unas serpientes venenosas mordieron a algunos israelitas, estos tuvieron que mirar a la serpiente de cobre que hizo Moisés a fin de seguir vivos (Números 21:9). De manera similar, todos los que deseen librarse del pecado y la muerte y obtener vida eterna deben demostrar fe en el Hijo de Dios. A continuación, Jesús le explica a Nicodemo el papel tan importante que tiene Jehová en todo esto: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que nadie que demuestre tener fe en él sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). De modo que, aquí en Jerusalén, unos seis meses después de empezar su ministerio, Jesús deja claro que él es el camino a la salvación.
Luego, le dice a Nicodemo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para que él juzgue al mundo”. Esto significa que Jesús no fue enviado para condenar a la humanidad a la muerte, sino, como él mismo declara, “para que el mundo se salve por medio de él” (Juan 3:17).
Nicodemo ha ido a ver a Jesús en la oscuridad por temor al qué dirán. Por eso, es interesante que Jesús concluya la conversación con estas palabras: “Esta es la base del juicio: que la luz [que es Jesús, con su vida y sus enseñanzas] vino al mundo y, en vez de amar la luz, las personas amaron la oscuridad, porque las cosas que hacían eran malas. Porque el que practica cosas malas odia la luz y no va a la luz, para que las cosas que hace no sean puestas al descubierto. Pero el que hace lo que es verdadero va a la luz, para que se vea claramente que las cosas que hace están de acuerdo con la voluntad de Dios” (Juan 3:19-21).
Ahora le toca a Nicodemo —este fariseo y maestro de Israel— reflexionar en lo que acaba de escuchar sobre el papel de Jesús en el propósito de Dios.
-