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“¡Buena salud a ustedes!”La Atalaya 1982 | 15 de septiembre
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“¡Buena salud a ustedes!”
CON estas palabras el cuerpo gobernante de los cristianos del primer siglo concluyó una carta que envió a las congregaciones. La expresión griega que usaron conlleva la idea de: ‘Háganse fuertes, manténganse bien, estén saludables.’—Hechos 15:29.
Aunque las palabras “Buena salud a ustedes” sirven de lo que conocemos como una fórmula de despedida de una carta, hacen referencia a algo que todos nosotros apreciamos... nuestra salud. Desde hace mucho tiempo la gente ha procurado estar más saludable. Sin embargo, ¿ha notado usted cuántos parecen estar demasiado preocupados por este asunto hoy día? ¿Se ha preguntado qué es lo equilibrado para un cristiano?
Lo que afecta el modo de ver la salud
Puede que el interés creciente en la salud sea un reflejo de lo profundamente conscientes que están las personas de que mueren. ¡La muerte llega tan rápidamente! (Salmo 90:10) Uno puede entender por qué es posible que alguien, si cree que esta vida es todo cuanto hay, haga casi cualquier cosa para evitar enfermedades que pudieran acelerar el momento de la muerte.
Además, la gran desconfianza que hay en “la clase dirigente,” incluso en las autoridades en la medicina tradicional, afecta el punto de vista que se tiene sobre la salud. Esta desconfianza es la causa de que muchas personas duden de la calidad de los productos alimenticios que se venden. Ya que han oído del daño que produce a la salud el consumir demasiados alimentos refinados catalogados de “basura,” que contienen sustancias químicas, millones de personas prefieren limitar la cantidad de alimentos tratados que consumen. Muchos están tan convencidos de las ventajas de los “alimentos naturales” que prácticamente no consumen nada más. Otros, que están al tanto de tragedias como los defectos congénitos causados por la talidomida, no confían en las drogas. Creen que las drogas, que reciben tanta promoción de firmas farmacéuticas y que unos cuantos médicos atareados recetan sin control cuidadoso, pudieran producir efectos secundarios.
Un resultado de todo esto es que la gente se ha hecho más independiente en los asuntos que tienen que ver con la salud. Probablemente usted reconozca que cada adulto tiene que tomar sus propias decisiones en cuanto a la salud, basándose en información confiable relacionada con las diversas opciones disponibles. Pero, ¿existen riesgos que necesitemos tomar en consideración? ¿Nos puede dar la Biblia alguna ayuda en cuestiones que tienen que ver con la salud?
El cristianismo es bueno para su salud
La carta que escribió el cuerpo gobernante del primer siglo explicó que los cristianos deben ‘abstenerse de fornicación y de sangre.’ (Hechos 15:28, 29) Este consejo es sabio hasta desde el punto de vista de la salud. La fornicación expone a las personas a enfermedades venéreas y preñeces no deseadas. Las transfusiones de sangre han contagiado a un sinnúmero de miles de personas con hepatitis y enfermedades como la producida por el virus, que a menudo es mortal, que contrajo el papa Juan Pablo II.
Considere también que el aplicar el consejo de Dios relacionado con la borrachera y el fumar resulta en mejor salud. El Dr. Joel Posner informó que un 60 por ciento del dinero que se gasta en los Estados Unidos para atender problemas de salud se utiliza en el tratamiento de enfermedades relacionadas con el consumo de bebidas alcohólicas y el uso del tabaco.—Proverbios 20:1; 2 Corintios 7:1.a
La Biblia también protege nuestra salud de otras maneras. Usted puede darse cuenta de que esto es así cuando considera lo que ésta dice acerca del mantenerse limpio. (Exodo 30:17-21; Deuteronomio 23:12-14) Hasta el espíritu general que el cristiano desarrolla cuando estudia la Biblia puede mejorar la salud de éste. Cuando el cristiano va en pos de la benignidad, la bondad y el amor, tiene relaciones más pacíficas con las demás personas, y esto protege su salud. (Proverbios 14:30) Además, el que el cristiano tenga gran estima a la vida le impele a tomar precauciones razonables para evitar riesgos. Por ejemplo, puede que éste sea más concienzudo que la mayoría de la gente en cuanto al uso de los cinturones de seguridad cuando viaja en automóvil. (Hechos 17:24, 25, 28) El Dr. K. L. White, director adjunto de la división de ciencias relacionadas con la salud, de la Fundación Rockefeller, dijo que cuestiones como “el estilo de vida y el comportamiento personal” son “factores principales que afectan la salud de las personas.”
Luego tenemos este consejo bíblico: “¿Es miel lo que has hallado? Come lo que te sea suficiente, para que no tomes demasiado de ella y tengas que vomitarla. El comer demasiada miel no es bueno.” (Proverbios 25:16, 27) Sean cuales sean los méritos relativos de usar miel como endulzador en vez del azúcar, este consejo nos provee una regla para la buena salud: Haga de la moderación la clave de su régimen alimentario. Si una persona come diferentes alimentos y evita comer en exceso, así como comer en demasía de cierto alimento en particular, segará beneficios en lo que toca a la salud. Los comentarios acerca de la miel resultan muy provechosos en lo que toca a otros esfuerzos que se hacen por mejorar la salud.
Vitaminas, minerales y hierbas
El mejorar la nutrición ha contribuido a mejorar la salud. Una clave ha sido el descubrimiento de nuestra necesidad de vitaminas y minerales. Por ejemplo, las enfermedades por carencia como el beriberi, la pelagra, el escorbuto y el raquitismo se pueden curar o evitar por medio de una alimentación equilibrada que contenga suficiente vitamina B, C y D. Además, a medida que los médicos efectúan más investigaciones relacionadas con la nutrición, se han publicado informes sobre otras enfermedades que aparentemente son aliviadas cuando se toman grandes cantidades de ciertas vitaminas y minerales bajo supervisión médica.
Sin embargo, muchas personas, por su cuenta, han comenzado a tomar grandes dosis de suplementos alimenticios, como si tuvieran numerosas deficiencias graves. Algunas personas que tratan de recetarse a sí mismas creen lo siguiente: ‘Si un poquito es bueno, entonces una cantidad mayor es mejor,’ y: ‘Las vitaminas y los minerales no pueden causar daño porque el cuerpo elimina cualquier exceso.’ Es cierto que si uno toma una cantidad excesiva de ciertas vitaminas, pudiera ser que éstas ‘pasaran por los intestinos y se expelieran en la cloaca,’ y que el efecto simplemente fuera desechos corporales más costosos. (Mateo 15:17) Pero si uno toma una cantidad excesiva de otras vitaminas y minerales, éstas pudieran dejar de actuar como nutrientes y comenzar a actuar como drogas, y hasta ser tóxicas y perjudiciales.
Por ingerir cantidades excesivas de ciertas vitaminas, hay quienes han dañado órganos del cuerpo, o les ha sucedido algo aún peor. He aquí un ejemplo: Un hombre de Gran Bretaña, quien tomaba grandes cantidades de jugo de zanahoria y vitamina A, murió como resultado de la hipervitaminosis que se produjo. Muchos niños también han enfermado por el exceso de vitaminas que les han dado sus padres, quienes eran sinceros, pero estaban mal informados sobre asuntos de nutrición. Tocante a los minerales, un oftalmólogo y cirujano de los ojos hizo esta observación personal: “Estoy preocupado por muchas personas que toman grandes dosis de calcio, cobre, cinc y cromo. He comenzado a descubrir estados de ceguera en hermanos y hermanas entre las edades de 20 y 30 años.” Recuerde el sabio consejo bíblico sobre la miel. Sea una droga sintética o una vitamina natural, un mineral o una hierba, el tomar en exceso estas cosas pudiera perjudicarle.
Sí, también hay que ejercer cautela con las hierbas. Evidentemente, algunos remedios herbarios son provechosos; por ejemplo, la digitalina y la quinina provienen de fuentes “herbarias.” Un estudio que se llevó a cabo en Kenia mostró que “por lo menos el 50 por ciento de los remedios herbarios que utilizan los hechiceros tienen verdadero valor medicinal.” Sin embargo, eso significa que muchos remedios no tienen ningún valor conocido. Y el hecho de que Jehová se propuso que la “vegetación” fuera el alimento original del hombre no significa que todas las hierbas sean inocuas. El tabaco y la marihuana son “hierbas.”—Génesis 1:29, 30.
Incluso hierbas que parecen ayudar a una persona pudieran poner en peligro a otra. Un ministro viajante de Ohio tenía malestar estomacal. Ciertos amigos que se preocupaban por la salud de él le instaron a que tomara un remedio herbario común. Como el problema continuó, fue a ver a un médico que, mediante análisis intensos, descubrió que él tenía cálculos biliares. El médico también descubrió que la sangre del ministro no coagulaba; una cortadura pudiera haber causado que se desangrara hasta morir. Cuando el médico se enteró del remedio herbario que él había tomado, le dijo que se sabía que dicho remedio causaba problemas con la coagulación de la sangre. Una vez que terminó el efecto de la hierba, desapareció el problema sanguíneo.
El dar sugerencias
Se comprende que quizás una persona que quiera ayudar a un amigo o pariente enfermo sugiera algún remedio que crea que le ayudará o que haya oído que es eficaz. A veces esto hasta pudiera ser muestra de bondad cristiana, como cuando el apóstol Pablo aconsejó al joven Timoteo que no bebiera agua de la localidad, sino que ‘usara un poco de vino a causa de su estómago y sus frecuentes casos de enfermedad.’—1 Timoteo 5:23.
Sin embargo, la persona que con regularidad recomienda drogas, vitaminas, minerales o hierbas debe ejercer cautela, especialmente si no tiene un conocimiento profundo en lo relacionado con la salud y los sistemas relativos a los órganos del cuerpo. Debe preguntarse: ‘¿Conozco en realidad los hechos? Aunque parezca que una droga, vitamina, mineral o hierba me haya ayudado, ¿sé a ciencia cierta si pudiera hacer daño o no a otra persona? Si le hizo daño, ¿pudiera ser yo en parte responsable o culpable? O hasta si lo que sugiriera resultara ser inocuo y no produjera ningún efecto, ¿pudiera ser yo responsable de que alguien pospusiera algún tratamiento eficaz, al grado de que su estado de salud empeore o muera la persona?—Compare con 1 Timoteo 5:22.
Algunas personas se han entusiasmado demasiado con ciertas medidas para mantenerse saludables. He aquí un ejemplo que va al extremo: Un anciano cristiano halló bajo su puerta una carta de un amigo que vendía vitaminas. En parte ésta decía: ‘Hay una razón lógica y sorprendente por la que los suplementos (de tal marca) dan resultados. Es como si comparáramos “la verdad” con “Babilonia la Grande.” A veces ni yo mismo comprendo cómo algunos de nuestros hermanos y hermanas conocieron la verdad. No hacen caso a lo que dice Proverbios 18:13, aun cuando todas nuestras intenciones son las de ayudarlos.’
El hecho de que algunos, sea cual sea la razón, pudieran desarrollar casi un celo religioso por cuestiones relacionadas con la salud subraya lo necesario que es que todos los cristianos ejerzan cautela de no llegar a estar desequilibrados.
Otras preguntas
Los cristianos pueden estar agradecidos de que tenemos el consejo de la Palabra de Dios, pues de varias maneras nos ayuda a mantenernos saludables. Sin embargo, otros aspectos que tienen que ver con la salud ameritan que se les dé atención, como: ¿De qué modo puedo determinar qué tratamiento aceptar? ¿Qué hay en cuanto a métodos poco ortodoxos de hacer un diagnóstico o dar terapia? ¿Hay riesgos espirituales envueltos en algunos de estos métodos? ¿Cómo debe afectar el punto de vista que uno tiene sobre el reino de Dios a la opinión que uno tenga en cuanto a la salud? El siguiente artículo considera estos aspectos.
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La “buena salud” y la sensatez cristianaLa Atalaya 1982 | 15 de septiembre
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La “buena salud” y la sensatez cristiana
A LOS cristianos de la antigua ciudad de Filipos, el apóstol Pablo escribió: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes.” Con estas palabras él instó a ellos, y a todos los cristianos desde ese tiempo en adelante, a que manifestaran un espíritu de moderación y equilibrio inteligente.—Filipenses 4:5.
Tenemos que ser razonables en lo que tiene que ver con la salud. Por ejemplo, no podemos excedernos o tomar medidas extremas en relación con lo que comemos, y deberíamos hacer una cantidad adecuada de ejercicio y descansar adecuadamente. De igual manera, nuestra actitud para con tratamientos debería basarse en la razón y mostrar que tenemos cuidado de no vernos emocionalmente envueltos en alguna manía relacionada con la salud. También es preciso que seamos razonables para establecer un equilibrio entre la salud espiritual y la salud física; necesitamos ‘asegurarnos de las cosas más importantes’ a fin de que el reino de Dios no quede relegado a una posición secundaria debido a preocupaciones relacionadas con la salud.—Filipenses 1:10.
Sea selectivo en cuanto a tratamientos
Al decidir en cuanto a asuntos relacionados con la medicina o la salud, es bueno tomar en cuenta que aun en éstos puede influir lo que es popular o lo que está de moda. Tal vez usted pueda acordarse de tratamientos que en un tiempo fueron populares, pero que ahora se consideran desde un punto de vista bastante diferente. ¿Recuerda usted que en un tiempo los médicos usaban los rayos X para el acné, extraían las amígdalas a los niños por razones insignificantes o prescribían las nuevas drogas de sulfa o la penicilina para casi cualquier infección? Las cosas han cambiado. Aunque dichos tratamientos tal vez sean apropiados en ciertos casos, la experiencia y la investigación han revelado que éstos producen ciertos efectos secundarios indeseables o han indicado que deberían utilizarse de manera bastante selectiva.
Si la opinión popular ha podido influir en médicos que han sido instruidos conforme al “método científico” y a quienes se les ha enseñado a ser cautelosos en cuanto a nuevas drogas o nuevos tratamientos, cuánto más fácil sería que la persona común perdiera el equilibrio ante las manías relacionadas con la salud. Y esto ha sucedido a millones de personas. En muchos casos han adoptado cierto tratamiento de limitado valor terapéutico del cual personas que no están capacitadas han hecho muy mal uso. Otras “curas” que se hicieron populares eran totalmente ineficaces en realidad, puesto que se trataban de fraudes.a Las promovieron personas que con gusto quitaban el dinero a la gente enferma. Además, y esto es motivo de gran preocupación para los cristianos, algunos de los tratamientos populares aparentemente han tenido que ver con ‘los poderes misteriosos’ o el espiritismo, que la Biblia condena.—Isaías 1:13; Deuteronomio 18:10-12.
‘Pero,’ preguntan algunas personas, ‘¿cómo puedo saber si cierto tratamiento es fraudulento?’ Puede que sea difícil saberlo, pues muchos de los tratamientos que se utilizaron en tiempos pasados y que hoy casi todos reconocen como inútiles llevaban nombres que sonaban científicos. Y la literatura que se distribuyó acerca de ellos ofrecía explicaciones que algunas personas hallaron plausibles. ¿Dónde, entonces, podemos hallar ayuda?b
Cómo ser razonable
El discípulo Santiago escribió que “la sabiduría de arriba es ... razonable.” (Santiago 3:17) Aunque el cristiano no sea experto en asuntos de la salud, el esforzarse por ser razonable puede ayudarle a evaluar métodos de diagnósticos (o pruebas) y terapias.
Claro, tenemos que reconocer que hay diferentes maneras de tratar diversos problemas de salud; un cristiano activo no puede hacerse experto en todas ellas. Pero cuando necesite algún tratamiento y se le haga alguna recomendación, él pudiera preguntarse: ‘¿Parece razonable la forma de terapia que se ha sugerido, está en armonía con lo que se conoce acerca del cuerpo y la enfermedad? O, ¿parecen extrañas, hasta espectaculares las afirmaciones al respecto? ¿Son personas mal informadas o personas que se benefician financieramente las que están influyendo en mí para que acepte este tratamiento? Si tengo dudas al respecto, ¿debería esperar hasta que se conozcan datos adicionales?’
Estas preguntas tal vez parezcan elementales, pero el hecho de que algunos tratamientos raros se hicieron populares en el pasado muestra que es importante considerarlas. Esto también pudiera ilustrarse por la experiencia que alguien tuvo recientemente: Cierta mujer que había recibido educación normal y estaba empleada en una oficina, consultó con cierto médico que hizo hincapié en cierto tratamiento basado en un régimen riguroso. Ella luego dijo a sus amistades que se le habían mostrado “botellas que contenían tumores que pacientes habían eliminado,” incluso un “tumor cerebral.” La razón podría impulsar a uno a pensar: ¿Podría alguien de conocimiento promedio reconocer un tumor genuino, y cómo podría identificar dicho tumor, fuera cual fuera el método por el cual hubiera sido “eliminado”? Además, puesto que el cerebro es un órgano que está encerrado, ¿cómo podría alguien “eliminar” un tumor del cerebro a través de la vía intestinal o de cualquier otra manera?
También, muchos de los tratamientos o pruebas que en el pasado resultaron inútiles fueron promovidos mediante afirmaciones que se hicieron acerca de “sustancias milagrosas,” “fuerzas corporales” extraordinarias o métodos raros que el practicante de la terapia utilizó para ‘medir’ ciertos factores, tal vez mediante el uso de un péndulo o por medio de examinar cierta parte del cuerpo que no parecía estar relacionada con lo que se estaba diagnosticando. El atractivo del tratamiento era lo emocional, lo misterioso o hasta las fuerzas espiritistas, no lo razonable.—Compare con Levítico 19:26.
¿Qué hay de los testimonios?
Nos ayudan también las siguientes palabras: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos.”—Proverbios 14:15.
Este es un buen consejo, pues la mayor parte de nosotros hemos oído hablar de tratamientos recomendados mediante testimonios tales como: ‘Los médicos dijeron al Sr. Rodríguez que le quedaban cuatro meses de vida, pero él tomó —— y ahora está bien.’ No se sabe si el “Sr. Rodríguez” realmente haya tenido la enfermedad o no, pero usted tal vez sepa que en el pasado muchos fraudes relacionados con la salud fueron recomendados por medio de testimonios. Esto ciertamente no significa que tengamos que ser criticones si alguien que conocemos relata una experiencia personal. No obstante, al tomar decisiones de gran importancia que tengan que ver con la salud deberíamos hacer más que ‘poner fe en toda palabra de testimonios.’
Por ejemplo, supongamos que el “Sr. Rodríguez” tuvo cierta enfermedad y que sí mejoró, ¿a qué se debió su mejora? El “efecto del placebo” ejerce una fuerte influencia en los tratamientos de la salud, incluso en la medicina convencional. Se ha revelado mediante estudios que aproximadamente el 30 ó 40 por ciento de los pacientes mejoran después de recibir tratamientos con píldoras inertes o inyecciones de agua. La revista Science Digest (de septiembre de 1981) informa: “La fe, la esperanza, la confianza, todas ellas componentes importantes del efecto del placebo, pueden en ciertos casos sanar heridas, alterar la química del cuerpo, aun cambiar el curso de las enfermedades más implacables.” Por lo tanto, al decidir cuánta ‘fe poner en toda palabra,’ recuerde el “efecto del placebo” y pregunte: ¿Se ha establecido la eficacia del tratamiento mismo por medio de investigaciones sólidas y pruebas extensas?
Aun si cierto informe va más allá de ser un mero testimonio, es bueno considerar si la terapia es aceptable desde el punto de vista moral o religioso. La revista The Journal of the American Medical Association informó acerca de cierta mujer de 28 años de edad que contrajo lupus eritematosos, grave enfermedad relacionada con la inmunidad que se puede identificar por medio de varias pruebas clínicas. La mujer rehusó usar medicamentos y consultó con un hechicero que “le quitó la maldición que alguien había pronunciado contra ella.” Regresó libre de los síntomas, de modo que aparentemente se había curado. El informe de JAMA preguntó cómo habría sido posible que un hechicero asiático ‘quitara un espíritu malo’ y la curara. El tratamiento aparentemente fue eficaz, pero los cristianos lo evitarían al igual que cualesquier tratamientos que les pareciera que están relacionados con alguna forma de espiritismo.—Compare con Mateo 7:22, 23.
Busque la ayuda de personas capacitadas
Es obvio que en muchos casos necesitamos el consejo de un experto acerca de tratamientos y asuntos relacionados con la salud. ¿En quién podemos confiar? Las Escrituras presentan la siguiente observación sabia: “¿Has contemplado a un hombre hábil en su trabajo? Delante de reyes es donde él se apostará.”—Proverbios 22:29.
El hombre que estudia cierto asunto y se hace hábil en éste llega a ser reconocido como persona capacitada, aun como experto en su campo. Esto también es el caso en el campo de la salud. Por eso al evaluar la recomendación de un médico o consejero de salud, usted pudiera preguntarse: ¿Cuáles son sus credenciales? La respuesta tal vez no dependa únicamente de sus títulos ni de las abreviaturas que sigan a su nombre. Muchas personas se han dado títulos a fin de parecer importantes. (Compare con Mateo 23:6, 7.) Algunas personas a quienes les gusta que se les llame “doctor” tal vez hagan diagnósticos o den tratamientos (gratis o por pagac) aunque tan solo hayan leído unos cuantos libros o asistido a ciertas “clases” por unas cuantas horas.
También sería bueno considerar lo siguiente: ¿Qué grado y qué calidad de preparación ha recibido dicha persona? ¿Se ha ganado el respeto de personas experimentadas, a quienes otros consideran capacitadas? El discípulo Lucas evidentemente había cursado estudios y adquirido suficiente experiencia, de modo que cuando el apóstol Pablo se refirió a él como “Lucas el médico amado” fue porque eran respetadas sus aptitudes.—Colosenses 4:14.
Claro, aun algunas personas con buena preparación en asuntos de salud han dado mal consejo o han suministrado tratamiento malo. ¿Por qué? A veces se ha debido a que no se han interesado sinceramente en sus pacientes. Tal vez hayan desarrollado cierta teoría peculiar en cuanto a la salud. O, quizás no se hayan mantenido al día en cuanto a los asuntos médicos y por lo tanto les falta el conocimiento especializado que se necesita. En este respecto también, la Biblia puede sernos útil.
Dice: “Resultan frustrados los planes donde no hay habla confidencial, pero en la multitud de consejeros hay logro.” (Proverbios 15:22) Esto recalca la importancia de conseguir la opinión de una segunda o tercera persona. Muchos llegan a tener confianza en su médico y por lo tanto no necesitan conseguir otra opinión sobre toda recomendación que él haga. Pero es razonable conseguir una segunda opinión en casos de gravedad o cuando uno no se siente tranquilo con el consejo que haya recibido. No obstante, asegúrese de que la persona cuya opinión usted consiga pueda darle un consejo libre de prejuicios. Aun si ésta tal vez trate el problema de manera diferente, el consejo que dé debería ser el de un experto. De esta manera la “multitud de consejeros” le ayudará a usted a lograr mejor salud.
El equilibrio entre la salud espiritual y la salud física
Al considerar estos asuntos en cuanto a la salud y el tratamiento de las enfermedades, los cristianos dedicados deberían tener presente lo siguiente: ¡Por importante que sea la salud física, la salud espiritual es de mucha más importancia!
Jesús aconsejó: “Dejen de inquietarse respecto a su alma en cuanto a qué comerán o respecto a su cuerpo en cuanto a qué se pondrán.” Sí, necesitamos tener cuidado de no inquietarnos demasiado en cuanto a alimentar, vestir o aun suministrar tratamiento médico a nuestro cuerpo. ¡Qué triste sería si el cristiano llegara a preocuparse tanto por su salud física que descuidara su salud espiritual! Podría caer en la trampa en que cayó el hombre rico de la ilustración de Jesús, a quien Dios dijo: “Esta noche exigen de ti tu alma. ¿Quién, pues, ha de tener las cosas [incluso la salud] que almacenaste?” Jesús agregó: “Así pasa con el hombre que atesora para sí pero no es rico para con Dios.”—Lucas 12:20-22.
Cierto, queremos cuidar de nuestra salud a fin de poder usar nuestra vida en el servicio de Dios. Pero informes de varias regiones indican que algunos cristianos han llegado a estar absortos en la salud física. Por ejemplo, cierto Testigo de uno de los estados del centro de los Estados Unidos escribió: “Muchas personas parecen estar excesivamente preocupadas por la salud. No piensan nada más que en eso [como se refleja en su conversación].” La persona que escribió la carta explicó que muchos aparentemente habían llegado a preocuparse demasiado en cuanto a esto después que personas no profesionales, quienes creen que pueden leer si alguien tiene cáncer y que recetan dietas y suplementos para la alimentación, les dijeron que tenían cáncer. El Testigo oyó a un visitante de California decir: “Nosotros [que tenemos estos hábitos de salud] no nos asociamos con los de nuestra congregación que optan por permanecer ignorantes y que consultan con sus médicos.”
Eso es dañino desde varios puntos de vista. Las reuniones y asambleas cristianas no son ocasiones para envolverse en conversaciones en cuanto a la salud, ni para tratar de diagnosticar a otras personas o promover tratamientos. Más bien, el propósito de dichas reuniones es proporcionar afectuosa asociación espiritual. Los ancianos deben vigilar que el Salón del Reino no llegue a ser un centro para hacer propaganda de varios tratamientos de salud o de diferentes puntos de vista al respecto, sino que permanezca un lugar de unidad y adoración verdadera.—Compare con Juan 2:16, 17.
Es imposible tener salud perfecta en el presente sistema de cosas. Tal salud no será posible sino hasta que llegue el nuevo sistema de cosas. Entonces “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo.’” Y esto se deberá a que se les habrá perdonado a los seres humanos su error y pecado. (Isaías 33:24) Por eso no nos preocupemos más allá de lo razonable en cuanto al estado actual de nuestra salud, como si estuviéramos yendo en pos de la perfección física ahora. Más bien, seamos sensatos y razonables por medio de concentrar nuestra atención en nuestra salud espiritual.
Jesús indicó en qué debíamos centrar nuestra atención: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” (Mateo 24:14) No debemos dejarnos desviar de esta asignación divina; asuntos relacionados con la salud no deben desviarnos de apoyar el Reino de todo corazón. El ‘buscar primeramente el Reino’ es el proceder sensato y razonable. Nos proporcionará la “paz de Dios” y así hasta puede mejorar nuestra salud en la actualidad. Pero, lo que es de mayor importancia, resultará en que adquiramos el tesoro de la aprobación de Dios, junto con las maravillosas perspectivas que se realizarán únicamente cuando se aplique a la humanidad el sacrificio redentor de Cristo.—Filipenses 3:8-11; 4:6, 7; Mateo 6:33.
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