¿Cuál es el punto de vista bíblico?
¿Es el “éxtasis” religioso evidencia del espíritu de Dios hoy día?
“LOS sonidos salieron como si yo hubiera sabido hacerlo toda mi vida,” explicó una mujer que recientemente empezó a hablar en “lenguas.” Agregó: “Fue tan natural y hermoso. Sentí una gran paz, paz interior y unión con Dios. Y lloré. No pude menos que llorar, era tan hermoso.”
Esta mujer está entre cientos de miles de “carismáticos” que sostienen que el espíritu de Dios los ha equipado con “dones” (en griego, kharísmata) tales como de curación, de profetizar y de hablar en lenguas desconocidas. (Compare con 1 Corintios 12:4, 9, 10.) A menudo tales sucesos son acompañados por sensaciones de “éxtasis” religioso, que la Encyclopædia Britannica (edición de 1974) define como “el experimentar una visión interior de Dios, o la relación o unión de uno con lo divino.”
Las poderosas emociones que acompañan dicha “experiencia” han hecho que muchos crean que han recibido el espíritu de Dios. ¿Es el éxtasis religioso realmente evidencia del espíritu de Dios hoy día?
A través de la historia humana, innumerables individuos asociados con todo tipo de creencia religiosa han dado testimonio de haber tenido experiencias extáticas con lo sobrenatural. Experiencias de esa índole fueron comunes, por ejemplo, en las antiguas “religiones misteriosas” de los paganos y se les consideraba como evidencia de “renacer” en un sentido místico. Pero estas experiencias, por más agradables que hayan sido, no vinieron de Dios, porque la Biblia dice: “Las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican, y no a Dios.”—1 Cor. 10:20.
El libro bíblico de Job registra un discurso de Elifaz el temanita en el cual relata la siguiente experiencia religiosa sobrenatural: “Un espíritu mismo fue pasando sobre mi rostro; y el pelo de mi carne empezó a erizarse. . . . una forma estaba enfrente de mis ojos; hubo una calma y ahora oí una voz.” (Job 4:15, 16) Esa experiencia inducida por espíritu, sin embargo, no se originó de Dios, como se hace evidente por el hecho de que Dios increpó a Elifaz por ‘no hablar concerniente a mí lo que es verídico.’—Job 42:7.
¿Y hoy? ¿Podría ser que ciertas experiencias de éxtasis religioso que algunas personas atribuyen a haber “nacido del espíritu santo” no hayan venido de Dios, después de todo? Evidentemente es así, porque esas sensaciones agradables todavía pueden acompañar a prácticas que desaprueba Dios. Por ejemplo, en su libro Patterns of Prophecy, el autor Alan Vaughan dice acerca de entrar él en “estado psíquico”: “Cierto sentimiento amoroso a menudo viene con esto, y surge una sensación interior de bienestar y exuda lo que podría llamar una sensación carismática.” Pero más bien que considerar las habilidades “psíquicas” como evidencia del espíritu de Dios, la Biblia asocia las prácticas ocultas como la clarividencia y la precognición con la influencia de demonios o “fuerzas espirituales inicuas.”—Hech. 16:16; Deu. 18:10-12; Efe. 6:12.
Obviamente, entonces, las experiencias del éxtasis religioso u otras habilidades extraordinarias no son de por sí evidencia del espíritu de Dios. En realidad, pueden venir de fuentes demoníacas. Entonces, ¿cómo puede una persona saber si realmente tiene el espíritu santo de Dios?
La evidencia de esto se dejaría ver principalmente en la manera en que se comporta un individuo de día en día. Como lo expresó el apóstol Pablo: “Ustedes no están en armonía con la carne, sino con el espíritu, si es que el espíritu de Dios verdaderamente mora en ustedes.” (Rom. 8:9) El espíritu de Dios llega a ser la fuerza que impulsa al individuo a la excelente conducta cristiana en oposición a la influencia degradante que ejerce la “carne” pecaminosa. El Theological Dictionary of the New Testament compara esta idea con la referencia de Pablo, en Romanos 7:20, al “pecado que mora en mí.”
“La morada del pecado en el hombre denota el dominio del pecado sobre él . . . No es un huésped de paso, sino que por su continua presencia llega a ser el amo de la casa . . . Pablo puede hablar de la misma manera, sin embargo, del señorío del Espíritu. . . . La ‘morada’ de éste es algo más que un rapto extático.”
¿Cómo puede una persona someterse al espíritu de Dios para que tenga “señorío” sobre su vida? Seguramente no puede hacerlo tratando de desarrollar una “Sensación Trascendental” al deliberadamente no hacer caso de “los mensajes de los sentidos,” como exhorta un libro sobre “misticismo.” La Biblia aconseja: “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas, mas transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios.” (Rom. 12:2) Notamos el mismo consejo al leer Colosenses 3:9-11: “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que va haciéndose nueva en conocimiento exacto según la imagen de Aquel que la creó.”
Por lo tanto, para tener el espíritu de Dios, ante todo hay que ‘rehacer la mente’ por medio de “conocimiento exacto” de lo que es acepto a Dios. Eso significa que una persona tiene que efectuar un estudio cuidadoso de la Biblia. Después tiene que hacerse un ‘hacedor de la palabra,’ amoldando su vida a los principios divinos que ha aprendido.—Sant. 1:22-25.
¿Pero, no se hizo patente que tenían el espíritu de Dios los cristianos del primer siglo por los milagros que pudieron ejecutar? Es verdad que Dios concedió poderes especiales a los cristianos de entonces. No obstante, éstos sirvieron un propósito especial. De este modo Dios dio testimonio “tanto con señales como con portentos y con diversas obras poderosas” de que el “pueblo para su nombre” en la Tierra ya no era la congregación judía sino la congregación cristiana. (Heb. 2:4; Hech. 15:14) Una vez que quedó bien establecido ese hecho, ya no eran necesarios esos poderes milagrosos. Fueron una característica de la congregación cristiana solo al empezar ésta y habían de ‘ser eliminados.’ (1 Cor. 13:8) Por eso Cristo no dijo que sus verdaderos seguidores serían identificados por sensaciones de éxtasis ni por hacer milagros, sino por el amor de unos a otros.—1 Cor. 12:29, 30; 13:2; Juan 13:35.
El espíritu de Dios con su fruto principal del “amor” ciertamente promovería la unidad entre los verdaderos seguidores de Jesucristo. (Gál. 5:22; Efe. 4:3-6; 1 Juan 3:23, 24; 4:12, 13) Pero las personas que acuden al éxtasis religioso u otras “experiencias” como evidencia del espíritu de Dios a menudo han causado más división en una cristiandad ya excesivamente dividida. Comentando sobre esto, el clérigo evangélico Donald G. Miller escribe en su libro The Authority of the Bible:
“El pentecostalismo afirma que estriba en la experiencia. Los movimientos de hablar en lenguas y movimientos de curaciones modernos se vindican por la experiencia. La Ciencia Cristiana estriba en la experiencia. ¿Dónde estará el fin? Si la experiencia privada es la autoridad final . . . cada hombre terminará haciendo lo que es correcto a su propia vista. . . . Aun donde produce el asentimiento de grupo, finalmente tiende a la desintegración del grupo en grupos subdivididos que han proliferado, cada uno con su experiencia de característica especial que exige autonomía.”
El éxtasis religioso o “dones” milagrosos no son la evidencia del espíritu de Dios hoy día. Esas experiencias hasta pueden estar relacionadas con prácticas que la Biblia condena. Todos los que desean que el espíritu de Dios ejerza influencia en ellos tienen que ‘rehacer su mente’ por medio de un conocimiento exacto de la Palabra de Dios y permitir que sus obras reflejen la “nueva personalidad” cristiana.—Rom. 12:2; Col. 3:9, 10.