¿Ha dicho usted alguna vez: “Y usted, ¿quién se cree que es?”
NO HACE mucho que los ingleses sufrieron una sacudida cuando se publicaron los diarios del difunto lord Reith, fundador de la Sociedad Británica de Radiodifusión (BBC). “Tengo gran talento, inteligencia y cuanto hay de esa índole,” escribió él, “ . . . Puesto que odio la gente común, rara vez reconozco la grandeza de otros.”
¿Acaso ha notado que usted también ‘rara vez reconoce la grandeza de otros’? Es fácil incurrir en esa omisión. En el caso extremo del lord Reith, el fastidio con que veía a otros a menudo lo llevó a amargura y frustración. Por ejemplo, escribió del disgusto que sintió al ser bajado al nivel de la “gente común” cuando Churchill lo depuso del Gabinete Británico. Se quejó de que su sucesor tomó el automóvil gubernamental que él había tenido, obligándolo a ponerse en fila para el ómnibus como otros. “Tuve una tremenda lucha conmigo mismo,” dijo él. “Varias veces se me llenaron los ojos de lágrimas.”
Afortunadamente, la mayoría de la gente no lleva a un punto tan extremo su modo de ver a otros. Pero, aun así ¿no ha notado que la pomposidad y el tener un concepto exagerado de su propia importancia son comunes entre las personas que usted conoce o con quienes trata? Muchas personas creen que no es posible “adelantar” a menos que uno sea agresivo y se haga sentir. Un libro corriente que goza de popularidad promueve la idea de que la manera de avanzar en los negocios es intimidando a otros —echar fieros, conseguir lo deseado a fuerza de descaro y baladronadas, y maniobrar y manipular a otros en provecho de uno mismo— en resumidas cuentas, considerarlos inferiores a uno.
A menudo esos aires superiores se traducen en palabras o acciones que denotan: “¿Por qué debo yo tener que soportar tu ignorancia?” o “Y usted, ¿quién se cree que es?” Quizás ahora mismo esté pensando usted en las veces que se ha encarado con este espíritu al tratar con un burócrata pomposo, un dependiente arrogante o un esposo —o esposa— dominante.
La realidad es que este estado de ánimo ha sido general entre las criaturas humanas por muchísimo tiempo. Por eso, cuando en el antiguo idioma griego se trató de expresar el nuevo modo de pensar cristiano —“considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes”— ese concepto era tan ajeno a la mayoría de las expresiones griegas que el escritor bíblico se vio obligado a inventar una palabra nueva para “humildad de mente.” (Fili. 2:3) Un comentario hace notar que “la idea que él deseaba expresar era una que nunca antes había hallado lugar en el pensar o idioma griegos. Se había tomado por sentado que todos debieran hacerse sentir, y que solo un necio o cobarde cedería de su propia voluntad a un competidor.”—The Interpreter’s Bible.
Pero ¿es una necedad o seña de cobardía ‘considerar a otros superiores a uno’? De ninguna manera. El lord Peterborough de Inglaterra escribió: “Es fácil despreciar a otros; lo difícil es despreciarnos a nosotros mismos.” Sí, a casi todos nosotros nos es fácil tener sentimientos exagerados de nuestra propia importancia, pero el ser humilde requiere mucho más de uno.
¡Qué fácil es pensar: “He trabajado mucho para llegar adonde estoy,” y considerar inferiores a otros que no han tenido tan buen éxito! Pero, si usted hubiese nacido con limitaciones o impedimentos, ¿estaría donde está ahora? ¿Dónde consiguió el talento y la iniciativa, o el entrenamiento y conocimiento que tiene? La Biblia hace unas preguntas penetrantes respecto a esto: “Pues, ¿quién te hace mejor que los demás? ¿Qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, entonces ¿por qué te sientes orgulloso como si lo que tienes lo hubieras conseguido tú mismo?”—1 Cor. 4:7, Versión Popular (VP).
La persona que considera a otros superiores a sí misma no es necesariamente solo un seguidor tímido. Tal vez tenga la facultad de manifestar mucha habilidad directiva. De todas las cualidades que posea el individuo que ocupa un puesto de responsabilidad, la humildad es la que contribuirá más para hacer que lo quieran aquellos a quienes él guía o dirige.
Cuando algunos de los apóstoles de Cristo se pusieron a disputar sobre cuál de ellos era mayor, él rápidamente desbarató sus grandes ilusiones diciéndoles lo que constituye la verdadera grandeza. Hizo notar que los que están en autoridad acostumbran ‘enseñorearse’ de otros. “Pero,” les dijo claramente, “ustedes no deben ser así; al contrario, el que es más importante entre ustedes, tiene que hacerse como el más joven; y el que manda, tiene que hacerse como el que sirve.”—Luc. 22:25, 26, VP.
La sabiduría de este principio se le hará claro si piensa en la última vez que alguien lo trató como si usted fuera inferior. ¿Se sintió usted con deseos de cooperar con esa persona? O ¿hizo surgir en usted resentimiento e irritación... tal vez hasta la reacción: “Y usted, ¿quién se cree que es?” Recuerde esto la próxima vez que usted se sienta tentado a seguir su primer impulso de darse ínfulas delante de otra persona que no esté tan capacitada como usted lo está en su campo. Es cierto que usted puede ser superior en esos asuntos, pero ¿es usted superior en otras cosas? Puede que esta persona le supere en asuntos de la vida que sean mucho más importantes. Por eso la Biblia insta a la persona a “que no tenga de sí mismo más alto concepto del que debe tener, sino que piense de sí cuerdamente.”—Rom. 12:3, Versión Latinoamericana (VL).
Teniendo presentes estos principios, ¿por qué no vuelve a mirar a otros en torno suyo... esta vez ‘considerando a los otros como superiores’? Si los considerara así, ¿cree que mejorarían las relaciones con su familia, amistades, compañeros de trabajo o el público? Recuerde el sabio consejo del apóstol Pablo: “Interésense tanto los unos en los otros como en ustedes mismos. No sean orgullosos, sino asóciense con gente humilde. No sigan pensando en lo sabio que son ustedes.”—Rom. 12:16, New English Bible (NEB).
Por ejemplo, el esposo puede proveer el dinero para el hogar. Pero quizás su esposa muestre mayor habilidad en hacer las compras de comestibles y otras cosas para la casa. Puede que también lo supere en el modo que arregla el hogar y al proporcionar la mayor porción del cálido afecto y ternura que los hijos precisan. Ciertamente el esposo no debe pensar que está perjudicando su autoridad si reconoce la superioridad de su esposa en estas cosas y tal vez en otras también. Sin duda servirá para aumentar el respeto que ella le tiene.
Hasta los niños pueden hacer una contribución superior. El modo espontáneo, que tienen de expresar gozo y cariño tan natural y franco, los comentarios que hacen, pueriles pero honrados y sin seña de hipocresía, hasta pueden enseñarles algo a los adultos “avezados a las cosas del mundo.”
Especialmente deben reconocer los cristianos que todos sus compañeros creyentes tienen ciertas cualidades superiores a las suyas. Algunos tienen más conocimiento y discernimiento, otros más celo y entusiasmo, todavía otros más cálido afecto y compasión. ¿Quién está en posición de decir que si Dios escogiera al que según Su punto de vista es el más favorecido, no escogería a alguien a quien pasamos por alto porque es humilde? Por eso la Biblia dice: “Todos revestíos de humildad los unos para con los otros; porque ‘Dios resiste a los soberbios, pero da gracia [favorece, NEB] a los humildes.’”—1 Ped. 5:5, VL.