El diseño exige un diseñador
“Sí” y “No,” dicen los evolucionistas
“Toda casa es construida por alguien, más el que construyó todas las cosas es Dios.”—Hebreos 3:4
NINGÚN evolucionista afirmaría que una casa inanimada puede construirse por sí sola. Sin embargo, los evolucionistas adoptan una actitud dogmática al argüir que esto sucedió en el caso del universo inanimado... un universo compuesto de incontables millones de galaxias, cada galaxia formada por incontables millones de estrellas, todo moviéndose magníficamente con pasmosa precisión de fracciones de segundo.
Y mucho más que eso. Los evolucionistas dicen que, en la Tierra, todas las miríadas de organismos vivos se construyeron a sí mismos como formas derivadas de sus antepasados, en un proceso que se remonta hasta un primer progenitor original de todo, que se construyó espontáneamente a sí mismo de sustancias químicas inanimadas. Y el evolucionista no se retrae de este proceder ni ante la pasmosa complejidad y el intrincado y significativo diseño que se halla en todas estas cosas vivientes.
Nos maravillan los inventos ingeniosos de los diseñadores humanos, pero la obra más impresionante de ellos es insignificante cuando se le compara con el más sencillo organismo. Con toda la tecnología científica del siglo veinte, los diseñadores humanos no pueden siquiera comenzar a construir una pequeña amiba unicelular. Sin embargo, no se les hace difícil asignar a la casualidad ciega —mutaciones que se efectúan al azar con la ayuda discutible de la selección natural— el poder de construir toda forma de vida que existe en la Tierra.
En esto resalta una inconsecuencia evidente. Los evolucionistas pueden asignar despreocupadamente a la casualidad el poder de diseñar todas las complejas criaturas vivientes, y al mismo tiempo insistir en que objetos extremadamente sencillos requieren la existencia de un diseñador inteligente.
Por ejemplo, un científico excava en escombros antiguos, halla una piedra oblonga que tiene una ranura circular en el centro, y anuncia con confianza que en ésta se encajaba un palo y que el hombre primitivo usaba el instrumento resultante como martillo o arma. Una criatura inteligente la diseñó con propósito. Sin embargo, dicen lo contrario en el caso de la pluma de un ave. Una pluma de vuelo o remera puede tener un cálamo o astil del cual crecen miles de barbas, centenares de miles de bárbulas que salen de las barbas, y millones de barbicelas, o ganchitos, para mantener a todas estas partes juntas de manera que el ave pueda volar. Si las barbas se separan, el pájaro puede unirlas con el pico como si fueran una cremallera. Cremalleras... ¡muchísimo antes que el hombre las “inventara”!
¿Es esto el producto de un diseñador inteligente? No para el evolucionista, quien dice: “¿Cómo evolucionó esta maravilla estructural? No se requiere gran imaginación para ver en una pluma una escama modificada, básicamente semejante a la de un reptil... una escama alargada y un poco suelta, cuyas orillas exteriores se deshilacharon y se abrieron hasta que la escama se convirtió mediante el proceso evolutivo en la estructura sumamente compleja que es en la actualidad.”—Life Nature Library, The Birds, pág. 34.
Otro ejemplo de la arbitrariedad del evolucionista: el evolucionista halla una piedra plana con el borde afilado, y está seguro de que un hombre inteligente de la edad de piedra diseñó esto para usarlo como cuchillo o raspador. Sin embargo, el evolucionista nos dice que no hace falta un diseñador para diseñar al pequeño escarabajo que vive en el árbol de mimosa. La hembra de este escarabajo trepa el árbol de mimosa, se arrastra hasta la punta de la rama, corta una hendidura en la corteza y pone sus huevos allí. Luego se arrastra hasta el centro de la rama, roe alrededor de la rama con suficiente profundidad como para cortar a través del cambium, y el extremo de la rama muere y se desprende. Los huevos del escarabajo se esparcen y al tiempo los escarabajos salen, y el ciclo comienza de nuevo. En cambio, el árbol de mimosa se beneficia. Se le poda, y debido a esto vive 40 ó 50 años... el doble de lo que viviría de otro modo. De hecho, el árbol de mimosa despide un olor para atraer al escarabajo de la mimosa, y este pequeño escarabajo no puede reproducirse en ningún otro árbol. La piedra afilada y plana requirió un diseñador; el escarabajo de la mimosa simplemente apareció. Bueno, eso nos dice el evolucionista.
Otra comparación: un pedacito de pedernal afilado en la forma de punta de flecha convence al evolucionista de que el hombre la diseñó para usarla en la extremidad de una flecha o de una lanza. El evolucionista concluye que tales cosas, que muestran diseño y propósito, no pueden surgir por casualidad. No obstante, dice que el caso de las arañas es diferente. Considere la araña Aranea. Tiene seis pezones, cada uno con 100 grifos, cada grifo conectado por su propio tubo a una glándula individual dentro de la araña. Esta araña puede hacer hilos separados o unirlos para producir una ancha banda de seda. Las arañas fabrican siete clases de seda. Ninguna especie produce las siete; todas producen por lo menos tres clases, y la Aranea produce cinco. No todos sus 600 tubos producen seda; algunos segregan pegamento para que parte de la telaraña sea pegajosa. Sin embargo, Aranea se aceita las patas y nunca queda pegada. ¿De dónde vinieron estos órganos hiladores? Los evolucionistas dicen que unas patas de araña se convirtieron en estos órganos.
Medite en esto: La araña tiene el laboratorio químico que necesita para producir la seda, el mecanismo físico que le permite hilarla y la sabiduría instintiva que le hace posible tejer la telaraña. Ninguna de estas cosas por sí sola sirve de nada sin las otras dos. Todas tienen que evolucionar por casualidad, al mismo tiempo, en la misma araña. Los evolucionistas creen que esto fue lo que sucedió. ¿Cree usted eso? ¿Cuál tendría más probabilidad de simplemente suceder?... ¿el pedacito de pedernal afilado, o la araña?
Entremos en la era espacial y escuchemos al Dr. Carl Sagan, de la Universidad de Cornell. “Es fácil crear un mensaje radiado interestelar,” dice él, “que pueda ser reconocido sin ambigüedades como procedente de seres inteligentes.” El cree que, “con mucho, el método más prometedor es enviar imágenes.” Se ha sugerido enviar un cuadro en el cual haya un hombre, una mujer, un niño, el sistema solar y varios átomos... logrado todo por medio de enviar una serie de puntos y rayas, cada uno llamado un “trocito” de información; el retrato requiere un total de 1.271 trocitos.
Piense en esto. Si 1.271 trocitos de información en cierta secuencia dan a entender que hay orden y diseño, y prueban “sin ambigüedades” que lo enviado ha provenido “de seres inteligentes,” ¿qué hay de los aproximadamente 10 mil millones de trocitos de información codificados en los cromosomas de cada célula viviente? Los evolucionistas dicen que los 1.271 trocitos de información ‘prueban sin ambigüedades que hay un diseñador inteligente,’ pero descartan la idea de que 10 mil millones de trocitos de información necesiten un diseñador, pues dicen que eso simplemente sucedió.
¿No le parece que tal manera de razonar es ilógica, arbitraria y que hasta muestra prejuicio? Si diseños sencillos exigen un diseñador, ¿no exigirían, con mucha más razón, un diseñador superior los diseños extremadamente complejos? El teórico británico Edward Milne, al considerar el origen del universo, llegó a esta sabia conclusión: “El cuadro que tenemos está incompleto sin Él.”
[Ilustración en la página 15]
Una punta de flecha exige un diseñador, ¿pero no el ADN?