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¡Despertad! 1985
g85 22/11 págs. 14-16

Harar... ciudad donde merodean las hienas

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Kenia

HACE tan solo cien años, Harar era una ‘ciudad vedada’. Pero en 1854, el erudito y explorador británico, sir Richard Burton, decidió aventurarse a entrar en ella. Al contemplar sus fuertes murallas, se habrá preguntado si saldría vivo de allí. Sin embargo, Burton se había disfrazado hábilmente de mercante árabe. Apostó que, gracias a sus prodigiosas habilidades lingüísticas, podría pasar por uno de los habitantes musulmanes de la ciudad. El ardid dio resultado, por lo que Burton llegó a ser el primer explorador europeo en visitar aquella ciudad de África oriental.

Hoy, Harar es parte de Etiopía. Y aunque entrar en ella no es tan arriesgado como en los días de Burton, aún fascina e intriga a quienes la visitan, ¡pues a Harar se la conoce por la ciudad donde las hienas merodean de noche! No obstante, la Harar de hoy es una ciudad de doble fisonomía, con modernos edificios y unos 70.000 habitantes. El sector más antiguo tiene más de 1.000 años y ha cambiado poco en el transcurso de los siglos.

Según nos acercamos a la ciudad antigua y observamos sus puertas y torres, parece que nos aproximamos a otro mundo. Mucho antes de que se fundara la actual capital de Etiopía, Addis Ababa, Harar era una ciudad importante. El líder musulmán del siglo XVI, Ahmad Grāñ “el zurdo”, dirigió desde Harar incursiones audaces. Pero sus intentos por conquistar Etiopía propiciaron su muerte y la caída de Harar. Después de eso se construyeron las sólidas murallas de la ciudad que han permanecido intactas por más de cuatro siglos.

Harar ha sido, y aún es, un lugar conflictivo. Pero hoy entraremos en la ciudad pacíficamente por una de sus puertas más pequeñas. Nos adentramos por un laberinto de calles angostas y pasadizos tortuosos, flanqueados por casas de techos planos y paredes inclinadas, junto a algunos edificios encalados y alminares.

Aún es demasiado temprano para ver las hienas. Pero mientras tanto podemos observar los asnos. Aunque no son tan numerosos como en el pasado, aún van por las calles de Harar, frecuentemente solos. Suben y bajan por callejuelas de suelo desigual y pedregoso, sin tropezar siquiera en las muchas piedras salientes del camino. Parece increíble, sin embargo, saben exactamente dónde entregar sus pesadas cargas de agua potable. Al llegar, esperan pacientemente a que se les retire el cargamento y se reemplace por recipientes vacíos para la próxima entrega. Así es como muchos habitantes del sector antiguo de Harar aún reciben su vital abastecimiento de agua, abastecimiento que recientemente se ha visto afectado como consecuencia de la sequía que sufre el continente africano.

En el mercado, lo primero que llama nuestra atención son las mujeres de Harar. Su dialecto, ropa y tradiciones reflejan los antiguos vínculos con el mundo musulmán. Sus rostros muestran facciones notablemente atractivas, acentuadas por chales marrones o anaranjados y finos tocados. Llevan el pelo trenzado.

Y, ¿qué venden? Artículos típicos de uso común en miles de hogares de Etiopía: recipientes y bandejas hechos de paja. Las bandejas, ovaladas o redondas, rojas, anaranjadas o púrpura y adornadas con varios diseños y colores, se usan para decorar mesas y paredes. Los recipientes tejidos se emplean para ir de compras al mercado y para servir de manera ceremoniosa los platos especiales de Etiopía. La cestería de Harar es reconocida en todo el mundo por su calidad.

También es un deleite ver las obras de los plateros de Harar: collares, amuletos, pulseras, tocados, anillos... todo hábilmente realizado hasta el menor detalle.

Antes de darnos cuenta, nos sorprende el atardecer. Salimos a las afueras de las murallas a fin de ver la ciudad bañada por la luz crepuscular. Antiguamente, cuando anochecía, los habitantes de Harar solían acompañar a los extranjeros hasta las puertas de la ciudad y las cerraban con llave, dejando a los extranjeros afuera. Pero, entramos con gusto de nuevo a la antigua ciudad para ver la atracción especial que ofrece Harar todas las noches... ¡las hienas!

Al llegar a un claro al fin de una calle angosta, como era una noche oscura y sin luna, tuvimos que forzar la vista a fin de orientarnos. De repente, vimos dos pares de ojos luminosos que nos miraban fijamente. Nos quedamos inmóviles. A unos cinco metros de distancia (16 pies) había dos hienas. No eran perros domesticados. ¡La hiena es una criatura poderosa que ataca a animales tan grandes como el búfalo!

También han atacado a seres humanos.

Para nuestro asombro —y alivio— vimos que, en lugar de atacar dirigieron su atención a un hombre que está sentado en el suelo. De un cesto de sobras de carne que tenía a su lado, comenzó a alimentar a las hienas con sus propias manos. ¡Con razón lo llaman hombre de las hienas! Se desconoce cuándo empezó esta práctica de alimentar a las hienas, pero ha existido por bastante tiempo. Cuando, al anochecer, las hienas de Harar salen de sus cuevas, agujeros y otros escondites y se dirigen a las murallas de la ciudad, los hombres de las hienas se sitúan en diversas puertas, listos para alimentarlas. Allí estos hombres permanecen sentados hasta que se les termina la carne o los huesos, por lo general, hasta las 9 de la noche.

A medida que los ojos se nos acostumbran a la oscuridad, vemos a otra hiena que se acerca lentamente. El animal se detiene y emite sonidos extraños, invitando a otras hienas a venir. El hombre de las hienas emite un reclamo, parecido al canto tirolés, para llamarlas. Finalmente acuden y se colocan cerca de él, esperando que se les sirva.

Con un pedazo de hueso en la mano, el hombre les alarga el brazo y sigue llamando a las hienas por nombre. “Joi, Joi, Philips. ¡Nai!” —les grita. “Philips” responde, levantándose y acercándose lentamente al hombre. El animal agarra su presa y regresa prontamente a su lugar. Entonces viene “Baby”, un cachorro que vacila menos en responder a la llamada del hombre. También se acercan “Birtukan”, “Kanubish” y otras, las cuales abren despacio sus poderosas quijadas para recoger su presa.

Quizás la hiena favorita del hombre sea “Buray”, pues a esta le llama “hijo mío”. Cuando llega Buray, el hombre grita animadamente: “¡Buray! Joi-Joi, Nai”. Luego pone el brazo alrededor del cuello de la hiena y el animal agarra el pedazo de carne. A veces, el hombre sujeta un pedazo de hueso entre los dientes, e invita a Buray a que lo coja. Buray no le decepciona. Después de coger el hueso de la boca del hombre, regresa a su lugar y allí deshace el hueso fácilmente con sus poderosos dientes.

Las luces de las linternas y de los automóviles iluminan la escena. Algunos turistas sacan fotos de este espectáculo impresionante y dan dinero al hombre de las hienas. Felizmente, a las hienas no les molestan las luces ni la multitud. El hombre de las hienas hasta permite que algunos de los espectadores cojan un pedazo de carne y alimenten a las hienas. Nosotros, cobrando valor y cautelosamente, extendemos un trozo de carne colgante. Antes de que nos demos cuenta, una hiena lo agarra velozmente.

Por la noche, al acostarnos, las hienas merodean por los basureros en busca de más alimento. A veces, cuando mueren caballos y asnos, se les llevan a las hienas para que disfruten de un banquete. El aire se llena de rujidos, aullidos misteriosos, y risas chillonas a medida que aumenta la cantidad de hienas. Al amanecer, cuando el canto nasal del almuecín nos despierta, quedan tan solo unos cuantos huesos. Las hienas regresan a sus moradas, no muy lejos de Harar.

Allí permanecen, hasta que la caída de la noche las llama de nuevo a un lugar verdaderamente asombroso: Harar... la ciudad donde merodean las hienas.

[Comentario en la página 15]

Los asnos aún van por las calles de Harar, frecuentemente solos

[Comentario en la página 15]

Dos pares de ojos luminosos nos miraban fijamente. Nos quedamos inmóviles

[Comentario en la página 16]

Nosotros, cobrando valor y cautelosamente, extendemos un trozo de carne... una hiena lo agarra velozmente

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