Cómo ha cambiado al mundo la televisión
LA TELEVISIÓN convirtió al mundo durante el verano pasado en un campo deportivo mundial. Las calles de Roma (Italia) estaban desiertas: unos 25 millones de italianos veían los partidos del Campeonato Mundial de fútbol. En Buenos Aires (Argentina), las calles también estaban desoladas por la misma razón. En Camerún (África occidental), la misma luz azul grisácea se veía parpadear misteriosamente a través de las ventanas mientras millones de personas vitoreaban al unísono. En el Líbano, país desgarrado por la guerra, los soldados colocaron televisores en los tanques que tenían estacionados, para ver los partidos. Se estima que en el momento culminante del campeonato una quinta parte de la población mundial estaba viendo la televisión, atraída a la pequeña pantalla como polillas a la luz, con el rostro iluminado por su pálido resplandor.
Este descomunal acontecimiento televisivo no fue único. En 1985, casi una tercera parte de la población mundial —alrededor de 1.600.000.000 de personas— vio el concierto de rock Live Aid. Una docena de satélites emitieron el programa a unos 150 países, algunos tan distantes como Islandia y Ghana.
La televisión, presente hoy en todas partes, ha sido la protagonista de una sutil revolución. Su desarrollo tecnológico ha pasado de la pequeña y parpadeante pantalla de los televisores de los años veinte y treinta a las avanzadas pantallas de hoy, que ofrecen una imagen de vivos colores y alta definición, lo que ha fomentado su auge mundial. En 1950 había menos de cinco millones de televisores en el mundo, en la actualidad hay unos 750.000.000.
Acontecimientos como el Campeonato Mundial de fútbol ilustran el poder de la televisión para unir al mundo en una red única de información. La televisión ha cambiado la forma en que la gente se entera de lo que sucede en el mundo que les rodea. Ha ayudado a difundir noticias e ideas, hasta la cultura y valores, de un país a otro, rebasando sin esfuerzo fronteras políticas y geográficas que en un tiempo frenaron dicha propagación. La televisión ha logrado cambiar al mundo, y se dice que también puede cambiarle a usted.
A Johannes Gutenberg se le atribuye haber revolucionado las comunicaciones de masas cuando en 1455 salió la primera Biblia de su imprenta. Por primera vez, un mensaje podía llegar a un público mucho más amplio en menos tiempo y a un precio mucho más reducido. Los gobiernos en seguida vieron el poder de la imprenta y trataron de controlarla mediante la concesión de licencias. Pero la prensa cada vez llegaba a más personas. A principios del siglo XIX, el historiador Alexis de Tocqueville comentó que los periódicos tenían el extraordinario poder de sembrar la misma idea en diez mil mentes en un día.
Consideremos ahora el potencial de la televisión. Puede sembrar la misma idea en centenares de millones de mentes en un instante. A diferencia de la página impresa, no requiere que los telespectadores estén instruidos en el complejo arte de la lectura, ni que se formen sus propias impresiones e imágenes mentales. Transmite sus mensajes mediante imágenes y sonido, con todos los atractivos que estos pueden ofrecer.
No pasó mucho tiempo antes de que los políticos se percataran del tremendo potencial de la televisión. En Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower la utilizó con habilidad en su campaña presidencial de 1952. Según el libro Tube of Plenty—The Evolution of American Television (El tubo de la abundancia: La evolución de la televisión americana), Eisenhower ganó las elecciones porque fue el candidato más “comercializable” en los medios informativos. El libro indica que la televisión puede haber influido aún más en la victoria de John F. Kennedy sobre Richard M. Nixon en las elecciones de 1960. En los debates televisivos, Kennedy gozaba de más popularidad que Nixon. Sin embargo, para los que escuchaban el mismo debate por la radio, ambos estaban al mismo nivel. ¿A qué se debía la diferencia? Por televisión, Nixon parecía pálido y ojeroso, mientras que a Kennedy se le veía robusto y bronceado, rezumando confianza y vitalidad. Después de ser elegido, Kennedy dijo de la televisión: “Sin este ingenio no habríamos tenido ninguna posibilidad”.
“Este ingenio” continuó haciendo sentir su poder por todo el mundo. Hubo quienes lo llamaron la tercera superpotencia. La tecnología hizo posible el uso de satélites para que las compañías de teledifusión emitieran sus señales atravesando fronteras y hasta océanos. Líderes mundiales utilizaron la televisión como tribuna para conseguir apoyo internacional y denunciar a sus rivales. Algunos gobiernos la usaron para transmitir propaganda a países enemigos. Y tal como los gobiernos habían tratado de controlar el invento de Gutenberg cuando se dieron cuenta de su poder, muchos gobiernos se hicieron con el control de la televisión. En 1986 casi la mitad de las naciones solo emitían programas controlados por el gobierno.
Pero la tecnología ha hecho que la televisión sea cada vez más difícil de controlar. Los satélites de la actualidad transmiten señales que pueden captarse incluso por antenas parabólicas relativamente pequeñas instaladas en casas particulares. Pequeñas cámaras de vídeo portátiles y videocasetes, junto con un sinfín de fotógrafos aficionados, han proporcionado una avalancha a veces incontenible de documentos visuales sobre casi cualquier acontecimiento de interés periodístico.
La empresa estadounidense CNN (Cable News Network), de la Turner Broadcasting recoge noticias de unos ochenta países y las difunde por todo el mundo. Su emisión ininterrumpida durante las veinticuatro horas del día puede convertir casi al instante cualquier acontecimiento en una cuestión internacional.
Cada vez más, la televisión pasa de ser un medio que recoge los acontecimientos mundiales a ser uno que les da forma. Desempeñó un papel clave en la serie de revoluciones que sacudieron la Europa del Este en 1989. En Praga (Checoslovaquia), multitudes de personas gritaban por las calles exigiendo “transmisión en directo” por la televisión. Mientras que en el pasado los revolucionarios derramaban sangre para apoderarse de algún edificio gubernamental, fortaleza o cuartel de policía, los revolucionarios de 1989 lucharon en primer lugar por acceder a las emisoras de televisión. De hecho, el nuevo régimen de Rumania comenzó a gobernar el país ¡desde la sede de la televisión! De modo que llamarla la tercera superpotencia puede que no sea ninguna exageración.
Sin embargo, la televisión no solo ha ejercido su influencia en el terreno político. Incluso ahora está cambiando la cultura y los valores del mundo. A Estados Unidos con frecuencia se le acusa de ‘imperialismo cultural’, de imponer su cultura al mundo por medio de la televisión. Debido a que Estados Unidos fue el primer país en reunir un acopio de programas comerciales lucrativos, a finales de la década de los cuarenta y durante los años cincuenta, los productores americanos vendieron programas a otras naciones por una pequeña parte de lo que a ellas les costaba producir sus propios programas.
A finales de la década de los ochenta, Kenia importaba hasta el 60% de sus programas televisivos, Australia el 46%, Ecuador el 70%, y España el 35%. La mayor parte de estas importaciones procedían de Estados Unidos. La serie americana La casa de la pradera se emitía en 110 países y Dallas apareció en 96 países. Hubo quienes se quejaron de que el sabor local de la televisión desaparecía en todo el mundo, mientras se propagaban el consumismo y el materialismo americanos.
Muchas naciones están perturbadas por el ‘imperialismo cultural’. En Nigeria, las compañías de teledifusión se han quejado de que la entrada de los programas extranjeros socava la cultura nacional; les preocupa que los telespectadores nigerianos estén más informados de Estados Unidos e Inglaterra que de Nigeria. Los europeos opinan de forma parecida. En una audiencia reciente del congreso de Estados Unidos, el magnate de la teledifusión Robert Maxwell dijo indignado: “Ninguna nación debería tolerar que una cultura extranjera subyugara la suya”. Por consiguiente, algunos países han empezado a imponer limitaciones a la cantidad de programas extranjeros que se emiten por televisión.
Pero el ‘imperialismo cultural’ puede dañar algo más que las culturas: nuestro planeta. La idea consumista de tenerlo todo al momento, fomentada por la sociedad occidental, ha contribuido a la contaminación del aire, el envenenamiento del agua y la devastación general de la Tierra. Como lo expresó un escritor en el periódico londinense The Independent, “la televisión ha traído al mundo una perspectiva brillante de liberación material —de prosperidad occidental— que es ilusoria, pues solo puede lograrse a costa de causar daño irreversible al medio ambiente”.
Resulta obvio que hoy día la televisión está cambiando al mundo y no siempre para su beneficio. Pero también produce efectos mucho más concretos en las personas individualmente. ¿Es usted vulnerable a esos efectos?
[Comentario en la página 4]
Los periódicos pueden sembrar una idea en diez mil mentes en un día
[Comentario en la página 5]
La televisión puede sembrar una idea en centenares de millones de mentes en un instante