Globos endebles defienden el tabaco
EN LOS años cuarenta, Londres se hallaba asediado. Alemania enviaba cazas y bombas volantes que sembraban el pánico y la desolación a su paso. De no haber sido tan crítica la situación, los londinenses quizás habrían sonreído ante un raro espectáculo.
Atados a largos cables, miles de globos de gran tamaño flotaban en el cielo. Pretendían disuadir a los pilotos enemigos de hacer incursiones a baja altura, y, de paso, interceptar alguna que otra bomba volante. Pero, por ingeniosa que fuera, la barrera de globos tuvo escasa efectividad.
Otro tanto les ha ocurrido a las tabacaleras. Los imperios del humo, antaño bastiones inexpugnables con gran poderío político y económico, son el blanco de ataques desde todas las direcciones.
La comunidad médica arremete con una avalancha de estudios acusadores. Las huestes sanitarias de la cruzada antitabaco sacan partido de la situación. Los indignados padres protestan porque las víctimas son sus hijos. Los legisladores actúan con decisión y prohíben fumar en oficinas, restaurantes, cuarteles y aviones. En muchos países no se permite anunciar cigarrillos por radio ni por televisión. Estados enteros de Norteamérica se querellan contra las compañías y piden indemnizaciones millonarias por los gastos de salud que les ocasionan. Hasta los abogados están uniéndose a la causa.
Con intención de repeler los ataques, las tabacaleras elevan sus endebles globos defensivos: argumentos que, al parecer, son inflados y vacíos.
El año pasado, el público estadounidense siguió de cerca la vigorosa ofensiva organizada contra la industria del tabaco por unos cuantos legisladores indignados y las autoridades sanitarias estatales. En las audiencias celebradas ante una comisión del Congreso en abril de 1994, los directivos de siete grandes empresas del país se vieron cara a cara con las estadísticas incriminatorias: más de 400.000 muertes cada año y millones de adictos, enfermos o moribundos.
¿Algo que alegar en defensa propia? Los ejecutivos litigantes esgrimieron algunos argumentos de interés: “Está por demostrar que el cigarrillo sea un agente causal de enfermedades”, afirmó el portavoz de un instituto tabaquero. Por si fuera poco, se dijo que el tabaco era tan inocuo como otros placeres, tales como los dulces o el café. “La presencia de la nicotina no convierte al cigarrillo en una droga, ni el fumar en una adicción”, alegó el presidente de una compañía tabaquera. “La premisa de que la nicotina de los cigarrillos es adictiva, sin importar la cantidad, es errónea”, aseveró un científico de una tabacalera.
‘Si los cigarrillos no crean adicción —replicó la comisión—, ¿por qué han tratado las compañías de manipular los niveles de nicotina de sus productos?’ ‘Por el sabor —explicó un alto cargo de otra empresa—. ¿Hay algo peor que un cigarrillo insípido?’ Cuando se le confrontó con un arsenal de estudios —sacados de los archivos de su propia compañía— que indicaban el carácter adictivo de la nicotina, se aferró a su argumento.
Todo indica que él, como muchos otros, mantendrá esa postura aunque los cementerios rebosen de víctimas del tabaquismo. A principios de 1993, el Dr. Lonnie Bristow, presidente del Consejo de Administración de la Asociación Médica Estadounidense, planteó un interesante desafío. Según la revista oficial de dicha asociación, “invitó a los dirigentes de las principales tabacaleras estadounidenses a recorrer con él las salas de los hospitales para ver una de las secuelas del tabaquismo: pacientes con afecciones pulmonares graves tales como el cáncer de pulmón. Nadie aceptó la invitación”.
La industria tabaquera alardea de crear buenos trabajos en un mundo donde crece el desempleo. En la Argentina, por ejemplo, ocupa a un millón de trabajadores, y otros cuatro millones están relacionados indirectamente con ella. En el caso de muchos gobiernos, las tabacaleras se han granjeado su beneplácito con grandes contribuciones fiscales.
En un aparente alarde de civismo, cierta tabacalera favorece a grupos minoritarios con generosos donativos. Sin embargo, los documentos internos de la compañía manifestaron los verdaderos motivos de esta “partida para el desarrollo del electorado”: ganarse el favor de los potenciales votantes.
Esta tabaquera también se ha congraciado con parte del mundo cultural dando grandes contribuciones a museos, escuelas, academias de baile e instituciones musicales. Los representantes de las organizaciones artísticas están muy dispuestos a recurrir a las tabacaleras en busca del dinero que tanto necesitan. No hace mucho, varios miembros del ambiente artístico neoyorquino se vieron ante un incómodo dilema cuando esta compañía les pidió apoyo para presionar en contra de la legislación antitabaco.
Es bien sabido que los opulentos magnates tabaqueros no dudan en dar dinero a los políticos, quienes se valen de sus influencias para oponerse a las propuestas contrarias a los intereses de las compañías. La causa del tabaco es defendida por altos cargos del estado. Algunos tienen vínculos con la industria o se ven obligados a corresponder al apoyo pecuniario que recibieron durante su campaña.
Se dice que un congresista estadounidense recibió de las tabacaleras más de 21.000 dólares en donativos lo cierto es que votó en contra en varios puntos que afectaban al tabaco.
Un ex senador y fumador empedernido, que ganó mucho dinero colaborando en un grupo de presión tabaquero, descubrió hace poco que tenía cáncer de garganta, pulmón e hígado. Ahora, lamentándose, admite apenado que la persona que yace enferma “por algo que ella misma se causó” se siente estúpida.
Los colosos del tabaco contraatacan con todo el poder de los dólares publicitarios. Cierto anuncio apela a la libertad y advierte con solemnidad: “Hoy es el cigarrillo. ¿Qué será mañana?”, insinuando así que la cafeína, el alcohol y las hamburguesas serán las próximas víctimas de los “fanáticos” prohibicionistas.
Se publican anuncios para desacreditar un conocido estudio, realizado por la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos, que tilda de cancerígeno al tabaquismo pasivo. Las compañías han anunciado que recurrirán a los tribunales. Un programa televisivo acusó a cierta compañía de jugar con la nicotina para crear adictos. La red de emisoras que transmitió el espacio no tardó en recibir una demanda que solicitaba una indemnización de 10.000 millones de dólares.
Aunque las tabacaleras luchan con todas sus fuerzas, el aire está cada vez más cargado de acusaciones. Los cincuenta mil estudios realizados en las últimas cuatro décadas constituyen una creciente montaña de pruebas de que fumar es perjudicial.
¿Cómo tratan de soslayar las empresas estas acusaciones? Aferrándose tercamente a un “hecho”: ‘Dado que las personas dejan de fumar, la nicotina no puede ser adictiva’. Pero las estadísticas contradicen esta tesis. Aunque 40 millones de estadounidenses se han deshabituado, otros 50 millones siguen fumando y el 70% de ellos afirma que desea dejar el tabaco. El 90% de los 17 millones que intentan abandonarlo anualmente fracasa en menos de un año.
En el caso de los fumadores estadounidenses, casi la mitad de los operados por cáncer de pulmón reincide en el hábito, el 38% de los que tienen ataques cardíacos vuelve a consumir tabaco aun antes de salir del hospital y el 40% de los que han pasado por la extracción de una laringe cancerosa intenta volver a fumar.
Tres cuartas partes de los millones de adolescentes que fuman en Estados Unidos dicen que, al menos una vez, han intentado en serio dejar el hábito, pero han fracasado. Además, las estadísticas indican que para muchos jóvenes el tabaco es la antesala del consumo de drogas más duras. En comparación con los no fumadores, los adolescentes que fuman tienen un 50% más de probabilidades de usar cocaína. Una fumadora de 13 años corrobora este hecho: “No tengo la menor duda de que el cigarrillo abre la puerta al mundo de las drogas —escribió—. Salvo tres de mis conocidos, todos los demás fumaban antes de meterse en las drogas”.
¿Serán mejores los cigarrillos bajos en alquitrán? Según los estudios, hasta pudieran ser peores por dos motivos: primero, se tiende a inhalar con más intensidad para extraer la nicotina que el cuerpo ansía, aumentando así la cantidad de tejido pulmonar expuesta a los efectos tóxicos del humo; y segundo, el error de que son “más sanos” puede disuadir al fumador de abandonar el hábito.
En torno a la nicotina hay más de dos mil estudios, de los que se desprende que es una de las sustancias más adictivas y peligrosas que se conocen. Acelera las palpitaciones y provoca vasoconstricción. Es más rápida que una inyección intravenosa, pues tarda solo siete segundos en llegar a la sangre. Condiciona al cerebro para que desee más, una apetencia que, según algunas opiniones, es el doble de adictiva que la heroína.
A pesar de que lo niegue, ¿es consciente la industria tabaquera de las propiedades adictivas de la nicotina? Hay indicios de que lo ha sabido por mucho tiempo. Por ejemplo, un informe de 1983 muestra que un investigador de cierta compañía observó en las ratas de laboratorio los síntomas típicos de la adicción, pues ellas mismas accionaban palancas para administrarse dosis regulares de nicotina. Se afirma que la compañía no tardó en suprimir el estudio, que recientemente ha salido a la luz.
Los gigantes del tabaco no se han quedado de brazos cruzados mientras los atacan desde todos los ángulos. En palabras del periódico The Wall Street Journal, el Consejo de Investigación del Tabaco de la ciudad de Nueva York realiza “la mayor campaña desinformativa de la historia económica de Estados Unidos”.
Escudándose en los estudios independientes, el consejo ha invertido millones de dólares en la lucha con sus oponentes. Todo comenzó en 1953, cuando el Dr. Ernst Wynder, del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, descubrió que la aplicación de alquitrán de tabaco en el lomo de los ratones les provocaba tumores. Las tabacaleras crearon el consejo para neutralizar con sus propios datos los hechos evidentes que se recopilaran.
¿Cómo es posible que los científicos del consejo extraigan conclusiones tan diferentes a las del resto de los investigadores? La reciente divulgación de ciertos documentos destapó una maraña de intrigas. Muchos investigadores del consejo, coartados por los contratos y bajo el constante escrutinio de abogados puntillosos, hallaron que la creciente preocupación por la salud tenía fundamento, pero al encararse a la realidad, —según The Wall Street Journal— “a veces rechazaban o mutilaban sus propios estudios si implicaban que fumar era un peligro para la salud”.
A puerta cerrada, prosiguieron durante años la búsqueda de un cigarrillo más “seguro”. De haberlo hecho en público, habrían admitido tácitamente que fumar es peligroso para la salud. A finales de los años setenta, un abogado decano de cierta tabaquera recomendó abandonar la búsqueda por fútil y ocultar todos los documentos al respecto.
Los años de experimentación aportaron dos conclusiones: la nicotina es claramente adictiva, y fumar es letal. Aunque en público nieguen los hechos con vehemencia, las tabacaleras demuestran con sus acciones que conocen muy bien la realidad.
David Kessler, comisionado de la Administración para los Fármacos y Alimentos de Estados Unidos, las acusó de manipulación deliberada del producto: “Algunos cigarrillos actuales son, en realidad, avanzados dosificadores que suministran la nicotina en las cantidades precisas [...] para crear el hábito y perpetuarlo”.
Según Kessler, las patentes que poseen las compañías revelan sus intenciones. Así, hay una variedad de tabaco, modificado genéticamente, que produce el mayor nivel de nicotina conocido. Otro proceso potencia dicho nivel tratando químicamente los filtros y papeles. Un método diferente consigue que las primeras inhalaciones tengan más nicotina que las últimas. Además, los documentos de la industria muestran que el tabaco contiene aditivos amoniacales para liberar más nicotina. “Ahora, cuando se inhala el humo, va a parar a la sangre del fumador casi el doble de la cantidad que antes”, dice un informe del New York Times. La Administración para los Fármacos y Alimentos ha proclamado que la nicotina es una droga adictiva y pretende controlar con mayor firmeza los cigarrillos.
A su modo, los gobiernos tienen dependencia del tabaco. El de Estados Unidos, por ejemplo, recauda 12.000 millones de dólares al año en impuestos estatales y federales que gravan los productos del tabaco. Pero, según una evaluación de la Oficina de Tasación Tecnológica Federal, se pierden 68.000 millones de dólares anuales por gastos sanitarios y merma de la productividad.
Las compensaciones económicas y los abundantes empleos, el mecenazgo cultural y las negativas tajantes de que haya riesgos para la salud forman parte de los peculiares y endebles “globos” en que se escudan las tabacaleras. Queda por ver si serán más efectivos que la barrera londinense de globos.
Es evidente, pues, que las mastodónticas empresas no pueden ocultar lo que son. Han ganado millones matando a millones de personas, sin que parezca inmutarles el terrible costo.
[Comentario en la página 8]
Al parecer, solo tienen argumentos inflados y vacíos
[Comentario en la página 9]
Según un estudio del gobierno, el tabaquismo pasivo es cancerígeno
[Comentario en la página 10]
La nicotina es una de las sustancias más adictivas que se conocen
[Comentario en la página 11]
Han ganado millones matando a millones
[Recuadro en la página 10]
¿Qué han hallado los 50.000 estudios?
He aquí algunos ejemplos de la inquietud de los investigadores tocante a los riesgos que representa el tabaco.
CÁNCER DE PULMÓN: El 87% de las muertes por cáncer pulmonar corresponde a fumadores.
ENFERMEDADES CARDÍACAS: El fumador corre un riesgo 70% mayor de padecer afecciones cardiovasculares.
CÁNCER DE MAMA: Las mujeres que fuman más de cuarenta cigarrillos diarios tienen un 74% más de posibilidades de morir por esta causa.
PROBLEMAS AUDITIVOS: Los hijos cuyas madres fuman tienen una mayor dificultad para procesar el sonido.
RIESGOS PARA LOS DIABÉTICOS: El diabético que fuma o masca tabaco corre más riesgo de tener problemas renales y una retinopatía (afección de la retina) de avance acelerado.
CÁNCER DE COLON: Dos estudios, en los que participaron más de ciento cincuenta mil individuos, indican que hay una clara conexión entre el tabaco y este tipo de cáncer.
ASMA: El humo de segunda mano puede agravar el asma en los jóvenes.
PREDISPOSICIÓN A FUMAR: Las hijas cuyas madres fumaron durante el embarazo tienen una probabilidad cuatro veces mayor de adquirir el hábito.
LEUCEMIA: Se cree que el tabaco causa leucemia mieloide.
LESIONES AL HACER EJERCICIO: Según un estudio del ejército estadounidense, los fumadores están más expuestos a lesionarse mientras se ejercitan.
MEMORIA: La nicotina en altas dosis puede hacer que merme la agilidad intelectual cuando se realizan tareas complejas.
DEPRESIÓN: Los psiquiatras procuran demostrar la conexión entre el tabaco y la depresión grave e incluso la esquizofrenia.
SUICIDIO: Un estudio realizado con enfermeras indicó que los atentados contra la vida propia son el doble de frecuentes entre las que fuman.
Otros peligros para añadir a la lista: cáncer de boca, laringe, garganta, esófago, páncreas, estómago, intestino delgado, vejiga, riñón y cuello del útero; apoplejía, ataques cardíacos, enfermedades crónicas del pulmón, afecciones circulatorias, úlceras pépticas, diabetes, infertilidad, poco peso al nacer, osteoporosis e infecciones en el oído. A esto se suma el riesgo de incendios, pues fumar es la principal causa de tales siniestros en los hogares, hoteles y hospitales.
[Recuadro en la página 12]
Aunque no humee, también es peligroso
La empresa líder en el mercado del rapé, que factura 1.100 millones de dólares, pesca a los incautos pececillos con su aromatizado cebo. Ofrece productos con diversos sabores que gozan de mucha popularidad. La leve sensación que produce el tabaco satisface solo durante un tiempo. Un ex vicepresidente de la compañía dijo: “Muchos se inician con los productos aromatizados, pero acaban consumiendo [la marca más fuerte]”, que, según los anuncios, es “Rapé fuerte para los hombres fuertes” y “Satisface”.
El periódico The Wall Street Journal, que hizo mención de la estrategia de la compañía tabaquera, señaló que esta desmentía toda “manipulación de los niveles de nicotina”. Agregó además que dos ex químicos de la compañía que hablaron del asunto por primera vez, hicieron la siguiente observación: “La tabacalera no manipula los niveles de nicotina, pero sí la cantidad que absorbe el usuario”. Según ellos, la empresa añade productos químicos que potencian la alcalinidad del rapé. Cuanto más alcalino sea, “más nicotina liberará”. El rotativo añadió la siguiente aclaración: “El rapé, que a veces se confunde con el tabaco de mascar, es tabaco triturado que en vez de mascarse, se chupa; el consumidor toma una pizca y lo coloca entre la mejilla y la encía, esparciéndolo con la lengua y escupiendo de vez en cuando”.
Las variedades aromatizadas que se ofrecen al usuario novel solo liberan para la absorción en la sangre entre el 7 y el 22%, de la nicotina que contienen. Sin embargo, la marca más potente puede provocar náuseas al nuevo consumidor. Viene picado muy menudo para los hombres “de verdad”. El 79% de la nicotina está lista para su absorción inmediata en el torrente sanguíneo. En Estados Unidos el usuario medio de rapé comienza a los 9 años, y ¿qué niño de esta edad no va querer pasarse a la marca “fuerte” para ser un hombre “de verdad”?
La dosis de nicotina que acaba consumiéndose es, en efecto, más potente que la del cigarrillo. Hay informes de que el usuario es cuatro veces más propenso a tener cáncer bucal, y corre un riesgo cincuenta veces mayor de padecer cáncer de garganta que la persona que no lo consume.
En Estados Unidos hubo protestas generalizadas cuando la madre del que fuera un gran atleta de la secundaria demandó a una tabacalera porque su hijo había muerto de cáncer bucal. Este había recibido una lata gratis de rapé en un rodeo cuando tenía 12 años y acabó consumiendo cuatro latas semanales. Tras varias operaciones dolorosas que le fueron cercenando la lengua, la mandíbula y el cuello, los médicos lo desahuciaron. Murió a la edad de 19 años.
[Recuadro en la página 13]
Cómo dejar el hábito
Millones de personas han superado la adicción a la nicotina. Aunque lleve mucho tiempo fumando, usted también puede librarse de este vicio. He aquí algunos consejos útiles:
• Infórmese de antemano sobre qué puede esperar. Entre los síntomas de abstinencia figuran ansiedad, irritabilidad, mareo, dolor de cabeza, insomnio, malestar estomacal, hambre, intensas ganas de fumar, falta de concentración y temblores. Es cierto que no es un panorama agradable, pero los síntomas más intensos duran solo unos cuantos días y van desapareciendo a medida que el cuerpo se desintoxica.
• En este punto, comienza la parte más reñida de la batalla mental. No solo anhela la nicotina su cuerpo, sino que su mente está condicionada por los patrones de conducta relacionados con fumar. Analice su programa de actividades para ver cuándo recurría automáticamente al cigarrillo y modifíquelo. Por ejemplo, si acostumbraba fumar después de las comidas, levántese inmediatamente a dar un paseo o a lavar los platos.
• Cuando lo ataque el deseo con vehemencia, tal vez debido a la tensión, tenga presente que el impulso suele remitir a los cinco minutos. Esté preparado para distraer la mente escribiendo una carta, haciendo ejercicio, o comiendo un tentempié saludable. Es muy útil orar pidiendo dominio.
• Si ha fracasado en varias tentativas y está desanimado, no se desespere: lo importante es proseguir con la lucha.
• Si le asusta la idea de ganar peso, tenga en cuenta que los beneficios de dejar el cigarrillo superan con creces a los peligros de engordar unos cuantos kilos. Tal vez le convenga tener a mano frutas y verduras. No se olvide de beber agua en abundancia.
• Dejar de fumar es una cosa; no recaer es otra muy distinta. Fíjese períodos sin tabaco: un día, una semana, tres meses, toda la vida.
Jesús dijo: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Marcos 12:31.) Si desea amar a su prójimo, deje de fumar. Si desea amarse a sí mismo, deje de fumar. (Véase “El tabaco. El punto de vista cristiano”, ¡Despertad!, 8 de julio de 1989, páginas 13-15.)