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g95 22/9 págs. 6-8

Los jugadores compulsivos siempre llevan las de perder

“LA COMPULSIÓN por el juego es una enfermedad como lo son el alcoholismo y la toxicomanía. Es una adicción sin droga, y [...] cada vez son más los afectados”, declaró el psiquiatra francés Jean Ades. Incluso después de haber perdido grandes sumas de dinero, el jugador compulsivo, o ludópata, por lo general sigue obsesionado con la idea de resarcirse de las pérdidas jugando aún más. “La mayoría de los perdedores se recobra rápidamente de la decepción. Pero para ciertos individuos, el impulso de jugar es tan irresistible que puede arruinar sus vidas —escribió un periodista francés—. Aunque prometen una y otra vez que van a dejar el vicio, este siempre los domina. Son adictos al juego.”

Un jugador sudafricano hizo la siguiente confesión: “Cuando alguien adicto al juego se sienta frente a la ruleta o a la mesa de la veintiuna, ya no piensa en otra cosa. La adrenalina se agolpa en las venas, y acaba apostando hasta el último centavo a un solo movimiento más de la rueda o a una partida más. [...] Con mis reservas de adrenalina, yo podía pasar varios días seguidos sin dormir, mirando las cartas y los números, esperando embolsarme el premio mayor, siempre tan inalcanzable”. Concluyó diciendo: “Para muchos como yo, es imposible detenerse después de haber apostado unos cuantos cientos o miles de rands [unidad monetaria de Sudáfrica]. Se sigue jugando hasta perderlo todo y hasta que las relaciones familiares se desmoronan irreparablemente”.

Henry R. Lesieur, profesor de Sociología de la Universidad de St. John (Nueva York, E.U.A.), escribió que el impulso de jugar del ludópata, no importa que gane o pierda, es tan intenso “que muchos pueden pasar días enteros sin dormir ni comer y sin siquiera ir al baño. La emoción del juego desplaza todo otro interés. Mientras espera el resultado de su jugada, el jugador entra en un estado de euforia, caracterizado por sudoración de las manos, palpitaciones y náuseas”.

Un jugador rehabilitado admite que su compulsión de jugar no respondía al deseo de ganar, sino más bien al placer y la excitación propias del juego. “El juego genera emociones sumamente intensas —afirmó—. Cuando la ruleta está girando y uno aguarda la respuesta del azar, hay un momento en el que la cabeza le da vueltas y uno siente desvanecerse.” Un jugador francés llamado André comparte la misma opinión: “Cuando alguien ha apostado 10.000 francos a un caballo y faltan 100 metros para que llegue a la meta, le importa un comino que le digan que su esposa o su madre ha fallecido”.

André explica cómo sustentaba el juego aun después de haber sufrido cuantiosas pérdidas: pedía prestado a los bancos, amigos y usureros, pagando intereses exorbitantes; robaba cheques y falsificaba libretas de ahorro de la Caja Postal; seducía a mujeres solitarias en los casinos y luego se escabullía con sus tarjetas de crédito. “Para entonces —escribió un periodista francés—, a André ya ni siquiera le importaba si algún día podría salir de su deplorable estado económico. Sus extravíos estaban inducidos únicamente por la obsesión.” Convertido en delincuente, André fue a parar a la cárcel y echó a perder su matrimonio.

En muchos casos los jugadores compulsivos, lo mismo que los drogadictos y alcohólicos, siguen jugando a costa de su empleo, su negocio, su salud y, por último, su familia.

En Francia, un gran número de ciudades ha abierto sus puertas recientemente a los juegos de azar. Allí donde otros establecimientos fracasaron, las casas de empeño están haciendo un buen negocio. Sus propietarios dicen que los jugadores, por lo común, pierden todo el dinero que llevan y entonces empeñan anillos, relojes, ropa y otros objetos de valor para poder comprar gasolina y volver a casa. En algunas ciudades costeras de Estados Unidos se han abierto nuevas casas de empeño, y no es raro ver tres, cuatro o más en fila.

Hay quienes se han involucrado en actividades delictivas a fin de sostener el vicio. Según el profesor Lesieur, varios estudios llevados a cabo hasta la fecha “revelaron una amplia gama de comportamientos delictivos comunes entre los jugadores compulsivos [...:] falsificación de cheques, malversación de fondos, hurto, robo a mano armada, comisiones por mediar en apuestas, fraude, estafa y venta de objetos robados”. También está el delito de cuello blanco, es decir, el de los oficinistas que roban a sus patrones. En opinión de Gerry T. Fulcher, director del Institute for the Education and Treatment of Compulsive Gamblers (Instituto de Educación y Tratamiento para Jugadores Compulsivos), el 85% de los miles de ludópatas confesos se declararon culpables de robar a sus patrones. “De hecho —sostuvo—, desde un punto de vista estrictamente económico, el juego patológico es potencialmente más dañino que el alcoholismo y la drogadicción juntos.”

Nuevos estudios han concluido que alrededor de dos tercios de los jugadores patológicos que están libres y el 97% de los que están en las cárceles, son culpables de valerse de medios fraudulentos para sostener el vicio o cubrir deudas de juego. En 1993, en los pueblos estadounidenses que bordean el golfo de México, donde prolifera el juego legalizado, se registraron dieciséis asaltos bancarios, una cifra cuatro veces mayor que la del año anterior. Cierto hombre robó 89.000 dólares en ocho bancos para seguir jugando. Otros bancos han sido asaltados a punta de pistola por jugadores que se ven obligados a pagar grandes sumas a sus acreedores.

“Cuando los jugadores tratan de librarse del hábito, experimentan el síndrome de abstinencia, igual que los adictos al tabaco o los estupefacientes”, informa The New York Times. No obstante, reconocen que es más fácil abandonar otros hábitos que el juego. “Varios de nosotros dependíamos también del alcohol y las drogas —dijo un jugador—, pero todos concordamos en que la obsesión por jugar es muchísimo peor que cualquier otra adicción.” El doctor Howard Shaffer, del Center for Addiction Studies at Harvard University (Centro de Estudios sobre la Adicción, de la Universidad de Harvard), dijo que por lo menos el 30% de los jugadores que intentan dejar el vicio “se manifiestan irritables o padecen malestar estomacal, trastornos del sueño y aumento de la presión y el pulso”.

Incluso si continúan apostando, “los jugadores [compulsivos] sufren trastornos de salud: dolores de cabeza crónicos, migraña, dificultades para respirar, angina de pecho, arritmia cardíaca y adormecimiento de las extremidades”, sostiene la doctora Valerie Lorenz, directora del National Center for Pathological Gambling (Centro Nacional de Atención al Jugador Patológico) de Baltimore (Maryland, E.U.A.).

También entra en el cuadro el suicidio. ¿Qué puede ser peor que el que una adicción “no mortal” produzca la muerte? Por ejemplo, en un condado de Estados Unidos donde recientemente se abrieron varios centros de apuestas, “la tasa de suicidios se duplicó de forma inexplicable —informó The New York Times Magazine—, aunque los inspectores de sanidad se han mostrado remisos a vincular el aumento con el juego”. En Sudáfrica, tres jugadores se quitaron la vida en una sola semana. Se desconocen el número real de suicidios incitados por el juego —lícito o prohibido— y las deudas adquiridas por tal causa.

El suicidio es una manera trágica de liberarse de las garras del juego. El siguiente artículo examinará cómo algunos han hallado una mejor salida.

[Comentario en la página 6]

Prosperan las casas de empeño, pero también el delito

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