Buenos ejemplos: La sulamita
La joven sulamita sabe que, en cuestiones de amor, debe tener las cosas claras. Por eso les dice a sus compañeras: “Las he puesto bajo juramento [...] de que no traten de despertar ni excitar amor en mí hasta que este se sienta inclinado”. Ella es consciente de que el corazón puede jugarle una mala pasada. Sabe que podría ceder ante la presión de los demás y terminar aceptando a la persona equivocada. También sabe que sus sentimientos podrían nublarle el juicio. Por eso, decide ser tan firme como “un muro” (El Cantar de los Cantares 8:4, 10).
Y tú, ¿ves las relaciones románticas con la misma madurez que la sulamita? ¿Eres capaz de pensar con la cabeza y no con el corazón? (Proverbios 2:10, 11.) Puede que otras personas te presionen para que inicies una relación antes de estar preparado. O puede que seas tú quien esté alimentando ese deseo. Por ejemplo, cuando ves a un chico y una chica paseando agarrados de la mano, ¿sientes unas ganas locas de tener pareja? ¿Llegarías al punto de salir con una persona que no tiene tus mismas creencias religiosas? La sulamita actuó con madurez, y tú también puedes hacerlo.