MARÍA
Forma griega del nombre hebreo Míriam, cuyo significado es incierto. Hay seis mujeres en la Biblia con ese nombre.
1. María la madre de Jesús. Era hija de Helí, aunque la genealogía que da Lucas alista a José, el esposo de María, como “hijo de Helí”. La Cyclopædia de M’Clintock y Strong, vol. III, pág. 774, dice: “Al componer sus cuadros genealógicos, es bien conocido que los judíos se basaban enteramente en los varones, rechazando el nombre de la hija cuando la sangre del abuelo pasaba al nieto por medio de ella, y considerando al esposo de esa hija como hijo del abuelo materno (Núm. xxvi, 33; xxvii, 4-7)”. Sin duda es por esta razón que el historiador Lucas dice que José era “el hijo de Helí”. (Luc. 3:23.)
María era de la tribu de Judá y descendiente de David. Por consiguiente se podía decir de su hijo Jesús que “provino de la descendencia de David según la carne”. (Rom. 1:3.)
Si la tradición está en lo cierto, Ana fue la esposa de Helí y la madre de María. Una hermana de Ana tuvo una hija llamada Elisabet, la cual llegó a ser la madre de Juan el Bautista. Según esa tradición, Elisabet sería prima de María. Las Escrituras dicen que María estaba emparentada con Elisabet, que era “de las hijas de Aarón”, de la tribu de Leví. (Luc. 1:5, 36.) Algunos piensan que Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Juan y Santiago, dos de los apóstoles de Jesús, era hermana de María. (Mat. 27:55, 56; Mar. 15:40; 16:1; Juan 19:25.)
VISITADA POR UN ÁNGEL
A finales del año 3 a. E.C. el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María, una muchacha virgen del pueblo de Nazaret. “Buenos días, altamente favorecida, Jehová está contigo”, fue el sorprendente saludo del ángel. Cuando se le dijo que concebiría y daría a luz un hijo llamado Jesús, María, que para aquel tiempo tan solo estaba comprometida con José, preguntó: “¿Cómo será esto, puesto que no estoy teniendo coito con varón alguno?”. A lo cual el ángel respondió: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. Emocionada con la perspectiva, y sin embargo con una modestia y humildad apropiada, ella contestó: “¡Mira! ¡La esclava de Jehová! Efectúese conmigo según tu declaración”. (Luc. 1:26-38.)
A fin de fortalecer aún más su fe para esta experiencia tan importante, a María se le dijo que su parienta Elisabet, ya anciana, estaba encinta de seis meses y que por el poder milagroso de Jehová había dejado de ser estéril. María fue a visitarla, y cuando entró en su casa, la criatura que estaba en la matriz de Elisabet saltó de gozo. Ante esto, Elisabet felicitó a María diciendo: “¡Bendita eres tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu matriz!”. (Luc. 1:36, 37, 39-45.) A continuación, María prorrumpió en palabras inspiradas que ensalzaban a Jehová por su bondad. (Luc. 1:46-55.)
Tras pasar unos tres meses con Elisabet en la serranía de Judá, María volvió a Nazaret. (Luc. 1:56.) Cuando José supo (probablemente por boca de la propia María) que ella estaba encinta, pensó en divorciarse de ella secretamente, más bien que exponerla a la vergüenza pública. (Las personas comprometidas se consideraban como casadas, y se requería un divorcio para disolver el compromiso.) Pero el ángel de Jehová se le apareció y le reveló a José que se estaba cumpliendo la profecía de Isaías: “La virgen quedará encinta y dará a luz un hijo”. Por consiguiente, José obedeció la instrucción divina y tomó a María por esposa, “pero no tuvo coito con ella hasta que ella dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús”. (Mat. 1:18-25.)
DA A LUZ A JESÚS EN BELÉN
Durante el transcurso de estos acontecimientos, se emitió providencialmente en el momento oportuno el decreto de César Augusto, que exigía a todos que se registraran en su pueblo natal, para que se cumpliera la profecía concerniente al lugar de nacimiento de Jesús. (Miq. 5:2.) Por lo tanto, José tomó a María, que se encontraba “en estado avanzado de gravidez”, y la llevó en un agotador viaje desde su casa de Nazaret, al norte, hasta Belén, al sur. Debido a las circunstancias concurrentes, el nacimiento del niño se produjo en las condiciones más humildes: el recién nacido fue acostado en un pesebre, ya que no había sitio para ellos en el lugar de alojamiento. Esto ocurrió probablemente alrededor del 1 de octubre del año 2 a. E.C. (Luc. 2:1-7; véase JESUCRISTO.)
Al oír al ángel decir: “Les ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David”, los pastores se apresuraron a ir a Belén y allí hallaron la señal: el bebé de María “envuelto en bandas de tela y acostado en un pesebre”. Ellos informaron a la feliz familia lo que el gran coro de ángeles había cantado: “Gloria en las alturas a Dios, y sobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. De modo que María “iba conservando todos estos dichos, sacando conclusiones en su corazón”. (Luc. 2:8-20.)
Al octavo día, María hizo circuncidar a su hijo en obediencia a la ley de Jehová. A los cuarenta días ella y su esposo llevaron al niño al templo de Jerusalén para presentar la ofrenda prescrita. La Ley requería el sacrificio de un carnero joven y un palomo o una tórtola. Si la familia no poseía lo suficiente para la oveja, se tenían que ofrecer dos tórtolas o dos palomos. El que María ofreciese “un par de tórtolas o dos pichones” muestra que José era un hombre de escasos recursos. (Luc. 2:21-24; Lev. 12:1-4, 6, 8.) El anciano Simeón, hombre justo, al ver al niño alabó a Jehová por haberle permitido contemplar al ‘Salvador’ antes de morir. Volviéndose a María, dijo: “Sí, a ti misma una espada larga te atravesará el alma”, no queriendo decir que ella sería traspasada con una espada literal, sino, más bien, indicando el dolor y el sufrimiento que experimentaría con relación a la predicha muerte de su hijo en un madero de tormento. (Luc. 2:25-35.)
VUELVE A NAZARET
Cierto tiempo después un ángel le advirtió a José de un compló tramado por Herodes el Grande para matar al niñito y le ordenó que huyese con Jesús a Egipto. (Mat. 2:1-18.) Después de la muerte de Herodes, la familia volvió y se estableció en Nazaret. Allí María tuvo más hijos, de los que por lo menos cuatro eran varones. (Mat. 2:19-23; 13:55, 56; Mar. 6:3.)
Aunque la Ley no requería que las mujeres asistieran, María solía acompañar a José año tras año en el largo y difícil viaje de unos 80 Km. hasta Jerusalén para la celebración anual de la Pascua. (Éxo. 23:17; 34:23.) En uno de esos viajes, alrededor del año 12 E.C., la familia regresaba a casa cuando, después de haber viajado la distancia correspondiente a un día desde Jerusalén, descubrieron que faltaba Jesús. Sus padres volvieron inmediatamente a Jerusalén para buscarlo. Después de tres días lo hallaron en el templo, escuchando e interrogando a los maestros. María exclamó: “Hijo, ¿por qué nos trataste de este modo? Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando con la mente angustiada”. Jesús respondió: “¿Por qué tuvieron que andar buscándome? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Ciertamente el lugar lógico donde hallar al Hijo de Dios era el templo, donde él podría recibir instrucción bíblica. María “guardaba cuidadosamente todos estos dichos en su corazón”. (Luc. 2:41-51.)
A los doce años Jesús demostró un conocimiento sobresaliente para su edad: “Todos los que le escuchaban quedaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas”. (Luc. 2:47.) El conocimiento y el entendimiento que tenía Jesús de las Escrituras reflejaba que había recibido una excelente educación de sus padres. Tanto María como José debieron ser muy diligentes en enseñar y educar al niño, criándolo en la disciplina y la regulación mental de Jehová, y cultivando en él la costumbre de asistir a la sinagoga cada sábado. (Luc. 4:16; Efe. 6:4.)
RESPETADA Y AMADA POR JESÚS
Después de su bautismo, Jesús no manifestó favoritismo alguno por María; no se dirigió a ella como “madre”, sino simplemente como “mujer”. (Juan 2:4; 19:26.) El uso de esta expresión no comunicaba, en ningún sentido, falta de respeto. Normalmente, el uso moderno del término “mujer” tampoco transmite un sentimiento negativo. María era la madre de Jesús según la carne, pero desde que fue engendrado por espíritu en el momento de su bautismo, fue principalmente el hijo espiritual de Dios y su “madre” era “la Jerusalén de arriba”. (Gál. 4:26.) Jesús dio énfasis a este hecho cuando María y sus otros hijos le interrumpieron en una ocasión, mientras estaba enseñando, pidiéndole que saliese afuera, a donde ellos estaban. Jesús mostró que en realidad su madre y sus parientes cercanos eran los miembros de su familia espiritual y que los asuntos espirituales tenían prioridad sobre los intereses carnales. (Mat. 12:46-50; Mar. 3:31-35; Luc. 8:19-21.)
Cuando faltó el vino en una boda en Caná de Galilea y María le dijo a Jesús: “No tienen vino”, él respondió: “¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. (Juan 2:1-4.) Aquí Jesús usó una antigua manera de preguntar que aparece ocho veces en las Escrituras Hebreas (Jos. 22:24; Jue. 11:12; 2 Sam. 16:10; 19:22; 1 Rey. 17:18; 2 Rey. 3:13; 2 Cró. 35:21; Ose. 14:8) y seis veces en las Escrituras Griegas. (Mat. 8:29; Mar. 1:24; 5:7; Luc. 4:34; 8:28; Juan 2:4.) Traducida literalmente, la pregunta diría: “¿Qué a mí y a ti?”, queriendo decir: “¿Qué hay de común entre tú y yo?”, “¿qué tenemos en común tú y yo?” o “¿qué tengo que ver contigo?”. En cada uno de los casos, la pregunta indica objeción a lo que se ha sugerido, se ha propuesto o se ha sospechado. Así, Jesús expresó amorosamente de esta forma su bondadosa reprensión, indicando a su madre que él no recibía instrucciones de ella, sino de la Autoridad Suprema que le había enviado. (1 Cor. 11:3.) María, debido a su naturaleza sensible y humilde, rápidamente lo entendió, y aceptó la corrección. Quedándose atrás y permitiendo que Jesús llevase la delantera, les dijo a los servidores: “Todo cuanto les diga, háganlo”. (Juan 2:5.)
María estaba de pie junto al madero de tormento cuando fijaron a Jesús. Para ella, Jesús era más que un hijo amado, era el Mesías Ungido, su Señor y Salvador, el Hijo de Dios. Al parecer, para aquel entonces María ya era viuda. Por consiguiente, Jesús, como primogénito de la casa de José, cumplió con su responsabilidad al pedir al apóstol Juan—quien probablemente era su primo—que llevase a María a su casa y cuidase de ella como si fuera su propia madre. (Juan 19:26, 27.)
UNA DISCÍPULA FIEL
La última referencia bíblica a María muestra que ella era una mujer de fe y devoción, y que todavía estaba asociada estrechamente con otros fieles después de la ascensión de Jesús. Los once apóstoles, María y otros discípulos estaban reunidos en un “aposento de arriba”, y “todos estos persistían de común acuerdo en oración”. (Hech. 1:13, 14.)
2. María la hermana de Marta y Lázaro. Jesús solía visitar el hogar de esta familia, por la cual sentía un cariño especial. Su casa estaba situada en Betania, a unos 3 Km. de Jerusalén y a 1,5 Km. al E. del monte de los Olivos. (Juan 11:18.) Durante una visita de Jesús en el tercer año de su ministerio, Marta, en su afán por ser una buena anfitriona, estaba excesivamente preocupada por el bienestar físico de Jesús. María, sin embargo, mostró otro tipo de hospitalidad: “Se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra”. Cuando Marta se quejó porque su hermana no le ayudaba, Jesús encomió a María, diciendo: “Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”. (Luc. 10:38-42.)
VE A LÁZARO RESUCITADO
Unos meses después de la visita mencionada anteriormente, Lázaro cayó enfermo de muerte. De manera que enviaron recado a Jesús, que probablemente estaba al este del Jordán, en Perea, a fin de que viniese rápidamente. Sin embargo, Jesús se demoró y, para cuando llegó, Lázaro ya llevaba muerto cuatro días. Al oír que Jesús venía, Marta fue rápidamente a su encuentro para saludarle, mientras que María “se quedó sentada en casa”. A su regreso, Marta fue a su desconsolada hermana, y le dijo: “El Maestro está presente, y te llama”, María entonces se apresuró a ir a su encuentro. Sollozando a sus pies le dijo: “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pronunció exactamente las mismas palabras que su hermana había dicho cuando, poco antes, había ido al encuentro de Jesús. Al ver las lágrimas de María y de los judíos que estaban con ella, el Maestro gimió y lloró. Después que Jesús realizó el asombroso milagro de levantar a Lázaro de entre los muertos, “muchos de los judíos que habían venido a María [para consolarla] […] pusieron fe en él”. (Juan 11:1-45.)
UNGE A JESÚS CON ACEITE
Cinco días antes de que Jesús celebrase la última Pascua, él y sus discípulos fueron invitados de nuevo a Betania, esta vez a la casa de Simón el leproso, donde también se encontraban María y su familia. Marta estaba sirviendo la cena; María de nuevo prestó atención al Hijo de Dios. Mientras Jesús estaba reclinado, María “tomó una libra de aceite perfumado, nardo genuino, muy costoso” (aproximadamente el salario de un año) y lo derramó sobre su cabeza y sus pies. Aunque en aquel tiempo no se apreció, este acto que se hizo por amor y consideración a Jesús, en realidad significaba la preparación para su inminente muerte y sepultura. Como había ocurrido con anterioridad, la expresión de amor de María fue criticada y, al igual que antes, Jesús aprobó y apreció notablemente su amor y devoción. “Dondequiera que se prediquen estas buenas nuevas en todo el mundo—dijo él—, lo que esta mujer ha hecho también se contará para recuerdo de ella.” (Mat. 26:6-13; Mar. 14:3-9; Juan 12:1-8.)
Este incidente—la unción de Jesús por parte de María, tal como informan Mateo, Marcos y Juan—no debe confundirse con la unción mencionada en Lucas 7:36-50. En los dos acontecimientos se dan ciertas similitudes, aunque se aprecian algunas diferencias: el primer suceso tuvo lugar en el distrito norteño de Galilea, en la casa de un fariseo, posiblemente en Naín, según opinan algunos (Luc. 7:11); en tanto que el segundo aconteció en el sur, en Betania de Judea, en la casa de Simón el leproso. La primera unción la realizó una mujer cuyo nombre no se menciona pero que era conocida públicamente como una “pecadora”, probablemente una prostituta; mientras que la última la llevó a cabo María, la hermana de Marta. Además, hubo una diferencia de más de un año entre los dos acontecimientos.
Algunos críticos afirman que Juan contradice a Mateo y a Marcos al decir que el perfume se derramó sobre los pies de Jesús más bien que sobre su cabeza. A este respecto, Albert Barnes dice: “No obstante, no hay ninguna contradicción. Probablemente ella lo derramó tanto sobre su cabeza como sobre sus pies. Como Mateo y Marcos habían registrado lo primero, Juan, que en parte escribió su evangelio para hacer mención de acontecimientos que ellos omitieron, relata que la unción también se derramó sobre los pies del Salvador. El derramar ungüento sobre la cabeza era común. El derramarlo sobre los pies era un acto de notable humildad y afecto por el Salvador, y por lo tanto merecía ser especialmente registrado”. (Barnes’ Notes on the New Testament, ed. 1963, pág. 124.)
3. María Magdalena. Su nombre distintivo probablemente se origine de la ciudad de Magdala, situada en la orilla occidental del mar de Galilea, aproximadamente a mitad de camino entre Capernaum y Tiberíades. No hay registro de que Jesús visitase este pueblo, aunque pasó mucho tiempo en los alrededores. Tampoco se sabe con certeza si era el pueblo natal de María o su lugar de residencia. Ya que Lucas se refiere a ella como “María la llamada Magdalena”, hay quien piensa que el evangelista alude a algo especial o peculiar. (Luc. 8:2.)
Jesús expulsó siete demonios de María Magdalena, razón suficiente para que ella pusiese fe en él como el Mesías y para respaldar tal fe con excepcionales obras de devoción y servicio. Se la menciona por primera vez en el transcurso del segundo año del ministerio de Jesús, cuando él y sus apóstoles estaban “viajando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, predicando y declarando las buenas nuevas del reino de Dios”. Junto con Juana—la esposa del intendente de Herodes—, Susana y otras mujeres, María Magdalena continuó atendiendo con sus propios bienes las necesidades de Jesús y sus apóstoles. (Luc. 8:1-3.)
La referencia más destacada a María Magdalena es con relación a la muerte y resurrección de Jesús. Cuando este, como el Cordero de Dios, fue llevado al degüello, ella estaba entre las mujeres “que habían acompañado a Jesús desde Galilea para ministrarle” y permanecieron allí, “mirando desde lejos” su cuerpo fijado en el madero de tormento. Junto con ella estaban María la madre de Jesús y Salomé, así como también la “otra María” (NÚM. 4). (Mat. 27:55, 56, 61; Mar. 15:40; Juan 19:25.)
Después del entierro de Jesús, María Magdalena y otras mujeres fueron a preparar especias y aceite perfumado antes del anochecer, cuando comenzaba el sábado. Luego, después del sábado, al despuntar el alba, en el primer día de la semana, María y las otras mujeres llevaron el aceite perfumado a la tumba. (Mat. 28:1; Mar. 15:47; 16:1, 2; Luc. 23:55, 56; 24:1.) Cuando María vio que la tumba estaba abierta y aparentemente vacía, se apresuró a contar las asombrosas noticias a Pedro y Juan, quienes corrieron hacia aquel lugar. (Juan 20:1-4.) Para cuando María llegó de nuevo a la tumba, Pedro y Juan ya habían partido. Ella entonces inspeccionó el interior de la tumba y quedó atónita al ver a dos ángeles vestidos de blanco. Después, al volverse hacia atrás, vio a Jesús de pie y, pensando que era el hortelano, le preguntó dónde estaba el cuerpo para poder atenderlo. Cuando él respondió: “¡María!”, al instante quedó revelada su identidad y ella le abrazó impulsivamente, exclamando: “¡Rabboni!”. Pero no era momento para expresiones de afecto. Jesús sólo iba a estar con ellos un corto período de tiempo. María debía apresurarse a informar a los otros discípulos de su resurrección y de que Jesús ascendía, como él dijo, “a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”. (Juan 20:11-18.)
4. La “otra María”. La esposa de Clopas (Alfeo) y madre de Santiago el Menos y de Josés. (Mat. 27:56, 61; Juan 19:25.) Aunque sin ningún apoyo bíblico, la tradición dice que Clopas y José, el padre adoptivo de Jesús, eran hermanos. De ser esto cierto, María sería la tía de Jesús; y los hijos de ella, sus primos.
María no solo estuvo entre las mujeres “que habían acompañado a Jesús desde Galilea para ministrarle”, sino que también fue testigo de su ejecución en el madero de tormento. (Mat. 27:55; Mar. 15:40, 41.) Junto con María Magdalena, ella permaneció fuera de su tumba aquella tarde tan amarga del 14 de Nisán. (Mat. 27:61.) Al tercer día, tanto ellas dos como otras mujeres vinieron a la tumba con especias y aceite perfumado, con el propósito de frotar el cuerpo de Jesús y, para su consternación, hallaron la tumba abierta. Un ángel explicó que Cristo había sido levantado de entre los muertos, y añadió: “Vayan, [díganselo] a sus discípulos”. (Mat. 28:1-7; Mar. 16:1-7; Luc. 24:1-10.) Mientras estaban en camino, el resucitado Jesús se apareció a esta María y a las otras mujeres. (Mat. 28:8, 9.)
5. María la madre de Juan Marcos. También era la tía de Bernabé. (Hech. 12:12; Col. 4:10.) La congregación cristiana primitiva de Jerusalén usaba su hogar como lugar de reunión. Su hijo Marcos tenía una estrecha relación con el apóstol Pedro, quien probablemente tuvo mucho que ver con el crecimiento espiritual de Marcos, pues Pedro habla de él como “Marcos mi hijo”. (1 Ped. 5:13.) Cuando el apóstol fue liberado del encarcelamiento al que le sometió Herodes, fue directamente a la casa de ella “donde muchos estaban reunidos y orando”. Esta vivienda debió ser de un tamaño considerable; la presencia de sirvientes parece indicar que María era una mujer adinerada. (Hech. 12:12-17.) El que se aluda a que la casa era de ella y no de su esposo, da a entender que probablemente era viuda. (Hech. 12:12.)
6. María de Roma. Pablo le envió saludos en su carta a los Romanos, y fue encomiada por sus “muchas labores” a favor de la congregación de Roma. (Rom. 16:6.)