SIMEÍ
(“Jehová Ha Oído”).
Benjaminita de la aldea de Bahurim; era hijo de Guerá, de una familia de la casa del rey Saúl. Simeí abrigó un espíritu rencoroso para con David durante muchos años después de la muerte de Saúl y de que la gobernación real hubiese sido removida de su casa. Simeí halló una oportunidad para desahogar su furia, restringida por mucho tiempo, cuando David y su partido huyó de Jerusalén debido a la rebelión de Absalón. Un poco al este del monte de los Olivos, Simeí iba andando y arrojando piedras y polvo hacia ellos y maldiciendo a David. Abisai pidió el permiso de David para matar a Simeí, pero David rehusó, esperando que quizás Jehová convertiría la maldición de Simeí en una bendición. (2 Sam. 16:5-13.)
Al regreso de David, habiendo cambiado la situación, Simeí y otros mil benjaminitas fueron los primeros en ir a su encuentro. Simeí se inclinó ante él y expresó su arrepentimiento por sus pecados. Abisai quería de nuevo matarle, pero David tampoco lo permitió, jurando esta vez que no daría muerte a Simeí. (2 Sam. 19:15-23.) Sin embargo, antes de su muerte, David le dijo a Salomón que “[hiciera] bajar sus canas con sangre al Seol”. (1 Rey. 2:8, 9.)
Al principio de su reinado, Salomón llamó a Simeí y le ordenó que se trasladase a Jerusalén y permaneciese en la ciudad bajo la pena de que, si alguna vez dejaba la ciudad, se le daría muerte. Simeí concordó con estas condiciones, pero tres años después dejó la ciudad para recuperar dos de sus esclavos que habían huido a Gat. Al saber de ello, Salomón pidió cuentas a Simeí por quebrantar su juramento a Jehová y ordenó a Benaya que le ejecutase. (1 Rey. 2:36-46.)