ODRE
Recipiente de piel que se usaba para contener agua, aceite, leche, vino, mantequilla y queso. Los odres de tiempos antiguos variaban notablemente tanto en tamaño como en forma; también se utilizaban otros recipientes que tenían el cuello angosto y estaban provistos de tapones. En Egipto se usaban vasijas ornamentadas hechas de alabastro, hueso, bronce, vidrio, oro, marfil, porcelana, plata o piedra. En Asiria se utilizaban botellas de vidrio y en otros lugares del mundo bíblico eran comunes recipientes similares de barro. No obstante, el recipiente más generalizado en la antigüedad era el odre.
El odre (gr. á·skos) solía hacerse de la siguiente manera: se mataba un animal al que se cortaban la cabeza y las patas para, luego, vaciar el pellejo cuidadosamente de modo que no fuese preciso abrirlo en canal. Se curtía la piel y se cosían todas las aberturas excepto una. Esta abertura, que podía ser el cuello o una de las patas, se dejaba sin coser pudiendo cerrarse con un tapón o cordel. Para este fin, se usaban pieles de oveja, cabra y, a veces, de buey. En algunas ocasiones, se conservaba el pelo del animal en los odres destinados a contener leche, mantequilla, queso y agua. Sin embargo, se requería un proceso más completo de curtido en los odres utilizados para aceite y vino. Incluso en tiempos más recientes, se han hecho en el Oriente Medio muchos odres de manera muy similar a la ya mencionada. Si los odres para agua no están bien curtidos, el agua adquiere un sabor desagradable.
Los gabaonitas le dijeron a Josué: “Estos son los odres de vino que llenamos nuevos, y, ¡miren!, se han reventado” (Jos. 9:13), lo cual podía suceder con el tiempo debido a la presión creada por la fermentación activa del vino. Elihú dijo lo siguiente: “¡Miren! Mi vientre es como vino que no tiene respiradero; como odres nuevos, quiere reventar”. (Job 32:19.) Por regla general, los odres nuevos de vino podían resistir la presión interna del anhídrido carbónico generado por la fermentación del vino, a diferencia de los odres viejos que con el tiempo se endurecían, perdían su elasticidad y fácilmente podían reventar. Jesucristo dijo apropiadamente: “Tampoco ponen vino nuevo en odres viejos; pero si acaso lo ponen, entonces los odres se revientan y el vino se derrama y los odres se echan a perder. Más bien, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y ambas cosas se conservan”. (Mat. 9:17; Mar. 2:22; Luc. 5:37, 38.) Esta ilustración era parte de la respuesta de Jesús en cuanto a por qué sus discípulos no se sometían a todas las costumbres y prácticas antiguas de los fariseos. Es evidente que Jesús quiso decir que la verdad del cristianismo era demasiado poderosa y enérgica para ser retenida por el viejo sistema del judaísmo que ya no tenía vitalidad ni elasticidad y que estaba pasando rápidamente. (Mat. 9:14-16.)
David, como fugitivo asediado por sus enemigos, se refirió al odre de manera figurada al rogar a Dios, en quien había puesto su confianza, que no olvidase sus lágrimas: “Pon mis lágrimas sí en tu odre”. (Sal. 56:8.) Se dice que los odres llenos de vino a veces se colgaban en un lugar donde pudieran ahumarse, con el fin de protegerlos de los insectos o para que el vino adquiriese rápidamente ciertas propiedades deseadas. Puede que los odres que ya no se usaban se colgaran en habitaciones que no tuviesen tiro para la chimenea, donde se oscurecerían por el humo del fuego que allí se hacía. Estos odres de vino pronto perderían su elasticidad y se acartonarían. Tal vez con esto presente, el salmista, acosado por las dificultades, dijo: “Porque me he hecho como un odre en el humo”. (Sal. 119:83.)
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