Conocimiento mundano contra el de Dios
Por fin llegué a la ciudad de Nueva York, y luego por autobús y taxi hasta Paterson, Nueva Jersey, y a la casa de mi sobrina y su esposo. Tenía muchos deseos de darles un buen testimonio concerniente al reino de Jehová; y después de comer, al hallarnos todos cómodamente sentados en su hermosa sala, el esposo me dió la oportunidad. De modo que les hablé de los tres mundos, la prueba bíblica concerniente a los tiempos en que vivimos, que este evangelio del Reino tiene que ser predicado, del reino por el cual todos los cristianos han estado orando, etc.
Al día siguiente visitamos la nueva fábrica de la Sociedad Wátchtower y vimos su nueva casa Betel. Los cuatro nos quedamos completamente atónitos con el funcionamiento de esta fábrica. El esposo, que es ingeniero, apreció plenamente la maravillosa organización que la Sociedad tiene ahí. Después de terminar el recorrido por la fábrica y regresar a la oficina él obtuvo una cantidad de ayudas bíblicas, incluyendo suscripciones para las revistas Atalaya y ¡Despertad! Luego visitamos la nueva casa Betel, que aloja a los trabajadores de la Wátchtower. El equipo moderno de la cocina, la lavandería, y los bellos murales nos impresionaron muchísimo. Nunca estuve tan feliz en toda mi vida como al ver todas estas cosas, y al observar la impresión que hicieron sobre los demás del grupo. Sé que Dios los bendijo con el privilegio de recibir la verdad.
Este hombre es uno de los famosos doctores que dieron el Núcleo 238, la bomba atómica, al gobierno de los Estados Unidos. Por noches no puede dormir pensando en cuánta miseria su invento y descubrimiento ha causado. Ha terminado con todo ello. Ha recibido muchos honores del Congreso, pero él sabe ahora que ha estado sirviendo al Diablo. De aquí en adelante va a estudiar la Biblia.
Le pregunté, “¿Puedes entender por qué estos hermanos y hermanas, todos ministros del evangelio del Reino, permanecen en las esquinas de las calles, por todas partes del mundo, con las revistas Atalaya y ¡Despertad!?” “Tío Juan,” dijo él, poniendo las manos sobre mis hombros y mirándome a los ojos, “quiera Dios que yo mismo algún día en el cercano futuro sea bastante bueno para obtener este privilegio de ser su siervo en público. Tengo mucho que vencer, pero sé con seguridad que estas personas son benditas y veraces.”—J. J., Colorado.