Caridad en la cristiandad
ERA la nochebuena, y todas las calles frecuentadas se hallaban atestadas de “Santa Clauses”, tambores de colecta y pregoneros de caridad. Con semanas de anticipación los hospitales, las casas de expósitos y las organizaciones religiosas y filantrópicas habían hecho oír sus suplicantes voces. Los periódicos, el radio y la televisión emitieron vigorosos recordativos del tiempo del año que era. Como si fuera un sombrero nuevo en la primavera, sacaron la caridad y la exhibieron desde todo ángulo posible. Los ciudadanos prominentes y los políticos tomaron la delantera demostrando la moda del día. Los jefes religiosos se mantuvieron a corta distancia y aplaudieron. Se entendía que el hombre común seguiría y haría su parte.
Entonces amaneció el día después de la Navidad. De nuevo estaban atestadas las tiendas—pero esta vez de personas cambiando sus regalos. Pero en lo que se refiere a “Santa Claus”, tambores de colecta y sus pregoneros, las calles estaban desiertas. Las súplicas de prensa y radio disminuyeron. La caridad volvía a estar fuera de moda. Las personas de importancia y los políticos ya no recibirían publicidad si hicieran más donaciones. Los clérigos buscaban otras maneras de atraer la gente a sus iglesias. Los bolsillos de los pobres quedaron vacíos. De modo que la caridad se retiró en espera del son de trompetas que anunciaría su próxima apariencia.
¿Puede alguien sinceramente negar la veracidad de esta descripción gráfica del “espíritu de la Navidad” que la cristiandad manifiesta? Respecto a los clérigos de su día que hacían gran alarde de ser caritativos pero tramaban para poseerse de la sustancia de las viudas, Jesús dijo: “Cuídense de los escribas que desean andar en derredor en túnicas y desean saludos en las plazas de mercado y asientos del frente en las sinagogas y muy prominentes lugares en las cenas. Ellos son quienes devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán juicio más grave.”—Mar. 12:38-40, NW.
Entonces, al observar las contribuciones que los ricos y los prominentes hacían para el templo y ver entre ellos a una pobre viuda y fijarse en su ofrenda, Jesús dijo: “En verdad les digo que esta pobre viuda echó más que todos los que echaron dinero en los cofres de la tesorería; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, su completa subsistencia.”—Mar. 12:43, 44, NW.
No deje de notar que Jesús no condenó el acto de dar sino el de dar con la mira de ser observados. ¡Es tan patente que los acomodados y los políticos escogen las ocasiones de caridad que más se destacan para popularizar sus dádivas!
Un tren descarrila o quizás la explosión que ocurrió en una fábrica ocupa toda la primera plana. En tales ocasiones, o cuando una inundación, incendio, terremoto o ventarrón deja a muchos sin hogar y a otros muertos o lesionados, tan seguro como que la prensa estará allí para dar informe de ello, también se presentarán otras figuras familiares. Estarán allí los representantes de fondos de beneficencia, la Cruz Roja con su banco de sangre, los sacerdotes de rostro piadoso bien equipados para administrar los últimos sacramentos; y los políticos volverán súbitamente de sus vacaciones en Florida para estar allí—todos ansiosos de prestar su ayuda caritativa.
Pero que no sea tan grande el desastre y no haya tanta posibilidad de recibir publicidad por lo que hagan; entonces las extensamente alabadas organizaciones filantrópicas no vienen de carrera a la escena. El móvil que tienen de recibir atención y crédito se destaca en todas sus “buenas obras”. Los que contribuyen a los fondos de beneficencia reciben una pluma roja; a la Cruz Roja, un botón; a los veteranos incapacitados por la guerra, una amapola. Se considera que un cardenal religioso es la persona más apropiada para iniciar una campaña caritativa. Toman su fotografía en el acto de hacer su contribución, entonces su benévola generosidad se da a conocer de costa en costa por medio de los diarios. A veces parece que tales personas se esfuerzan para ver cuán poquito pueden dar y todavía recibir el máximo de crédito, alabanza y atención. Por fin, después que haya cesado toda la bulla, codiciosos estafadores de la caridad entran en la escena para arrebatar la parte del león, dejando sólo migajas a los supuestos objetos de la “caridad”.
Con la mira puesta en el propósito de la verdadera caridad, Jesús dijo: “Cuídense mucho de no practicar su justicia delante de los hombres a fin de ser observados; de otro modo no tendrán recompensa con su Padre que está en los cielos. Por eso cuando empieces a hacer regalos de misericordia, no toques una trompeta delante de ti, así como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los glorifiquen. Verdaderamente les digo, Ellos están teniendo su recompensa plena. Mas tú, cuando hagas regalos de misericordia, no dejes que tu mano izquierda sepa lo que tu mano derecha está haciendo, para que tus regalos de misericordia sean en secreto; entonces tu Padre que está mirando en secreto te pagará de vuelta.”—Mat. 6:1-4, NW.
En el tiempo de Jesús acostumbraban tocar la trompeta para anunciar a judíos prominentes cuando hacían sus donaciones públicas en el templo de Jerusalén. Jesús condenó esto. Hoy día los que dan a caridades no están satisfechos con un toquecillo de trompeta. No sólo su otra mano sino todo el mundo tiene que saber lo que están haciendo. Plumas, botones, flores y divisas identifican a los que han dado a esto o a lo otro. ¿De qué les sirve tal ostentación pública de justicia? Para ser glorificados por los hombres, y ésa, dijo Jesús, es la única recompensa que recibirán.
No hay nada que mejor muestre cuán vacía es dicha exhibición vana que el ejemplo moderno de la “caridad” practicada por las naciones. Los Estados Unidos dejaron a la India sufrir por meses una hambre sin igual, sordos a su clamor por pan, mientras lucían su generosidad ante naciones de más importancia política.
Jesús defendió el que uno usara su sustancia para predicar las buenas nuevas del reino de Dios. (Mat. 19:21, NW) Él específicamente prohibió el que anunciaran sus actos de misericordia de curar a los enfermos cuando lo único que resultaría de ello sería crédito para sí mismo. (Luc. 5:12-14; 8:49-56) En una ocasión los apóstoles Pedro y Juan hicieron que un cojo andara más bien que cumplir con su solicitud de dinero, el cual no tenían para ese propósito, como explicaron.—Hech. 3:1-8.
Hoy día los cristianos llevan a cabo la obra más filantrópica de toda la historia. Su predicación de ‘estas buenas nuevas del Reino’ trae curación espiritual a nuevos alabadores de Dios.—Mat. 24:14, NW.