Preguntas de los lectores
● El artículo principal en La Atalaya del 1 de febrero de 1955 contó acerca de un testigo de Jehová que no hablaba a otro testigo en la misma congregación, continuando esto por años debido a algún resentimiento personal, y se dió a entender claramente que esto mostraba falta de verdadero amor al prójimo. Sin embargo, ¿no podría ser esto un caso de la aplicación correcta del consejo dado en Mateo 18:15-17?—A. M., Canadá.
¡No! Difícilmente podemos considerar que este texto aconseje tal proceso consumidor de tiempo y que posiblemente termine en que dos miembros de la congregación no se hablen y se eviten simplemente debido a algún desacuerdo menor personal o desavenencia. Sería contrario al requisito de amor.
Mateo 18:15-17 (NM) dice: “Además, si su hermano comete un pecado, vaya y descubra su falta entre usted y él a solas. Si él le escucha, usted ha ganado a su hermano. Pero si no le escucha, lleve consigo a uno o dos más, para que por boca de dos o tres testigos todo asunto pueda establecerse. Si él no les escucha, hable a la congregación. Si él no escucha ni siquiera a la congregación, que él sea para usted como un hombre de las naciones y como un recaudador de impuestos.”
¿Cómo podemos pensar que este texto quiere decir que deberíamos guardar rencor y no hablarnos durante días o semanas o años, cuando se nos dice específicamente: “No se ponga el sol mientras estén ustedes en un estado irritado,” sino más bien estén “libremente perdonándose unos a otros”? El amor “no lleva cuenta del daño.” “Tengan amor intenso los unos para los otros, porque el amor cubre una multitud de pecados.” Y Jesús dijo: “Felices son los misericordiosos, porque a ellos se les mostrará misericordia. Sin embargo, yo les digo a ustedes que todo el que continúa airado con su hermano será responsable al tribunal de justicia.” La Palabra de Jehová difícilmente daría un consejo que permitiera la continuación de muchos desaires y contiendas personales en la congregación para manchar su unidad y llenarla de desacuerdo interno.—Efe. 4:26, 32; 1 Cor. 13:5; 1 Ped. 4:8; Mat. 5:7, 22-24, NM.
Jehová conservará la unidad y el espíritu amoroso dentro de su congregación, y él hará que sean echados cualesquiera que de continuo traten de romper la unidad y causar divisiones dentro de ella. Hay ocasiones en que los miembros de una congregación deben dejar de hablar y asociarse con otros, pero tienen que ser muy graves las causas, mucho más graves que meras diferencias personales que no son de ninguna consecuencia en lo concerniente a la congregación. Los hermanos habían de separarse de los que fueran desordenados y estuvieran causando pleitos y rebelándose en contra de la verdad. La congregación había de echar a los inmundos de en medio de ella: “Dejen de mezclarse en la compañía de cualquiera que se llame hermano y que sea fornicador o persona codiciosa o idólatra o injuriador o borracho o defraudador.” (1 Cor. 5:11; Hech. 19:9; 2 Tes. 3:6, NM) Por tales graves ofensas los hermanos expulsarían a los culpables y los tratarían como a “un hombre de las naciones,” pero no por triviales ofensas personales. Tales cosas menores habían de perdonarse, cubrirse por el amor, despedirse misericordiosamente, no llevándose cuenta de ellas o irritándose a causa de ellas más allá de la puesta del sol.
De modo que tenemos que mirar el pecado mencionado en Mateo 18:15-17 como uno grave que debe ser terminado, y, si eso no fuera posible, entonces el que así peca ha de ser expulsado de la congregación. Si los hermanos maduros de la congregación no pueden hacer que el pecador vea su error tan grave y deje su mal proceder, entonces el asunto es de tanta importancia que debe presentarse delante del comité de la congregación para que haya acción por la congregación. Si el comité no puede incitar al pecador a que se arrepienta y se reforme, esa persona tiene que ser expulsada de la congregación para preservar la limpieza y unidad de la congregación cristiana. Si el perverso es tan inicuo que tiene que ser evitado por un hermano, entonces merece que toda la congregación lo trate así. Si el asunto no es tan serio como eso, entonces el asunto debe arreglarse y todos deben unirse en amor y en servicio, sin que persista alguna contienda personal tonta dentro de la congregación. Si el texto tratara solamente de un asunto personal que no envolviera alguna transgresión seria y que resultara en que uno no hablase a otro pero que ambos quedasen en la congregación, entonces seguramente Jesús no hubiera dicho que uno debiera considerar al otro como a un extraño completo, como a “un hombre de las naciones y como un recaudador de impuestos.” Ellos todavía tendrían que reconocerse, no como extraños, sino como hermanos de la congregación, aun si no se hablaran. La clasificación final del ofensor no arrepentido es demasiado severa para significar algo menos que la posición de expulsado, y puesto que no hay arreglos para que un individuo expulse a otro individuo de la congregación en lo que pudiera llamarse una expulsión particular, de necesidad la expulsión es asunto de la congregación.
Ciertamente Jesús no estaba colocando aquí la base para una congregación dividida por querellas personales internas y llena de un medio ambiente forzado y tenso. Así que este texto no puede usarse en apoyo de que individuos dentro de la congregación cristiana rehusen hablarse unos a otros, y la manera en que se declaró sobre este punto La Atalaya y a la que hizo referencia el que hizo la pregunta permanece firme.