Fórmula para la felicidad
USTED quiere ser feliz, ¿no es verdad? Casi todo el mundo desea eso. En realidad, empleamos la mayor parte de nuestro tiempo y energía en busca de la felicidad y la vida. Así que, ¿por qué no hemos de querer ser felices? Deseamos esta felicidad, no sólo para nosotros mismos, sino para otros también. ¿Por qué, pues, no hay más felicidad en el mundo? Obviamente, el mundo es desdichado. No tiene felicidad. La vida sin la felicidad en verdad no es vida. Lo que busca la humanidad continuamente, por lo tanto, es la vida y la felicidad. ¿Dónde hemos de buscar y esperar hallarla? ¿Qué hemos de hacer para conseguirla? ¿Nos traerán felicidad las riquezas o la fama?
Muchos han llegado a la conclusión errónea de que por medio de hacerse ricos serían completamente felices, que desaparecerían todos sus problemas. No es así, sin embargo. El apóstol Pablo nos amonesta: “Los que se resuelven a ser ricos caen en la tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos que hunden a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y esforzándose para lograr este amor algunos han sido desviados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.” ¡Cuán verdadero! ¿No es esto lo que vemos en el mundo?—1 Tim. 6:9, 10, NM.
Una arrebatiña desenfrenada para conseguir riquezas ha resultado en muchos crímenes, celos, avaricia, egoísmo y rivalidad. Algunos han jugado fortunas en el afán de conseguir mayores fortunas y han salido con miseria y nada más. Otros han caído víctimas del crimen y la corrupción. Todavía otros acuden a mentira, hurto, robo, soborno, fraude, chantaje y asesinato sólo para encontrarse sin riquezas y sin felicidad. La mayor parte de éstos se transforman en personas desdichadas que son afligidas con conciencias cargadas de culpa, con grandes deudas, o que pagan sus crímenes en los presidios. Otros viven con el temor constante de que se les vaya a capturar. Están siempre ocultándose o huyendo. La riqueza que se ha adquirido de esta manera nunca ha traído felicidad a persona alguna.
Los que han tenido la fortuna de adquirir riquezas por medios legítimos prontamente testifican a que el dinero no es todo en la vida, a que, por sí sólo, no trae la felicidad. El dinero no puede comprar la buena salud ni la seguridad. No puede comprar la vida. Un joven rico le preguntó a Jesús: “Maestro, ¿qué bien debo hacer a fin de obtener vida eterna?” Jesús le dijo: “Observe los mandamientos continuamente.” Respondió el joven: “‘He guardado todos éstos; ¿qué me falta todavía? Jesús le dijo: ‘Si usted quiere ser completo, vaya y venda sus posesiones y dé a los pobres y tendrá tesoro en el cielo, y venga y sea mi seguidor.’ Cuando el joven oyó este dicho, se fué afligido, porque tenía muchas posesiones. Mas Jesús dijo a sus discípulos: ‘En verdad les digo que será cosa difícil el que un rico entre en el reino de los cielos. Otra vez les digo: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios.’” La riqueza de este joven no le trajo felicidad. Le causó angustia, más bien. Su riqueza le tendió un lazo.—Mat. 19:16-24, NM.
La felicidad se adquiere por medio de adquirir algo más valioso que plata u oro, y esa cosa de valor es conocimiento acertado de la Palabra de Dios, la Biblia. Note lo que dijo el sabio acerca de esto: “Dichoso el hombre que halla la sabiduría, y el hombre que adquiere la inteligencia; porque su ganancia vale más que la ganancia de plata, y mejor es su rédito que el oro puro. Porque más preciosa es que los rubíes, y todo cuanto puedas desear no podrá compararse con ella. En su mano derecha trae la larga vida, y en su izquierda riquezas y honores. Sus caminos son caminos de dulzura, y todos sus senderos paz: es árbol de vida para los que echan mano de ella, y dichoso es todo aquel que la tiene asida.” Las cosas que traen la felicidad perdurable, pues, son sabiduría, inteligencia o entendimiento y conocimiento de los propósitos de Dios. Estos le dan a uno esperanza, gozo y consuelo. Nos capacitan a ver al mundo tal como es, a entender por qué le han sobrevenido todas estas angustias y cuál será el resultado de ellas. El tener conocimiento de Dios le da a uno un propósito en la vida, una meta, algo en cuyo interés trabajar. Es esto lo que nos hace felices. El adquirir este conocimiento por medio de estudio y el ponerlo por obra en nuestra vida significa más que felicidad. Significa que tenemos la aprobación de Dios, lo que a su vez significa vida eterna. Dijo Jesús: “Esto significa vida eterna, el que ellos adquieran conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú has enviado, Jesucristo.”—Pro. 3:13-18; Juan 17:3, NM.
La felicidad, entonces, proviene de conocimiento correcto, por medio de un modo correcto de pensar, y por medio de fijar la mente en la Palabra y promesas seguras del Dios Todopoderoso. Por eso es que Pablo aconseja a los que quisieran ser felices a que piensen en estas cosas: “Cuantas cosas sean verdaderas, cuantas sean de importancia, cuantas sean justas, cuantas sean puras, cuantas sean amables, cuantas sean de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, sigan considerando estas cosas. Las cosas que aprendieron así como también aceptaron y oyeron y vieron en conexión conmigo, practíquenlas; y el Dios de paz será con ustedes.”—Fili. 4:8, 9, NM.
Tenemos todas estas buenas cosas incorporadas en la Palabra de Dios, la Biblia. El remedio que se presenta en las Escrituras es seguro. Queda con nosotros ponerlo por obra. Haga eso y sea feliz. Halle usted aun mayor felicidad por medio de dar esta fórmula a otros. Porque como dijo Jesús: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Hech. 20:35, NM.