Del seminario católico a los testigos de Jehová
LAS siguientes son algunas de mis experiencias durante mi instrucción preparatoria para el sacerdocio en la religión católica hasta que llegué a ser testigo de Jehová.
En mi juventud yo era un muchacho lleno de vida e ilusiones en lo que se refiere a la religión católica. Un nuevo y celoso sacerdote que llegó a mi pueblo natal de Arroyo Arenas en la Provincia de la Habana me ayudó a ser muy puntual en asistir a la iglesia y a ser miembro del movimiento de la juventud de la Acción Católica. Este mismo sacerdote también formó la organización de los Caballeros de Colón para los adultos. Yo era miembro de dos de estos grupos que asistían a los seminarios de San Carlos y San Ambrosio. A mi modo de ver esto era algo sobresaliente, dado que consideraba que la Iglesia católica era la verdadera conservadora y depositaria de las verdades y la adoración de Dios.
Sin embargo, tengo que confesar que a veces surgían dudas en mi mente acerca de temas como éste, por ejemplo: Dios dice que no se debe matar, pero los católicos de las diferentes naciones se matan los unos a los otros. ¿Por qué? Un día se lo pregunté al sacerdote y él me dijo: “Pues, no disparan con la intención de matar.”
Después de servir como ayudante del sacerdote por unos cinco años se me envió entre un grupo de aspirantes al sacerdocio a Belén, una bien conocida escuela católica para el “retiro espiritual.” Teníamos que quedarnos en silencio por cinco días, sin hablar ni una sola palabra, meditando y leyendo acerca de las vidas de los “santos” de la Iglesia católica.
Algún tiempo después se me nombró para que representara a mi escuela en un concurso arreglado por el arzobispo de La Habana a fin de determinar quién era el alumno más preparado en el catecismo de la doctrina católica. Inmediatamente después de este concurso comencé mi instrucción para ingresar en el seminario regular para el sacerdocio. La esposa de un ex presidente de Cuba, junto con un sacerdote, me compraron las vestimentas y ropa necesarias para el curso. Soy de una familia pobre y no tenía dinero.
Al ingresar en el seminario tenía que pasar otra semana de meditación para determinar si realmente deseaba de todo corazón ser un sacerdote. No se permitía hablar ni una sola palabra durante esa semana. Decidí que sí deseaba ser sacerdote. Los primeros cuatro años de instrucción en el seminario se dedican a estudiar la lengua castellana hasta dominarla con tanta perfección como sea posible. Estos estudios se llevan a cabo bajo la disciplina más estricta.
Sin embargo, después de una de mis salidas me enfermé y no pude volver al seminario. Dejé la carrera del seminario. Pasaron los años y disminuyó mi fe en la iglesia. Trabajé por un tiempo para una empresa de ómnibuses.
Un día asignaron a un nuevo empleado para que trabajara conmigo. Yo pude distinguir por su hablar que era diferente; su pensar era diferente. En una ocasión hubo un tiroteo político en la ciudad y cinco personas perdieron la vida. Le pregunté algo acerca de hacer justicia a las personas envueltas en este caso. Me dijo que no había tal cosa como justicia en este mundo, todo lo cual me sonó raro pero verdadero.
Más tarde me indicó en medio de una discusión que lo que yo decía acerca del alma no era correcto. Sugirió que yo leyera la Biblia. Entonces me acerqué al sacerdote de la localidad y le solicité una Biblia. Este me dijo que si ese individuo me daba una Biblia, se la trajera al cura para que él me la explicara.
Entonces el nuevo empleado me invitó a que lo acompañara al Salón del Reino. Por fin fuí con él un domingo. Sin embargo, experimenté una sensación extraña allí entre esas personas. Siempre había odiado a los protestantes y repudiaba la idea, y ¡héme aquí en un templo protestante! Ciertamente tomé nota de todo lo que me rodeaba.
En mi interior me gustó el discurso del conferenciante, sus comentarios sobre el año 1914 y la ovación agradable que le dió el auditorio. Después muchos de los asistentes me enseñaron diferentes profecías en la Biblia, especialmente cuando se dieron cuenta de que yo había estudiado en un seminario. Conseguí una Biblia y me puse a leerla empezando desde el Génesis. Al leer el capítulo 23 de Mateo resolví dejar el catolicismo para siempre. El capítulo 24 me convenció acerca de la inminencia del fin.
Todo me pareció tan bueno que decidí ir con la Biblia al sacerdote. Yo ya había comenzado a hablar acerca de la Biblia y el sacerdote sabía de esto antes de que yo fuera a él. La gente de nuestro pueblo me había visto muchas veces en las procesiones y desfiles religiosos; de manera que el cambio radical había llegado a ser tema de mucha plática. Cuando visité al sacerdote en la iglesia lo primero que hizo fué ofrecerme un cigarrillo y el cuadro de un santo, los cuales rehusé aceptar. Se puso a contarme acerca de su visita reciente a Roma donde decía haber visto santidad absoluta en el rostro y las manos del papa.
Entonces comenzó a reprenderme severamente por estudiar la Biblia, a lo cual yo respondí que no creía en la palabra de ningún hombre, sino únicamente en la Biblia, la Palabra de Dios. Entonces dijo: “¿De manera que usted piensa que la Iglesia católica es la ramera del Apocalipsis?” Al indicarle yo que se asemejaba mucho a ella se puso muy airado y terminó nuestra conversación.
Entonces publicó un artículo denigrante en la revista de su iglesia en contra de esas personas que siempre están vendiendo Biblias en las calles y señaló a los tales como ‘doctores en café’ en contraste con los ‘doctores en teología.’ Desde ese entonces este mismo sacerdote ha leído algunas de las publicaciones de la Watch Tówer, pero no hay ninguna evidencia de que crea lo que dicen. No hace mucho le presenté el libro “Equipado para toda buena obra” y La evolución contra el nuevo mundo. Le dije que el Armagedón estaba a las puertas. Me respondió que él estaba convencido de su religión como yo de la mía.
Hoy mi esposa, dos hijos y yo somos publicadores de las buenas nuevas. Pido a Jehová que nos ayude a ser fieles hasta el fin.