La trampa de la juventud moderna
EL HOYO de degeneración moral que los adultos han cavado ha llegado a ser la trampa en que ha caído la juventud moderna. El resultado es un aumento asombrosamente rápido en el número de nacimientos de hijos ilegítimos de parte de madres de menos de veinte años, un aumento alarmante de enfermedades venéreas entre los quinceañeros y casos espantosos de orgías sexuales juveniles.
Los adultos son quienes han hecho que este mundo moderno descienda a su lóbrego abismo de degradación de la moral. Son ellos los que violan lo sagrado del matrimonio y llenan los periódicos de relatos sórdidos de inmoralidad. Ellos son los que producen las revistas, libros y dramas en que relaciones sexuales ilícitas desempeñan los papeles principales. Ellos son los que producen las películas cinematográficas y anuncios comerciales en que resalta lo sexual. Ellos son los que produjeron las desmoralizadoras teorías de libertad sexual, y son ellos los que han producido el ambiente de degeneración moral que circunda a este mundo. La juventud nace y se cría en este ambiente. ¿Debe extrañarnos el que tantos jóvenes caigan en la trampa de la inmoralidad?
Los adultos que han predicado la libertad sexual han hecho mucho para hundir a la juventud en el abismo de la degeneración moral. Howard Whitman, en su artículo “La juventud y ‘el impulso natural’” (Better Homes & Gardens, julio de 1957), dijo: “Las normas tradicionales de la moralidad han sido derribadas en los 12 años desde la II Guerra Mundial; han sido difamadas como ‘anticuadas,’ marcadas como la ruta de la rigurosidad al mal ajuste y la neurosis, tildadas de ‘anticientíficas.’ Nuevas normas de libertad sexual han sido probadas—y éstas han resultado en nuevas cumbres de ilegitimidad, una abrumadora carga de divorcios, y una carga de casos psiquiátricos que es mayor que nunca. . . . La juventud ha sido lastimada—gravemente. Hay las heridas de que sabemos, cuando agencias sociales o la ley intervienen y presentan sus informes sobre preñeces, casamientos obligados, enfermedades venéreas. Hay heridas que se encubren, cuando familias aturdidas logran ‘callarlo.’ Y hay heridas mudas, cuando la juventud ‘tiene suerte,’ logra ‘salirse con la suya.’ Estas heridas mudas—el remordimiento, la compunción, la pérdida del respeto de uno mismo, el tizón en la vida futura de la persona—pueden ser las heridas más grandes de todas ellas.”
Las normas que aprueban el aflojamiento sexual no edifican; destruyen. Crean desprecio a una ley moral, y eso conduce a la indiferencia hacia otras.
Los padres tienen una responsabilidad grave. Les toca a ellos salvaguardar a sus hijos de la mala influencia del mundo en cuanto a la moral. Esto requiere que les den instrucción apropiada desde edad temprana. No pueden esperar hasta que el niño entre en la adolescencia o pase de los trece años. “Educa al muchacho según el camino que es para él; aun cuando llegue a viejo no se apartará de él.”—Pro. 22:6.
Los padres pueden salvar a sus hijos de confusión, ansiedad y pesar si les instruyen en cuanto al propósito y funcionamiento de los órganos sexuales. No es correcto dejar que el niño lo aprenda por su propia cuenta. Cuando se hace así, el niño invariablemente termina con un concepto erróneo acerca del sexo. El maravilloso poder de la reproducción debería ser elevado en su mente hasta el más alto nivel de respeto. Él debería verlo como un depósito sagrado proveniente de Dios.
Al comprender los niños su composición sexual comprenderán el poder de la atracción de los sexos. Sabrán a lo que puede conducir el que dejen de ejercer cautela. Esto hará que sean cautelosos. Verán las relaciones sexuales como una expresión de amor dentro del vínculo sagrado del matrimonio, no como algo que pueda existir fuera de ese vínculo. Desearán guardar su virginidad para la persona a que escojan como cónyuge.
Debería hacerse claro a los niños que el mal uso del sexo no sólo trae el peligro de contraer enfermedades, sino que puede causar grave daño emocional que posiblemente se extienda hasta los años avanzados de la vida adulta. Pero además de eso, trae la condenación de Dios, que no aprueba el que se abuse de su dádiva al hombre. “¡Qué! ¿No saben que las personas injustas no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que son mantenidos para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres . . . heredarán el reino de Dios.”—1Cor. 6:9, 10.
Se requiere más que educación sexual para salvaguardar a los niños de la trampa de la degeneración moral. Es preciso que haya respeto para elevados principios morales. Puesto que estos principios se hallan en la Biblia, es necesario que los padres instruyan a sus hijos con las Escrituras. Este es el deber de ellos y no el de alguna iglesia. Los principios son esenciales. Constituyen algo sólido de lo cual el niño puede asirse cuando lo azota la tempestad mundial de inmoralidad.
Los padres no pueden edificar elevada moralidad en sus hijos si ellos mismos no viven según los principios que enseñan. No puede haber ninguna norma doble, una para los padres y otra para los hijos. Los niños desde luego se dan cuenta si hay alguna hipocresía.
Los jovencitos de entre trece y veinte años de edad son fácilmente influídos por la dirección de la mayoría. Piensan que deberían conformarse a lo que hagan sus asociados. Esto sujeta su integridad moral a una prueba severa cuando la mayoría escoge un camino de acción inmoral. El que un niño pueda aguantar o no el ridículo popular por persistir en sus principios morales dependerá de la calidad de su educación temprana.
Sería mejor que él escogiera como compañeros a personas que le tengan el mismo respeto que él a la buena moral. La Biblia nos dice sabiamente: “Las malas compañías corrompen la buena moral.”—1Cor. 15:33, AN.
Mientras dure este mundo actual, la falta de moralidad correcta seguirá siendo una trampa para la juventud. Un ambiente de degeneración adulta seguirá influyendo en los niños, y este ambiente no cambiará sino hasta que el reino de Dios destruya este presente sistema de cosas. Esto significa que los padres que quieran salvaguardar la buena moral de sus hijos tendrán que educarlos en el camino en que deben andar.