¿Oyen con molestia sus oídos?
UN JOVEN, absorto en sus pensamientos, tecleaba enérgicamente en su máquina de escribir en una oficina que daba al río Este en la ciudad de Nueva York. Repentinamente oyó una serie de sonidos fuertes y estridentes que casi lo levantaron de su asiento. Un buque de carga, preparándose para abandonar su amarradero, advertía a todo el tráfico fluvial: “¡Cuidado! ¡Allá voy!” No cabe duda de que los oídos de ese joven oyeron con molestia esos sonidos. ¡Tenían motivos!
Casi diariamente hay cosas que nuestros oídos oyen con molestia. El chillido de las ruedas del tren subterráneo cuando doblan en las curvas, el toque de bocinas por automovilistas impacientes, los golpes de la tubería de vapor por la mañana cuando comienza la calefacción, los taladros neumáticos que demuelen el pavimento o derrumban edificios viejos. Y todo eso es comprensible.
Otras cosas molestan porque interrumpen. El sonar del teléfono molesta tanto a algunas personas de la ciudad de Nueva York que están dispuestas a pagar seis dólares al año para impedir que se impriman sus nombres en la guía de teléfonos. El que suene el timbre de la puerta molesta tanto a otros que escogen vivir en apartamientos exclusivos protegidos por porteros que visten librea. A vista de ellos vale la pena pagar el precio que pagan para que estas cosas no les molesten.
Los oídos de muchas personas se molestan cada mañana por el sonar de sus despertadores. Pero, a pesar de que oímos ese sonido con molestia, hacemos caso de su llamada y seguimos poniéndolo cada noche. ¿Por qué? Porque sabemos que esa molestia es para nuestro bien. Tenemos que llegar al trabajo a la hora para retener nuestro empleo y ¡tenemos que retener nuestro empleo para seguir viviendo!
Pero, desafortunadamente, no todas las personas son tan realistas cuando se trata de oír alguna nueva verdad o verdades que al principio tal vez las molesten. Luego hay algunos tan irreflexivos como para no hacer caso en absoluto del “despertador,” mientras que otros van al extremo de destrozarlo, por decirlo así, más bien que hacer caso de su llamada. Por ejemplo, los oídos de los poderes religiosos del día de Galileo oyeron con tanta molestia la verdad de que la Tierra se mueve alrededor del Sol que no solo se negaron a investigar el asunto para ver si era cierto, sino que arrestaron a Galileo y hasta torturaron a su hija para obligarlo a retractarse; mientras que sus compañeros astrónomos rehusaron mirar por su telescopio para comprobar el asunto ellos mismos.
La Palabra de Dios nos suministra muchos casos de portadores de la verdad que sufrieron persecución porque su mensaje fue oído con molestia. Los hijos de Israel sufrieron un aumento grande de sus cargas debido a que Faraón oyó con molestia el mensaje que Moisés le llevó de parte de Jehová. (Éxo. 5:1-14) Jeremías sufrió amenazas contra su vida y fue arrojado a un calabozo cenagoso debido a que los gobernantes de su día oyeron con molestia el mensaje que él les llevó de parte del Dios de ellos. Sí, en tiempos antiguos hubo muchos que “recibieron sus pruebas por burlas y azotes, verdaderamente, aun más que eso, por cadenas y prisiones. . . . Sufrían necesidad, en tribulación, bajo maltratamiento,” todo a causa de que oyeron con molestia los oídos de aquellos a quienes fueron enviados.—Heb. 11:36, 37.
¡Cómo oyeron con molestia el mensaje de las buenas nuevas del reino de Dios los escribas y fariseos del día de Jesús! Tanto fue así que no tuvieron ninguna paz hasta haber empalado a Jesús. Pero aun entonces no tuvieron paz, porque los seguidores de Jesús emprendieron la proclamación de su mensaje. De modo que leemos acerca de la predicación de Esteban: “Al oír estas cosas se sintieron cortados hasta el corazón y comenzaron a rechinar los dientes contra él.” Y después de oír algo más “gritaron a voz en cuello y se taparon los oídos con las manos y se abalanzaron sobre él de común acuerdo. Y después de echarlo fuera de la ciudad . . . seguían apedreando a Esteban” hasta que él “se durmió en la muerte.” ¡No cabe duda de que sus oídos oyeron con molestia la verdad que Esteban les llevó!—Hech. 7:54-60.
Hace mucho tiempo Isaías el profeta de Jehová predijo esta tendencia, y Jesús citó de sus palabras: “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos han oído con molestia, y han cerrado los ojos; para que nunca puedan ver con sus ojos y oír con sus oídos y percibir el sentido de ello con su corazón y volverse, y yo los sane.”—Mat. 13:15.
Hoy día en todo campo del esfuerzo humano se oye la verdad con molestia. Los oídos de los niños, y especialmente los oídos de los adolescentes, oyen con molestia el consejo sabio de sus padres y maestros de escuela. Los segregacionistas oyen con molestia que Dios “hizo de un solo hombre toda nación de hombres.” (Hech. 17:26) Los fumadores oyen con molestia la relación entre el fumar cigarrillos y el cáncer. ¡Qué insensatez es seguir derroteros como éstos!
En particular muchos oídos insensatamente oyen con molestia el mensaje del reino de Dios como es traído a ellos por los testigos de Jehová. Lo extraño de él y sus implicaciones son desagradables. Les sacude de su sueño como lo hace su despertador en la mañana; pero más bien que actuar sabiamente y hacer caso de la llamada, la pasan por alto. Y por eso pagan el precio. ¿Qué precio? ¡El de no percibir el sentido de ello!
¿Cómo puede uno “percibir el sentido de ello” si sus oídos oyen con molestia? Uno no puede pesar la evidencia correctamente porque sus emociones anublan su juicio. Aun puede ser que uno tenga una educación muy alta. También la tuvieron muchos de los líderes religiosos de tiempos pasados. Sin embargo, ellos no pudieron percibir el sentido de lo que oían, porque sus oídos oyeron con molestia los mensajes que los profetas de Dios les llevaron. En otras palabras, permitieron que el prejuicio les ensordeciera.
Cuando alguien oye algo con molestia está, en realidad, “contestando a un asunto antes de oírlo,” y “eso es insensatez de su parte y una humillación.” No deje usted que lo extraño del mensaje que esta revista contiene, o sus implicaciones, o la manera en que se le haya presentado a usted, o el tiempo que requiere el considerar sus páginas, hagan que usted oiga con molestia su mensaje, ni deje que lo que otros digan decida su mérito para usted. Pruebe para usted mismo, por medio del razonamiento y de la Palabra de Dios, si acaso es verdad o no lo que usted oye. Entonces haga su decisión.—Pro. 18:13.