“Gente honrada y buena”
EL LIBRO The Man with the Miraculous Hands, por José Kessel, es la historia del filántropo finlandés Dr. Félix Kersten, un experto talentoso en la terapéutica manual cuyo paciente más influyente fue Heinrich Himmler, director nazi de la S.S. en el Tercer Reich. El temible jefe de la S.S. era acosado por calambres estomacales, y solo los tratamientos del doctor Kersten le podían dar alivio. El doctor Kersten adquirió de esa manera una influencia tremenda sobre el líder nazi y pudo sacar de Himmler concesiones que salvaron a miles de personas de la muerte en manos de la Gestapo. En un capítulo intitulado “Los Testigos de Jehová,” este libro dice:
“A [los testigos de Jehová] se les apresó y se les echó en campos de concentración, donde se les trató de manera particularmente inhumana. Kersten llegó a saber de esto y decidió ayudarlos. A medida que la guerra consumía más y más vidas humanas, llegó a ser cosa común el utilizar gente de los campos de concentración para trabajar en las fábricas y en las haciendas. Inspectores, y aun perros entrenados para hacerlos trabajar tan rápidamente como fuera posible, venían con ellos. Un día Kersten le dijo a Himmler que necesitaba trabajadores en Hartzwalde. Le preguntó si podía conseguir algunos de los campos de concentración.
“‘¿Qué clase de prisioneros quieres?’ le preguntó Himmler. ‘Tienes muchos Testigos de Jehová,’ le contestó Kersten. ‘Esta es gente honrada y buena.’ ‘Un momento,’ exclamó Himmler, ‘ellos están en contra de la guerra y en contra del Führer.’ ‘No entremos en una discusión intelectual. Tengo un problema práctico. Hazme un favor, dame algunas mujeres de esta secta. Son muy buenas trabajadoras para las haciendas.’ ‘Muy bien,’ dijo Himmler. ‘Pero sin guardias y perros,’ continuó diciendo Kersten. ‘Eso me haría sentir como si yo fuera un prisionero. Te prometo que los vigilaré yo mismo.’ ‘Convenido,’ dijo Himmler.
“Algún tiempo después, diez mujeres en andrajos y con sus esqueletos casi visibles a través de la piel llegaron a Hartzwalde. Pero no pidieron pan ni ropa; primero querían una Biblia. Se les había privado de la suya mientras estaban en los campos. . . . El doctor le pidió a Himmler más Testigos de Jehová para Hartzwalde. Recibió treinta en total, inclusive algunos hombres.”