Un tiempo para la cabeza y un tiempo para el corazón
“¡USE la cabeza!” le gritó el mecánico impaciente a su ayudante, un recién llegado al trabajo. “¡Apelo a su corazón! ¡Estoy haciendo grandes esfuerzos por hallar trabajo!” suplicaba el deudor sin empleo al banquero que amenazaba con entablar juicio hipotecario si no se hacían inmediatamente pagos sobre el interés.
Por expresiones como éstas se reconoce la diferencia entre las diversas facultades de la mente, como la razón, el pensamiento, la memoria y la voluntad por una parte, y el cariño, la compasión y la lástima por otra parte. Aunque algunas situaciones obviamente piden que se ejerza una u otra, en otras situaciones uno tiene que escoger. Por ejemplo, si usted caminara por la Calle 14 de la ciudad de Nueva York un bullicioso sábado por la mañana le importunarían por ayuda varias veces en cada cuadra. Quizás fuera un ciego, o un inválido en una silla de ruedas, o un inválido sin piernas que estuviera impulsándose sobre patines o quizás fuera una monja vestida de negro. ¿Lo merecen todos, o ninguno? Su corazón quizás quiera dar algo a todos los que piden, pero su cabeza le dice a usted que no puede darse ese lujo. Además, ¿cuántos de los que piden merecen verdaderamente la ayuda?
Esto hace recordar el principio que declaró hace mucho tiempo un rey sabio: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para cada asunto debajo de los cielos: . . . tiempo para amar y tiempo para odiar.” (Ecl. 3:1, 8) Sí, el Creador, habiéndonos equipado con tales cualidades como sabiduría, justicia, amor y poder, espera que determinemos cuál situación requiere la aplicación de cuál cualidad. Una situación quizás requiera principalmente la aplicación de la justicia, otra de la sabiduría, otra del amor. Por eso, así como sería un error el poner en vigor las demandas de la justicia estricta cuando los hechos dan lugar a que se muestre misericordia, sería un error ceder al sentimiento cuando los hechos dictan que debe ponerse en vigor la justicia estricta. Hay un tiempo para la cabeza y un tiempo para el corazón.
Ilustra este principio la parábola que en cierta ocasión Jesús dio concerniente al hijo pródigo. Cuando, después de gastar su herencia, aquel hijo se arrepintió y regresó al hogar de su padre, el padre lo perdonó sin reserva, hasta preparándole un banquete. Los sentimientos del padre se sobrepusieron por el gozo completo de tener a su hijo de vuelta. Pero no sucedió así con el hermano mayor. Su cabeza gobernó. Lo que dijo era muy cierto. Él no había sido pródigo, sino que había servido a su padre fielmente por muchos años y no obstante su padre jamás le había preparado un banquete como lo había hecho para “este tu hijo.” Todo lo que el hijo mayor dijo era cierto; sin embargo ¡cuán equivocado estuvo! porque éste no era un tiempo de rendir cuentas, sino un tiempo para el corazón, un tiempo para que los sentimientos de la persona respondieran, un tiempo para regocijarse porque “este tu hermano estaba muerto mas ahora está vivo, y estaba perdido pero ha sido hallado.”—Luc. 15:11-32.
Ilustra lo inverso el registro bíblico del tiempo cuando se hizo necesario que el rey David abdicara su trono por motivo de su vejez. Uno de sus hijos, Adonías, en vez de esperar que su padre designara su heredero al trono, orgullosa y ambiciosamente siguió diciendo: “¡Yo mismo voy a gobernar como rey!” Hasta “procedió a hacer que le hicieran un carro con jinetes y cincuenta hombres que corrían delante de él. Y su padre nunca le hirió el amor propio diciéndole: ‘¿Por qué has obrado así?’ Y también era de forma muy bien parecida.”—1 Rey. 1:5, 6.
¿Por qué dejaba David que este hijo suyo bien parecido hiciera lo que quería? ¿Por qué no podía decir nada que ofendiera a su hijo? Porque David no comprendió que había un tiempo para la cabeza, un tiempo para ser firme y aplicar reprensiones, y un tiempo para el corazón, un tiempo para sentimiento, y por eso, crió a un hijo que trató de arrebatarle el trono a su padre antes de que éste pudiera darlo a su heredero legítimo, Salomón.
Aparentemente el rey David había cometido el mismo error tocante a su hijo de aun mejor parecido, Absalom, porque cuando ese hijo traidor e insolente fue muerto en una tentativa sin éxito para usurpar el trono de su padre, David pareció inconsolable, no conociendo límites su aflicción. Lamentó: “¡Hijo mío, Absalom, hijo mío, hijo mío, Absalom! ¡Oh que yo pudiera haber muerto, yo mismo, en lugar de ti, Absalom, hijo mío, hijo mío!” Aptamente, su general, Joab, censuró a David: “Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, los que proveen escapatoria para tu alma hoy en día y para el alma de tu” casa, “por amar a los que te odian y odiar a los que te aman.” ¡Sí, cuán impropios fueron el sentimiento y la aflicción de David por su hijo inicuo Absalom en aquella ocasión!—2 Sam. 18:33; 19:5, 6.
Hoy en día constantemente hay muchos padres que están cometiendo el mismo error que el rey David, dejando que el corazón gobierne cuando la cabeza debería hacerlo, siendo dominados por el sentimiento cuando deben ser firmes y adherirse a principios justos y ponerlos en vigor, y que están segando resultados semejantes. Por eso, en el libro recientemente publicado Teen-Age Tyranny (La tiranía de los adolescentes) dos autoridades en el campo de la juventud y la educación expresan preocupación por “la abdicación de los derechos y privilegios de los adultos para la conveniencia de los inmaturos,” los adolescentes. Entre otras cosas dicen que oficiales de la policía en los principales estados en que se pasan vacaciones “parecen concordar en que la recepción que obtienen de los padres a quienes se les informa por teléfono durante la noche que sus hijos adolescentes han sido arrestados por borrachera y conducta desordenada es una combinación de incredulidad e ira—contra la policía.”
Pero, ¿usted no tiene hijos? Todavía este principio le atañe a usted, porque usted puede aplicarlo al tratar con usted mismo. Hay ocasiones cuando uno puede ser bondadoso con uno mismo pero también ocasiones cuando uno tiene que ser firme, ser duro con uno mismo, por decirlo así. Así, cuando Pedro quiso que Jesús fuera bondadoso consigo mismo, sabiendo Jesús que Dios había señalado para él un derrotero de sufrimiento, Jesús le dijo a Pedro: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!” Y pudiera decirse que el que Pedro quisiera ser bondadoso consigo mismo cuando debería haber sido firme explica el que haya negado tres veces a su Amo.—Mat. 16:21-23; 26:69-75.
No hay duda: hay un tiempo para la cabeza y un tiempo para el corazón. ¡Felices somos cuando sabemos el tiempo para cada cosa!