¿Aprecia usted lo que Jesús hizo por usted?
¿Qué hizo Jesús por usted? ¿Cómo puede usted mostrar que aprecia eso?
HACE siglos algunas personas exhibieron maneras raras de mostrar que apreciaban lo que Jesús hizo por ellas—como la de perseguir hasta la muerte a las que no estaban de acuerdo con ellas. Sí, a causa de la falta de conocimiento y entendimiento ha habido mucha confusión en cuanto a cómo mostrar aprecio por lo que Jesús hizo para la humanidad; y todavía la hay. De hecho, hay mucho concepto falso también en cuanto a quién fue él y qué hizo. ¿Quién fue este Jesús? ¿Qué hizo por usted? ¿Cómo quiere él que usted exprese su aprecio por lo que hizo por usted?
Para nuestras respuestas necesitamos dirigirnos a la Biblia. Del registro cuádruplo de su vida, en los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, aprendemos que Jesús nació en un establo en Belén, que como joven su oficio fue el de carpintero y que a la edad de treinta años comenzó su carrera como el principal ministro de Dios en la Tierra, predicando y ejecutando milagros. Después de solo tres años y medio su actividad fue terminada repentinamente al ser ejecutado en un madero de tormento por los cargos falsos de ser blasfemo y sedicioso. Él mismo reconoció ser el Hijo de Dios en un sentido singular y el Mesías prometido por mucho tiempo.—Mat. 16:16, 17; Juan 5:18.
¿QUÉ HIZO JESÚS POR USTED?
¿Qué hizo Jesús por usted? Aun antes de nacer como humano él hizo algo por usted. Y, ¿qué fue eso? Entregó su existencia prehumana para nacer como humano de la virgen María. Por eso se nos dice en Filipenses 2:5-8 que, aunque existía en forma de Dios, no ambicionó el ser igual a Dios sino que se despojó de su gloria como espíritu para venir a ser humano. Aunque muchos que afirman ser cristianos niegan su existencia prehumana, él mismo repetidamente se refirió a ella, como cuando declaró: “Ningún hombre ha ascendido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.” Por eso en la noche de su traición pudo orar: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuese.”—Juan 3:13; 17:5.
Porque Dios fue su Padre y no ningún humano, Jesús estaba libre de pecado. Ni una sola vez pecó en pensamiento, palabra o hecho. A pesar de las condiciones pecaminosas alrededor de él y la oposición a la que tuvo que enfrentarse, pudo decir a sus opositores: “¿Quién de ustedes me prueba culpable de pecado?” ¡Nadie podía hacerlo! Como lo expresó su apóstol Pedro: “Él no cometió pecado, ni en su boca se halló engaño.”—Juan 8:46; 1 Ped. 2:22.
Y luego, como humano, Jesús voluntariamente renunció a esa existencia para beneficio de la humanidad. Siendo perfecto tenía el derecho a la vida, y él sacrificó éste para dar a los humanos la oportunidad de vida eterna. Como él mismo declaró: “El Hijo del hombre . . . vino para . . . dar su alma en rescate en cambio por muchos.” Sus apóstoles dieron testimonio semejante en cuanto a esto: “Contemplamos a Jesús, que ha sido hecho un poco inferior a los ángeles, . . . para que por la bondad inmerecida de Dios gustase la muerte por todo hombre.” El que Jesús entregara su vida humana para la humanidad no solo fue la más grande expresión posible de amor que alguien pudiera hacer, sino que mediante ello proveyó el mayor don que pudieran recibir las criaturas humanas imperfectas, a saber, la oportunidad de vida eterna.—Mat. 20:28; Heb. 2:9; Juan 3:16; 15:13.
Además de renunciar a su gloria celestial para venir a ser hombre y luego entregar su vida terrestre como redentor de la humanidad, Jesús efectuó servicio incalculable a la humanidad mediante su enseñanza. Como bien se ha hecho notar, ninguna persona en la Tierra afectó jamás tan poderosamente a la humanidad para el bien como Jesucristo. Él fue el Maestro sobre todos los maestros. Él enseñó a los hombres en cuanto al nombre de Dios, la personalidad de Dios y los propósitos y la voluntad de Dios para las criaturas humanas. Entre los ejemplos sobresalientes de su enseñanza está su Sermón del Monte con su “regla áurea”: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos; esto, de hecho, es lo que significan la Ley y los Profetas.” (Mat. 7:12) También mostró cuáles eran los dos mandamientos más grandes de la Ley: el amar a Jehová Dios con todo el corazón, mente, alma y fuerzas de uno, y el amar al prójimo como a uno mismo. Tampoco han de pasarse por alto sus profecías, el cumplimiento de las cuales claramente muestra dónde nos hallamos en el horario de Dios.—Mar. 12:29-31; Mateo, capítulos 24 y 25.
Jesús apoyó su enseñanza con su proceder, dándonos el ejemplo ideal, perfecto, a seguir. Comenzó su carrera dedicándose a hacer la voluntad de su Padre y luego siendo bautizado en agua. Dios lo envió a la Tierra, principalmente para dar testimonio de la verdad, y exactamente antes de morir pudo decir a su Padre: “Yo te he glorificado sobre la tierra, habiendo terminado la obra que me has dado que hiciese.” (Juan 17:4) Que él tenía el propósito de que otros lo imitaran se desprende tanto de sus propias palabras como de las de otros: “Vengan en pos de mí.” “Sé mi seguidor.” “Cristo sufrió por ustedes, dejándoles dechado para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención.” Y dijo el apóstol Pablo: “Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo.”—Mat. 4:19; 19:21; 1 Ped. 2:21; 1 Cor. 11:1.
Por eso, ¿qué hizo Jesús por usted? Dejó la gloria celestial y vino a la Tierra como humano y entregó esa vida para que usted pudiera conseguir vida, y dejó mucha instrucción para que usted aprenda y haga caso y un ejemplo perfecto para que usted lo imite.
MOSTRANDO APRECIO POR LO QUE JESÚS HIZO
Hoy en día hay más de 900 millones de personas que afirman ser cristianas o son reclamadas por organizaciones religiosas que aseguran ser cristianas, entre un tercio y un cuarto de la población de la Tierra. Pero, ¡cuán poco muestra la inmensa mayoría de éstas que aprecian lo que Jesús hizo por ellas! Aparentemente muchas creen que están cumpliendo bastante bien si van a la iglesia dos veces al año, en las grandes fiestas, y guardan los Diez Mandamientos; y muchas ni siquiera guardan éstos.
Si usted aprecia lo que Jesús hizo por usted al venir a la Tierra y morir por sus pecados, usted ejercerá fe en él como su Salvador. De hecho, solo es por medio de proceder así que usted puede esperar sacar provecho del sacrificio de Jesús, así como Jesús le dijo al gobernante judío Nicodemo, que vino a Jesús bajo la sombra de la noche: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.”—Juan 3:16.
Observe la expresión, “ejercer fe.” Si usted aprecia lo que Jesús hizo por usted al morir por sus pecados, no solo creerá, convendrá y asentirá mentalmente al hecho de que él murió por usted, sino que usted obrará en armonía con esa creencia, prestando atención a las instrucciones que Pedro dio poco después del Pentecostés a sus oyentes judíos: “Arrepiéntanse, por lo tanto, y vuélvanse para que sean borrados sus pecados.” (Hech. 3:19) Eso entraña, por una parte, el oponerse sinceramente a las tendencias pecaminosas de nuestra mente y de nuestro cuerpo y, por otra parte, el suplicar a Dios el perdón de nuestros pecados sobre la base del sacrificio de Jesús.—1 Juan 2:1, 2.
¿Y qué requiere de usted el mostrar aprecio por lo que Jesucristo hizo por usted como el gran Maestro y Dechado? Ante todo, que usted se familiarice con las enseñanzas de Jesús. Esto requiere estudiar la Palabra de Dios, especialmente las Escrituras Griegas Cristianas, en las que se hallan sus enseñanzas. Puesto que usted necesitará ayuda para entender y apreciar lo que usted lea, usted querrá aprovecharse de las ayudas impresas para estudio de la Biblia y de las reuniones de congregación provistas con ese mismísimo propósito. En segundo lugar, que luego haga un esfuerzo concienzudo para aplicar en su vida cotidiana lo que usted aprenda. Porque, como Jesús dijo: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor,’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Principal entre las instrucciones que Jesús dio a sus seguidores es ésta: “Sigan, pues, buscando primero el reino y Su justicia [la de Dios], y todas estas otras cosas les serán añadidas.”—Mat. 7:21; 6:33.
CONMEMORANDO LA MUERTE DE JESÚS
Para que siempre podamos recordar y apreciar lo que Jesús hizo por nosotros, particularmente al morir por nosotros, Jesús dio un mandamiento de conmemorar su muerte. Esta conmemoración, conocida en la cristiandad como la “Cena del Señor,” se celebra de manera variada: diariamente, semanalmente, trimestralmente y anualmente. ¿Cuándo y cuán a menudo debe conmemorarse? En vista del hecho de que todos los acontecimientos importantes se conmemoran anualmente y que Dios mismo siguió este principio al tratar con su pueblo, la nación de Israel, ¿no es razonable que la muerte de Jesucristo también se conmemore anualmente? Además, Jesús murió en el día más notable del calendario hebreo, en el cual día él también instituyó el memorial de su muerte. Por lo tanto, parecería lógico que solo anualmente, y eso el 14 de Nisán, la fecha de la Pascua, se observara este memorial. Este mandato tiene especial pertinencia en este tiempo, porque el 14 de Nisán de este año cae el martes 5 de abril, después de ponerse el Sol, o después de las seis p.m., hora normal.
¿Cómo debe conmemorarse la muerte de Jesús? De la manera que Jesús indicó cuando instituyó la conmemoración por primera vez. Como leemos: “Jesús tomó un pan y, después de decir una bendición, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: ‘Tomen, coman. Esto significa mi cuerpo.’ También, tomó una copa y, habiendo dado gracias, se la dio a ellos, diciendo: ‘Beban de ella, todos ustedes; porque esto significa mi ‘sangre del pacto,’ que ha de ser derramada a favor de muchos para perdón de pecados.’”—Mat. 26:26-28.
El pan era sin levadura, ya que era la única clase de pan que los israelitas podían tener en sus hogares durante la época de la Pascua. Esto representaría bien el cuerpo humano sin pecado de Jesús; en la Biblia la levadura se usó a veces para representar el pecado. Fue a su propio cuerpo humano que se refirió Jesús aquí, no a la congregación de sus seguidores, que a veces también se menciona como el cuerpo de Cristo. El vino, siendo rojo, fue un símbolo apropiado de la sangre vital de Jesús derramada a favor de sus seguidores y del resto de la humanidad.—1 Cor. 5:6-8; 1 Juan 2:2.
En el memorial de la muerte de Jesús, ¿quiénes pueden participar del pan y del vino? ¿Todos los asistentes? Eso depende de quiénes asistan. ¿Por qué? Porque es claro por las palabras de Jesús en aquella ocasión que aquellos con quienes instituyó el memorial de su muerte, los once apóstoles fieles, estaban con él en un pacto para el reino de Dios: “Ustedes son los que con constancia han continuado conmigo en mis pruebas; y yo hago un pacto con ustedes, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo, para un reino, para que coman y beban a mi mesa en mi reino, y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.” Por otro testimonio bíblico, tal como el que se encuentra en Revelación 14:1, 3 y 20:6, el número de los que habrán de participar de tal gloria con Jesucristo está limitado a 144.000.—Luc. 22:28-30.
¿Cómo puede una persona saber si llena los requisitos para ese honor o no? Por los tratos de Dios con ella. Es a tal persona que aplican las palabras del apóstol Pablo: “El espíritu [de Dios] mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.” Es a tal persona también que aplican las palabras de Pedro: “Según su gran misericordia [la de Dios] nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.” Jesús dijo que tales personas ‘nacían otra vez.’ Puesto que este número comenzó a ser escogido desde el tiempo del Pentecostés, y está limitado a 144.000, podemos esperar que queden comparativamente pocos para completar ese número.—Rom. 8:16; 1 Ped. 1:3; Juan 3:3.
Por eso el año pasado en la observancia del memorial de la muerte de Jesús entre los testigos de Jehová solo 11.550 participaron del pan y del vino aunque más de 1.933.089 asistieron por toda la Tierra. ¿Por qué deberían asistir todos estos otros a la celebración de la muerte de Jesús cuando no participan del pan y del vino? Por más de una buena razón. Así muestran respeto al mandato de Jesús de conmemorar su muerte: “Sigan haciendo esto en memoria de mí.” Además, en tales ocasiones se da una conferencia bíblica con el propósito de aumentar el aprecio de los oyentes a lo que Jesús hizo por ellos. También, el asistir muestra un interés en los que sí participan. Y por lo que el apóstol Juan registró en los capítulos 13 al 17 de su Evangelio, es patente que la ocasión de la cena del Señor debe servir para unificar a los seguidores de Cristo y para aumentar su amor mutuo. De hecho, sería bueno que todos los que asistan a la celebración de la cena del Señor lean esos cinco capítulos, ya sea antes de asistir o después, para comprender más plenamente el espíritu del memorial de la muerte de Jesús.—1 Cor. 11:24.
Los testigos cristianos de Jehová extienden una sincera bienvenida a todos los amadores de Dios y de su Palabra, a todos los que quieran aumentar su aprecio de lo que Jesús hizo por ellos, para que se reúnan con ellos el 14 de Nisán, que este año comienza el martes 5 de abril, después de ponerse el Sol. Si usted no sabe la ubicación de su lugar de reunión o Salón del Reino más cercano, escriba a los editores de esta revista, y ellos gozosamente le enviarán a usted esta información.