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  • ¿Puede usted defender su fe?
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w65 1/12 págs. 707-708

¿Puede usted defender su fe?

¿TIENE usted una religión a la cual ama y estima? Si así es, usted debería estar contento de considerarla y compartirla con otros. Así se siente una persona altruista cuando tiene algo bueno que servirá de provecho a su prójimo.

Si la de usted es la fe verdadera, entonces es una fe que se basa firmemente en la Palabra de verdad de Dios, la Biblia. Sus enseñanzas se pueden defender con la Biblia. Esto plantea la pregunta: ¿Puede usted usar la Biblia para defender su fe? Es vital que usted pueda hacerlo, porque un apóstol de Jesucristo, Simón Pedro, escribió en una ocasión: “Santifiquen al Cristo como Señor en su corazón, siempre listos para hacer una defensa ante todo el que les exija razón de la esperanza que hay en ustedes.” (1 Ped. 3:15) Sí, los cristianos verdaderos deben poder usar la Biblia para hacer una defensa de las creencias que estiman. ¿Puede hacerlo usted?

Hace algún tiempo una señora católica que estimaba su fe deseaba más conocimiento para poder compartirla con otros y defenderla cuando surgieran preguntas. En cuanto a sus esfuerzos en conexión con esto, escribe:

“Hace varios años mi esposo y yo asistimos a una clase nocturna para aprender más en cuanto a nuestra religión. Fuimos dos veces a la semana durante dos años, mientras estuvo en sesión. Puesto que yo creía que la nuestra era la única manera verdadera de adorar a Dios, quería estar mejor equipada para compartir mi fe con los no creyentes. El jefe del Centro de Información Católica en Milwaukee, el padre Mehok, conducía la clase. Estudiábamos con un libro de preguntas y respuestas que citaba algunos textos bíblicos. También leíamos de vez en cuando un párrafo o dos de la Biblia.

“Un día un testigo de Jehová me visitó en mi casa. En poco tiempo llamó mi atención a muchos textos bíblicos que eran nuevos para mí y que parecían contradecir mi religión. Comprendiendo que había aprendido mucho en cuanto a la religión católica pero poco en cuanto a la Biblia, decidí asistir otra vez a una clase bíblica, esta vez en una congregación católica diferente en Milwaukee. Se concedían unos cuantos minutos después de cada sesión para contestar preguntas que se habían presentado previamente. Presenté varias preguntas; sin embargo, no se me dio ninguna respuesta de la Biblia.

“Luego fui a la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de Milwaukee. El padre Brown conducía esta clase. Durante una de las discusiones él dijo que podíamos leer la Biblia si queríamos, pero que descubriríamos que ésta es ‘lectura insípida.’ Sin embargo, recalcó la importancia de que los católicos se aprendieran de memoria sus oraciones. Una de las razones que dio fue que uno podía hacer como él—orar y planear el horario del día al mismo tiempo. Le pregunté que de qué valor era tal oración. Todo lo que dijo en respuesta fue que sabía que había cometido un error al instante que lo dijo.

“Otra pregunta que le hice fue que si Jesús sabía el tiempo del fin del mundo cuando dijo: ‘Respecto a aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre.’ (Mat. 24:36) Respondió que Jesús sabía, pero que negó saberlo porque no pensaba que la gente tenía que saberlo.

“Percibiendo que podría abochornarlo haciendo estas preguntas en la clase, sugerí una entrevista privada. En esta reunión otra vez traje a colación Mateo 24:36 y le pregunté por qué casi había dicho que Jesús era mentiroso. No usó la Biblia sino que se adhirió tenazmente a su declaración original, alegando que Jesús era Dios y que por lo tanto lo sabía todo. Debido a que rehusaba usar la Biblia, decidí ver a otro sacerdote.

“Otra vez me comuniqué con el jefe del Centro de Información Católica. Le escribí y le dije que tenía varias preguntas que quería escribir en máquina y enviárselas. Le dije que le concedería bastante tiempo para buscar las respuestas y que cuando estuviera listo me gustaría que me visitara en mi casa. También mencioné que yo tendría allí a un testigo de Jehová para que pudiéramos mostrarle a este Testigo que la religión católica era la religión verdadera. Me contestó y rehusó venir, sugiriendo que yo estaba mentalmente desequilibrada.

“Entonces decidí como último recurso escribir al papa en Roma y preguntarle. De modo que envié una carta telegráfica. Entre las preguntas que hice se hallaba la de si el papa podía recomendar a un sacerdote de la zona de Milwaukee que estuviera suficientemente familiarizado con la Biblia para poder contestar mis preguntas bíblicas. El cable costó 16.45 dólares y me pareció que valdría la pena cada centavo. ¡No hubo respuesta!

“Había estimado muchísimo mi religión y hubiera deseado seguir siendo católica. Me esforcé bastante para hallar respuestas para defender mi fe. Hallando imposible esto, comencé un estudio sistemático con un testigo de Jehová. Pronto después, comencé a concurrir a las reuniones de congregación. Con la abundancia de prueba bíblica que se daba, no fue difícil comprender que ésta de veras era la Verdad. Ahora estoy participando felizmente en el ministerio del campo y estoy hablándoles a mis amigos católicos en cuanto al reino de Dios.”

¿Ha tratado usted alguna vez de defender su fe mostrando que está apoyada por las Escrituras? Si alguien le preguntara a usted por qué cree de la manera que lo hace, ¿podría usted abrir la Biblia en textos apropiados y decir: “Esta es la base para mi fe. Esto es lo que la Biblia enseña sobre el asunto”? Recuerde, el apóstol Pedro dijo: Estén “siempre listos para hacer una defensa ante todo el que les exija razón de la esperanza que hay en ustedes.”—1 Ped. 3:15.

El simplemente poseer una fe no basta. Se tiene que estar preparado para defenderla. Esto requiere investigación—hacer preguntas, y obtener respuestas de la Palabra de verdad de Dios, la Biblia. “Sigan poniéndose a prueba para ver si están en la fe, sigan dando prueba de lo que ustedes mismos son,” estimuló el apóstol Pablo. Es vital que usted haga esta prueba, examinando si sus creencias están apoyadas por las Escrituras o no. Es la única manera de estar seguro de que usted tiene la fe verdadera.—2 Cor. 13:5.

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