Imite lo que es bueno
LOS niños son grandes imitadores. Su mente imaginativa pretende que son adultos cuando juegan a la “casita” o hacen otras cosas que ven que los adultos hacen. Esta tendencia de imitar puede ser buena o mala, dependiendo de los ejemplos que opten por imitar. Ciertamente los hampones de las películas y otros hombres malos que muchos de ellos ven en la televisión y en las pantallas de los cines con ávido interés no son buenos ejemplos para ellos. El hecho de que algunos niños han imitado a hombres de este tipo ha contribuido al aumento de hampones juveniles, cuyas depredaciones y actos de violencia en ciudades en todo el mundo son escandalosos. ¡Cuánto mejor sería para ellos si sus padres dirigieran su tendencia imitadora hacia ejemplos buenos! Esto, por supuesto, requiere que se superentienda el entretenimiento que los niños ven en la televisión y en los cines. Se requiere que se superentienda su selección de compañeros de juego o simplemente compañeros, y se requiere que los padres mismos pongan un buen ejemplo.
Con la mayor frecuencia, los hijos imitan la conducta y modo de hablar de sus padres. Los padres que usan lenguaje obsceno por lo general tienen hijos que usan lenguaje obsceno. Los padres que fuman por lo general tienen hijos que fuman. Los padres que son faltos de honradez por lo general tienen hijos que son faltos de honradez. Los padres que practican el mentir por lo general tienen hijos que son mentirosos consuetudinarios. Por medio de poner un buen ejemplo en el habla y la conducta los padres pueden dirigir esa tendencia imitadora en un derrotero sano, lo cual servirá para el bien duradero de los hijos.
Hay otras influencias, como las opiniones que son populares entre otros niños, que pueden hacer que los hijos de uno imiten a personas prominentes del mundo que se conocen por su ropa sensualmente pegada o por su estilo de peinado extremado, pero los padres alertos pueden ayudarles a evitar el cometer este grave error. Si se les enseña a respetar el buen consejo de la Palabra escrita de Dios, se provee un medio por el cual los padres pueden persuadir a sus hijos a rechazar lo que es malo e imitar lo que es bueno. Desde una edad temprana los padres necesitan moldear el modo de pensar de ellos para que tengan en alta estima lo que es bueno.
Del mismo modo que los niños, los adultos pueden caer en la trampa de la opinión popular y ser llevados por la muchedumbre a medida que ésta copia el modo de pensar y las acciones de ciertos individuos prominentes. Por eso los adultos, también, son imitadores, pero el imitar a otros no es necesariamente tan obvio como en el caso de los niños. La persona que hace algo porque “todos los demás lo están haciendo” o porque lo hacen ciertas personas que se considera que son la flor y nata de la sociedad es una imitadora, pero, ¿es imitadora de lo que es bueno?
Al individuo que ha llegado a tener mucho éxito en los negocios, quizás a costa de otras personas, frecuentemente lo admiran las personas que envidian su éxito. De modo que se esfuerzan por imitarlo con la esperanza de lograr las riquezas y prominencia que él ha alcanzado, y proceden a copiar su despiadada táctica comercial. Con toda probabilidad no obtendrán lo que se imaginan obtener por medio de imitar un ejemplo malo, pero lo que sí obtienen es una norma deteriorada de moralidad que puede arruinarlos para el resto de su vida.
Con buena razón advierte la Santa Biblia: “No se extravíen. Las malas asociaciones echan a perder los hábitos útiles.” (1 Cor. 15:33) El imitar el ejemplo malo que pone otra persona es un resultado de cultivar malas asociaciones. Si los padres pueden discernir que los malos compañeros o el admirar a personas inmorales prominentes pone en peligro la moralidad de sus hijos, deben poder apreciar la necedad de imitar ellos mismos a tales personas a fin de que la muchedumbre los acepte.
Hay que controlar en los adultos tanto como en los niños la tendencia de imitar. Es una fuerza que hay que reconocer y moldear de manera que sirva los mejores intereses de un individuo. Con conocimiento de los buenos principios y de las normas morales de la Palabra de Dios una persona puede moldearla de manera sabia. Puede distinguir claramente un ejemplo digno de imitarse de aquel que no lo es. Con su ayuda puede resistir la necedad de ser llevado por la muchedumbre.
¡Cuánto mejor es imitar a las personas que aman lo que es justo! Los apóstoles de Jesucristo fueron tales ejemplos. Cuando escribió a los tesalonicenses el apóstol Pablo dijo: “Ustedes mismos saben la manera en que deben imitarnos, porque nosotros no nos portamos desordenadamente entre ustedes.” (2 Tes. 3:7) También, en su carta a los hebreos cristianos escribió: “Acuérdense de los que llevan la delantera entre ustedes, los cuales han hablado la palabra de Dios, y al contemplar detenidamente en lo que resulta la conducta de ellos, imiten su fe.”—Heb. 13:7.
La conducta de los apóstoles y de los demás que tomaban la delantera entre los cristianos primitivos fue buena. Estuvo en armonía con las leyes bíblicas y la buena moralidad. Fue provechosa para la gente que se asociaba con ellos. Eran ejemplos mejores, para que los imitara la gente, que los prominentes artistas, jefes militares y funcionarios públicos del mundo romano que llevaban vidas relajadas.
El más excelente ejemplo de lo que es bueno que cualquiera pudiera optar por imitar es Dios mismo. A pesar de la voluntariedad del género humano, él ha tenido gran paciencia, mostrándole bondad amorosa al género humano. Siempre ha amado lo que es justo y odiado lo que es malo, no obstante ha sido perdonador. Su anuencia a perdonar aun a las personas inicuas si se arrepienten sinceramente revela su bondad de manera muy notable. Describiendo algunas de sus cualidades, él dijo: “Jehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, lento para encolerizarse y abundante en bondad amorosa y verdad.” (Éxo. 34:6, 7) No hay mejor ejemplo que pudiera imitar el hombre o que se le pudiera enseñar a los niños a imitar.
Se pueden hallar muchos otros ejemplos en la Biblia que se pueden considerar e imitar sin peligro más bien que las personas del mundo cuya conducta moral y actitudes sirven para extender la desolación moral de esta era. El derrotero sabio es prestar atención a la exhortación bíblica: “Amado, no seas imitador de lo que es malo, sino de lo que es bueno.”—3 Juan 11.