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  • Guárdese de ser presto para poner en duda los motivos
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
w67 15/11 págs. 675-676

Guárdese de ser presto para poner en duda los motivos

¡CUAN propensa es la naturaleza humana caída a ser presta para poner en duda los motivos de otros! Un niño trae un regalo a su maestra en aprecio de sus esfuerzos, pero sus condiscípulos quizás lo acusen desde luego de hacerlo por razones egoístas, porque quiere llegar a ser un favorito de la maestra. ¿Insignificante? ¿Pueril? Sin duda, pero quizás también esté envuelto un poco de egoísmo, un poco de falta de amor, en esta prontitud para poner en duda los motivos.

Sí, el ser presto para poner en duda los motivos de otros muestra falta de amor, y los adultos a veces están tan propensos a hacerlo como los niños. Sin embargo, en nuestras asociaciones cotidianas debemos querer ser prestos para atribuir buenos motivos a otros, estar bondadosamente dispuestos hacia ellos y listos para creer lo bueno de ellos en vez de lo malo cuando existen dudas.

Por eso, cuando un esposo quiere hacer feliz a su esposa sorprendiéndola con un ramo de flores o una caja de dulces, que se regocije ella con esa expresión de amor; que no comience ella, sin razón muy buena, a preguntarse cuál fue su motivo, ¡como si él hubiera sido culpable de alguna indiscreción y ahora estuviera tratando de compensar por ella! ¡Qué falta de amor y qué tontería! Y no obstante hay esposas que piensan y actúan exactamente así... ¡y esposos también, tratándose de eso!

Nos ayudará a guardarnos de ser prestos a poner en duda los motivos de otros si recordamos que en la Biblia repetidas veces se muestra a Satanás el Diablo haciendo esto. Así, cuando Jehová Dios llamó la atención de Satanás hacia el justo Job, Satanás fue presto para poner en duda los motivos de Job al servir a Dios. Pero a pesar de todo lo que pudo hacer Satanás, se probó que estaba equivocado y que Job era veraz.—Job 1:7-22; 42:7-17; Rev. 12:10.

Y entre los que alcanzaron el mismísimo nadir, o profundidades más bajas, en dudar de los motivos de otros ha habido hombres como el ateo marqués de Sade, cuya filosofía era atribuir un motivo vil a toda acción humana honorable. Según él —mencionando un solo ejemplo— los padres no merecen respeto ni gratitud, porque al producir prole y luego criarla simplemente han seguido instintos y motivos egoístas. Pero el Creador, Jehová Dios, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, ciertamente hizo una criatura capaz de alcanzar alturas de nobleza, benignidad y altruismo.—Gén. 1:26, 27.

El ser prestos a poner en duda los motivos de otros es tontería, porque puede robarle a uno mucha felicidad. Especialmente con los hermanos cristianos de uno, es mucho mejor hallar que uno comete el error de ser demasiado generoso, demasiado confiado, y no el de ser demasiado crítico, demasiado sospechoso. Al ser confiado en vez de sospechoso uno no causará innecesariamente desavenencias, ¡y no se hallará tentado a decir o hacer cosas que pudiera lamentar después! De hecho, es bueno tanto para la mente como para el cuerpo estar lleno de esperanzas, querer creer cosas buenas acerca de otros.

La Biblia nos da un ejemplo de la tontería de ser prestos para poner en duda los motivos de otro en 2 Samuel 10:1-19. En una ocasión el rey David de Israel envió condolencias al rey de Amón debido a la muerte de su padre. Sin embargo, ese rey estuvo presto a poner en duda los motivos del rey David y obstinadamente mantuvo su posición equivocada, al grado de influir en un rey vecino para guerrear contra el rey David. Al fin el rey de Amón solo acarreó dificultad sobre sí mismo y su pueblo.—2 Sam. 12:26-31.

Una ayuda contra la tendencia de ser presto a poner en duda los motivos de otros es el reconocer que esto quizás sea una forma de rivalidad, de competencia. ¿Por qué? Porque, al ser presto a poner en duda los motivos de otro, uno está rebajando a ese individuo a la vez que se está elevando a sí mismo por comparación. Esto bien pudiera hacerse inconscientemente, porque el corazón humano es engañoso.—Jer. 17:9, Mod.

Al ser presto para poner en duda los motivos de otros, uno presume hacer más de lo que realmente puede. Jesucristo, el Hijo de Dios, pudo juzgar prestamente los motivos de otros, así como muestran los registros del Evangelio. Y también pudo hacerlo el apóstol Pedro, porque el espíritu santo lo había facultado milagrosamente, como se ve del hecho que desenmascaró a los mentirosos hipócritas Ananías y Safira. Pero Dios no ha dotado a ninguna persona en la Tierra hoy con tal poder.—Mat. 22:17, 18; Hech. 5:1-11.

En particular la empatía, o la habilidad de ponerse uno en el lugar de otro, por decirlo así, lo ayudará a uno a guardarse de ser presto para poner en duda los motivos de otros. Por lo general nosotros nos atribuimos buenos motivos al hacer lo que decimos y hacemos, ¿no es verdad? Entonces, ¿por qué no conceder que otros igualmente tienen buenos motivos para sus palabras y acciones? Realmente se trata de hacer a otros lo que quisiéramos que nos hicieran. No nos agrada que otros sean prestos para poner en duda nuestros motivos, ¿no es verdad?—Mat. 7:12.

Esto no quiere decir que en todo caso el poner en duda los motivos es incorrecto. Después de todo, en los tratos comerciales uno tiene que reconocer la tentación que el propio interés presenta de exagerar, de estirar la verdad o de participar en prácticas fraudulentas. “Cuídese el comprador” solo es usar buen juicio en tales casos. Y también hay un tiempo y un lugar para juzgar los motivos, después de haber sido revelados por acciones patentes; como cuando se cita a un malhechor ante un comité judicial de una congregación cristiana. Pero note que no hay nada presto ni apresurado en cuanto a poner en duda los motivos en tal caso.—1 Cor. 5:1-13; Jud. 4-19.

Sin embargo, fuera de tales excepciones, cuando se consideran los motivos de nuestros compañeros en nuestros lugares de empleo, en nuestro propio círculo familiar o dentro de la congregación cristiana, seamos generosos, caritativos, confiados, listos para creer lo bueno de ellos en vez de lo malo cuando existen dudas. Recuerde, es Dios quien ‘ve lo que es el corazón.’ Sin embargo, podemos leer nuestro propio corazón, por eso, más que cualquier otra cosa que ha de guardarse, salvaguardemos nuestro propio corazón, asegurándonos de que nuestros propios motivos siempre son puros.—1 Sam. 16:7; Pro. 4:23.

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