Cuando tenga ganas de gritar
CUANDO un muchachito de cuatro años entró en la cocina de su madre hace poco tiempo, se le resbaló de la mano una cubetita. Cayó arena sobre el piso recién trapeado. Encolerizada, la madre gritó y le dio un golpe a su hijo, haciéndolo caer cuan largo era en el suelo. Después de más gritos, la madre salió airada de la cocina, dejando al niño todavía en el piso.
¿Ha visto usted una escena como ésa alguna vez? ¿Ha sucedido en su hogar?
Hoy la gritería es frecuente en muchas familias. No solo gritan los padres a sus hijos, sino que a menudo los cónyuges se gritan insultos el uno al otro. ¿Por qué?
Tal vez a algunas personas esto les parezca normal. Sus padres se gritaban el uno al otro. Sus conocidos lo hacen. También, quizás hayan oído que es perjudicial el no desahogar las emociones. De modo que les parece que tienen justa razón para gritar cuando están airadas.
A menudo las mujeres gritan cuando se sienten bajo presión. Tal vez los hijos estén enfermos e irritables. Quizás la madre misma no se sienta bien. Tal vez la preparación de la cena haya sido interrumpida. Tal vez parezca que casi todo ha salido mal, y no sabe qué más hacer. En medio de esas circunstancias, no sorprende el que tenga ganas de gritar.
Los hombres, también, se encuentran cada vez bajo mayor presión. A menudo hay preocupaciones financieras. Un padre quizás afronte la pérdida de su trabajo. Tal vez sus nervios estén hechos trizas. Entonces hasta la más leve irritación, como por niños que hagan ruido, puede hacer que sienta ganas de estallar verbalmente.
¿Es provechoso ese estallido verbal? Al contrario, puede ser perjudicial de muchas maneras para uno mismo, así como para aquellos a quienes se les grita. Considere lo que le sucede a una persona físicamente cuando da rienda suelta a gritar encolerizadamente.
Aumenta la presión de la sangre. La circulación sufre malos efectos. Se estorba la digestión. Se ejerce tensión indebida en el sistema de defensa del cuerpo. En consecuencia, el resultado puede ser condiciones tan serias como apoplejías o ataques al corazón. ¡Los estallidos verbales de ira realmente pueden acortar la vida de uno!
¿Y qué hay del efecto en otros... por ejemplo, un cónyuge a quien se le grite? ¿Hará esto que él o ella quiera estar con el cónyuge? ¿Estará ansioso o ansiosa de ver a su cónyuge aquella noche y tener a su cónyuge en sus brazos?
En cuanto al efecto que tiene en un niño el que se le grite con frecuencia, un médico neoyorquino hizo la siguiente observación: “Ciertamente se le causa daño al niño emocionalmente. Con frecuencia se siente alejado de sus padres. A menudo se hace introvertido. Y tal vez se entregue a comportamiento anormal, hasta delincuente.”
¿Vale la pena gritar cuando puede tener efectos físicos y emocionales tan dañinos? ¿Mejora la situación actual? ¿Estará el niño a quien se le grita más inclinado a considerarlo a usted con respeto y amor, o se sentirá incómodo en su presencia y procurará evitarlo?
¿Significa esto que jamás hay ocasión en que uno haya de elevar la voz? A veces es necesario que los padres sean firmes con sus hijos, y una voz algo ampliada puede hacer más enfático su punto. Pero no se requiere un estallido o explosión verbal incontrolado.
La Palabra de Dios, la Biblia, asume un punto de vista práctico de las cosas y da este excelente estímulo: “Quítense de ustedes toda amargura maliciosa y cólera e ira y gritería y habla injuriosa junto con toda maldad. Mas háganse bondadosos los unos con los otros, tiernamente compasivos, libremente perdonándose unos a otros así como Dios también por Cristo libremente los perdonó a ustedes.”—Efe. 4:31, 32, New World Translation.
Tal vez usted concuerde en que eso es un consejo excelente. “Pero,” tal vez usted pregunte: “¿cómo debo proceder cuando ya no sé qué más hacer, y parece que de mis labios saltan la gritería y las palabras insultantes?”
Las compañías de drogas anuncian que entonces es hora de tomar sus sedantes. Pero el recurrir a las drogas no suministra remedio duradero. Más bien, puede crear problemas aun peores.
Otra cosa que muchos aconsejan para cuando uno tenga ganas de gritar es ‘contar hasta diez.’ La idea tras esto es que suministra tiempo para que uno se calme y contenga las palabras airadas. Puede que esto ayude.
Pero hay algo mucho más provechoso que puede hacer el que ama a Dios. Puede detenerse y, en ese momento en que tiene ganas de gritar, orar a Jehová Dios. Señalando la eficacia de acudir a Dios por ayuda, uno de los apóstoles de Cristo dijo que Dios “puede hacer más que sobreabundantemente en exceso de todas las cosas que pedimos o concebimos.”—Efe. 3:20.
Ciertamente, Aquel que instó de este modo: “Quítense de ustedes . . . gritería y habla injuriosa,” puede ayudarlo a calmarse al tener ganas de gritar. Pero tiene que dirigirse a él en oración para pedirle su ayuda.
Otras medidas prácticas al sentirse impelido a gritar tal vez sea el alejarse de la dificultad o el problema si es posible. Salga a caminar. Escuche música calmante. O aléjese a donde pueda sentarse y leer la Biblia y meditar en su estímulo procedente de Dios. Para que la aprobación de Dios continúe siendo nuestra, tenemos que aplicar lo que dice, incluso su exhortación de ponerle coto al hábito de gritar.
Pero, ¿hay ocasiones en que esté justificado el gritar? Sí. Por ejemplo, cuando su vida esté amenazada o cuando trate de rechazar a un atacante. Bajo la ley de Dios dada al Israel de la antigüedad una virgen comprometida que fuera amenazada con ser violada hasta estaba bajo la obligación de gritar. Pero éstas son circunstancias excepcionales y no representan el que uno pierda el gobierno de sí mismo.—Deu. 22:23-27.
En cuanto a otras circunstancias, si usted siente ganas de gritar, deténgase y considere sus efectos. ¿Quiere usted causarse daño físicamente, alejar a otras personas y afectar adversamente su posición con Dios? Si no quiere eso, haga grandes esfuerzos por ser bondadoso, por saber perdonar y por ser tiernamente compasivo. Con la ayuda de Dios, podrá abstenerse de gritar cuando tenga ganas de hacerlo.