¿Es María en verdad la “madre de Dios”?
POR muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, los profetas hebreos estuvieron anunciando de antemano ese acontecimiento singular. El nacimiento habría de ser el único de su clase... un nacimiento virginal. (Isa. 7:14; Mat. 1:20-23) El papel extraordinario que Jesús desempeñaría después de eso en el desenvolvimiento del propósito de su Padre requería que naciera como criatura humana perfecta.
Más de siete siglos antes de nacer Jesús de la virgen judía María, la profecía de Isaías llamó atención a la posición importante que él tendría. Leemos: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, el señorío reposará en su hombro, y se llamará ‘Admirable-Consejero,’ ‘Dios-Poderoso,’ ‘Siempre-Padre,’ ‘Príncipe de Paz.”—Isa. 9:5, Biblia de Jerusalén (BJ) católica.
El que Jesús sea designado proféticamente “Dios-Poderoso” ¿verdaderamente hace que María sea la “madre de Dios”? Para contestar esa pregunta, tendríamos que saber exactamente que se quiere decir con la expresión “madre de Dios.” Solo entonces podemos determinar si es o no una designación bíblica.
La New Catholic Encyclopedia declara: “Si María no es verdaderamente la madre de Dios, entonces Cristo no es Dios verdadero así como hombre verdadero . . . María es en verdad la madre de Dios si se satisfacen dos condiciones: que ella en realidad sea la madre de Jesús y que Jesús en realidad sea Dios.” (Tomo 10, pág. 21) En armonía con eso, el que se llame a María la “madre de Dios” tiene como base la creencia de que Jesucristo realmente es Dios. Esto se muestra además en la New Catholic Encyclopedia: “Al negar . . . que la Palabra Encarnada sea el Hijo increado del Padre, en igualdad con el Padre, los arrianos rehusaban aceptar la divinidad de Cristo y en consecuencia la maternidad divina de María.” (Tomo 10, pág. 21) Por consiguiente, solo si se puede establecer que Jesucristo es “Dios verdadero” y “en igualdad con el Padre” se le puede llamar correctamente a María la “madre de Dios.” Pero ¿es Jesucristo de veras “Dios verdadero” y está “en igualdad con el Padre”?
La Biblia no usa la expresión “Dios verdadero” con referencia a Jesucristo. Jesús mismo limitó esta designación a su Padre. Dirigiéndose a su Padre en oración, Jesús dijo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.” (Juan 17:3, BJ) Jesús nunca habló de sí como si fuera el igual de su Padre. En vez de eso, reconoció a su Padre como su Dios, pues le dijo a María Magdalena después de su resurrección: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” (Juan 20:17, BJ) Aun después de haber ascendido a los cielos, Jesús continuó llamando a su Padre “mi Dios,” cuatro veces en el mismo versículo.—Apo. Rev. 3:12, BJ.
El hecho de que Jesús no podía ser igual a su Padre también se demuestra por lo que se predijo que sucedería al fin del reinado de mil años de Cristo. El apóstol Pablo escribió de esto: “Cuando ya todas las cosas estuvieren sometidas a él, entonces el Hijo mismo se someterá al que se las sometió todas, a fin de que Dios lo sea todo en todas las cosas.” (1 Cor. 15:28, Editorial Herder [EH] católica) Está claro que Jesús no podría estar “en igualdad con el Padre” y al mismo tiempo someterse al Padre, reconociéndolo como Dios.
Digna de atención, también, es la propia actitud de María. Con debida humildad, se llamó la “esclava del Señor.” (Luc. 1:38, BJ) Porque fue favorecida con dar a luz al Hijo de Dios, María dijo a su parienta Isabel: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava.” (Luc. 1:46-48, BJ) De modo que María no se consideró la “madre de Dios,” sino la ‘humilde esclava’ de Dios.
De modo similar, Jesucristo no dio el énfasis a un parentesco carnal con María. En cierta ocasión una mujer exclamó: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” Contestando a esa exclamación, Jesús dijo: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.” (Luc. 11:27, 28, BJ) Prescindiendo de lo grande que haya sido el privilegio de dar a luz al Hijo de Dios, la mayor felicidad de María por lo tanto estaría en ser una sierva humilde de Dios, que ‘oyera su Palabra y la guardara.’ Note, también, que cuando a Jesús se le dijo que su madre y hermanos querían verlo, él extendió la mano hacia sus discípulos y dijo: “Estos . . . son mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que cumpliere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.” (Mat. 12:47-50, EH) De nuevo, las palabras enfatizaron que la relación espiritual es más importante que la relación física.
Por supuesto, en vista de que Jesucristo es el “Hijo de Dios” se podía hablar proféticamente de él llamándolo “Dios-Poderoso.” Esa expresión (en el hebreo original) significa un “fuerte, poderoso.” En la capacidad de “Rey de reyes y Señor de señores,” Jesucristo ciertamente es un poderoso o “dios.” (Apo. Rev. 19:16, EH) Pero, como el Hijo, siempre permanece en sumisión a su Padre, “el único Dios verdadero.”
En la Biblia, a Jesucristo nunca se le llama “Dios el Hijo” sino el “Hijo de Dios.” Él demostró que era exactamente lo que el ángel Gabriel le dijo a María: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. . . . El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.”—Luc. 1:31, 32, 35, BJ.
Así la evidencia bíblica aclara que el llamar “madre de Dios” a María tergiversa los hechos acerca del Dios verdadero y su Hijo así como de María. La designación “madre de Dios” se apoya en la enseñanza no bíblica de que el Hijo está “en igualdad con el Padre.” Esta tergiversación de la verdad no es algo que haya de tratarse con ligereza. Pues para que la adoración sea aceptable a Dios tiene que armonizar con la verdad. Como Jesucristo le dijo a una samaritana: “Los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorarle en espíritu y verdad.”—Juan 4:23, 24, BJ.
Si usted desea adorar a Dios “en espíritu y verdad,” asegúrese de que lo que crea se apoye en una base de hechos y bíblica.