¿Quién no necesita consuelo?
EN UNA ocasión u otra, sentimos una apremiante necesidad de consuelo y estímulo. Esto se debe a las muchas cosas de la vida que pueden causar tristeza.
Puede ser que unos padres trabajen afanosamente y traten de suministrar a sus hijos lo que necesitan. Pero a medida que los hijos y las hijas se hacen mayores, puede ser que se inclinen a la rebeldía y ocasionen incalculable aflicción y preocupación al padre y a la madre.
Puede ser que en su lugar de empleo un hombre llegue a ser víctima de falso testimonio en contra de él, o de injusticia. A pesar de su honradez y diligencia, quizás no lo asciendan debido a que su conciencia no le permite tratar de ascender a expensas de su honradez y de otras personas. Puede ser que hasta personas incompetentes le digan cómo hacer su trabajo. Para este hombre puede ser una prueba el ir a trabajar, pues se le hace difícil soportar una multitud de irritaciones.
Puede darse el caso de que un adulto acostumbrado a la actividad quede casi inmóvil debido a una enfermedad que lo vaya debilitando o un accidente que lo deje incapacitado. El individuo ya no puede hacer las cosas que tanto contribuían a su felicidad. Quizás se vea obligado a mitigar con drogas poderosas unos dolores intensos.
¿Y quién de nosotros no ha experimentado profunda tristeza por la muerte de un amigo allegado o un familiar? Puede que nos hallamos sentidos totalmente impotentes, angustiados por la soledad y deprimidos.
En situaciones como éstas, ¿a dónde podemos dirigirnos en busca de consuelo? Ciertamente sería estimulador encontrar una fuente de información que nos dijese cómo otras personas se han encarado a estos problemas con éxito y qué les ha suministrado firmeza durante el tiempo de su aflicción. La Biblia hace exactamente eso. Provee un registro cándido de cosas que sucedieron en la vida de ciertos individuos y cómo ellos aguantaron estas pruebas sin hacerse personas amargadas.
Leemos acerca del rey David, cuyo hijo Amnón se hizo culpable de violación incestuosa y cuyo hijo Absalón se envolvió en asesinato y conspiración por el trono. Durante su vida, David también aguantó acusaciones mordaces de parte de su hermano mayor, se vio obligado a vivir como proscrito por algunos años mientras el envidioso rey Saúl lo perseguía como el que caza a un animal, fue objeto de calumnia repetidas veces, vio a un consejero en quien confiaba convertirse en traidor contra él, y llegó a estar enfermo y endeble.
El sabio rey Salomón declaró las siguientes duras verdades de la vida: “No tienen los veloces la carrera, ni los poderosos la batalla, ni tampoco tienen los sabios el alimento, ni tampoco tienen los entendidos las riquezas, ni aun los que tienen conocimiento tienen el favor; porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.” “He visto a los siervos a caballo pero a príncipes andando en la tierra justamente como siervos.”—Ecl. 9:11; 10:7.
Desde luego, no todos los hombres y mujeres a quienes se menciona en la Biblia tuvieron que luchar con los mismos problemas. Sin embargo, desde el tiempo en que Caín le quitó la vida a su hermano Abel, la humanidad ha sabido lo que significa perder a una persona amada en la muerte. Abrahán lamentó la muerte de su amada esposa Sara. (Gén. 23:2) Cuando Jacob murió, “José se echó sobre él llorando y besándole.” (Gén. 50:1, Nueva Biblia Española) David lamentó la muerte de su amigo Jonatán, con las siguientes palabras: “Estoy angustiado por ti, hermano mío Jonatán, muy agradable me fuiste. Más maravilloso me fue tu amor que el amor procedente de mujeres.”—2 Sam. 1:26.
A pesar de las experiencias amargas y las penalidades, David, Noemí, Ana, Abrahán, José y muchos otros a quienes se menciona en la Biblia no se dejaron abrumar por los sentimientos de tristeza. Su confianza en Dios los sostuvo.