La Palabra de Dios es viva
Un hombre orgulloso se humilla
NAAMÁN, este orgulloso comandante militar sirio, y sus sirvientes se dirigen a Israel, donde Naamán espera ser curado de su lepra. Naamán había oído hablar a una niña israelita, sirvienta de su esposa, sobre los asombrosos milagros que cierto profeta de Jehová había ejecutado en Israel.
Naamán lleva consigo una carta de presentación del rey de Siria para entregarla al rey de Israel. En la carta se solicita que Naamán sea curado de su lepra. Al llegar a Israel, Naamán presenta la carta al rey Joram, quien se enoja muchísimo porque no puede curar a este hombre. Joram exclama: ‘El rey de Siria anda buscando una riña conmigo’. Cuando Eliseo, profeta de Jehová, se entera del asunto, manda a buscar a Naamán.
De modo que Naamán, con sus caballos y sus carros de guerra, va a la casa de Eliseo. Pero Eliseo ni siquiera sale a recibirlo. Simplemente envía un mensajero que le dice a Naamán: ‘Para que te cures, tienes que ir al río Jordán y bañarte en él siete veces’.
El orgulloso Naamán se ofende y se marcha furioso. ‘Pensé que saldría a recibirme —dice él—, y oraría a Jehová y movería su mano de un lado a otro sobre la parte afectada. Mejor me hubiera bañado en los ríos de Siria.’ Sin embargo, uno de los siervos de Naamán lo calma al razonar de la siguiente manera: ‘Señor, si el profeta te hubiera pedido que hicieras algo difícil, tú lo hubieras hecho. Ahora bien, ¿por qué no puedes sencillamente bañarte como él dijo y ser curado?’.
Naamán escucha a su siervo. Va al Jordán y se sumerge en sus aguas. Y, milagrosamente, después de zambullirse por séptima vez, ¡la lepra que lo aqueja desaparece! Movido por el agradecimiento, Naamán emprende un viaje de tal vez unos 48 kilómetros (30 millas) y regresa a la casa de Eliseo para expresar su agradecimiento.
Naamán ofrece regalos costosos a Eliseo, y entonces le pide: ‘Que se me dé un poco de tierra, la carga de dos mulos, para llevármela a mi casa’. ¿Con qué propósito? Para poder ofrecer sacrificios a Jehová en suelo de Israel. De hecho, Naamán promete que desde ese momento en adelante no ofrecerá sacrificios ni ofrendas quemadas a ningún otro dios que no sea Jehová. (2 Reyes 5:5-17.)
¡Qué cambio asombroso hizo Naamán! Es, sin duda, un excelente ejemplo que nosotros debemos imitar. Pero en un número futuro de esta revista consideraremos qué lección podemos aprender de aquel incidente.