Islas Salomón
EL ESTADO melanesio de las islas Salomón, llamadas cariñosamente “las islas felices”, se extiende como dos collares de perlas preciosas por las aguas azul turquesa del Pacífico. Esta doble cadena de islas volcánicas y atolones empieza en el atolón de Ontong Java, justo al sur del ecuador y al este de Papua Nueva Guinea, y se extiende por unos 1.500 kilómetros en dirección sudeste hasta las islas de Santa Cruz, que incluyen las islas Reef, a poca distancia de su vecino meridional, Vanuatu. Densos y exuberantes bosques cubren la mayoría de las islas del archipiélago de las Salomón, en cuyo territorio abundan los valles profundos y estrechos bordeados de cadenas montañosas de afiladas cimas y escarpadas estribaciones. Con sus 27.500 kilómetros cuadrados de superficie, este aislado país ocupa el segundo lugar en extensión, después de Papua Nueva Guinea, en el sur del Pacífico.
El primer explorador europeo que pisó sus playas de arena blanca fue el marinero español Álvaro de Mendaña, en 1568. Iba en busca de las legendarias minas de oro del rey Salomón, pero en su lugar descubrió las que denominó islas de Salomón; no obstante, el único oro que allí encontró fue el oro de aluvión de los ríos de Guadalcanal.
Un pueblo heterogéneo con un interés común
Existe una gran variedad entre los 300.000 habitantes de las islas, tanto en el color de la piel, que va desde el negro hasta un color pardo claro, como en el cabello, que varía de los abundantes rizos rubios ensortijados hasta el pelirrojo brillante de muchos melanesios, en contraste con el pelo negro y lacio de los polinesios. En las islas se hablan más de noventa idiomas y dialectos, pero la mayoría de la gente usa el inglés o el pidgin cuando habla con sus vecinos de otras islas y tribus.
La población polinesia vive en las islas remotas de Ontong Java, Rennell, Bellona, Sikaiana (islas Stewart) y Tikopia y Anuta (ambas en las islas de Santa Cruz). Existen importantes concentraciones de micronesios originarios de Kiribati en las islas de Vaghena y Gizo, en la parte oeste de las Salomón, así como en la capital, Honiara, en la isla de Guadalcanal.
Lo único que tiene en común esta población tan diversa, dejando aparte su ciudadanía de las islas Salomón, es un profundo interés en la Biblia. Son personas muy religiosas; van a la iglesia del pueblo varias veces a la semana, e incluso todos los días, y allí disfrutan cantando himnos. Les fascinan las profecías bíblicas, sobre todo los libros de Daniel y Revelación. Creen firmemente que vivimos en los últimos días de este viejo sistema, una creencia que los predispone a escuchar cuando se les habla de las promesas de Jehová Dios de traer paz duradera y felicidad por medio de su Reino celestial.
Las islas felices oyen hablar del “Dios feliz”
Las “buenas nuevas del Dios feliz” se han predicado con tesón en seis de las islas principales y en decenas de las islas más pequeñas desde 1953. (1 Tim. 1:11.) La evangelización de las Salomón se supervisaba en un principio desde la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Australia y posteriormente desde la sucursal de Papua Nueva Guinea.a Hermanos intrépidos de Papua Nueva Guinea, como John Cutforth, R. L. (Dick) Stevens, Les Carnie y Ray y Dorothy Paterson, visitaron a la creciente cantidad de hermanos de las zonas rurales. Solían alojarse en sus casas, que tenían el tejado y las paredes hechas de alargadas hojas de palma. El 18 de abril de 1977 se constituyó en sociedad la Junta Directiva de los Testigos de Jehová de las islas Salomón, lo que abrió el camino para mayor expansión y facilitó la organización de la predicación.
Las islas Salomón consiguieron la independencia política en julio de 1978. Los hermanos se alegraron de que su sociedad legal, la Junta Directiva de los Testigos de Jehová de las islas Salomón, se hubiera registrado antes del cambio de gobierno, ya que después se pusieron restricciones a la inscripción de nuevas religiones en la región. Con vistas a extender la predicación a más islas del archipiélago, se decidió abrir una sucursal en las islas Salomón. Poco después que se tomó esta decisión, se trasladó a las islas Glenn Finlay, un hermano de la sucursal de Papua Nueva Guinea, junto con su esposa, Merlene, para coordinar la obra.
No era la primera vez que el hermano Finlay pisaba las Salomón. Además de haber servido de superintendente de circuito y distrito en varias ocasiones, en 1965 había pasado tres meses en el norte de Malaita en calidad de precursor especial asignado por la sucursal de Papua Nueva Guinea.
La primera sucursal
“Nuestra primera sucursal se instaló en el sótano de la casa de Bob Seccombe, en Lengakiki Ridge, Honiara”, escribe el hermano Finlay con referencia al año 1978. Aquel pequeño sótano ya formaba parte de la historia teocrática. Fue el primer Salón del Reino de la isla de Guadalcanal y, más tarde, el primer almacén de literatura de las islas Salomón. Además, como el hermano Seccombe ofreció un pequeño apartamento de un solo dormitorio en la parte trasera del edificio, su casa también llegó a ser el primer Betel.
El hermano Finlay prosigue: “Solo contábamos con una máquina de escribir mecánica y una multicopista manual, pero teníamos una sublime vista de las aguas de color azul intenso del brazo de mar”. Aquel brazo de mar fue el escenario de una de las batallas más encarnizadas de la historia naval el 13 de noviembre de 1942, hace casi cincuenta años. Los norteamericanos le dieron el nombre de Ironbottom Sound (Brazo de Mar del Fondo de Hierro) por la cantidad de barcos que yacían en su fondo.
El hermano Seccombe y su esposa, Joan, regresaron a Australia por razones de salud después de treinta años de servicio. Aunque nunca tuvieron hijos carnales, dejaron un sinfín de hijos y nietos espirituales, que recuerdan con mucho cariño su labor altruista.
Volvamos al relato del hermano Finlay: “En 1978 vinieron de las Filipinas el hermano Denton Hopkinson y su esposa. Era el primer superintendente de zona que veían la mayoría de los hermanos. Durante los siguientes dos años se construyó un edificio de dos plantas que acogería la sucursal y el hogar Betel”. ¡Menudo trabajo dio! Para poder colocar los cimientos, tanto los hermanos como las hermanas de Honiara extrajeron del suelo pedazos enormes de coral cortante con simples instrumentos manuales. La construcción de la sucursal presentó muchos problemas y tomó bastante tiempo, casi tres años, pero al mismo tiempo fue una magnífica demostración de amor cristiano. Además, algunos hermanos que trabajaron en las obras posteriormente efectuaron otros trabajos especiales para Jehová.
Diez hermanos jóvenes trabajaron de jornada completa en las obras bajo la dirección de un miembro del Comité de Sucursal, el australiano Rodney Fraser, que era constructor. La mayoría de los voluntarios nunca había utilizado herramientas de construcción, pues provenían de congregaciones situadas en el bosque. No obstante, después de trabajar tres años junto al hermano Fraser y otros hermanos australianos, no solo se convirtieron en hábiles obreros de la construcción, sino que también llegaron a tener en gran estima la obra de la organización terrestre de Jehová y se hicieron más diestros en presentar las buenas nuevas.
Siete de estos jóvenes siguieron incrementando su servicio a Jehová de un modo u otro. Omega Nunu regresó a su pueblo, Taba’a, enclavado en las montañas de la región de los kwara’ae, en la isla de Malaita, y llegó a ser el único anciano de su congregación. Lilio Liofasi fue uno de los primeros miembros de la familia Betel, de la que formó parte durante ocho años. Ahora sirve junto con su esposa, Priscilla, que es originaria de las Filipinas, en otra faceta del servicio de tiempo completo. Joe Kwasui y David Kirite’e, dos hermanos carnales que aprendieron el oficio de carpintero, también emprendieron el servicio de tiempo completo, y fueron de los primeros en llevar la verdad a las islas de Santa Cruz, en el sector oriental de las Salomón. Billy Kwalobili, que aprendió a poner baldosas, sirvió de precursor especial en Ndeni, la isla más grande del grupo de las Santa Cruz, y en la actualidad es precursor en las apartadas islas Reef. Pedro Kanafiolo, un hermano enérgico que procedía de una población del norte de Malaita llamada Malu’u, sirve ahora de precursor especial en el territorio relativamente nuevo de la isla de San Cristóbal. Simon Maedalea, que trabajó de carpintero en las obras de la sucursal, tiempo después fue precursor en el este de Malaita. Todos estos hermanos enérgicos y diligentes han estado en la vanguardia de la predicación por las esparcidas “islas felices”.
Asambleas: hitos gozosos
Las asambleas eran hitos gozosos, pese a la considerable cantidad de preparativos que requerían. Había que traducir todos los discursos y dramas al pidgin de las islas Salomón. Luego se volvían a grabar los dramas con las voces de Testigos de Honiara sobre la música y los efectos sonoros de las cintas en inglés. Tras horas de trabajo, se enviaba la grabación en casetes a distintos lugares para los ensayos. Valiéndose de pequeñas grabadoras de pilas, los hermanos ensayaban bajo las titilantes luces de los pequeños Salones del Reino con techo de paja. Algunas asambleas eran tan reducidas, que no había suficientes actores para intervenir en el drama, por lo que a veces se pasaban diapositivas de dramas representados en Europa sincronizadas con la cinta. Los hermanos de estos lugares remotos contemplaban emocionados la escenificación de los relatos bíblicos.
A finales de 1979, dos de las islas de Santa Cruz fueron sede de una pequeña asamblea. Con el fin de ver las diapositivas del drama, todo el auditorio tuvo que trasladarse de la pequeña isla en la que se había celebrado la mayoría de las sesiones a otra mayor que tenía el suministro eléctrico conveniente para el proyector. El traslado fue digno de verse. La entusiasmada multitud hizo la travesía en piraguas, y a continuación abarrotó la sala en la que se iba a realizar la proyección, a la vez que personas interesadas asomaban por todas las ventanas. Al término de la sesión, hicieron el camino de vuelta en sus piraguas por aquel mar resplandeciente bajo la luz de la luna, mientras repasaban los acontecimientos del día. No hay duda de que fue una jornada inolvidable.
Expansión de las buenas nuevas
Durante años, la predicación se concentró en dos islas, Malaita y Guadalcanal, en las que había una única congregación. En las décadas de los sesenta y setenta se formaron grupos de gente interesada en Munda y en Gizo, islas del sector occidental de las Salomón. Sin embargo, el progreso era lento. Andando el tiempo surgió interés en otros lugares, pues hubo precursores que fueron a Choiseul, en la parte occidental, y a las islas de Santa Cruz, incluidas en el grupo de las islas exteriores orientales.
A Malaita se la conoce por dos razones: primero, por ser el lugar de origen del famoso dinero de concha, con el que se pagaba el precio de la novia, y, segundo, por sus robustos habitantes, a quienes les encanta viajar. Estos son muy trabajadores; muchos tienen huertos enormes en plena montaña. Debido a su espíritu viajero, se les puede hallar en todas las provincias de las Salomón. Algunos viven alejados de su tribu hasta por más de cincuenta años. No fue mera coincidencia, por tanto, el que Norman Sharein, que llegó al norte de Malaita en 1962 procedente de la sucursal de Papua Nueva Guinea, encontrara a cientos de ellos, muchos, por cierto, ansiosos de conocer la verdad bíblica.
Muchos habitantes de Malaita habían estado comprometidos con un movimiento político fracasado llamado Ma’asina Ru’u (La Hermandad), que luchaba por conseguir la independencia del dominio británico. No se sentían parte de las iglesias tradicionales, de modo que crearon su propia religión, Boboa (Fundación). Ese nombre resultó ser profético, ya que muchos de ellos aceptaron la verdad bíblica, se bautizaron como Testigos y llegaron a ser resueltos predicadores y precursores. No solo han servido en una infinidad de pueblos aislados de montaña en su propio territorio tribual en Malaita, sino por todas las islas Salomón, sin importar lo remoto o aislado que estuviera el territorio.
Las buenas nuevas llegan a la provincia Occidental
Uno de los primeros Testigos que fueron utilizados en la obra misional en la provincia Occidental fue Fanidua Kirite’e, nativo del este de Malaita. El hermano Fanidua era un joven hogareño allá por el año 1967. Él y otro hermano se ofrecieron voluntarios para ir a la provincia Occidental en calidad de precursores especiales, concentrando sus esfuerzos primero en la isla de Gizo.
Durante las dos semanas que el hermano Fanidua permaneció en el término municipal de Gizo, el inspector de policía del distrito le animó a continuar predicando y les dijo a él y a su compañero que se pusieran en contacto con él si tenían algún problema en su jurisdicción, que abarcaba el grupo insular de Nueva Georgia. Los precursores llegaron en poco tiempo a Munda, un municipio que está a orillas de la laguna Roviana, en la isla de Nueva Georgia.
Munda está compuesto en realidad por una serie de aldeas levantadas alrededor de una pista de aterrizaje que construyó el ejército japonés a principios de los años cuarenta. Las fuerzas aéreas de Estados Unidos ocuparon posteriormente la pista de aterrizaje, la ampliaron y la utilizaron durante el resto de la II Guerra Mundial. Las tribus de esta zona son sociedades matriarcales. El hermano Fanidua recuerda: “Cuando llegamos a Munda en el barco del correo, empezamos a preguntarnos dónde y con quién nos alojaríamos y qué clase de acogida tendría la verdad en esta nueva zona. Nos pusimos a caminar por la carretera que bordeaba la laguna y en seguida llegamos frente a la casa de un nativo de Malaita, Taude Kenaz. Yo sabía que Taude nos iba a recibir bien, pues era kwara’ae, como nosotros, pero el que nos alojáramos en su casa durante nuestra estancia en Munda dependía mucho de la acogida que nos dispensara la dueña de la propiedad, su suegra Míriam, que era viuda”.
Míriam era conocida y respetada en la tribu roviana de la isla de Nueva Georgia. Además de ser una terrateniente, tenía mucha influencia en la Iglesia unida. Su difunto esposo había contribuido a la entrada de esa religión en la zona. Míriam había soñado que iba a recibir visitas inesperadas, así que no daba crédito a sus ojos cuando vio a los dos precursores en su puerta con carteras y Biblias en las manos. Inmediatamente los invitó a quedarse en su casa, con gran asombro de los precursores. Su hospitalidad redundó en bendiciones para toda su familia, pues los precursores dedicaban las tardes a estudiar con los que se mostraban amables, entre ellos Míriam, su hija Ester y el esposo de esta, Taude.
Por ese entonces, en 1970, los superintendentes viajantes John Cutforth y Jim Smith visitaron Munda mientras iban de regreso a Papua Nueva Guinea. El hermano Smith se dio cuenta del interés potencial que había en Munda, así que dijo a los precursores que era conveniente que se quedaran hasta que se formara una congregación. Los dos superintendentes se afanaron por ayudar a los precursores a organizar las reuniones. A partir de entonces se empezaron a oír canciones de alabanza a Jehová en la isla de Nueva Georgia. Una vez que dejaron a los precursores al cargo de las ovejas de Munda, los superintendentes viajantes partieron hacia otros territorios.
Cierta noche, una multitud enfurecida despertó bruscamente a los precursores. El cabecilla del grupo, un policía que no estaba de servicio, ordenó con firmeza a los hermanos que se marcharan de allí inmediatamente. El hermano Fanidua se dirigió a la multitud y les refirió lo que el inspector de policía de Gizo les había dicho: “Si tienen cualquier problema en algún lugar de los que están bajo mi jurisdicción, no duden en ponerse en contacto conmigo”. El policía se asustó cuando oyó esto, y la chusma se dispersó. No obstante, las noticias de este incidente corrieron rápidamente y llegaron a oídos del inspector de Gizo.
Este tomó en seguida un avión para Munda. Poco después de su llegada, le pidió al hermano Fanidua que se presentara en la comisaría. Cuando este entró, reparó en que estaban presentes dos superiores de policía locales. Entonces cayó en la cuenta: el inspector había preparado una entrevista con él pensando en los dos policías locales. Una vez que el hermano Fanidua explicó para qué habían venido él y su compañero a Munda, el inspector resumió su alegato diciendo: “Yo tengo mi religión; tú, Albert [señalando a uno de los dos policías], tienes la tuya, y tú, Alex [el otro policía], la tuya. La ley de las islas Salomón garantiza la libertad de culto a todos sus ciudadanos. Los Testigos están hospedados en casa de Míriam por invitación de esta. Ella es la propietaria consuetudinaria, de modo que tiene todo el derecho legal y tribual de recibir en su casa visitas de personas de cualquier religión, y ustedes, como representantes de la ley, no tienen ningún derecho de impedir que ella se interese en los testigos de Jehová, tanto si están de servicio como si no”. Concluyó dejando a los dos precursores bajo el cuidado y protección especial de los policías locales.
Aunque el hermano Taude murió hace algunos años, la pequeña congregación de Munda sigue creciendo y da alabanza con regularidad al nombre de Jehová mediante canciones y la predicación. En cuanto al hermano Fanidua, continúa proclamando fielmente las buenas nuevas hasta el día de hoy.
Permiso de residencia para los misioneros
En 1980 los misioneros de Galaad recibieron visados para entrar en las islas Salomón. Los primeros en llegar fueron los neozelandeses Roger y Shona Allan, de la clase número 67. Anteriormente habían conseguido permisos temporales algunos misioneros y superintendentes de circuito y distrito de la sucursal de Papua Nueva Guinea. En abril de 1982 llegaron otros dos misioneros, Arturo Villasin y Pepito Pagal, de las Filipinas. Se requirió más ayuda cuando el matrimonio Finlay tuvo que marchar hacia Australia debido a obligaciones familiares en 1985. En aquel mismo año llegaron dos misioneros maduros, Josef Neuhardt, de la clase número 45 de Galaad, y su esposa Herawati, que había servido diez años en Indonesia y ocho en Papua Nueva Guinea. A él se le nombró coordinador del Comité de Sucursal. Luego llegó Loreto Dimasaka, de las Filipinas, y más tarde consiguieron el permiso de entrada en el país Douglas Lovini, de la clase número 70 de Galaad, y su esposa, Luana, tras haber pasado algunos años en Papua Nueva Guinea. En la actualidad el hermano Lovini forma parte del Comité de Sucursal.
El derribo de una cruz en la provincia de Temotu
A unos 900 kilómetros al sudeste de Honiara se encuentra la provincia de Temotu, que comprende las islas del extremo oriental de las Salomón, incluidas las islas de Santa Cruz. Esta provincia era muy peculiar. Solo había una religión, la Iglesia anglicana. Ninguna otra había logrado influir en las gentes serias de aquellas islas. Sin embargo, en 1976 la Iglesia anglicana envió al predicador lego John Mealue a Papua Nueva Guinea a fin de prepararlo como traductor de lenguas nativas. La mentalidad religiosa de la provincia estaba a punto de cambiar.
Mientras residía en Papua Nueva Guinea, cierta mañana John abrió la puerta a un testigo de Jehová. Ese fue su primer contacto con las buenas nuevas del Reino. Unas cuantas conversaciones le bastaron para convencerse de que lo que estaba escuchando era la verdad de la Biblia. Aunque se le había seleccionado para ser el siguiente obispo anglicano de las islas de Santa Cruz, dejó sus estudios lingüísticos y regresó a las Salomón. En el camino de vuelta a las islas de Santa Cruz, hizo una parada en la sucursal de Honiara para pedir que alguien visitara su isla con el objeto de abrir una congregación. La sucursal empezó a hacer planes de inmediato.
Una vez en su pueblo, John testificó a sus hermanos carnales, James Sopi y Drawman Alilvo, ambos maestros de escuela, pero estos se opusieron al mensaje. Sus hermanos y conocidos quisieron saber por qué había regresado. John les contestó con franqueza y les explicó que el clero le había desengañado. “Nos han mentido desde un principio”, les dijo, y les puso ejemplos. Hay que tener en cuenta que todavía no se le había enseñado a testificar con tacto. En una ocasión se encaminó con un hacha en la mano hacia el centro de un pueblo llamado Malo, donde se levantaba una enorme cruz. La derribó a hachazos, se la llevó arrastrándola por el suelo y la tiró al mar. Nadie se atrevió a ponerle la mano encima. No obstante, tuvo que responder ante un tribunal por esta acción, y, además, los dirigentes religiosos predijeron que en ocho días caería muerto por haber derribado su símbolo sagrado.
Ocho días después John seguía vivo. Este fue el momento crucial para las personas de condición de oveja. Las noticias del suceso corrieron como un reguero de pólvora. Cuando John compareció ante el tribunal, no solo estaba abarrotado el juzgado, sino que todo Lata Station, la capital de la provincia de Temotu, era un hervidero de gente.
Cuando John se puso en pie para iniciar su defensa, en la sala se podía oír el vuelo de una mosca. Apeló a la conciencia de los presentes cuando habló en detalle del origen de la cruz, la hipocresía de la cristiandad y de que el clero los había tenido a él y a su pueblo en la Edad del Oscurantismo en sentido espiritual. El juez anunció su veredicto: “Queda absuelto de las acusaciones. No obstante, deberá pagar una multa de veinte dólares por destrucción de propiedad privada”.
El clero salió derrotado; a los líderes religiosos les hubiera gustado que se le hubiera sentenciado a realizar trabajos forzados en prisión. Un buen número de personas, incluidos sus hermanos James y Drawman, quedaron impresionados por lo que escucharon en el tribunal, y tiempo después aceptaron la verdad.
La manera pacífica de predicar
En 1981 Billy Kwalobili y Joe Kwasui tomaron tierra en la pista de aterrizaje de Lata, provincia de Temotu, tras haber pasado dos años trabajando en la construcción de la sucursal. Estaban ansiosos de ayudar a que la verdad creciera en ese nuevo territorio. Los publicadores nuevos tenían que aprender que ‘el esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser amable para con todos, manteniéndose reprimido bajo lo malo’. (2 Tim. 2:24.) Por ejemplo: cierto día, mientras un grupo de publicadores se hallaba predicando, una chusma de anglicanos furiosos incitados por el clero atacó a uno de ellos y prohibió a los demás predicar en el pueblo. Los publicadores pensaron que la única manera de terminar su testificación era eliminar el obstáculo por la fuerza, así que dieron una buena paliza a toda la chusma, hasta el punto de romper una pierna a uno de los opositores. Pero gracias a la instrucción recibida de la Sociedad y al ejemplo de los precursores, con el tiempo, y pese a algún que otro traspié inquietante, los nuevos publicadores aprendieron a predicar de manera pacífica.
Billy y Joe se enfrentaron a más desafíos. Los superintendentes de circuito y distrito iban a llegar al cabo de tres semanas para celebrar la primera asamblea de circuito de las islas de Santa Cruz. No obstante, había un grave problema: no disponían de un lugar donde celebrarla. En seguida se pusieron a buscar un terreno para construir un Salón del Reino. Pero ¿dónde? Aunque en Nemba había muchas personas interesadas, la oposición de la Iglesia anglicana era muy fuerte. Desgraciadamente, todos los propietarios tradicionales del terreno eran miembros de la Iglesia, y no iban a tolerar que se construyera un Salón del Reino en la vecindad. Por lo tanto, se decidió que se edificaría en el pueblo natal de John Mealue, en la isla de Malo, a tres horas de Nemba en canoa.
Cuando los precursores presentaron la sugerencia a John, este contestó: “Eso es exactamente lo que quería”. De manera que ese mismo día empezaron a construir a un ritmo frenético. El superintendente de circuito llegó para efectuar la visita regular a la congregación cuando estaban en mitad de las obras, y también se unió al equipo de construcción. Los hermanos terminaron justo a tiempo un Salón bien construido a base de hojas, con tejado, plataforma y tres lados abiertos, listo para acomodar a la multitud que previsiblemente asistiría al programa de la asamblea.
Algún tiempo después, John, James, Drawman y sus respectivas esposas se bautizaron. La Iglesia anglicana había tenido en gran estima a estos tres hermanos carnales, pero una vez que aceptaron la verdad, el clero presionó a funcionarios del sector de la enseñanza para que despidieran de sus trabajos a James y Drawman. Los dos hermanos no se dejaron desanimar. Decidieron que vivirían de los productos de la tierra y el mar y utilizarían su tiempo para predicar de casa en casa las maravillosas verdades del Reino, que eran auténticos tesoros. Poco después, muchos más se unieron a ellos. Al final se construyó un Salón del Reino en Nemba. Algún tiempo más tarde la congregación se trasladó al pueblo de Belamna.
Los precursores especiales Festus Funusui y su esposa, Ovature, fueron asignados a Belamna en 1988 para organizar mejor la predicación. Se empezó a predicar por las calles y en los mercados de Lata Station. En una asamblea de circuito que se celebró hace poco en Belamna hubo 200 asistentes. Las perspectivas de crecimiento parecen prometedoras. Se están haciendo planes para construir en pleno centro de Lata Station un Salón de Asambleas con capacidad para 500 personas. Es patente que Jehová les está bendiciendo.
Un mordisco “diferente” en las islas Reef
Poco después de que John Mealue aceptó la verdad, Michael Polesi, un anglicano de Gawa, una localidad de las islas Reef, que están situadas en el grupo de islas del extremo oriental, empezó a asistir al Colegio de Enseñanza Superior de Honiara. Una mañana pasaba por el mercado en el que los Testigos predicaban bajo los árboles, cuando observó que unos niños se burlaban de algunos publicadores mayores. El blanco más frecuente de sus mofas era Benjamín Ru’u, que tenía una pierna parcialmente amputada. Cuando Michael lo vio caminar con una pierna artificial atada a la coyuntura de la rodilla, sintió lástima de él y le aceptó el libro La verdad que lleva a vida eterna. Se lo llevó consigo al regresar a Malo (islas de Santa Cruz), donde daba clases de enseñanza primaria.
Allí conoció a Drawman, el hermano de John Mealue, que por entonces todavía era maestro de enseñanza primaria. Michael se alegró de que alguien le ayudara a comprender la Biblia. Desgraciadamente, el curso escolar estaba tocando a su fin, y Michael pronto regresaría a su hogar, las islas Reef, donde vivía su familia. Cuando llegó ese momento, solo había leído tres capítulos del libro La verdad, pero a pesar de su limitado conocimiento de las Escrituras, empezó a predicar en cuanto llegó a su casa.
Puesto que Michael hablaba sin parar a todo el mundo de la verdad, el clero presionó a los funcionarios del sector de la enseñanza de Lata Station para que lo despidieran, como hicieron posteriormente con James y Drawman. Michael decidió vivir de la tierra. Él, su esposa Naomi y sus hijos finalmente se vieron obligados a marcharse del pueblo como proscritos. Lejos de allí construyeron una nueva casa y, más tarde, un Salón del Reino. Cuando se marcharon del pueblo, se llevaron un perrito llamado Diferente, pues, como dijo Michael, “sirve de muestra de que somos diferentes del mundo”. Y parece que Diferente también conoce la diferencia porque, según Michael, hasta el día de hoy “solo ha mordido el trasero de los que no son testigos de Jehová o personas interesadas”.
Retomemos ahora nuestro relato. Algún tiempo después, James Sopi, Billy Kwalobili y Joe Kwasui viajaron en barco desde las islas de Santa Cruz hasta las Reef con el fin de pasar siete días dando estímulo espiritual a Michael y ayudándole a atender a las personas interesadas. Michael llegó a ser un celoso publicador, y algún tiempo más tarde se bautizó en una asamblea de distrito celebrada en Honiara. El número de publicadores de las islas Reef iba en aumento, así que en 1984 llegaron los precursores especiales David Kirite’e y Ben Ramo. No obstante, a estos no les fueron muy bien las cosas.
Las hojas claman
Uno de los problemas a los que se enfrentaron David y Ben se debía en parte a la enemistad existente entre algunos habitantes de las islas Reef y de Malaita. Esta actitud hostil se manifestó a raíz de una lucha entre facciones anglicanas rivales de Honiara, que se inició por las mismas fechas en que llegaron los precursores a las islas Reef. Como ellos eran originarios de Malaita, les resultaba muy difícil ir a predicar solos. El problema se agravaba por el hecho de que la gente vivía atemorizada por el obispo y los sacerdotes. El clero visitaba con regularidad a las personas para comprobar si tenían en casa publicaciones de la Sociedad. En caso de que encontraran alguna, reprendían severamente al amo de casa y le obligaban a entregársela para destruirla. Así pues, era muy difícil predicar; las personas salían corriendo en cuanto veían aproximarse a un Testigo.
Los precursores se dieron cuenta de que tenían que cambiar de método. “Decidimos utilizar hojas de árboles —contaron—. Íbamos a un cruce de caminos, arrancábamos una hoja grande de un árbol cercano y escribíamos sobre ella un texto bíblico en letras grandes y una explicación en letras más pequeñas. A continuación añadíamos en letra todavía más pequeña: ‘Si desea tener más información sobre este versículo, escriba a los testigos de Jehová de las islas Salomón o pregunte a cualquier Testigo que viva en su vecindad’.”
David y Ben nos dan otro ejemplo de su testificación mediante hojas: “Escribíamos un tema, ‘El Reino de Dios’, y luego anotábamos debajo el primer texto, Mateo 24:14, seguido de las palabras: ‘Debemos predicar sobre este Reino’. En la línea siguiente formulábamos una pregunta: ‘¿Qué va a hacer el Reino de Dios?’, y por último poníamos otro texto, Revelación 21:4”.
Si estaban predicando en una zona donde había fuerte oposición a la verdad, concluían la inscripción en la hoja con el Salmo 37:9: “Porque los malhechores mismos serán cortados, pero los que esperan en Jehová son los que poseerán la tierra”. Luego ponían la hoja en medio de los senderos más transitados y se marchaban. ¿Produjo buenos resultados este sistema de predicar?
Un día uno de los precursores escribió un sermón en una hoja con bolígrafo y la colocó justo en medio de una carretera muy transitada. Se apartó unos cuantos metros y esperó escondido entre los árboles para ver quién la recogía. Ante su mirada asombrada, un perro que iba por la carretera se paró y se puso a olfatear la hoja. “Creo que sabía leer —dijo el precursor en broma—, porque empezó a ladrar a la hoja. Hizo tanto ruido, que un cazador que se hallaba en las inmediaciones pensó que tenía algún marsupial o lagarto atrapado en lo alto de un árbol. El cazador corrió hacia el lugar de donde procedían los ladridos y se encontró al perro ladrando y golpeando la hoja con la pata. Apartó al perro y recogió con cuidado la hoja. Estuvo un rato leyendo el sermón y luego volvió a colocar la hoja con igual cuidado en medio de la carretera”.
El precursor concluye el relato: “Cuando más tarde pase por delante de la casa del cazador, este me gritó: ‘¿Ha puesto usted algo en la carretera?’. Iniciamos una conversación de la Biblia, que en seguida se convirtió en un estudio bíblico regular. En la actualidad, tanto él como toda su familia son publicadores de las buenas nuevas”.
El ciego ve
Billy Kwalobili se casó en 1986. Él y su esposa, Lina, fueron asignados a las islas Reef como precursores especiales. Uno de sus estudiantes de la Biblia preferidos era un joven ciego llamado Eriki, a quien le fascinaban el canto y los sonidos que emitían los pájaros y los insectos, y los imitaba a la perfección. Gracias al estudio bíblico que le conducían los Kwalobili, llegó a conocer al Hacedor de todas aquellas criaturas, además de aprender por qué enferma la gente y por qué él era ciego. Billy leía todos los párrafos de la lección en voz alta; Eriki escuchaba con atención y luego contestaba las preguntas de los párrafos con sus propias palabras. Memorizó más de treinta textos bíblicos.
Un superintendente viajante que le visitó recomendó a los hermanos: “No lo retengan. Déjenlo predicar”. Aquel mismo fin de semana Eriki acompañó a un grupo de ocho publicadores en una caminata hacia el territorio a través de la espesura. El superintendente viajante sostenía un extremo de un paraguas y Eriki le seguía rápidamente agarrado al otro extremo. De vez en cuando alguien gritaba: “¡Hay un tronco en el camino!” o: “¡Cuidado con la roca de la izquierda!”, tras lo cual Eriki levantaba la pierna para pasar por encima del tronco o se apartaba para salvar la roca. Muchas personas le escuchaban con atención hablar de su esperanza, y cuando les citaba versículos de memoria, movían la cabeza asombrados al tiempo que le seguían en sus Biblias.
Cuando finalizó la visita, Eriki le dijo al superintendente viajante: “Hay tres cosas que me encantaría tener si pudiera”. El superintendente le preguntó cuáles eran, y él respondió: “Una Biblia, un cancionero y un bolso de predicar”.
“¿Y para qué quieres esas cosas, Eriki?”, preguntó el superintendente, a lo que él respondió: “Para no desentonar con mis hermanos ni en el Salón del Reino ni en el servicio del campo. Cuando salgo a predicar, las personas pueden dudar de lo que digo, pero si se lo muestro en mi Biblia, pueden leerlo ellas mismas. Y para llevar la Biblia y el cancionero, necesito un bolso”. Poco después recibió dos regalos: una Biblia nueva y un cancionero. Como los hermanos no tienen bolsos de piel, cortan sacos de arroz por la mitad y les cosen correas para colgarlos del hombro. A Eriki también le regalaron un ‘saco de arroz’ para la predicación. Su sueño se había hecho realidad. Toda la congregación compartió su alegría.
Al poco tiempo Michael Polesi volvió a tener su trabajo de maestro. En este puesto podía ponerse en contacto con más personas de las islas Reef. El bautismo de las dos primeras mujeres de estas islas en la asamblea de circuito celebrada en las islas de Santa Cruz en 1990 fue otro motivo de alegría. No hay duda alguna de que en la provincia de Temotu hay muy buenas perspectivas.
Las buenas nuevas llegan a la provincia de Makira
En 1984 se abrió un territorio nuevo para los Testigos: la isla de San Cristóbal, donde todavía predominaba la estructura tribual. Resultaba difícil asignar a precursores a la isla, porque en el modo de vida tribual no estaban previstas las visitas. No obstante, las perspectivas mejoraron cuando un hermano que manejaba maquinaria pesada fue trasladado por su compañía a San Cristóbal. La sucursal aprovechó en seguida esta circunstancia para enviar a San Cristóbal al precursor especial James Ronomaelana, ahora miembro del Comité de Sucursal, con el fin de evaluar las posibilidades de iniciar la obra.
Al principio James tropezó con mucha oposición. Un día descubrió sorprendido un letrero que advertía: “¡Gente de Jehová! Prohibido entrar sin permiso”. Aunque se le presentaron muchos contratiempos similares, su celo no disminuyó, por lo que se le bendijo con una emocionante experiencia. Relata: “Mientras predicaba en un pueblo, llegué frente a una gran casa. El dueño era propietario de ganado y de una plantación de cocoteros, y, obviamente, era mucho más rico que sus vecinos. Así que me di media vuelta, pensando que ese hombre no dispondría de tiempo para la verdad. Mientras me alejaba de la casa, empecé a evaluar mi timidez. Me pregunté seriamente a mí mismo: ‘¿Por qué paso de largo esta casa?’, y me dije con resolución: ‘Jehová me ha enviado aquí, y quizás sea la última vez que vengo. Debo ir a hablar con ese hombre’”.
Cuando llegó a la casa, se encontró con los dueños, Oswald y Rachel Oli. James inició la conversación con entusiasmo hablando del nombre personal de Dios y de Su propósito para la Tierra. La pareja se regocijó al enterarse de que Dios va a convertir la Tierra en un paraíso. En la segunda visita se empezó un estudio bíblico. Oswald y Rachel en seguida comenzaron a adaptar sus vidas a los justos principios de Jehová. Oswald contribuía mucho dinero para la iglesia, de modo que, como era de esperar, la Iglesia anglicana se le opuso ferozmente. Coincidió que por aquel entonces se asignó a precursores especiales a abrir más territorio, lo que aumentó la cólera de los pastores locales, hasta el grado de que llegaron a ordenar a sus feligreses que utilizaran la violencia para silenciar a los precursores.
Ni los precursores ni Oswald y su familia se desanimaron. Ocurrió en cierta ocasión que mientras el precursor especial Hankton Salatalau testificaba a un hombre interesado, un anglicano empezó a insultarle a gritos. Entonces, cuando Hankton se retiraba respetuosamente, el hombre le atacó brutalmente por detrás y lo tiró sobre unas afiladas rocas coralinas, donde le estuvo dando patadas sin piedad durante más de un cuarto de hora. Mientras tanto, la gente del pueblo contemplaba horrorizada lo que ocurría, pero sin atreverse a acudir en su ayuda debido al gran temor que tenía a sus pastores. Hankton yacía desvalido en el suelo tratando de protegerse la cabeza y el cuerpo con las manos. Tenía la espalda casi en carne viva debido al roce con las cortantes rocas. Algunos aldeanos finalmente se armaron de valor e intervinieron. Agarraron al atacante y lo retuvieron mientras Hankton se marchaba a su casa con el cuerpo magullado.
La mayoría de los isleños, por desgracia, viven aún en temor de la iglesia. No obstante, algunos empiezan a percibir la diferencia entre el cristianismo verdadero y la cristiandad. Por otra parte, el aguante de los cuatro precursores especiales se ha visto recompensado. En San Cristóbal florecen ahora dos congregaciones trabajadoras y felices, y Oswald, Rachel y sus hijos, así como la familia de Rachel, son en la actualidad intrépidos publicadores de las buenas nuevas.
Costumbres peculiares
En muchas regiones inaccesibles de Malaita, sobre todo en las regiones montañosas, y en las otras islas, hay tribus que apenas han tenido contacto ni con la cristiandad ni con el verdadero cristianismo. En su mayor parte practican el culto de antepasados, aunque algunas son animistas.
Elson Site, anterior superintendente de circuito y en la actualidad precursor especial casado y con ocho hijos, explica qué condiciones existen en algunos de estos lugares: “Estas tribus tienen la costumbre de llevar poca ropa o no llevar nada, y miran con recelo e incluso muchas veces prohíben la entrada en la aldea a los visitantes que van vestidos”.
¿Cómo se trataría esta situación tan delicada? Elson prosigue: “En una ocasión, un grupo de una congregación pequeña fue a predicar a un poblado. El jefe puso reparos a que los hermanos y las hermanas fueran vestidos mientras estuvieran en su territorio. Los hermanos le explicaron que no era la costumbre cristiana ir desnudos, y que en vista de la gran distancia que habían recorrido para compartir información importante de la Palabra de Dios, querían resolver ese pequeño problema que estaba impidiendo que su gente oyera las buenas nuevas. El jefe deliberó con los ancianos del poblado durante un buen rato, y por fin decidió que los hermanos no podían predicar a los aldeanos ese mismo día. Sin embargo, se hicieron planes para realizar futuras visitas más productivas. Los habitantes del poblado prometieron construir una casa de hojas justo en las afueras de los límites del poblado para que los hermanos y las hermanas se reunieran en ella, completamente vestidos, con todos los aldeanos que quisieran escuchar las enseñanzas bíblicas. Este sistema funcionó bastante bien, pues a los aldeanos les gusta hablar de temas espirituales”.
Además de la restricción respecto a la ropa que existe en algunos poblados, los hermanos tienen que respetar otras restricciones derivadas de las creencias de estas gentes. Arturo Villasin, en la actualidad superintendente de circuito, informa: “Los hermanos que dirigen los grupos de testificación se esfuerzan por respetar los esfuerzos de los aldeanos por evitar cualquier cosa que ofenda a los espíritus. En algunos poblados está terminantemente prohibido pronunciar ciertas palabras o nombres, como, por ejemplo, el nombre propio de un antepasado muerto que, según creen, ejerce poder sobre el poblado. También consideran sagrados algunos árboles, y solo los varones pueden sentarse a su sombra. Hay un pueblo en el que es ofensivo llevar ciertos colores; no se puede ir de rojo ni de negro. Así que los hermanos no utilizan en la testificación libros ni Biblias con cubierta roja o negra.
”A las mujeres se les prohíbe terminantemente la entrada en algunos sectores del poblado. Un hombre no puede sentarse en el mismo asiento que una mujer que no sea su esposa. La violación de una de estas costumbres conlleva el pago inmediato de una indemnización. Por lo tanto, es vital que los hermanos conozcan con todo detalle las normas, leyes y restricciones de cada pueblo a fin de dar un testimonio eficaz. Así pues, antes de entrar en un poblado, el hermano que dirige el grupo considera con todo detalle lo que deben y no deben hacer, en especial las hermanas, que pasan por alto más fácilmente las costumbres machistas sin darse cuenta. Los hermanos se adaptan de buena gana a las circunstancias, con tal de que no se viole ningún principio recto de Jehová, a fin de que los aldeanos tengan la oportunidad de oír las buenas nuevas. Muchas personas ya han respondido y con mucho gusto han dejado costumbres que desagradan al Dios verdadero.”
Rodeado de demonios
En el distrito montañoso de Kwaio (Malaita) se encuentra el pueblo de Aiolo, compuesto básicamente de familias de testigos de Jehová.
Aiolo es un refugio para el pueblo de Jehová, rodeado como está del culto demoniaco. En sus alrededores se ven muchos terrenos sagrados, zonas de densa vegetación en lo alto de colinas que tienen las laderas peladas para distinguir el suelo sagrado del territorio neutro. El sacerdote sacrifica cerdos a los dioses en tales zonas. Después, él mismo, y a veces otros hombres, se come parte de los sacrificios. A las mujeres no les está permitido comer carne sacrificada ni participar en la ofrenda del sacrificio bajo pena de muerte, aunque es ella principalmente quien se ocupa de criar los cerdos. Una vez efectuado el sacrificio, el sacerdote o los que lo hayan ofrecido deben permanecer en una casa santa dentro de los confines del poblado durante una determinada cantidad de días antes de regresar a su casa.
En Aiolo se levantó una casa ‘de construcción rápida’ con bambú y otros materiales del bosque. Un Testigo la proveyó para los ‘fugitivos’, es decir, las personas, a veces familias enteras, que huyen del culto demoniaco de sus poblados y buscan refugio en Aiolo. En una ocasión llegó un matrimonio y algunos hermanos y hermanas del esposo huyendo de su pueblo porque sus vecinos querían matarlos por haber ofendido a su demonio al negarse a sacrificarle un cerdo. La pena por tal ofensa era la muerte.
Unos cuantos días después, un superintendente viajante visitó Aiolo. Escuchemos lo que explicó: “Unos hermanos nos invitaron a mi esposa y a mí a comer en su casa. Allí estaba también esta familia de fugitivos. En seguida nos sentimos unidos a ellos, pero ellos estaban asustados y nos daban la espalda. No obstante, cuando terminó la comida, ya tenían una amplia sonrisa en el rostro y estaban sentados de cara a nosotros. Se habían dado cuenta de que éramos igual que los demás hermanos que aman a Jehová y a quienes Él también ama”.
Ya no lleva pantalones largos
Volvamos con el hermano Villasin y preguntémosle por qué lleva ahora pantalones cortos en vez de largos. Él contesta: “Nuestro grupo de publicadores ya había predicado a todas las personas de una determinada aldea. Sin embargo, uno de los hermanos llevaba mucho rato hablando con el jefe. Cuando por fin salió de su casa, tenía cara de preocupación. ¡El jefe quería mis pantalones largos! Ahora era yo quien estaba preocupado. No tenía otro par de pantalones, y no era cuestión de que un superintendente de circuito anduviera por ahí sin pantalones. Le supliqué al hermano que volviera en seguida a la casa del jefe y le hiciera comprender que aunque él y su pueblo se sentían perfectamente bien sin nada encima, yo procedía de un país con costumbres completamente distintas, una de las cuales es que no debemos aparecer desnudos en público bajo ningún concepto. Pero el jefe se había encaprichado de mis pantalones, y solo después de una larga conversación pudo convencerle el hermano de que me dejara quedarme con ellos. ¡Qué alivio! A partir de entonces no he vuelto a ponerme pantalones largos para ir a los pueblos; los llevo cortos, como los demás hermanos”.
Otro superintendente viajante extranjero tuvo una experiencia espeluznante. En cierto pueblo no se pueden usar las palabras inglesas wicked (inicuo) y war (guerra), pues corresponden a los nombres de dos demonios suyos. Pronunciar esos nombres se considera una ofensa, y se exige que el ofensor pague una considerable indemnización. Cuando el nuevo superintendente viajante se dirigía hacia este lugar para predicar junto con los hermanos nativos, les dijo que prefería escuchar en las puertas. Los hermanos no estuvieron de acuerdo; insistieron en que hablara en una puerta, ya que le habían explicado bien cuáles eran las costumbres locales. Acabó accediendo. Mientras caminaba por los senderos del bosque, montaña arriba y montaña abajo, repetía para sus adentros una y otra vez: “No digas GUERRA, no digas INICUO”.
Cuando por fin llegaron al territorio, un hombre invitó a pasar a su casa al superintendente viajante y a dos hermanos más. Estos iniciaron la conversación y luego presentaron al nervioso superintendente. Este hizo una breve presentación bíblica, y todo fue bien. El amo de casa parecía complacido con lo que escuchaba. El superintendente, que también se sentía satisfecho de sí mismo, abrió el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y empezó a enseñarle dibujos del paraíso. Pero entonces añadió, quedándose horrorizado: “Y Dios eliminará la guerra”.
El hombre puso cara de asombro, igual que el superintendente. Este se volvió con rapidez hacia los dos hermanos en busca de ayuda y respiró profundamente, pero ellos se quedaron mirando al amo de casa como diciendo: “No ha dicho ‘guerra’, ¿verdad?”. El amo de casa los miró a ellos como diciendo: “No, creo que no”. De modo que la conversación concluyó sin que se tuviera que pagar ninguna indemnización. De todas formas, el superintendente viajante estaba ansioso por llegar a Aiolo.
Las Salomón no se diferencian de Occidente solo en los estilos de vestir, sino también en los métodos de construcción. No obstante, en estas islas se han realizado dos importantes obras que han ayudado a muchos nativos a ver que el espíritu de Jehová Dios está sobre sus adoradores. En 1989 los habitantes de Auki (Malaita) se quedaron estupefactos al ver a una congregación de 60 publicadores construir un Salón de Asambleas con capacidad para más de mil personas. Tiempo después, en junio de 1991, los habitantes de Honiara contemplaron atónitos cómo se levantaba un Salón de Asambleas con 1.200 asientos en solo dos semanas, el primer Salón de estas dimensiones que se edificaba con el método de construcción rápida en el Pacífico. La primera parada de nuestra gira por los lugares de construcción es la isla de Malaita.
“El Salón que edificó Jehová”
Dos martillos, dos cinceles, toda la madera que se pudo cortar de un bosque pantanoso cercano y un buen número de trabajadores voluntarios fueron los elementos que intervinieron en la construcción de un Salón de Asambleas con 1.500 asientos al estilo de las islas Salomón. Tal milagro de la construcción ha reportado muchas alabanzas al nombre de Jehová en Malaita. Hubo que salvar tantos problemas aparentemente insuperables para construir este local de 930 metros cuadrados, que se le conoce como “el Salón que edificó Jehová”.
En junio de 1982, los misioneros asignados a Malaita tuvieron una reunión en Auki, la ciudad más importante de la provincia, y llegaron a la siguiente conclusión: se necesitaba con urgencia un nuevo Salón del Reino para la congregación local de 65 publicadores. A la reunión asistieron Roger Allan y dos misioneros filipinos, Pepito Pagal y Arturo Villasin.
El Salón del Reino que utilizaban estaba infestado de termitas. Su construcción era tan endeble, que corría el riesgo de venirse abajo con la más ligera ráfaga de viento. Se había edificado para proteger del sol y la lluvia a los 400 asistentes a una asamblea celebrada en Auki quince años antes, y ya estaba a punto de derrumbarse.
En la congregación de Auki solo había dos hermanos que trabajaran de jornada completa, con unos ingresos mensuales de unos 50 dólares estadounidenses (100 dólares de las Salomón) cada uno. Los miembros de la congregación, por tanto, decidieron que primero debían concentrar sus esfuerzos en la obtención de fondos para iniciar las obras. A los hermanos Pagal y Villasin se les encargó organizar una “unión” de congregación, es decir, un grupo de voluntarios de la congregación que trabajaran para reunir los fondos necesarios.
La congregación sembró campos de batatas y coles. Una vez recogidas estas hortalizas, las cargaron en cestas de hojas de coco y las enviaron por barco a Honiara, donde un precursor anciano, Cleopas Laubina, las vendió al mejor precio que pudo conseguir, y envió el dinero a la congregación de Auki. Además, todos los lunes entre cuarenta y cincuenta hermanos y hermanas ganaban dinero con el sudor de su frente abriendo zanjas, quitando maleza de las plantaciones de cocoteros y amasando hormigón a mano. En 1985, después de tres años y medio de trabajo, la congregación había acumulado un fondo de 2.000 dólares estadounidenses (4.000 dólares de las Salomón).
Ampliación del proyecto
Mientras tanto, se decidió ampliar el proyecto de construcción de forma considerable con el fin de que beneficiara a las 23 congregaciones de Malaita. “En vez de un Salón del Reino para setenta publicadores, ¿por qué no construir un Salón de Asambleas para mil quinientas personas?”, razonaron los Testigos locales. Así que diseñaron una amplia estructura con capacidad para 1.500 personas que protegiera tanto del intenso sol ecuatorial como de los frecuentes aguaceros característicos de las islas Salomón.
Se hizo un croquis de un local de 30 metros de longitud por 32 metros de anchura, con el tejado inclinado de manera que el aire caliente ascendente escapara por el techo. El Salón se diseñó sin postes centrales para no obstaculizar la visión del auditorio. Estaría ubicado en el solar de dos hectáreas que tenía la congregación.
El comité de construcción de la congregación consiguió un préstamo a bajo interés en 1985. Poco después se recibió una donación considerable de unos Testigos suecos, con lo que se logró reunir un fondo de 13.500 dólares estadounidenses (27.000 dólares de las Salomón) para iniciar las obras.
El gerente de un aserradero de Honiara prometió suministrar los 300 maderos necesarios para los pilares principales de apoyo, los postes de la galería y el pórtico, y los cabrios y las correas del armazón del tejado. Este último se construiría en Honiara y se desmontaría para enviarlo en una barcaza a Auki, donde se volvería a ensamblar y se colocaría sobre los pilares principales.
El equipo de construcción estaba listo para empezar. Tan solo disponían de dos martillos de uña y dos cinceles, pero no faltaban voluntarios dispuestos a echar una mano en el trabajo. Ningún Testigo de Malaita, sin embargo, tenía la más mínima experiencia en la construcción. “Los hermanos contaban con que yo supervisara las obras, pero yo no había construido ni siquiera un gallinero en mi vida”, dijo el hermano Allan.
También faltaba por ver cómo iban a levantar del suelo las cerchas —compuestas cada una de ocho maderos anchos atornillados entre sí con un peso total de 2 a 5 toneladas— y cómo iban a colocarlas encima de los pilares de 6 metros de altura. Además, ¿cómo se las arreglarían para levantar la cumbrera unos 12 metros en el aire sin una grúa de grandes cargas?
“No tengo la menor idea —confesó el hermano Allan en aquel entonces—. Tendremos que confiar en que Jehová nos ayude.”
Llega la ayuda necesaria
En octubre de 1986 llegó desde lejos ayuda especializada. Jon y Margaret Clarke, que habían colaborado en la construcción de la sucursal de Nueva Zelanda, se enteraron de la situación en que se hallaba la congregación de Auki y consiguieron un visado de tres meses para entrar en Malaita.
Con una hormigonera que se había recibido como regalo, la congregación se puso a trabajar. Se construyó una amplia plataforma y una pared de bloques de hormigón con laterales detrás de ella. Los hermanos cavaron hoyos profundos con sus propias manos, los rellenaron de hormigón y a continuación colocaron los dieciocho pilares principales de apoyo para la pared, el tejado y la galería.
Gracias a las instrucciones que les dio el hermano Clarke, los hermanos nativos pudieron volver a ensamblar por sí mismos las cerchas del tejado del auditorio y las tres cerchas del tejado del pórtico. ¿Cómo se las apañarían para colocar las pesadas cerchas en su sitio? Era toda una proeza de ingeniería, pues las cerchas constaban de ocho maderos atornillados entre sí formando un gran triángulo. Los hermanos mostraron una resolución y un ingenio indescriptibles.
Baile de maderos
Para llevar a cabo la colosal tarea de izar las cerchas, los hermanos solo disponían de un aparejo de poleas instalado en una grúa que habían fabricado ellos mismos con ocho maderos. La primera cercha, de dos toneladas, tenía que levantarse por encima de la pared de bloques de hormigón y colocarse sobre dos pilares de apoyo situados detrás de esta. Cuando la grúa izó la cercha por su vértice, los hermanos descubrieron desalentados que no podía levantarla lo suficiente para salvar la pared. Le faltaba como un metro. Dejaron la cercha colgando de la grúa durante dos días —apoyada sobre varios maderos—, mientras se lamentaban y le daban vueltas al problema.
La gente que pasaba por el lugar se burlaba de ellos, diciendo: “¿No puede Jehová levantarles la cercha?”.
“¡Muy bien! —exclamaban los hermanos—. Seguro que ahora nos ayuda Jehová.”
En un momento de inspiración, los obreros dieron con un modo de solucionar el problema. Metieron el gato de una furgoneta bajo uno de los dos extremos de la cercha, levantaron esta unos cuantos centímetros y le pusieron más soportes. A continuación trasladaron el gato al otro extremo de la cercha, lo levantaron y le colocaron soportes. Repitieron esta operación una y otra vez durante cuatro días, hasta que consiguieron izar la cercha por encima de la pared de hormigón y colocarla en los pilares de apoyo correspondientes. Finalizada tal proeza, los hermanos se pusieron a bailar alrededor del solar formando un gran círculo, a la vez que daban palmas y cantaban de alegría.
Después de haber acabado las obras y de haber utilizado el gato para levantar tres cerchas, una de ellas de cinco toneladas de peso, los hermanos se dieron cuenta de que los caracteres borrosos inscritos en un lado del gato para indicar cuánto peso podía levantar este no decían 15 toneladas, como ellos habían creído, sino 1,5 toneladas.
“Pensándolo bien, lo que hicieron los hermanos y las hermanas carece de toda lógica —dice el hermano Allan—. Cuando se izaban aquellas enormes cerchas en el aire, me parecía estar viendo un baile de maderos.”
“¿No es capaz Jehová de construir un Salón?”
En enero de 1987, dos hermanos nativos que trabajaban en el sector de la construcción se trasladaron de Honiara a Auki, y tras inspeccionar las cerchas, dijeron que el aserradero había enviado sin darse cuenta madera de árboles frutales inadecuada, pues tendía a pudrirse desde el interior. Creían que el proceso de putrefacción había comenzado en el corazón de los árboles y que, por lo tanto, habría que reemplazar todos los maderos. A los cuatro meses se confirmó el terrible diagnóstico: la mayoría de los maderos suministrados se estaban pudriendo, por lo que había que rehacer casi todo el trabajo de construcción.
El matrimonio Clarke volvió a Auki en julio acompañado de los hermanos Steven y Allan Brown, de Auckland. Llevaron equipo donado por la sucursal de Nueva Zelanda, que había concluido sus obras. Los neozelandeses iban con la idea de terminar la estructura del tejado del Salón, pero su trabajo se centró, más bien, en demoler una gran parte de la estructura montada el año anterior.
No obstante, el principal inconveniente que tuvieron que aguantar los hermanos fueron las mofas constantes de la gente que pasaba por delante de las obras en camiones descubiertos, así como los comentarios humillantes que les hacían en el mercado y en las calles de Auki.
“¿No es capaz Jehová de construir un Salón?”, preguntaban en son de burla. “Esto muestra que su religión es falsa —se mofaban—. Solo los locos construyen un Salón para después derribarlo.” Personas de otras religiones pasaban por el lugar de construcción y se ponían a cantar y a bailar delante de los alicaídos obreros, alegrándose de su desgracia. Los hermanos locales estaban tan desanimados, que les dijeron a los cuatro misioneros: “Si no fuera porque está implicado el nombre de Jehová, nos marcharíamos ahora mismo de este Salón”.
Las risas duran poco
Las risas de los burlones a veces duraban poco. En una ocasión, los componentes de un coro que se dirigían hacia un acto especial que iba a tener lugar en su iglesia, situada a 16 kilómetros de distancia, pasaron por delante del lugar de construcción e insultaron a gritos a los trabajadores y se rieron de ellos. Un kilómetro y medio más allá se les estropeó el camión y se quedaron en la carretera, sin poder llegar a su destino.
Las noticias de la avería llegaron en seguida al lugar de construcción, y se recordó a los hermanos que no debían ‘devolver mal por mal’. (Rom. 12:17.) A pesar de eso, algunos de ellos pasaron al rato en un camión por donde estaban parados los miembros del coro y no pudieron resistir la tentación de bailotear un poco en silencio.
El pueblo de Kona acude en su auxilio
Solo se pudieron aprovechar 38 maderos del aserradero, de modo que todos los que faltaban para alcanzar los 300 necesarios tendrían que conseguirse en algún otro lugar. Pero ¿dónde? Los Testigos del pueblo de Kona, ubicado a 5 kilómetros de las obras, se dirigieron a los trabajadores para ofrecerles árboles de madera dura de sus propias tierras. Esa madera serviría para reemplazar los pilares principales de apoyo, los postes de la galería y el pórtico y las cerchas del tejado del auditorio. Esta donación suponía un gran sacrificio para los Testigos de Kona, pues Malaita había sido arrasada por el ciclón Namu, y los hermanos habían reservado especialmente esos árboles para reconstruir sus casas.
A fin de obtener la madera, las hermanas de la congregación de Auki abrieron una franja de 800 metros de longitud por 6 metros de anchura a través de la espesa jungla, que iba desde el lugar donde estaban los árboles hasta la carretera principal. Reunieron todas sus fuerzas para cortar árboles, construir puentes sobre zanjas y quitar obstáculos de la nueva pista. Luego talaron los árboles, les cortaron las ramas y los escuadraron con sierras de cadena.
“Somos como hormigas”
Los nuevos maderos tenían 36 centímetros en cuadro y 6,4 metros de longitud. ¿Cómo iban a transportar esos enormes maderos hasta la carretera principal, a 800 metros de distancia?
Los miembros de la congregación respondieron: “Somos como hormigas. Con las manos suficientes podemos llevar cualquier cosa”. (Compárese con Proverbios 6:6.) Cuando se necesitaban más hermanos para transportar los maderos, se difundía la llamada por los alrededores: “¡Hormigas, hormigas, hormigas!”, y llegaban montones de hermanos y hermanas de todas las direcciones para echar una mano. Entre cuarenta levantaban un madero de media tonelada y lo transportaban por la pista hasta la carretera principal. Allí los cargaban en un camión y los llevaban al lugar de construcción.
Colocar los pilares y los postes en su sitio era una operación arriesgada. Una vez más se demostró que la manera nativa de hacer las cosas era la más efectiva. Se colocaba cada pilar a unos 3 metros del agujero en el que había que introducirlo y fijarlo con hormigón.
Treinta hermanos y hermanas levantaban el extremo superior del pilar y lo colocaban sobre un marco de maderas entrecruzadas. Luego empujaban el pilar con rapidez por el suelo, con su extremo inferior orientado hacia el agujero correspondiente. Dos hermanos valientes sostenían tablas de madera gruesas en el lado opuesto del agujero, de modo que el madero se detenía de golpe cuando golpeaba contra estas, y su propio impulso hacía que se levantara a posición vertical, para después caer en el agujero del fundamento.
Un error se convierte en una bendición
El siguiente paso era instalar el tejado del Salón. Sin embargo, los fondos ya se habían agotado por completo, y la congregación no podía costear la cubierta metálica del tejado. Afortunadamente, cuando el Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová se enteró de la situación en que se hallaban los hermanos, se envió una donación de 10.000 dólares estadounidenses (20.000 de las Salomón), suficiente para comprar la cubierta del tejado y terminar todo el auditorio.
Se pagó un depósito de 6.000 dólares (E.U.A.) a un almacén de chapa por un tipo de cubierta metálica pintada de color gris claro. Este no era el color que les convenía, y además la chapa no era del grosor y la calidad que quería el comité de construcción, pero el dinero no les alcanzaba para más. Sin embargo, el equipo de construcción descubrió alarmado que la cubierta metálica ya se había vendido a otro grupo religioso de Honiara para la construcción de una nueva iglesia. El almacén se disculpó por la confusión, pero no les quedaba más material de tejado de aquel tipo.
Una semana después, el almacén informó a los Testigos que había recibido un material de calidad superior y de gran espesor. En vista de su error, estaba dispuesto a venderlo a la congregación a un precio muy reducido, que entraba dentro del presupuesto del fondo de construcción. Además, esta cubierta metálica estaba pintada de un atractivo color verde oscuro, justo el que los hermanos querían en un principio, pero no podían pagar.
En diciembre de 1987 llegó el hermano Henry Donaldson, instalador de tejados neozelandés, y se remató el edificio con un bonito tejado de 1.100 metros cuadrados de superficie. Los hermanos y hermanas pudieron por fin cantar y bailar señalando con alegría al edificio casi terminado cuando los burlones pasaban en camiones por delante de las obras.
El Salón se utilizó por primera vez unos cuantos días después con motivo de un discurso que el superintendente de zona, Viv Mouritz, de la sucursal de Australia, pronunció ante un entusiasmado auditorio de 593 personas. Encomió a todos los voluntarios que tanto habían trabajado en aquella imponente obra por su abnegación y aguante.
Se las arreglan como pueden
El Salón de Asambleas de Malaita es un ejemplo de lo que se puede lograr sin equipo de construcción ni materiales modernos. Sirve de muestra de que Jehová bendice los esfuerzos de los que confían plenamente en Él. Las obras siguieron adelante a pesar de que a menudo no se contaba con las herramientas más elementales, como palas, que se considerarían absolutamente imprescindibles en países más ricos.
Cuando había que extraer grava coralífera y cargarla en sacos para transportarla al lugar de construcción, las hermanas se encargaban de desprenderla de una cantera con palos puntiagudos, para luego recoger los granos cortantes con sus propias manos e introducirlos en los sacos. En tan solo un día, extrajeron trece cargas de tres toneladas cada una de relleno coralífero.
Otro ejemplo de saber arreglárselas con lo que se tiene a mano es lo que ocurrió cuando se rompió sin posibilidad de reparación la rueda de la única carretilla disponible, y no se encontró un repuesto en todas las islas Salomón. Los Testigos no se amilanaron ni lo más mínimo. Hasta que llegó el repuesto de Nueva Zelanda, cinco semanas más tarde, levantaban la carretilla llena de hormigón y la llevaban hasta el lugar necesario.
Finalmente, después de mucho trabajo adicional, se pudo utilizar el Salón de Asambleas para la asamblea de distrito “Justicia Divina”, celebrada en octubre de 1988.
La próxima parada en nuestra gira por los lugares de construcción será Honiara, en la isla de Guadalcanal.
“En solo dos semanas”
“¡En solo dos semanas!” La noticia corrió inmediatamente por toda la ciudad de Honiara. La reacción fue de curiosidad, sorpresa y escepticismo. ¿Cómo se podía levantar un edificio con capacidad para 1.200 personas en dos semanas? Tal proyecto no parecía factible en una isla tan alejada de los medios tecnológicos de los países desarrollados.
La clave del éxito de este proyecto no radicaba en la tecnología moderna ni en la experiencia de los obreros. Aun así, se necesitaba con urgencia un Salón de Asambleas cómodo y a prueba de ciclones en este país, donde las obras públicas se planifican en términos de meses y años, no de días y semanas.
El interés de la población creció al ver poner los cimientos. No obstante, muchos se mostraban escépticos cuando se daban cuenta de las dimensiones que tendría el edificio. Preguntaban: “¿Cómo van a construir este enorme edificio en solo dos semanas?”.
En seguida llegaron por barco contenedores de perfiles laminados de grandes dimensiones, y se descargaron. Los funcionarios de Honiara se mostraron muy serviciales y razonables, tomándose la molestia de explicar los trámites de importación. Las autoridades de las islas Salomón también concedieron permiso para que un equipo de 60 voluntarios australianos, todos Testigos, fueran a Honiara para colaborar con los Testigos locales durante el período de construcción de dos semanas. Los hermanos agradecieron muchísimo el interés y la ayuda de los funcionarios.
El 7 de junio de 1991, hermanos con relucientes dientes blancos que resaltaban en sus sonrientes rostros morenos recibieron al equipo de construcción en el aeropuerto de Honiara con guirnaldas de grandes flores y con el amor que distingue a esta hermandad internacional. La timidez inicial se desvaneció al mismo día siguiente, cuando todos los trabajadores empezaron a construir la gran casa para la adoración de Jehová. Cada especialista adiestraba con alegría a los que estaban asignados a trabajar con él. Un proveedor local se quedó mirando a la estructura de acero y dijo asombrado: “En una ocasión me costó tres meses llevar a cabo un proyecto para levantar 25 toneladas de acero, ¡y ustedes han levantado 30 toneladas en solo dos días y medio!”.
La primera reunión se celebró a los quince días justos del inicio de las obras. A los hermanos y hermanas de fuera se les hizo corto el tiempo que duraron estas. La despedida en el aeropuerto se pareció mucho a la recepción: las guirnaldas de grandes flores y la profusión de abrazos y apretones de mano, solo que esta vez muy pocos pudieron contener las lágrimas.
“Las islas felices” en la actualidad
Aunque las buenas nuevas del Dios feliz llegaron por primera vez a las islas Salomón hace ya más de treinta y cinco años, todavía hay islas enteras —como las de Santa Isabel, Shortland, Rennell, Bellona, Tikopia, Sikaiana y Ulawa— donde no se han predicado las buenas nuevas del Reino de forma organizada. Es indudable que ha llegado el momento de dar un testimonio más extenso. A pesar de que los mismos habitantes de las Salomón llaman a su país “las islas felices”, persisten problemas acuciantes. Para muchos isleños estos son verdaderamente “tiempos críticos, difíciles de manejar”. (2 Tim. 3:1.) La gente pasa serios apuros económicos, y la transición de la vida rural a un modo de vida más urbano está provocando tensiones sociales. Las personas buscan soluciones a sus problemas, y las que son sinceras están descubriendo que los testigos de Jehová pueden mostrarles las soluciones correctas y tranquilizadoras en la única fuente de sabiduría y consuelo, la Palabra de Dios.
Muchos habitantes de las islas pueden ver el efecto del espíritu de Jehová en Su pueblo. En Auki (Malaita) contemplaron sorprendidos cómo una congregación de 60 publicadores de recursos muy limitados construía un bonito Salón de Asambleas de 1.500 asientos, con la ayuda de sus hermanos espirituales de Nueva Zelanda y Australia y las contribuciones monetarias de Estados Unidos y Suecia. Como consecuencia, muchos han manifestado interés y se están asociando con el pueblo de Jehová.
Los que han oído historias o han visto imágenes de las islas del Pacífico Sur a menudo tienen un concepto equivocado de estas. Creen que son islas paradisiacas, donde es fácil ganarse la vida y el servicio de precursor es un puro placer. Las fotografías no muestran, sin embargo, los mosquitos, jejenes, ciclones y temblores de tierra. Tampoco revelan que hay una humedad de un 100% que enmohece la ropa, los libros y otros artículos, ni ponen de manifiesto las enfermedades tropicales, las serpientes y los cocodrilos. Los tesoros de las islas Salomón, pues, no son de índole material, sino que los constituyen las personas que han escogido la adoración de Jehová —‘las cosas deseables de las naciones’—, personas que le aman y que han hecho cambios en su vida a fin de efectuar Su voluntad. (Ageo 2:7.) Su bondad, su deseo de aprender y aplicar las leyes divinas y su lealtad al Reino de Dios hacen a los habitantes de las islas Salomón deseables a la vista de Jehová.
Que Jehová siga bendiciendo con abundancia la obra de sus humildes y felices siervos de las lejanas “islas felices”, que buscan la única y verdadera felicidad duradera poniendo las cosas espirituales en primer lugar en la vida. (Mat. 5:3; 6:33.)
[Nota a pie de página]
a Si se desea más información, véase el Anuario de los testigos de Jehová para 1978.
[Fotografías en la página 210]
Puerto de Honiara (norte de Guadalcanal)
Niños de las islas Salomón
[Fotografía en la página 212]
La sucursal de Honiara (isla de Guadalcanal)
[Fotografía en la página 213]
Joan y Bob Seccombe delante de la primera sucursal
[Fotografía en la página 217]
Las buenas nuevas se han predicado con denuedo en seis de las islas principales y en decenas de las islas más pequeñas
[Fotografía en la página 218]
Salón del Reino de Gizo (provincia Occidental). En la construcción de algunos Salones se utiliza madera de los bosques y hojas de palma entrelazadas o cosidas
[Fotografía en la página 227]
Las hojas de taro sirven de paraguas, aunque también se pueden escribir mensajes en ellas
[Fotografía en la página 233]
El precursor especial Elson Site y su familia
[Fotografías en la página 243]
Se cargan en un camión maderos procedentes de terrenos pantanosos escuadrados con sierras de cadena. Colocación de un madero (pilar mural) en el agujero correspondiente de los fundamentos del Salón de Asambleas de Auki
[Fotografías en la página 244]
Cerchas enormes de hasta cinco toneladas hechas con ocho maderos atornillados. Se colocan las cerchas sobre pilares de apoyo de 6 metros de altura sin utilizar equipo pesado de construcción
[Fotografía en la página 245]
El Salón de Asambleas de Auki (Malaita), con capacidad para 1.500 personas, completamente terminado
[Fotografías en la página 249]
La estructura a prueba de ciclones y terremotos va tomando forma
El edificio, ubicado en Honiara (Guadalcanal), tiene cabida para 1.200 personas
[Fotografía en la página 251]
El Comité de Sucursal. De izquierda a derecha: James Ronomaelana, Josef Neuhardt y Rodney Fraser
[Mapas/Recuadro en la página 208]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
ISLAS SALOMÓN
ATOLÓN DE ONTONG JAVA
Océano Pacífico Sur
CHOISEUL
ISLAS SHORTLAND
GIZO
ISLAS DE NUEVA GEORGIA
Munda
SANTA ISABEL
MALAITA
Malu’u
Auki
GUADALCANAL
Honiara
Provincia de Makira
ULAWA
SAN CRISTÓBAL (MAKIRA)
Provincia de Temotu
ISLAS REEF
ISLAS DE SANTA CRUZ
Lata
[Mapa]
ECUADOR
PAPUA NUEVA GUINEA
AUSTRALIA
[Recuadro]
ISLAS SALOMÓN
Capital: Honiara (Guadalcanal)
Idiomas oficiales: pidgin de las Islas Salomón e inglés
Religión mayoritaria: anglicana
Población: 328.723
Sucursal: Honiara
[Tablas en la página 252]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Islas Salomón
1.200
1954 1
1960 135
1970 553
1980 497
1991 851
Máximo de publicadores
100
1954
1960 3
1970 57
1980 69
1991 70
Promedio de precursores